Un tertuliano es algo así como un 
columnista sin tiempo. Un columnista de WhatsApp, si se quiere. Un 
tertuliano tiene que saber de todo y lo tiene que saber ya, porque por 
mucho que arregle los contenidos con producción o con el moderador, en 
cualquier momento puede saltar el auto judicial, el dato del paro, el 
gol en Las Gaunas o la acusación de otro tertuliano, aunque este último 
caso es menos problemático porque generalmente se arregla con el “y tú 
más” de turno y un par de risas después en el bar.
De hecho, el “y tú más” vale para casi todo, ahora que lo pienso, sea tertulia o columna o lo que sea.
Ahora bien, si vale, es porque el periodismo se ha rendido. En una 
democracia sana, el poder político regularía el económico y la prensa a 
su vez controlaría el poder político. En esta democracia, no. En esta 
democracia, los periódicos mandan a sus becarios a ruedas de prensa sin 
preguntas y a menudo sin personas, todos pegados a la televisión como si
 estuvieran echando Cuéntame, mientras las radios y las televisiones 
llenan sus espacios de opinión con políticos a servicio de sus 
respectivos partidos, es decir, que en vez de ejercer control alguno, la
 prensa es una extensión más del poder, imposible de diferenciarse.
Hace pocos días, se filtró un vídeo de Antonio Carmona, dirigente del
 Partido Socialista de Madrid, reconociendo que todo lo que decía en los
 programas de televisión donde aparecía era debidamente controlado y 
supervisado por la sede central de Ferraz, Sevilla o donde proceda. Que 
Antonio Carmona haya decidido convertirse en la voz de su amo es grave. 
Quizá ya deberíamos habernos acostumbrado, pero lo de que un político se
 niegue a tener una opinión propia y se limite a ser un súbdito del 
control de su partido me parece atroz.
Más atroz, casi, es que ese perrito vaya de cadena en cadena entre 
aplausos y chascarrillos de Ana Rosa Quintana. Que reconozca 
abiertamente que PSOE y PP luchan por colocar a sus acólitos en los 
medios con un éxito moderado es una puñalada de muerte para el 
periodismo tal y como lo hemos entendido siempre. Yo no sé quién es 
Antonio Carmona porque huyo de las tertulias políticas como huyo de 
Punto Pelota: un montón de gente gritándose sobre si fue penalti o no y 
la ristra habitual de SMS por debajo destilando odio y bilis. Tampoco sé
 si la filtración del vídeo es interesada o no porque sorprende que 
Carmona se escude en el  “ahora que no me está grabando nadie” para 
hacer sus confesiones… cuando hay alguien en primera fila enfocándole 
nítidamente; ahora bien, lo que sí sé es que dice la verdad: los medios 
se han vendido a los partidos —al PP y al PSOE, pero no solo, pregunten 
en Cataluña y País Vasco- y por lo tanto han perdido su razón de ser.
El otro día hablaba con unos alumnos y me sorprendía que estuviesen 
enganchados a uno de estos programas de no sé cuántas horas en los que 
en vez de hablar de alguna ex novia de Jesulín hablaban de Luis 
Bárcenas, más o menos con el mismo tono. Entre los analistas había gente
 de prestigio porque, sorprendentemente, en toda cena de idiotas se 
cuela alguien inteligente, pero en general lo que más valoraban mis 
alumnos era “la pluralidad” de la tertulia. El propio concepto de 
“tertulia plural” ha acabado con la posibilidad misma del análisis. Una 
“tertulia plural” consiste básicamente en que la mitad dice una tontería
 y la otra mitad dice la tontería contraria. Se doblan las tonterías, 
pues, y los puestos vacantes para que el dirigente de turno coloque a su
 perro de presa.
Yo soy consciente del riesgo de decir estas cosas. El riesgo del 
populismo, de que parezca que lo que quiero es un país sin políticos, 
sin periodistas y con la acción directa como bandera. ¡Es justamente al 
contrario! La democracia liberal, la democracia en la que yo creo, se 
basa en políticos honestos, periodistas sin intereses y presidentes de 
verdad, no de plasma. Nos ha costado demasiado conseguirla como para no 
cuidarla. Pero cuidar la democracia no es callar ante los excesos o 
repetir el mismo circo en cada canal. Cuidar la democracia es ejercerla y
 esa responsabilidad está ahí arriba, esperando a que alguien se decida a empezar antes de que sea demasiado tarde.
Porque si lo que ven no les gusta, les aseguro de que la alternativa no va a ser ni mucho menos mejor.
Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"