martes, noviembre 06, 2018

Festival In-Edit Madrid 2018



En su documental sobre George Michael, George Michael insiste en la idea de que a George Michael habría que considerarle a la altura de Prince, Madonna o Michael Jackson como icono de los ochenta y parte de los noventa. Hay algo de exagerado en la premisa, lo que no quita para que "Freedom" sea una película muy necesaria y que George Michael, efectivamente, fuera uno de los más importantes músicos de pop y RnB de su época, probablemente subestimado por su pasado "boy band" y su incapacidad para encajar en el sistema.

Ahora bien, por mucho que se empeñe y por mucho que le avalen sus amigos -Stevie Wonder, Ricky Gervais... y Kate Moss-, el músico británico nunca estuvo a la altura de sus compañeros estadounidenses. Ni su carrera profesional dio para tanto ni su fama le persiguió por el mundo más allá de aquel glorioso 1987. "Wham!" fue un fenómeno puramente británico que alcanzó a parte del continente y todos sus discos a partir de "Older" (1993) estuvieron condenados casi a la irrelevancia salvo tres o cuatro singles y varios videoclips formidables.

Con todo, está bien que se recuerde lo que fueron esos años de 1987 a 1993. Que se recuerde incluso "Careless whisper" o "Last Christmas", ya puestos, excelentes canciones pop. Que se haga hincapié en lo que supuso "Faith" para una generación que no sé si es la mía pero se le acerca. Ver al chico de los pantalones cortos ajustados vestirse de rockero con una guitarra eléctrica y sumergirse en el universo estadounidense fue una auténtica sorpresa y la calidad de todo el disco está fuera de toda duda: hay espacio para el gamberrismo desafiante de "I want your sex" (especialmente la segunda parte, la que tiene al piano como protagonista), para el macarrismo de "Faith", para la condescendencia de "Father Figure", para el dramatismo romántico de "One more try" e incluso para el amago disco que es "Monkey" o la melancolía night-club de madrugada de "Kissing a fool".

El disco es tan completo que asusta. Los registros que alcanza musicalmente son tan variados que le valieron todo tipo de premios. No era un disco fácil, por mucho que ahora lo parezca. Las letras eran brillantes y ajustadas al tema: sociales cuando tenían que ser sociales ("Hand to mouth"), insinuantes cuando tenían que serlo y desgarradas cuando tocaba el turno. Su voz nunca sonó como en ese disco aunque ya se apreciara una tendencia al reverb que le acompañaría durante toda su carrera. Fue número uno en medio mundo y la gira, cortesía de Pepsi, le llevó incluso al otro medio.

Ahora bien, al margen de "Faith", la carrera de George Michael fue algo errática. No hubo un "Bad" que respaldara "Thriller", ni un "Purple Rain" que continuara "1999". "Listen without prejudice (vol. 1)" es un disco con demasiados altos y bajos. Tiene, por supuesto, la inmensa "Praying for time", que, como se dice en el documental, podría haber sido escrita por John Lennon, y la divertidísima "Freedom", donde quizá pretende anunciar su homosexualidad sin atreverse del todo. ¡Cómo olvidar el impacto que supuso ver a Linda Evangelista y compañía recitar la letra en el vídeo! En ese sentido, incluso antes de cumplir los treinta años, Michael ya había dado muestras de ser un artista vanguardista y rompedor... dentro de la industria de la que estamos hablando, por supuesto.

¿Qué pasó a partir de ahí? Ni se sabe bien ni se explica del todo en el documental: peleas con Sony, juicios, rescates de David Geffen, un disco ("Older") bastante peor de lo que su autor creía y a partir de ahí, éxitos puntuales junto a Queen o a Elton John y más portadas por sus escándalos que por su música. Cuando murió, en la nochebuena de 2016, murió como un músico menor, empeñado en rescatar su imagen mediante el citado documental que ahora sale a la luz. Si me parece injusto que se compare con Madonna, más injusto me parece condenarle a la mediocridad. La película pasa muy rápido por encima de muchas cosas -de entrada, los casi quince años de nula creatividad- pero al menos deja claro que aquel hombre era especial en muchos sentidos, tal vez demasiados.

