jueves, enero 03, 2019

Tiempo después



Es Año Nuevo y la Chica Diploma y yo decidimos ir a Plenilunio a ver una película mientras el Niño Bonito se queda jugando con los abuelos. Es algo así como una tradición, o eso creemos. Tenemos problemas con la memoria. La Nochevieja fue tranquila, como no puede ser de otra manera: televisión, ironía, aguantar y a la cama. En cuanto a 2019 lo único que puedo decir es que me da un poco de pena, tan solo, tan poco especial, tan continuación de lo mismo.

La película que elegimos es "Tiempo después" y no nos gusta. Hacemos todos los esfuerzos porque nos guste pero no lo conseguimos. No somos los únicos y se forma en la sala una amarga hermandad de huerfanitos. Hay dos opciones: o es Cuerda o somos nosotros y nosotros, al fin y al cabo, estamos ahí por Cuerda, así que ninguna solución es apetecible. Puede que alguien en algún momento se haya reído con algo, pero nadie lo recuerda ya. De despedida suena una canción excesivamente ronca, como también pasada de tuerca.

Hay en la película tal cantidad de guiños a "Amanece que no es poco" y a sus dos otras comedias surrealistas agrarias -"Total" y "Así en el cielo como en la tierra"- que hay algo de verse a uno de joven o, más bien, de verse intentando ser joven de nuevo cuando ya es imposible. No sirve de nada que Dani repita que el alcalde "se toca las pelotas" con acento de Gabino Diego o que un vecino -un parado en esta versión- interrumpa una asamblea para cantar la historia de la roca y el hombre pobre. No sirve de nada casi nada porque la película, como tal, está condenada. No funciona. No está dirigida a nadie. Es un monólogo de Cuerda mediante decenas de voces.

¿Y no era así "Amanece que no es poco"? Sí, supongo que sí. Lo supongo pero no lo creo, ojo. Lo que creo es que los personajes -no los actores, los personajes- de la primera eran más sólidos y más interesantes, pero también reconozco que puede que sea yo el decadente y que sean mis ojos los que han envejecido y ya no capten la sutileza de determinadas ironías. Dejémoslo, pues, en que es una broma privada. No ya Cuerda monologando sino Cuerda y sus amigos, sus fans en buena medida, disfrazándose y jugando. Pasándoselo bien y que digan lo que digan. Así, me cuadra más y me siento mejor hablando de la película con tan poco entusiasmo.

Porque en realidad buena parte de los amigos de Cuerda son o han sido mis amigos y yo no deseo que les vaya mal ni que alguien venga aquí, lea en este blog que la película no me gustó y ni se plantee ir al cine el próximo fin de semana y los cines empiecen a retirarla sin hacer demasiado ruido. Pensemos, más bien, en la idea de la fiesta privada donde nadie espera nada, donde no sigues las huellas de una fiesta anterior que dicen que estuvo de maravilla y de la que en el fondo los invitados no dejan de hablar. Pensemos en la posibilidad misma de ver "Tiempo después" sin el tiempo, como el niño que, por edad, ve "El Padrino III" en el cine y solo luego se pone a ver las otras dos, las de verdad.

*

De camino a la sala pasamos por un restaurante donde anuncian lo que nos parece leer como "hamburguesa Dulceida". Edición limitada, además, no vaya a ser que puedas dejarte de sentir especial por un solo segundo tomándote un montón de pan con carne picada en un centro comercial a medio camino entre Vicálvaro y Coslada... Reconozco que hay algo que me puede resultar interesante del concepto: no es ya una hamburguesa que se come Dulceida en un vídeo de instagram ni un restaurante Dulceida en el que se venden hamburguesas. No, la hamburguesa, en sí, es Dulceida, lleva ese nombre.

Ahora bien, el problema que surge es obvio: ¿qué es Dulceida? ¿Qué hay de Dulceida más allá de sus manifestaciones? ¿Qué idea sostiene todo eso? Prefiero a Dulceida depilándose, anunciando ropa y creando hamburguesas (pero, ¿la ha creado ella?, ¿cuándo?) que a Carlos Sobera fomentando la apetitosa mezcla de ludopatía y micropréstamos, pero aun así hay algo que me supera. Algo que tiene que ver, de nuevo, con mi edad, supongo. ¿Y si Dulceida fuera el limón de la película de Cuerda? ¿Y si fuera Roberto Álamo, directamente? ¿Y si precisamente todo este nuevo mundo de imágenes huecas es lo que hace que no tenga sentido o que no nos aporte absolutamente nada una nueva crítica a un capitalismo que no existe ya en ese formato?

Me obliga, además, a preguntarme si todo esto aumenta la alienación o al contrario: Dulceida es el trabajo de Dulceida. No hay separación. El influencer es el influencer es el influencer. Instagram lleno de famosos contándonos lo bien que han dormido, quizá cobrando por ello. Me gano la vida siendo yo. ¿Qué categoría ocupa eso dentro del marxismo? No ocupo un puesto, no sigo unas reglas propias del cargo más que de manera muy superficial. Elijo -dentro de lo que es la vida- lo que hago y a veces lo que hago es un manifiesto político y a veces es una hamburguesa. Me pagan. Soy y por ser me pagan. Por ser yo. Por ser Dulceida.

Y que nadie pregunte más allá porque más allá solo hay dioses y bárbaros.

*

Antes de Nochebuena nos vemos Carmen, Bea, Álida, Eloy y yo. Creo que es Eloy y si no es Eloy no hay ningún intento de menosprecio sino pura senilidad. Pienso, por supuesto, en lo poco que nos vemos. Pienso en toda la gente que ha aparecido y desaparecido de mi vida y mi incapacidad de dejar la casa limpia en cada momento. Una especie de Síndrome de Diógenes afectivo. Aprender a querer menos, hay que aprender a querer menos. Siempre ha sido el problema y no ha dejado de serlo ni a los cuarenta. No se puede pretender querer a todo el mundo al máximo toda una vida porque en el fondo lo que estás haciendo es obligarles a ellos a que estén a tu altura. Y si lo están, igual lo están a la fuerza... y si no lo están, tú te lo vas a tomar mal. Y te vas a alejar. Y no vas a saber encontrar esa tierra media del cariño, del recuerdo, del afecto puntual, del encuentro casual, del aquí y ahora. Cada instancia será la ausencia de un imposible. Y les perderás, por supuesto, porque vivir así es morir de amor y un coñazo de aúpa.

Así que ese debería de ser el reto de 2019 y en adelante: querer menos. No en general, no a lo cínico ni a lo Schopenhauer, sino cuando querer menos sea la única manera de quererse.