El disco acaba con Santiago Auserón gritando "Nos vemos en el próximo tour". Así quedará para siempre porque no hubo próximo tour y no lo podrá haber ya después de la muerte de Enrique Sierra. A veces me parece que cuando hablo de genios dejo fuera a Auserón demasiado alegremente. Si no es el mejor compositor de pop español de los últimos treinta años desde luego lo parece. Dejándome llevar podría escribir cosas como que "La ley del desierto/la ley del mar" o "La canción de Juan Perro" son los dos mejores discos de los ochenta y quedarme tan ancho.
Es cierto que a veces la pretenciosidad de Auserón me abruma, pero esa pretenciosidad tiene su sentido y está reservada a las canciones más oscuras. Arcadi Espada decía que una buena actriz era aquella que entraba en una habitación, daba los buenos días y todo el mundo se la creía sin dudar. En ese sentido, el prodigio de Radio Futura es ese paseo con la negra flor en el que todo trascurre con una normalidad costumbrista deliciosa para acabar, sin más, con un "se está haciendo tarde y empieza a refrescar y se está nublando el cielo y nos vamos a mojar, así que, adiós, cariño; adiós, mi amor... y al final de la rambla me encontré con la negra flor".
La simplicidad de esa conversación o el vitalismo de "A cara o cruz", de esos 37 grados y un montón de huesos -"dices que soy un vulgar caradura pero tú te aprovechas de la luz al bailar"- o de esa escuela de calor que durante un par de años visitaba cada jueves, cada viernes, cada sábado, tribus ocultas cerca del pincha...
Todo esto cantado mientras volvemos de Mazagón a Madrid, ya casi en la entrada a la M-40, no ya con entusiasmo sino con rabia, recordando todas las canciones que un día hablaron de mí, por decirlo con Jonás Trueba, y que ya no podrán hablar de mí jamás sino de otros, como, insisto, nunca habrá un próximo tour por mucho que oigamos repetido el anuncio. Las canciones de la Chica Langosta, las canciones de la Eva Primigenia, las canciones de los mundos posibles que se ven acotados poco a poco a uno: el mundo, sin más.
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La lectura de "Canadá" está siendo sorprendente. Cuesta pensar que ese libro es de Richard Ford. Por supuesto, la traducción no ayuda, ya lo he dicho varias veces y es inútil insistir, pero el autor tampoco pone mucho empeño de su parte. Parece el típico libro crepuscular en el que las ideas se van perdiendo y retomando y el escritor tiene la necesidad de explicarlo todo mil veces, incluso lo más absurdo, quizá porque él mismo no acaba de entenderlo bien y tiene miedo de contagiar a sus lectores.
Hay además un problema de base, que no es poca cosa: el narrador. La historia está contada por un niño de quince años en 1960 que parece cualquier cosa menos un niño de quince años en 1960. Algo parecido, quizás, a un niño de once o doce, iniciándose en el mundo de los adultos, alguna década antes, puede que en el período de entreguerra, en plena prohibición. La inocencia de ese narrador a una edad a la que debería estar matándose a pajas y coqueteando con los abismos aguanta cien páginas pero no quinientas.
Ford además sacrifica el resto de personajes para resaltar a su protagonista, que, me temo, es de alguna manera un trasunto de lo que él fue de adolescente, o, más bien, de pre-adolescente. Hay fuerza en muchos de los que aparecen y desaparecen de la narración, pero están siempre como de perfil: así, los padres, sobre todo el padre, y por supuesto el señor Remlinger, dueño de un hotel fronterizo. La historia debería de ser sobre ellos dos e intuyo que, en parte, así es, o al menos que esa era la pretensión del autor, pero, ay, puso al niño en medio, y los niños, en literatura, o son malvados, o estorban.
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Una trampa en la página 418: "...Mi padre decía que en Detroit todo el mundo tenía un buen empleo bien pagado y seguro médico. Era el crisol de Estados Unidos. El centro de poder. El manto de muchos colores. Atraía el mundo entero hacia sí. Detroit hace, el mundo toma". Puede que fuera verdad en pleno apogeo de la General Motors, antes del milagro japonés y el coreano, que son muchos milagros contra una sola ciudad, por muy ruda que sea. En cualquier caso, conforme el lector va avanzando por el párrafo lo que le viene a la cabeza no son las palabras de Ford sino las imágenes de la ciudad desmontada, las fábricas vacías, el ayuntamiento declarado en quiebra, la mayor tasa de paro del país, Michael Moore con la camarita...es decir, el Detroit de 2012 en adelante.
¿Dónde está la trampa? Que el párrafo está escrito en 2012.
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