martes, enero 29, 2019

¿Dónde quedará esto de VOX?


Telemadrid publica una encuesta en la que Manuela Carmena sale ganadora de las elecciones municipales en Madrid pero se da por hecho que gobernará Begoña Villacís pactando con el PP y VOX. No voy a decir que sea improbable, ni mucho menos, pero me parece dar por hechas demasiadas cosas. De acuerdo que la alcaldía de Madrid es un caramelo muy apetitoso, pero habrá que ver hasta dónde llega la doctrina Valls -no es lo mismo que no te importe que VOX vote lo mismo que tú, aunque sea en una investidura, que negociar activamente con el partido de Abascal su apoyo directo- o qué sentido tiene que un partido que se ha ufanado durante años de ondear la bandera europea en cada manifestación anti-nacionalista se dedique ahora a pactar con los amigos de Le Pen, Farage y Salvini.

Eso no es todo, porque al fin y al cabo, el PP podría sacar un voto más que Villacís y encargarse ellos del posible acuerdo. Entonces, ahora sí, la situación sería la misma que en Andalucía. Ahora bien, ¿hasta dónde va a llegar la paciencia de VOX, este hacer de muleta sin más, con un punto de bravuconería que acaba quedando en nada con tal de que "no gobierne la izquierda"? Digo yo que todo esto de "la derecha sin complejos" y tal servirá para algo más que para acabar haciendo de Izquierda Unida. Más que nada porque ya sabemos cómo acaba todo lo que imita a Izquierda Unida y los ejemplos están muy recientes.

En cualquier caso, temo unos resultados escandalosos de VOX. En la encuesta de Telemadrid ya supera al PSOE en la capital y no me extrañaría que estuviera más cerca del PP y de Ciudadanos de lo que se dice. Esto fue antes del despiporre de Errejón y compañía, al fin  y al cabo. Cuando la gente compara a Podemos con VOX como ejemplos de extremos anticonstitucionalistas creo que como mucho aciertan a medias (y de ahí mi temor). Hemos oído durante años a dirigentes de Podemos decir barbaridades. No se ha salvado ni uno. Ahora bien, prácticamente todos las han matizado, han rectificado y en cualquier caso, al alcanzar el poder, se han limitado a seguir las directrices básicas de un estado de derecho.

No es el caso de VOX. El discurso del odio a lo establecido es prácticamente el mismo, pero la solución es mucho más enérgica. Ni sonrisas ni gilipolleces. Volver a Don Pelayo y exaltar la Semana Santa y el Cristo Redentor. El problema no es solo ese porque, insisto, en los principios se dicen muchas tonterías. El problema es la incapacidad absoluta de rectificar el camino, el empeño por insistir en discursos basados a menudo en datos falsos o concepciones de la sociedad claramente intolerantes. Puede que el poder les cambie -el jefe es Abascal y Abascal no deja de ser un político de toda la vida que se sabe todos los trucos- pero lo que está claro es que van a alcanzar ese poder tarde o temprano. Como lo alcanzó Podemos. Veremos qué uso hacen de él. Viendo lo visto en el PP, el único que puede evitar una deriva fatal es Ciudadanos y no es poca responsabilidad ni, llegado el caso, poco sacrificio.

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Las tardes de autobús las dedico a "Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos", la biografía de Carrère sobre Philip K. Dick que se ha decidido a publicar Anagrama en español 25 años después de su publicación original en francés. Es un libro delicioso y ahí está ya el Carrère de las décadas posteriores: el escritor claro, ameno, que entra y sale del libro según le apetece y del que es complicado saber exactamente qué opina de lo que está contando. Dick le fascina, es obvio, pero no está nada claro que siquiera le guste como escritor. En un momento dado, de hecho, califica su escritura como "mediocre".

