Tengo una gran novedad: estreno columna en Culturamas. Hace ya tiempo que venía publicando una reseña al mes, más o menos, pero ahora voy a poder contar mis locuras de modo más o menos semanal, según lo vea. He empezado con "You and your perfect life", nombre de una canción inventada que aparece en el próximo libro de Nick Hornby. Por un momento pensé en dejarlo así, en inglés; luego, me di cuenta de que mucho mejor respetar el castellano y se quedó en "Tú y tu vida perfecta". A continuación...
Uno se enamora con la ilusión de cambiar la vida de la otra persona.  Incluso arruinarla si es preciso porque en eso consiste: un juego de  éxitos o fracasos, pero un juego. Sin juego no hay paraíso. Vivo estos  días sumergido en el disco “Juliet, Naked” de Tucker Crowe sólo que  Tucker Crowe no existe -uno lee con la ilusión de creer que alguien que  no existe le puede cambiar la vida a él-.Tucker Crowe es un personaje  inventado por Nick Hornby, y autor de un disco inventado por Nick  Hornby, del que sabemos que la primera canción es “And you were?” (“¿Y  tú eras…?”) y la última, “You and your perfect life” (“Tú y tu vida  perfecta”), títulos demoledores inventados, una vez más, por Hornby. 
Sin escuchar una nota puedo imaginarme la ilusión del principio y el  rencor del final. Vidas perfectas. A Tucker Crowe, Juliet le dejó por un  ex marido millonario. Una cuestión de seguridades.
Que yo sepa, nadie se enamora para sentirse seguro. Hace otras mil  cosas parecidas pero no enamorarse. En cualquier caso, yo no venía aquí a  hablar de amor ni de la próxima novela de Nick Hornby sino de sentirse  especial, tan especial que seas capaz de destrozar la vida perfecta de  cualquiera, tan especial que te veas incluso legitimado a reprocharle  que elija esa perfección y rechace tu caos. Yo venía a hablar de la  escritura, creo.
Venía a hablar de ese momento en que te hinchas como un pavo y dices  “soy escritor” por primera vez, muy convencido porque has leído a Henry  Miller y él dice que es lo que hay que hacer y te lo crees -¿qué tienes,  veinte años?, ¿y tú eras…?- y empiezas a recibir todo el rato la misma  respuesta. “Ah, escritor… ¿Has leído a Kasulami?” Y no, tú no has leído a  Kasulami y poco a poco te vas dando cuenta de que no has leído a casi  nadie de los que te mencionan y que con una frase te han degradado de  escritor a lector y de lector a nada. Vaporizado. Para ser escritor hay  que estar muy acostumbrado a ese tipo de respuestas trampa, como cuando  le decías a alguien: “Estudio en el Ramiro de Maeztu” e inmediatamente  te preguntaban si conocías a un primo suyo que estudiaba dos años por  delante de ti en un instituto de 2000 alumnos.
Te acostumbras a sortear lugares comunes. Si quieres.
El problema es cuando te vas dando cuenta de que ser escritor no  tiene nada de especial en el fondo, al contrario. Para ser un escritor  especial hay que fingirlo tanto que resulta impostado y ridículo. He  llegado a odiar a los escritores “profesionales” y por supuesto tengo  pánico a convertirme en uno de ellos. Probablemente, tarde o temprano,  lo haga. Ellos y su vida perfecta. Hace poco hablaba con Matías  Candeira, un aspirante a todo con un talento que da miedo, sobre la  relación escritor-literatura. Sobre escribir y no ser escritores, que  diría Marsé. “Es como la chica guapa de clase, la que de verdad te  gusta. No te acercas, no vaya a ser que te rechace, porque de verdad te  importa”.
Hay dos clases de escritores como hay dos clases de personas: los que  se acercan a la chica guapa, coquetean incansablemente y se la llevan  (o no) y los que miran temerosos desde fuera preguntándose si realmente  esa recompensa merece forzar tantas inseguridades. Juliet, desnuda,  puede que pierda; puede que al fin y al cabo Juliet y su vida perfecta  tengan que ser para otro y que a nosotros nos valgan cien Juliets  imaginarias tanto como si fueran reales. Quedarse mirando a veces es  algo bonito. Tiene un punto estético. Es también iteratura, en  definitiva. Si se fijan, al final, esta no es más que otra columna sobre  relaciones de amor-odio.