jueves, octubre 18, 2018

Björn Borg, John McEnroe y Manuel Jabois



En su artículo del miércoles en El País, Jabois escribe esto:

Panero dice que salió a la calle gritando: “¡Éramos tan felices!”, que es una de mis frases favoritas de todos los tiempos porque siempre tengo la sensación de haber sido feliz, nunca de serlo. Y a veces pienso que ciertas felicidades, como ciertos amores, se sabe que lo han sido con tanto retraso que uno se pasa la vida maldiciendo haber estado, no estar.

Yo también repetía "¡Éramos tan felices!" cuando era adolescente y yo tampoco sabía a qué me refería. Probablemente, Jabois y yo vimos "El desencanto" en el mismo pase de televisión, puede que en La 2 y puede que en Canal Plus. No sé, tengo la cinta de VHS por algún lado. Por supuesto, todo ese párrafo podría haber aparecido en este blog y me jugaría lo que fuera a que ha aparecido de forma casi literal varias veces porque Jabois y yo compartimos la misma estética y las mismas referencias.

La diferencia, quizá, es que yo no puedo imaginar esa frase sin la noche en el Desert con la Chica Langosta y sus amigas. Mis parrafadas ni siquiera alcohólicas pero con el inimitable tono arrastrado tan Panero, tan Michi, tan de vuelta de todo a los diecinueve años. Del mismo modo, no puedo imaginar aquella noche y aquella perorata sobre el desencanto sin escuchar de fondo el viento gélido que da inicio al "Planet Telex" de Radiohead y te transporta a su estribillo: "Everything is broken, everyone is broken", que es mi estado de ánimo habitual y supongo que, de alguna manera, lo que me hace interesante.

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Pero, interesante, ¿para quién? Cuando leo el artículo, escribo inmediatamente a Manu algo así como "me asusta hasta qué punto somos tan parecidos" y él me contesta, muy amablemente, como siempre, que yo soy su gran referente en temas de melancolía y nostalgia. No sé cómo tomármelo así que me lo tomo a bien. Sinceramente, con Jabois yo siempre he tenido una relación muy de Salieri y Mozart, aunque en realidad nunca haya visto la película y la película tampoco tenga mucho que ver con la realidad. En cualquier caso, soy uno de los referentes de Manu y eso está bien porque desde luego Manu es uno de mis referentes y es el Mozart de esta generación y eso lo llevo diciendo desde antes de que le contrataran en El Mundo, cuando se dedicaba a los Apuntes en Sucio sin más y hablaba de Massimo Ghirotto.

Supongo que todo esto confirma mi malditismo, que, estéticamente, no tiene por qué estar tan mal. El problema es que la estética se acaba colando siempre en la ética y no puedo evitar un cierto sentimiento de rabia, de injusticia. Un sentimiento que no es nuevo y del que Manu no tiene culpa alguna pero que me corroe: una especie de "¿por qué tengo que ser yo el maldito?, ¿por qué tengo que escribir yo en mi blog que no lee casi nadie que soy uno de los referentes de uno de los mejores escritores del país?, ¿por qué tengo que ir a Valdemoro a explicar el pasado simple en vez de escribir, sin más, mejor o peor, igual que Salieri componía, mejor o peor y gozaba de un cierto respeto?". En definitiva, ¿por qué demonios no existo si las palabras son casi idénticas?

La Chica Diploma no tiene muy claro que deba escribir estas cosas porque cree que a Manu le puede sentar mal pero yo sé que a Manu no le va a sentar mal porque Manu no tiene arte ni parte en esto. Manu no obliga a nadie a escribir mil veces: "Lean al gran Jabois". Manu se limita a escribir y a hacerlo como los ángeles. Yo me limito a escribir y a gritar en mi propio ágora, en mi diminuto tonel al sol: "Hey, que yo también puedo hacerlo. No tan bien, claro, pero suficiente"... y después me pongo a preparar la siguiente clase. Además, yo quiero a Manu y Manu me quiere a mí. No nos vemos, apenas conseguimos mantener conversaciones de más de diez minutos y la única vez que conseguimos quedar para hacer algo juntos -ver una película- resultó que el cine estaba cerrado. Pero nos queremos. Quizá porque un día, una madrugada, vimos a Michi Panero repetir su frase y pensamos que en el futuro podríamos intentar ser como él... sin tener muy claras las consecuencias.

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Por cierto, el artículo iba sobre la película sobre la rivalidad entre Borg y McEnroe, así que la busco en Filmin y me pongo a verla. Está bien. Quizá se queda un poco a medias: no sé si a alguien a quien no le guste el tenis le va a poder gustar la película y a la vez no sé si el verdadero amante del tenis va a pasar por alto las abundantes faltas de coherencia y de "raccord" dentro de los partidos. Por lo demás, no acabo de ver en la película rivalidad alguna porque McEnroe en todo momento parece una excusa para hablar de Borg, como el propio personaje se queja ya en los primeros diez minutos.

De McEnroe, pese a lo que le dice Peter Fleming en una secuencia, se sigue hablando incluso 35 años después de su esplendor. Todos le conocemos. Conocemos sus victorias y conocemos sobre todo su vida licenciosa y su gusto por el espectáculo. ¿Qué sabemos de Borg? Poca cosa. La película le coloca en el lugar que merece: como uno de los tres candidatos a mejor jugador de todos los tiempos junto a Roger Federer y Rod Laver. Un hombre que ganó seis Roland Garros, cinco Wimbledons consecutivos, jugó (y perdió) cuatro finales del US Open y ni siquiera se dignó a pisar Australia más de una vez y quizá porque le pillaba de paso para cualquier otra cosa.

Todo esto antes de los 25 años, porque a los 26 ya estaba (parcialmente) retirado. ¿Hasta dónde podría haber llegado de haberse tomado en serio su profesión, de no haberse quemado tanto de torneo en torneo, de haber conseguido vencer de verdad todas esas pasiones internas que le obligaban a acabar con todo, a echarse a perder en yates y discotecas hasta acabar en la bancarrota? Hay en Borg mucho de Panero y por lo tanto mucho de Jabois y mucho de mí, solo que yo, insisto, tampoco me tomo tan en serio mis obligaciones estéticas.