jueves, noviembre 22, 2018

Your innocence is treasure, your innocence is death... your innocence is all I have


Justo antes de salir a la guardería, el Niño Bonito nos pide que no le pongamos su gorro de invierno. "Hace frío", le explico, pero él sigue sin estar de acuerdo. "Las niñas juegan con él, me tapan los ojos para que no vea y me caigo". Al parecer, también hay otro niño al que el gorro le hace gracia y le gusta tirarlo a los charcos cuando llueve. Me quedo un poco bloqueado. En realidad, no es nada que uno no pueda esperar de niños de cuatro años. El otro día, esas mismas niñas y él se besaban y se abrazaban y celebraban juntos cada vez que caía un bolo en la bolera. Todas las mañanas, cuando le dejo, le están esperando para seguir achuchándole, hasta un punto que a veces él parece considerar poco decoroso.

El problema está en su reacción. En su querer no molestar. No les dice nada a las niñas porque ellas saben que eso está mal. No les dice nada a las profesoras porque entonces teme que dejen de ser sus amigas. Hay en todo este tipo de circunstancias un punto de incredulidad por su parte como si realmente no entendiera que alguien pueda hacer algo que al otro no le gusta sin pedirle perdón inmediatamente y sentirse culpable.

La culpabilidad, ese es el tema. Un sentido moral de los actos unido a una inocencia desoladora. ¿Cómo será su mundo cuando esa inocencia se rompa para siempre? Hasta ahora, todos nos movemos por códigos razonables. Códigos con lo que lo más que puede pasar es que un niño te tire el gorro al suelo cuando llueve. ¿Y cuándo lleguemos al siguiente nivel? El Niño Bonito es bonito entre otras cosas por eso, por su rectitud a menudo exagerada. A su madre y a mí nos entran ganas de liarnos a bofetadas con cualquiera que pueda molestarle pero él nunca sabría hacer algo así porque también forma parte de lo que no entiende.

A veces, pienso que sin la Chica Diploma estaríamos perdidos. No sé muy bien por qué si al fin y al cabo yo pasé por mi infancia y mi adolescencia sin apenas pisar cristales y mostrando un excelente sentido de la palabra correcta a la persona correcta para evitar líos. Ahora bien, el cálculo y la inocencia no son lo mismo. El Niño Bonito será capaz de calcular, por supuesto, pero los dilemas morales seguirán y junto a los suyos, los de su padre. La incomprensión del mal en el mundo, por decirlo de manera definitivamente naïf. De momento, ese mal le toca muy de refilón, pero, ¿cómo protegerle cuando le llegue en cascada? Y lo que es más importante, ¿cómo enseñarle a que se defienda solo?

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Sigo con las cartas entre Joseph Roth y Stefan Zweig. La paciencia de Zweig es infinita. Voy por 1934 así que Roth lleva siete años diciendo que está enfermo y a punto de morir y que por favor le mande dinero. Mientras tanto, no se ahorra ninguna lección moral. A veces, incluso acierta. Otras, francamente, no es más que un vocinglero empeñado en el "todos contra mí". Por otro lado, no deja de resultar entrañable la amabilidad con la que uno le llama al otro embobado y el otro le llama al uno borracho. Es una correspondencia que no hay por dónde cogerla y que uno no acaba de entender cómo no se da por acabada de un portazo en cualquier momento.

Ahora bien, hay veces que Roth puede incluso caerme simpático. Supongo que por los mismos motivos que Zweig: efectivamente es un borracho, efectivamente está enfermo y efectivamente está sin un duro. La persecución a los judíos ha llegado ya al punto en el que publicar y cobrar está cada vez más complicado y Roth se resiste a todo como gato panza arriba, a zarpazos. De su experiencia se deducen dos cosas hasta cierto punto compatibles: A) que los autores siempre han tendido a quejarse mucho y B) que los editores muestran una larga tradición de comportarse como miserables, razón por la cual, quizá, muchos de ellos siguen haciéndolo en nuestros días y lo ven como algo de lo más normal.

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Puedo entender que alguien piense que condenar públicamente un régimen extinto hace cuarenta y cuatro años no sea la labor fundamental de las cortes. Lo que me cuesta mucho entender es que, una vez que la cuestión llega a cortes y hay que pronunciarse al respecto, decidas abstenerte.