Por lo demás, efectivamente, Dick es fascinante. Un producto de su época. Una especie de gnóstico pasado por las anfetaminas y los trastornos psíquicos. Un hombre demasiado preocupado por sí mismo, hasta cierto punto un cartesiano. A mí, todo el libro me recuerda a mi padre. O me recuerda, más bien, a todas las conversaciones que no tuve con mi padre. Por ejemplo, qué le parecía Philip K. Dick, del que tenía casi toda su obra. ¿Por qué no fui capaz de pedirle personalmente "Ubik" y tuve que llevármelo de su biblioteca una vez muerto? ¿Por qué la comunicación se dio tan por imposible que hasta una pequeña charla sobre ciencia ficción, donde él podía lucirse y sentirse cómodo, se nos hacía un mundo?

Una vez le pregunté por la física cuántica, por Einstein y por Heisenberg. Se le iluminaron los ojos. A mi padre le gustaba sentirse útil y le gustaba que le admiraran. Creo que hubo un momento en el que también eso lo dio por imposible pero sí, había un ego detrás de esos ojos tristes y era un ego enorme. Algo vapuleado, pero no extinguido. No recuerdo la respuesta. Bueno, recuerdo parte de la respuesta pero sobre todo recuerdo la vaguedad de la misma, algo entre la condescendencia y el desconocimiento, Probablemente hubiera bebido. Probablemente, una vez pasado el entusiasmo inicial, la cuestión en sí le diera bastante igual. Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, o algo así, no sé si me entienden.

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Conocí a Pedro Letai una mañana de domingo junto a Manuel Jabois y Ana. Habían quedado con él y yo me acerqué a unirme al aperitivo. Parecía un tipo amable que dijo conocerme y leerme. Ahora, al parecer, se ha descubierto que se dedicaba a plagiar a medio Twitter, a Loriga y a Jabois. No me importaría que me hubiera plagiado a mí alguna cosa también. Ya que a mí no me van a publicar nada que al menos se lo publiquen a Letai. De hecho, lo agradecería, porque si de verdad me conocía -cosa que dudo- y de verdad se ha dedicado a hacer un extenso copia-pega, no estar ni en la selección sería un fracaso definitivo.

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Viernes de "Call me by your name" en Filmin. Preciosa. Con esa mezcla de Ivory y Rohmer que tan bien funciona siempre. Una historia de amor devastadora entre citas de Heráclito. Un poco larga, quizá, puede que a propósito para evitar el melodrama. Chicos y chicas guapas, de todas las edades, en parajes formidables. Vida de chateau, que diría aquel. Un rato bien empleado.

lunes, enero 21, 2019

¡"La Venda" a Eurovisión!



Tras un fin de semana espantoso, decidimos poner la gala que mezcla OT y Eurovisión en TVE para ver si mejoran las cosas. Así estamos. Buena parte de la culpa la tienen los tuits de "El Mundo Today" al respecto y la sensación extendida de que aquello está siendo un desastre. Nos da tiempo a escuchar pocas canciones pero, efectivamente, son todas de un nivel muy bajo, como si el pasotismo de "la rueda" se hubiera colado también en "prime time". De las cuatro o cinco canciones que oigo, me llama la atención una que se llama "La venda" y que interpreta Miki. Miki es guapete, dice la Chica Diploma, y tiene un carisma extraño. Cuando participaba en el concurso, las ovaciones eran constantes; ayer, más de lo mismo.

Vamos en cualquier caso con la canción: la puesta en escena es mejorable, pero, en fin, demos esa batalla por perdida. El chico lo hace bien, es decir, transmite el entusiasmo que se supone que tiene que transmitir. Ahora bien, la canción es de párvulos y hay ahí algo que me intriga: en algún momento, alguien de TVE o de la productora se ha puesto en contacto con La Pegatina y les ha dicho que tienen que presentar una canción que se va a escuchar un domingo por la noche, ante millones de espectadores, como parte de un fenómeno de masas y con la posibilidad de ser escuchada después por media Europa. Uno puede imaginar que ahí es donde uno saca lo mejor de sí mismo, donde se encierra a escribir "la canción", la que le consagre a uno como músico y compositor.

