Mi barrio es la Prospe. Sé que hablo mucho de Malasaña porque viví ahí cuatro años y cuando me mudé con la Chica Diploma me preocupé de dejar al menos una academia de inglés en la que dar clases un par de veces a la semana; ahora bien, nací, me crié y fui adolescente en la Prospe y eso no es cualquier cosa. No voy a decir que me siento orgulloso porque no concibo que uno pueda sentir orgullo del lugar donde le tocó nacer, pero lo cierto es que tengo un enorme cariño al barrio donde, probablemente, si todo va bien, volvamos muy pronto.
Cuando lo hablo con mi mujer relacionamos el afecto en general con mi abuela en concreto. Sí, el barrio es en buena medida mi abuela, su casa de Ramos Carrión e incluso su residencia de Santa Hortensia, pero sobre todo el barrio es su muerte, cómo tuve que salir corriendo de mi casa cuando ella murió y el alquiler resultó imposible de renovar. No es que yo no quisiera salir de ahí, es que no quería salir tan pronto, aún en estado de shock. También es probable que, de no hacerlo en ese momento, no lo hubiera hecho nunca, y, ya digo, esa solución era poco viable.
Volver al barrio es volver a casa y volver a casa es algo que todos necesitamos de alguna manera. Clara del Rey bajo la lluvia y su sorprendente tranquilidad de sábado por la mañana. Al fondo, Corazón de María. No puedo ocultar que la idea de que mi hijo se críe ahí, que pueda enseñar a la Chica Diploma cada rincón que escudriñé durante 30 años, que quede con sus amigos en el VIPS donde yo quedaba con la Chica Langosta a espiar a Benedetti, que se tome sus coca-colas en Las Nieves o que juegue al baloncesto en las canchas de IBM, hasta cierto punto me emociona.
Papá Noel y los Reyes Magos en un atasco de López de Hoyos. El disfraz de Halloween, comprado en Tucusitos.
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Lo que toca ahora es contar algo interesante, es decir, no repetir como un loro los años en los que el Madrid ganó la Copa de Europa ni cuántos extranjeros pasaron por el Estudiantes la temporada 93/94 -siete: Harstad, Cvjeticanin, Schlegel, Sanders, Ouspenski, Outlaw y Kotnik-, intentar que sea baloncesto, intentar que sea rivalidad pero que a la vez haya un relato y no sea el relato oficial: ni el Madrid como origen de todos los males del mundo ni Estudiantes como "un equipo más, nada especial". El problema es que, salga lo que salga, sigo sin saber si habrá suficientes compradores de un libro que no pretende ser una biblia.
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Escribe Andrés Barba para invitarme a su presentación del próximo jueves. Hace tiempo que no sé de Andrés así que me alegra su correo. La última vez fue en una fiesta de la Feria del Libro, la de Contexto: hablamos de paternidades y de orfandades y discutimos sobre el concepto de astucia. Barba es uno de esos autores tan buenos que te compras sus libros de tres en tres no te vayas a perder algo en el camino.
Por supuesto, yo ya era consciente de la presentación y ya había reservado hueco en nuestra agenda familiar para estar ahí. Así se lo hago saber y menciono de pasada que mi reseña para Sigueleyendo aparece mencionada en la contraportada del libro que presenta. Andrés contesta que fue él quien pidió que la pusieran ahí; quien, conscientemente o no, unió mis nombres a los de Vargas Llosa y compañía. Por un momento, me siento tremendamente afortunado, sin saber muy bien por qué, como cuando algo sale bien de manera imprevista y no tienes claro que sea mérito tuyo.
Por supuesto, yo ya era consciente de la presentación y ya había reservado hueco en nuestra agenda familiar para estar ahí. Así se lo hago saber y menciono de pasada que mi reseña para Sigueleyendo aparece mencionada en la contraportada del libro que presenta. Andrés contesta que fue él quien pidió que la pusieran ahí; quien, conscientemente o no, unió mis nombres a los de Vargas Llosa y compañía. Por un momento, me siento tremendamente afortunado, sin saber muy bien por qué, como cuando algo sale bien de manera imprevista y no tienes claro que sea mérito tuyo.