miércoles, febrero 13, 2019

Zahara en San Sebastián



Después del concierto, nos vamos a cenar a una hamburguesería cerca de la calle Zubieta. La misma que hay en el Bulevar pero con menos gente. Es relativamente pronto y estamos contentos: nos acabamos de conocer (nosotros les acabamos de conocer a ellos, vaya) y el concierto ha estado muy bien, incluso para una sala más pensada para fiestas de Festivales de cine.

Nos sentimos cómodos. Cansados pero cómodos. Han sido unos días difíciles y desde hace un tiempo tengo la sensación de que cada tiempo libre que pasamos juntos es más una tregua que una oportunidad. Algo que apurar con una cierta dosis de angustia porque pasará: pasará esta hamburguesa, pasarán estas vistas al mar desde la quinta planta del hotel Londres, pasará el hostal de mala muerte en Quintanar y el restaurante improbable en mitad de Salas. Llegará una mañana en la que todo sean maletas y vuelta a la rutina y nos miraremos con ojos tristes mientras desayunamos pinchos de tortilla.

Pero eso será al día siguiente. De momento, queda algo de noche, no sabemos cuánto. La Chica Diploma está en modo gin-tonic y prefiere no cenar. Todo el mundo –ya lo he dicho- está encantador, como si fuéramos los amigos del colegio que se cuelan en un cumpleaños de cuarentones. Solo que no somos eso. En rigor, no somos nada. Yo soy una cuenta de Twitter y una breve biografía y la Chica Diploma, al menos de entrada, solo es mi esposa. Un chico nos mira asombrados y nos dice “¡Qué sonrisas!”, mientras él sonríe también.

Así que además de extraños, debemos de parecer felices. Igual lo somos. Doloridos pero felices, cosas de las treguas. Bárbara reparte hamburguesas y Borja nos pone al día. No es una conversación formal porque no procede, pero es una conversación interesante. Tras ciertos tanteos, volvemos al inicio, es decir, a Zahara, y yo les explico a todos cómo funciona el mundo de la música porque soy muy listo. Al poco me doy cuenta de que estoy hablando, entre otros, con el fundador de La Oreja de Van Gogh, que me mira con una increíble ternura, como si se negara a hacer de Marshall McLuhan en una película de Woody Allen.

Sospecho, en parte, que poco antes le había explicado de qué iba el fútbol a un ex futbolista, pero en esto puede que me equivoque.

En fin, que al poco rato –muy poco, de hecho- la Chica Diploma ya es algo más que una acompañante y se revela como una de las mejores fisioterapeutas de suelo pélvico de este país y de alguna manera se percibe en la mesa algo parecido a la admiración . En cuanto a mí, tiene que haber quedado claro que soy un pedante. Un pedante tímido y sonriente, así que algo es algo, pero poco más. El que le enseña política al político, música al músico y deporte al deportista. “Tu cara me suena de haberte visto muchas veces”, dijo Bárbara en el Bataplán, cuando nos presentaron, y tenía razón. Nos hemos visto muchas veces. Si me pudiera definir de alguna manera sería así: “Ya sabes, ese chico al que has visto muchas veces y que nadie tiene bien claro quién es”. Salvo sus alumnos, y no siempre.

Al despedirnos, prometemos vernos al día siguiente pero el día siguiente siempre maneja reglas extrañas y todo acaba un poco en nada, en poco más que una nueva promesa. Le pregunto si se lo ha pasado bien, si ha merecido la pena, si no le he arruinado su fin de semana de Reyes con mis quejas de hipocondríaco y ella, paciente, me contesta que sí, que se lo ha pasado genial e insiste en lo guapa que es Bárbara porque creo que se ha enamorado de ella –todos nos hemos enamorado de ella en algún momento, así que tampoco podemos culparla- y repasamos cada momento mágico de la noche anterior como si tuviéramos veinte años y nos despertáramos de resaca.

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De entre las múltiples maravillas que esconde “Slouching towards Bethlehem”, de Joan Didion, hay un artículo sobre el respeto a uno mismo. La diferencia entre la gente que se respeta a sí misma y la gente que no, carne de ansiedad, angustias e inseguridades. Hay una Didion más popular, que es a la vez la más perdida, la más caótica, la más Bret Easton Ellis, si se quiere, con esas frases y esas imágenes colgando de un personaje ausente, y una Didion más dura, más seca, más intelectual borracha escribiendo a cuatro manos su último guion para Hollywood. No sé cuál me gusta más pero sí sé cuál me gustaría ser. La que se respeta a sí misma. O al menos lo intenta porque sospecho que nadie escribe un tratado sobre la necesidad de ser algo que ya es.

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Al poco de convocarse la manifestación contra la traición del gobierno socialista, el propio gobierno socialista anuncia que da marcha atrás en su proyecto. Jorge Bustos, el jefe de opinión del diario El Mundo, publica en Twitter que “ahora más que nunca es necesario ir a Colón” y alguien le hace ver algo así como que si el perro ha muerto, igual es tontería luchar contra la rabia. “Da igual”, insiste, “el error es no haber convocado elecciones desde el principio”. Puedo estar de acuerdo con Bustos o no, es irrelevante, pero me parece un claro ejemplo de lo que se ha vivido en España la última semana. A mí me parece estupendo que la gente se manifieste por lo que le parezca más conveniente, sea eso la defensa de la familia tradicional o la lucha sin concesiones contra ETA o la convocatoria de elecciones a ver si las ganamos. También me parece que para ese viaje no hacían falta las alforjas llenas de insultos, caras desencajadas y apelaciones a esencias pisoteadas.

Quieres elecciones y quieres ganarlas y no depende de ti y te pones nervioso. Comprensible. Que la política de Pedro Sánchez tiende a ser errática y que probablemente se haya pegado un tiro en el pie con sus torpezas está claro. Que toda esta necesidad de inundar cada decisión política de odio atávico, de “a por ellos” y de montañas nevadas, banderas al viento es algo peligroso creo que también lo está. No voy a caer en que esto sea un invento de la derecha porque no lo es ni mucho menos, pero se ve que a la derecha le sale particularmente mal, no sé por qué: se pasaron de 2005 a 2007 en la calle protestando por cada cosa que hubiera hecho Zapatero. Cien mil, doscientos mil, trescientos mil… todo para acabar perdiendo las elecciones de 2008 con cierto margen.

No creo que la historia se repita, pero que alguien no ha aprendido está bien claro.

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En el programa de Alsina, Quim Torra asegura que "la democracia está por encima de las leyes", para después matizar, "la voluntad popular está por encima de las leyes". Acaba de dar la definición de lo que es el fascismo: colocar la voluntad del pueblo, es decir, de la parte de la ciudadanía que está de acuerdo con mis ideas por encima de cualquier acuerdo que ampare, proteja o cuando menos exija un consenso con la otra parte de la ciudadanía.