Y no. La canción es una más dentro de un montón de canciones indiferenciables. Pegadiza, por supuesto, pero como cuando yo le canto canciones a mi hijo de cuatro años con una melodía medio inventada y una letra que rima y punto. Se cayó la venda. Tengo la sensación de que es la centésima canción casi idéntica que han compuesto así. Sin embargo, la reacción del público es abrumadora: "¡La Venda a Eurovisión!", gritan como locos, mientras todo el jurado y el presentador y el compositor insisten en que es una canción de la hostia, interpretada como solo un genio lo haría y que le augura un futuro deslumbrante en el mundo de la industria. Lo que repiten después de cada actuación de todos y cada uno de los aspirantes, por otro lado.

Me asombra tanto conformismo, no puedo evitarlo. Y, ojo, insisto en que esa canción o cualquier otra de ese estilo puede estar bien para una pachanga y para disfrutar y supongo que Eurovisión es eso, pero si siempre se ha criticado -injustamente-al pop por su simplicidad, es desolador pensar que esa simplicidad es Beethoven para los nuevos autores. O, simplemente, que yo me he hecho muy mayor.

NOTA: Escribí esto antes de saber que, de hecho, "La venda" representaría a España en Eurovisión, lo que confirma la segunda hipótesis: estoy demasiado mayor para nada que no sea leer biografías de Paul McCartney.

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Como no todo es telebasura, intentamos ver también "La muerte de Stalin" en Filmin, que tan buenas críticas tuvo en su momento. Tampoco conseguimos acertar. La primera media hora está bien, justo la que da nombre a la película y trata, cómicamente, el momento de la muerte del genocida. El mero hecho de que toda la cúpula de la Unión Soviética hable en inglés y que Steve Buscemi haga de Kruschev con su cerrado acento americano ya provoca risas. El problema es que, como comedia, es demasiado exigente. Uno tiene que saber exactamente quién era Beria, quién Molotov, quién Malenkov y así sucesivamente para que las bromas internas tengan gracia. De lo contrario, se pierden.

Tampoco ayuda el hecho de que la segunda parte, la que trata sobre la sucesión y que de alguna manera pretende tener un trasfondo histórico sea tal despropósito. Centrada principalmente en la figura de Beria, dicha segunda parte no aporta un solo dato histórico veraz. El relato se aleja muchísimo de lo que pasó y no sé si tiene sentido tratar las traiciones del poliburó postestalinista de una manera apresurada, falsa y además inverosímil. Beria fue purgado, por supuesto, y hay ahí una enorme ironía, pero no fue linchado en medio de una reunión del Comité Central. No veo la necesidad de inventarse dicho linchamiento si no existió.

En definitiva, si quieres reírte tienes que partir de unos conocimientos algo más que básicos -salvo los primeros diez minutos, excelsos- de Historia y si quieres aprender algo de Historia, fácil no te lo ponen.

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La muerte de un niño: no sé qué tratamiento deben tener las tragedias infantiles en televisión. Quizá una mención para alertar sobre posibles peligros. Quizá un seguiiento esperanzado durante las primeras horas. En ningún caso, una cobertura creciente conforme disminuyen las posibilidades de que la tragedia tenga un inesperado final feliz. Si dicho final feliz ha de llegar que sea por sorpresa, algo así como "¿Se acuerdan de aquel niño que... pues ha aparecido vivo?". De lo contrario, se trata de un espectáculo del morbo más bajo que deja todo lo de Alcácer a la altura de un premio Pultizer.

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Aprobar oposiciones no es fácil. Según la oposición de la que se trate puede no ser demasiado complicado, pero fácil, fácil no es. Por eso las hacen. Ahora, el problema llega cuando a uno no solo le piden que haga un trabajo que no le gusta sino que encima pretenden que se deje la vida intentando acceder a un trabajo que no le gusta. Depende de la persona puede ser una exigencia poco realista y en mi caso directamente es un disparate.

