La Torre, de 
Uwe Tellkamp.
 En fin, voy a intentar ser lo más honesto posible y confiar en que 
ustedes me entiendan. La novela habla de los años 80 en la República 
Democrática Alemana, los estertores del régimen comunista auspiciado por
 la Unión Soviética. A mí todas estas historias decadentes me apasionan,
 sea la de un nuevo rico que se estrella en sus negocios o la de una 
utopía que se ahoga dentro de su propio horror. Además, la historia del 
colapso comunista en Alemania ha dado al menos dos grandes películas: 
Good-bye, Lenin y 
La vida de los otros… ¿Por qué no intentarlo?
Las primeras dudas llegaron al recibir el libro: 887 páginas de 
narración. Bien, eso no es necesariamente un problema. El problema llega
 cuando nada más empezar hay una clave de personajes para que no te 
pierdas. Eso es una 
excusatio non petita como una casa. Si la 
editorial piensa que te vas a perder ya desde la página uno, mal vamos, 
aunque eso, insisto, no es lo peor, lo peor es que sea verdad.
La escritura de Tellkamp, o su traducción al español, es densa desde 
el principio, con un abuso de las descripciones que tiene difícil 
comprensión. El narrador aparece en todas partes: incluso cuando uno de 
los personajes empieza un discurso, ahí está el autor para meter la 
cuchara y cortarle cada tres por cuatro entre mis gritos desesperados: 
“¡Déjale hablar, por dios!”. Los personajes se suceden entre confusos 
nombres y apellidos, todos, absolutamente todos los lugares, sin 
jerarquía, merecen descripciones de páginas y páginas que no parece que 
sirvan sino para definir una atmósfera que ya está en la mente de 
cualquier lector avezado: sí, la 
RDA era un horror, era opresiva y el control sobre los ciudadanos era absoluto.
Por favor, no nos hagas lo mismo.
Resulta obvio que al principio Tellkamp intenta angustiar al lector 
mediante una retórica pesada que nos recuerde la propia sociedad que 
describe. ¿Qué pasa cuando eso ya lo has pillado en la página 30 y 
seguimos en las mismas en la 315? Es complicado. Puede que todo esto sea
 problema mío, pero no lo creo.  Como profesor de narrativa y literatura
 creativa, decidí utilizar el libro como ejemplo para mis alumnos. Al 
llegar a la página 49 ya había doblado tres páginas para recordarles 
todo lo que sobra en una narración: cómo una excesiva adjetivación rompe
 el ritmo, descompone la trama, aleja al lector en mil detalles, muchos 
de ellos sin trascendencia…
Sin embargo, continué. Los chicos se reían de mí pero yo continué 
porque esa era la idea que tenía de mi trabajo como crítico. 
Probablemente yo podría haber escrito que 
La Torre no aguantaba
 ni las primeras 70 páginas de lectura y eso de por sí ya habría sido 
una crítica bastante elocuente, pero, ¿cuántas veces hemos leído 
maravillas que arrancaban cuando ya estábamos a punto de tirar la 
toalla?
Allá por la página 177 sopló un viento de esperanza. Por fin aparecía
 un personaje vivo, sin interrupciones. Un personaje que se definía por 
sus acciones y no por dos párrafos de explicación agotadora. Verena, se 
llamaba la chica. En el instituto, aprovechando el centenario de la 
muerte de 
Karl Marx, le preguntaban las razones por las
 que el socialismo había demostrado ser superior al capitalismo como 
modelo de organización social y político… y la chica entregaba el folio 
en blanco. Sin más. Ahí había algo, una actitud, una rebeldía, una 
protesta… Solo una acción, solo dos líneas y aquello parecía ir a algún 
lado.
Desgraciadamente, Tellkamp cambió de tema y nos volvió a dejar 
abandonados, como si no estuviera dispuesto  que la tal Verena le 
quitara protagonismo alguno.
No sé decir si Tellkamp escribe mal, está mal traducido o simplemente
 yo no le entiendo. Sin duda, no soy el tipo más listo del mundo, pero 
tampoco el más tonto y me considero un buen lector. Cuando leo 310 
páginas y me sobran 300 creo que el libro tiene, objetivamente, un 
problema. No lo pensaron así en Alemania cuando lo nombraron libro del 
año en 2008. Uno se siente culpable cuando le presentan un libro como 
una obra maestra pero no encuentra prácticamente ni un motivo que lo 
justifique.
En fin, aguanté. Estamos hablando de más de un mes de lectura para 
llegar a la página 314, de nuevo un personaje divagando entre 
interrupciones y páginas y páginas en cursiva. No, ni siquiera la 
edición ayuda. Sábado por la noche. La duda vuelve y esta vez la 
tentación es más poderosa: a lo mejor, 
La Torre es un libro 
imprescindible para entender la República Democrática Alemana y su 
descomposición, pero no pienso esperar otras 500 páginas para 
averiguarlo. Creo que un escritor se merece tiempo y un lector se merece
 ciertas cortesías, entre ellas, ante todo, la claridad.
Me acabé rindiendo. Eso es todo lo que les puedo decir del libro: que
 por más que lo intenté, me acabé rindiendo. Si es un libro muy malo o 
es un libro solo para valientes, decídanlo ustedes si se atreven. Yo, 
avergonzado, me retiro a mis cuarteles y me pongo con la caída de la 
URSS. La decadencia, de nuevo. De mí se podrán decir muchas cosas pero 
que no me va la marcha no es una de ellas.
Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo