martes, marzo 26, 2019

This charming man


Quizá estemos dando demasiadas cosas por normales. Todos nosotros, supongo. Quizá entendamos que es normal llegar a Valdemoro a las once de la mañana aún con síntomas de gastroenteritis, ponerte a corregir exámenes pendientes durante cuatro horas, preparar clases, sufrir una especie de frío que no se sabe si es interno o externo, comer un arroz y volver al aula para dar cinco horas seguidas de docencia. Y cuando digo seguidas son seguidas porque no hay tiempo que perder en medio y las explicaciones se acumulan como se acumulan las tareas y la responsabilidad. El otro día una alumna -no es lo habitual- me escribió para darme las gracias por lo que les estaba ayudando y a mí no me salió sino contestar con sinceridad: "Yo siento siempre que podría ayudaros más, que podría explicar mejor...".

Ese bucle de exigencia atroz en el que me he metido este año -unido a varios factores que me conviene no enumerar- se hace más evidente que nunca a las ocho y media de la noche, cuando ya van casi diez horas metido en el aula y acaba el segundo grupo y tengo que estar atento a las exposiciones de los alumnos, porque si ellos las han estado preparando durante semanas, qué menos que yo les preste toda la atención de la que soy capaz durante diez minutos. Así hasta que llega un momento en el que me doy cuenta de que no voy a poder levantarme. De que el cansancio físico y mental llega hasta el punto de que no sé si me voy a sostener de pie y mucho menos si voy a poder matizar los conceptos que he encontrado interesantes en la exposición.

Pero lo hago, claro. El otro día le dije claramente a la Chica Diploma que no pensaba llegar a los 50 años con vida. Luego bajé la cifra a los 45. Voy a cumplir 42 y sinceramente no tengo el reto nada claro. Quizá, ya digo, es que damos demasiadas cosas por normales: las eternas correcciones, las clases sin descanso, la responsabilidad extrema... y todo eso mientras escribes tu undécimo libro por la mañana -siete publicados, dos e-books y dos novelas inéditas, no cuento las tres traducciones con Turner, incluso la que no me pagaron-, buscas colaboraciones y cuelgas por aquí algunos lamentos.

Todo esto para poder dedicar el fin de semana a ejercer de padre, con la misma entrega, la misma responsabilidad y la misma frustración, en ocasiones, que pongo de lunes a viernes. No, igual no es normal. O sí lo es, pero tiene sus efectos secundarios: todo el día como un zombi, escasísima claridad de ideas y cuentas atrás constantes: me quedan tantas páginas para acabar el libro, me quedan tantas clases antes de llegar a Semana Santa... La vida entendida como "un día menos" sin tener muy claro un día menos para qué.

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En cuanto a entretener al niño, he de reconocer que tampoco es lo más complicado del mundo. Un fin de semana típico con él viene a ser verle correr por el pasillo imaginando que está jugando un Real Sociedad-Betis "en el Estadio de la Cerámica", oírle repetir tópicos de comentarista deportivo y repetir nombres de jugadores que a veces ni yo mismo conozco. Cuando se cansa, se sienta en el sofá y en vez de poner dibujos animados, se ve el "Ahora caigo" -repite "cinco mil, cinco mil" con las manos hacia abajo cuando así lo pide Arturo Valls- y, sobre todo, el "Pasapalabra", del que está perdidamente enamorado. Para él, Jero y Messi vienen a ser lo mismo. De vez en cuando, jugamos a que él completa un rosco con preguntas mías. A mi mujer le parecen demasiado fáciles pero lo de mi mujer con las exigencias ya es de otro nivel.

Después de "Pasapalabra" suele haber fútbol. Como este viernes no había liga, se tragó un buen trozo de un España-Serbia de balonmano femenino. A mí que me registren. "El balonmano es bonito", me dijo como excusa. Eran las diez de la noche.

El sábado toca teatro y comida en casa de los abuelos. Otro rato de fútbol en el patio exterior y de vuelta a casa, a jugar a la oca y al dominó, por si alguien dudaba de que en vez de cuatro años tiene ochenta y ocho. Sentado a la mesa, agitando sus dados y calculando qué ficha colocar a continuación, El Niño Bonito es la viva imagen de la felicidad. Adora competir. Adora ganar. Y el caso es que gana. No es la típica victoria de adultos que se dejan para que el niño no llore. No, jugamos dos veces a la oca y gana las dos. Jugamos cuatro veces al dominó y gana la mitad, dejándonos a mi madre y a mí una victoria para cada uno. Está exultante, tan exultante que no sabe ni qué hacer así que se sienta en la mesa y empieza a levantar los brazos como loco. "Tienes la suerte de tu abuelo", le digo, recordando que su abuelo, hasta arriba de morfina y a dos días de entrar en coma, aún tuvo energía para quedar con sus amigos del trabajo y desplumarles a todos jugando al póquer. Y eso que, por supuesto, ellos tampoco se dejaron.

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Estoy con la biografía de Paul McCartney. El autor es Philip Norman, el mismo que escribió la de John Lennon. Desde el principio se ve que está enamorado del personaje. Igual que es relativamente sencillo tenerle manía a McCartney y su afectación desde la distancia, debe de ser facilísimo que te fascine en las pequeñas distancias. This charming man. Por lo demás, vuelve a dar la sensación de que era el único que sabía lo que quería y el único que se lo tomaba en serio. George Harrison empezó a detestar a los Beatles desde su viaje a India de 1965, Lennon ya los detestaba desde el mismo momento en el que dejaron de ser sus Quarrymen y Ringo... en fin, Ringo pasaba por ahí y suficiente hacía con hacer de pegamento entre tanto ego.

Sin embargo, a Paul le iba la vida en ello. Para Paul, los Beatles nunca fueron una nostalgia sino un presente excitante, una promesa de futuro y por eso la gran viuda de los Beatles es él y nunca Lennon, al que probablemente ni siquiera le gustara la música. Una de las frases de las que más se arrepiente Norman es cuando afirmó a finales de los setenta que Lennon no era solamente un cuarto de los Beatles sino "que era tres cuartos". El talento de Lennon es indiscutible pero su falta de implicación también lo es. Precisamente por eso acabó tan harto de Paul, siempre queriendo hacer cosas, siempre curioseando por las zonas más "trendy" de Londres, por las exposiciones de arte, con sus novias actrices...

Lennon quería que le dejaran en paz, Paul quería gustar a todo el mundo y George directamente se largó a otro planeta mientras no dejaba de refunfuñar. Con todo, a mí la parte que me interesa de la biografía no es la de los Beatles porque esa ya me la sé, sino la posterior. La del luto que sigue llevando, el único que porta la antorcha del grupo por todos lados, incluso cuando saca un disco nuevo y nadie le pregunta por él sino por "Yesterday". También tengo cierto interés por su carrera en solitario, incluso por sus problemas con Michael Jackson, de los que tengo una vaga noción. A la vez que leo sobre Paul, en mis viajes de autobús devoro "1947", de Elisabeth Asbrink. Es tan bueno que probablemente merezca una entrada aparte.