El asunto, por tanto, es qué me gusta y eso no ha estado nunca demasiado claro. En el instituto me planteé estudiar psicología, publicidad o políticas aunque la solución más obvia habría sido periodismo. Si no estudié esa carrera fue por una pura cuestión de ego: mi objetivo vital no era escribir sobre otros sino que otros escribieran sobre mí. Más de veinte años después de tan estupenda decisión hemos llegado a esta especie de punto medio o de exceso absoluto, no sé muy bien qué pensar: yo, escribiendo sobre mí continuamente.

Por otro lado, maticemos, de paso, algo que dije el otro día: 1) alguien puede pensar que si digo que la industria editorial es un mundo infecto es porque no me ha ido (no me está yendo) bien. Es cierto. Sour grapes. Las palabras de un resentido. Ahora bien: 2) la industria editorial, conmigo o sin mí, es un mundo infecto, lleno de chapuzas, promesas incumplidas, trato indigno a los autores y comportamientos que bordean el delito. De ahí, el inmenso dolor compartido que ha causado la muerte de Claudio. 

lunes, enero 14, 2019

Cuando Isa se convirtió en Díaz Ayuso


Mi problema con la candidata Díaz Ayuso es que siempre la veré como Isa. Cuando alguien llega a tu vida de determinada manera y se ubica ahí una temporada, es complicado ver más allá. Isa apareció en 2004 y estuvo de forma más o menos constante hasta 2006. No recuerdo si luego desapareció ella o desaparecí yo o los dos hicimos una educada bomba de humo. Por lo demás, todo lo que puedo decir de Isa es bueno: nos tuvimos un gran cariño, compartimos cenas en casa de sus padres escuchando grandes éxitos de Robbie Williams y comidas en el restaurante gallego que quedaba al lado del primer piso al que se fue a vivir sola.

Hablábamos mucho. Por teléfono y por Messenger. Hablábamos de trabajo, claro, porque los dos estábamos en El Semanal Digital, el mismo medio donde colaboraba como columnista Santi Abascal, por cierto, pero también hablábamos de nosotros y nos escuchábamos. Ya por entonces, la política era su prioridad y todos nos dábamos cuenta. Tenía la ambición y la voluntad, le faltó siempre un poco de seguridad en sí misma, quizá porque en el fondo era demasiado buena persona para un mundo tan voraz. Yo, mientras, le hablaba de relatos y de chicas, de muchas chicas, de todas las "chicas Malaspina", grupo del que ella misma formó parte en más de una ocasión.

Creo que los dos nos veíamos como el hermano pequeño del otro. Isa era un desastre en muchas cosas y yo era un desastre en casi todo. Si tuviera que ponerle un adjetivo a nuestra amistad sería "bonita". Simplemente, eso. Fuimos dos excelentes huerfanitos.

El asunto es que ahora Isa ya es Díaz Ayuso y ya es candidata a presidenta de la Comunidad de Madrid, que no es poca cosa, y como tal hay que hablar de ella. Ahora bien, ya digo, me cuesta. Esta mañana ha estado en el programa de Carlos Alsina y dentro de la locuacidad Díaz Ayuso se seguía escondiendo la Isa frágil y con miedo a molestar que siempre conocí. Eso hace que su discurso sea un continuo matiz en el que nunca se sabe lo que piensa de verdad. Si soy sincero, ya cuando éramos amigos nunca quedaba muy claro lo que pensaba de verdad. Ni lo tenía claro yo ni lo tenía claro ella. Solo que entonces no importaba y en lo que a Isa respecta, sigue sin importarme y la sigo teniendo el mismo cariño y hasta cierto punto me siento orgulloso de verla ahí. Otra cosa es en lo que respecta a la candidata Díaz Ayuso. Afirmaciones del tipo "yo no valgo ni una cuarta parte de lo que valen Aguirre o Cifuentes" pueden estar bien cuando intentas hacer méritos ante Aguirre o Cifuentes, pero quedan raras cuando pretendes que la gente te vote por tu valía.

