Cuando era joven y sensato iba a clases de tai-chi. El maestro era un japonés con nombre de pianista, que daba también clases de kárate y dirigía el gimnasio. Parecía mayor, muy mayor. Su agilidad impedía determinar su edad con un mínimo de precisión.
Contaba historias sobre monjes budistas que se bañaban en invierno bajo cero, para así combatir el frío mejor. "Algunos morían", decía divertido, como si ese detalle no importara demasiado. Intentaba enseñarme a respirar, "la respiración lo es todo, es el balance de la energía interior", pero no lo consiguió. Me resistí con uñas y dientes.
Un día nos explicó la importancia de la conciencia y cómo podía jugarnos malas pasadas. "El otro día, en Tokio, un niño de pocos meses se cayó de una casa, un quinto piso o por ahí. No le pasó nada. Los niños caen relajados, no tienen conciencia del peligro y al tocar el suelo se deslizan, no chocan. Un adulto moriría al instante".
Bien, todo este previo para presentarles esta noticia. Espero me disculpen, en Navidad no hay demasiadas novedades.