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Por lo demás, mi experiencia en el Festival In-Edit se limita, desgraciadamente, solo a otras tres películas. El documental sobre M.I.A. me interesa mucho más cuando habla de sus inicios y su consagración con "Paper planes" que cuando habla sobre política. Sé que es un comentario frívolo pero es así. Sri Lanka me resulta demasiado ajeno como para involucrarme de lleno en el drama de la resistencia tamil. Sin embargo, Justine Frischmann me pilla a la vuelta de la esquina, con su gesto torcido en la boca, ya recuperada de la adicción a la heroína, discutiendo con Maya y reconociendo: "Ya sé que eres muy especial, ya sé que eres más especial que yo" y uno se puede imaginar a Justine repitiendo esas palabras a sus egocéntricos ex novios, al Brett Anderson o al Damon Albarn de turno.

"Studio 54" merece muchísimo la pena, hasta el punto de que se hace corto, como si hubiera demasiadas posibles ramificaciones como para centrar el documental solo en los años 1977 y 1978, los del apogeo y posterior caída de la mano de Steve Rubell e Ian Schruger. De entrada, está el contexto de los años setenta en Nueva York, que no es cualquier cosa: la decadencia, la pobreza extrema, la delincuencia salvaje, la subcultura que seguía ahí años después cuando Martin Scorsese decidió mofarse de ella en la mítica "Jo, qué noche". Luego, está la "jet set" de la época, esa extraña mezcla de Truman Capote en zapatillas de fieltro y Michael Jackson recién cumplidos los dieciocho. El auge de la cocaína frente a la heroína y el crack de los barrios pobres. La rebelión del travestismo y la homosexualidad, y la promiscuidad descarada en los tiempos anteriores al SIDA... el éxito y la borrachera de éxito y la cárcel y la redención... En realidad, si se piensa, "Studio 54" debería haber sido una serie de Netflix de diez episodios y no un documental de hora y media, pero solo por ver a Bill Murray darle paso a John Belushi en los orígenes de "Saturday Night Live" la experiencia ya merece la pena.

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No me gustó tanto "The King", el extraño documental sobre Elvis Presley, tan extraño que la Chica Diploma acabó durmiéndose en mi hombro. Ni se acaba de hablar por completo de Elvis ni acaba de quedar clara la metáfora constante con Estados Unidos entendido como imperio. Hay una línea que intenta hablar también de decadencia y de sobredosis y se entiende que esa sobredosis que acabará con América como los somníferos acabaron con Elvis será Donald Trump, pero no se llega a explicar del todo por qué ni cómo. Mucho Bernie Sanders y poca sustancia.

Tal vez  habría sido mejor quedarse de nuevo con la música, con lo improbable de Sun Records, con la mezcla de blues, rock and roll y country blanco que hay en esos primeros discos, con la influencia del "Coronel Parker" , las películas en Hawai, la mili en Alemania, las peleas con los Beatles. Uno espera aprender algo nuevo de una de las figuras clave en la música moderna del siglo XX y se encuentra con un director que reconoce varias veces a cámara que no tiene ni idea de qué hacer con lo que está grabando.

En cuanto a lo demás, como siempre, mucha oferta con muy buena pinta: el documental sobre Rubén Blades que pusieron un domingo a las cuatro de la tarde, hora algo imposible, la película sobre "Desolation Center", el "revival" de Burning y cuando Colomo les grabó cantándole a Carmen Maura lo de "¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?". En fin, horas y horas de cine que ya no se pueden dedicar en exclusiva como en 2004, cuando uno iba acreditado a ver películas sobre el festival de Monterrey o la música de Dusminguet. Con todo, es una gran noticia que el festival se haya vuelto a instalar en Madrid. Ojalá sea por muchos años.