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El sábado por la noche tocó ver "Eugenio", el excelente documental sobre el cómico catalán. No sé si su vida era tan interesante pero desde luego la película consigue que parezca interesante y de eso se trata, precisamente porque el cine y la política son cosas distintas. Lo mejor, sin duda, es el ritmo de narración: el director no se apresura. Desde el principio, sabe que lo que la gente está esperando es la decadencia porque la decadencia vende. Sin embargo, no adelanta el abismo ni un solo segundo. Ahí está Eugenio cantando con su mujer, optando a Eurovisión; Eugenio en bares nocturnos tocando la guitarra; Eugenio con sus hijos; Eugenio contando sus primeros chistes...

Hay en toda esa parte una buena dosis de melancolía hacia esos años setenta siempre tan mal contados. Esos años setenta de "boites" y salas de fiestas. Con eso va tirando perfectamente, igual que con la descripción del éxito arrollador e incluso con el contaste entre su vida personal y profesional, que se intuye desde la primera frase, pero se va desarrollando con un mimo extraordinario. Así hasta el cuarto de hora final. No más: quince o veinte minutos dentro de un documental de hora y media.. Ahí sí: ahí, la segunda separación, el esoterismo, la cocaína, el desdén hacia los hijos, la depresión, la retirada del mundo del espectáculo a los 50 años. El fin de un hombre y el fin de una época al cruzar el ecuador de los noventa...

También, las enfermedades, por supuesto. El cáncer de vejiga, los problemas cardiovasculares, las insuficiencias respiratorias... Eugenio, claramente enfermo, tremendamente envejecido, en un par de fotos y un par de secuencias televisivas. No más. Eugenio, olvidándose del siguiente chiste y Eugenio intentando encontrar aire para seguir adelante mientras en su cara se avista el pánico al desmayo inmediato. Eugenio con su nieta en brazos un día antes de caer redondo en una discoteca sin que nadie sea capaz de reanimarle.

No niego que parte de mi fascinación está en el hecho de que el último Eugenio se pareciera tanto a mi padre. Los dos compartieron deterioro y los dos murieron a la misma edad. Altos, con barba, de aspecto imponente y mirada perdida. El hijo mayor, que sirve un poco de narrador de la historia, confiesa emocionado que no tuvo tiempo de llorar la muerte de su padre porque tenía una hija a la que cuidar. Puedo entenderle. Mi padre murió en abril de 2013. En septiembre, mi mujer ya estaba embarazada.

viernes, enero 11, 2019

En la muerte de Claudio López Lamadrid



No recuerdo la primera vez que vi a Claudio, pero sí recuerdo la última. Fue durante la Semana Santa de 2016, en el restaurante Miramar, frente a la bahía de San Vicente de la Barquera. Yo venía de una experiencia dolorosísima en el mundo editorial y verlo entrar en aquel sitio, con su familia, con Ángeles... me llenó de tal alegría que le di un abrazo quizá demasiado efusivo. Era la clase de persona con la que no te parabas en estatus o en cargo, simplemente te sentías tranquilo y seguro a su lado.

Lejos de mi intención hablar aquí del López Lamadrid que todos conocen. Me limitaré a hablar del que conocí yo. El de las conversaciones en Twitter acerca del Espanyol, su gran pasión aparte de la literatura. El que me dijo que su casa era la mía cuando fuera a Barcelona, el que me paseó por la Feria allá por 2015 o 2016, cuando mis libros en su grupo editorial ya habían demostrado ser un desastre. Claudio podía parecer distante en ocasiones, la típica persona con tantos pensamientos en la cabeza que nunca parece estar ahí, pero, a la vez, eso tranquilizaba porque sabías que estaría cuando hiciera falta.

Por ejemplo, al poco de enviarle "La estética del francotirador", me contestó con un largo email detallando los aciertos y los fallos de la novela y animándome a publicarla en algún lado porque merecía la pena. No todos los editores hicieron lo mismo y no todos los editores eran los responsables de uno de los dos sellos más importantes en lengua española. De alguna manera, siempre sentí que, mientras Claudio estuviera ahí vigilando, tendría alguna posibilidad. Hace apenas dos horas le decía a una buena amiga: "Si consigo escribir una buena novela, sé que Claudio al menos va a leerla".

Sé que todo esto, desde fuera, no parece mucho, pero lo es. El mundo editorial es un lugar infecto lleno de gente podrida y sin consideración. Claudio, al igual que Miguel Aguilar, mi querido editor en Debate, siempre fueron cariñosos, agradables y profesionales conmigo, perdonándome incluso mi afición al Barcelona. Con ellos no te la jugabas. Creyeron en mí como ha creído poca gente en esa industria y yo siempre tendré la sensación de haberles fallado.

Como todo editor, Claudio tuvo aciertos y errores, pero nunca se conformó. Siempre estaba buscando nuevos talentos, nuevas vías, nuevas narraciones... podría haberse aislado en su torre de marfil pero prefirió bajarse al barro de las redes sociales y el contacto directo con cualquiera cuyo talento le llamara la atención. Su muerte deja huérfana a mucha gente. Sus autores eran algo así como sus hijos, a los que a veces no dudaba en regañar en público cuando discutían entre sí. Siempre creyó en lo que hacía y cuando tenía dudas se guardaba de que nadie las descubriera.

Era un buen hombre. Conmigo fue un buen hombre, siempre. Le echaremos muchísimo de menos.

jueves, enero 03, 2019

Tiempo después



Es Año Nuevo y la Chica Diploma y yo decidimos ir a Plenilunio a ver una película mientras el Niño Bonito se queda jugando con los abuelos. Es algo así como una tradición, o eso creemos. Tenemos problemas con la memoria. La Nochevieja fue tranquila, como no puede ser de otra manera: televisión, ironía, aguantar y a la cama. En cuanto a 2019 lo único que puedo decir es que me da un poco de pena, tan solo, tan poco especial, tan continuación de lo mismo.

La película que elegimos es "Tiempo después" y no nos gusta. Hacemos todos los esfuerzos porque nos guste pero no lo conseguimos. No somos los únicos y se forma en la sala una amarga hermandad de huerfanitos. Hay dos opciones: o es Cuerda o somos nosotros y nosotros, al fin y al cabo, estamos ahí por Cuerda, así que ninguna solución es apetecible. Puede que alguien en algún momento se haya reído con algo, pero nadie lo recuerda ya. De despedida suena una canción excesivamente ronca, como también pasada de tuerca.

Hay en la película tal cantidad de guiños a "Amanece que no es poco" y a sus dos otras comedias surrealistas agrarias -"Total" y "Así en el cielo como en la tierra"- que hay algo de verse a uno de joven o, más bien, de verse intentando ser joven de nuevo cuando ya es imposible. No sirve de nada que Dani repita que el alcalde "se toca las pelotas" con acento de Gabino Diego o que un vecino -un parado en esta versión- interrumpa una asamblea para cantar la historia de la roca y el hombre pobre. No sirve de nada casi nada porque la película, como tal, está condenada. No funciona. No está dirigida a nadie. Es un monólogo de Cuerda mediante decenas de voces.

¿Y no era así "Amanece que no es poco"? Sí, supongo que sí. Lo supongo pero no lo creo, ojo. Lo que creo es que los personajes -no los actores, los personajes- de la primera eran más sólidos y más interesantes, pero también reconozco que puede que sea yo el decadente y que sean mis ojos los que han envejecido y ya no capten la sutileza de determinadas ironías. Dejémoslo, pues, en que es una broma privada. No ya Cuerda monologando sino Cuerda y sus amigos, sus fans en buena medida, disfrazándose y jugando. Pasándoselo bien y que digan lo que digan. Así, me cuadra más y me siento mejor hablando de la película con tan poco entusiasmo.

Porque en realidad buena parte de los amigos de Cuerda son o han sido mis amigos y yo no deseo que les vaya mal ni que alguien venga aquí, lea en este blog que la película no me gustó y ni se plantee ir al cine el próximo fin de semana y los cines empiecen a retirarla sin hacer demasiado ruido. Pensemos, más bien, en la idea de la fiesta privada donde nadie espera nada, donde no sigues las huellas de una fiesta anterior que dicen que estuvo de maravilla y de la que en el fondo los invitados no dejan de hablar. Pensemos en la posibilidad misma de ver "Tiempo después" sin el tiempo, como el niño que, por edad, ve "El Padrino III" en el cine y solo luego se pone a ver las otras dos, las de verdad.

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De camino a la sala pasamos por un restaurante donde anuncian lo que nos parece leer como "hamburguesa Dulceida". Edición limitada, además, no vaya a ser que puedas dejarte de sentir especial por un solo segundo tomándote un montón de pan con carne picada en un centro comercial a medio camino entre Vicálvaro y Coslada... Reconozco que hay algo que me puede resultar interesante del concepto: no es ya una hamburguesa que se come Dulceida en un vídeo de instagram ni un restaurante Dulceida en el que se venden hamburguesas. No, la hamburguesa, en sí, es Dulceida, lleva ese nombre.

Ahora bien, el problema que surge es obvio: ¿qué es Dulceida? ¿Qué hay de Dulceida más allá de sus manifestaciones? ¿Qué idea sostiene todo eso? Prefiero a Dulceida depilándose, anunciando ropa y creando hamburguesas (pero, ¿la ha creado ella?, ¿cuándo?) que a Carlos Sobera fomentando la apetitosa mezcla de ludopatía y micropréstamos, pero aun así hay algo que me supera. Algo que tiene que ver, de nuevo, con mi edad, supongo. ¿Y si Dulceida fuera el limón de la película de Cuerda? ¿Y si fuera Roberto Álamo, directamente? ¿Y si precisamente todo este nuevo mundo de imágenes huecas es lo que hace que no tenga sentido o que no nos aporte absolutamente nada una nueva crítica a un capitalismo que no existe ya en ese formato?

Me obliga, además, a preguntarme si todo esto aumenta la alienación o al contrario: Dulceida es el trabajo de Dulceida. No hay separación. El influencer es el influencer es el influencer. Instagram lleno de famosos contándonos lo bien que han dormido, quizá cobrando por ello. Me gano la vida siendo yo. ¿Qué categoría ocupa eso dentro del marxismo? No ocupo un puesto, no sigo unas reglas propias del cargo más que de manera muy superficial. Elijo -dentro de lo que es la vida- lo que hago y a veces lo que hago es un manifiesto político y a veces es una hamburguesa. Me pagan. Soy y por ser me pagan. Por ser yo. Por ser Dulceida.

Y que nadie pregunte más allá porque más allá solo hay dioses y bárbaros.

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Antes de Nochebuena nos vemos Carmen, Bea, Álida, Eloy y yo. Creo que es Eloy y si no es Eloy no hay ningún intento de menosprecio sino pura senilidad. Pienso, por supuesto, en lo poco que nos vemos. Pienso en toda la gente que ha aparecido y desaparecido de mi vida y mi incapacidad de dejar la casa limpia en cada momento. Una especie de Síndrome de Diógenes afectivo. Aprender a querer menos, hay que aprender a querer menos. Siempre ha sido el problema y no ha dejado de serlo ni a los cuarenta. No se puede pretender querer a todo el mundo al máximo toda una vida porque en el fondo lo que estás haciendo es obligarles a ellos a que estén a tu altura. Y si lo están, igual lo están a la fuerza... y si no lo están, tú te lo vas a tomar mal. Y te vas a alejar. Y no vas a saber encontrar esa tierra media del cariño, del recuerdo, del afecto puntual, del encuentro casual, del aquí y ahora. Cada instancia será la ausencia de un imposible. Y les perderás, por supuesto, porque vivir así es morir de amor y un coñazo de aúpa.

Así que ese debería de ser el reto de 2019 y en adelante: querer menos. No en general, no a lo cínico ni a lo Schopenhauer, sino cuando querer menos sea la única manera de quererse.