domingo, marzo 27, 2016

El ISIS y la muerte de Johan Cruyff



No hay relación causal en el titular sino mera acumulación. Primero, los atentados de Bruselas, la enorme brutalidad de los atentados de Bruselas y el derecho a sentirse herido, aturdido, rabioso, incluso vengativo. Un derecho del que nadie puede privarnos. Días después, un atentado en Pakistán, en un parque de Pakistán, que se lleva por delante al doble de víctimas. De nuevo, la acumulación. No es cuestión de sentirse culpables por llorar unas víctimas y no llorar otras igual que sería absurdo que se exigiese al revés. En cuanto a la prensa, el kilómetro sentimental, ya saben.

Lo que queda es la política. O los dirigentes políticos. El cortoplacismo y la miopía. Esos "su enemigo es Europa" o "su enemigo es occidente". Cierto, pero eso no es decir mucho. Su enemigo es el ser humano entendido como un ente poseedor de autonomía. Una guerra abierta contra la humanidad. Eso ya lo habíamos visto antes, pero de nuevo como Martin Niemöller no pusimos el grito en el cielo hasta que no nos tocó a nosotros. Hay que darse cuenta cuanto antes que el verdadero enemigo del ISIS es la vida. La vida allá donde más claramente aparezca. Un parque, por ejemplo. Un aeropuerto. Una estación de tren.

Ni siquiera estoy seguro de que sea una guerra religiosa salvo en una interpretación muy mística de la religión como negación de la existencia carnal, algo que Nietzsche no le afeaba precisamente al islam sino al cristianismo. No, la guerra es contra cristianos y contra judíos y contra musulmanes y contra quien se ponga en su camino. Es una guerra nihilista en el sentido estricto de la palabra: una guerra que no aspira a nada, que no hace sino propagar la nada. No tendría sentido decir que es un conflicto contra "la civilización", pues no veo yo a los miembros del Estado Islámico renunciando a la masacre en lo más diminuto, lo más pacífico.

Por nuestra parte, podemos unirnos o podemos seguir afrontando esto cada uno según le toque. Tenemos, no ya a las puertas sino en nuestro propio territorio, a sus víctimas, a los que comparten con nosotros verdugo y dolor. Me siento completamente ajeno a la logística y la organización. No entiendo de cientos, de miles ni de millones, pero algo entiendo de historia y de moral: cada familia de refugiados que se salve será como una familia de judíos rescatada de Auschwitz. Ante el horror, ellos son nuestros hermanos. Los vivos. Nuestra humanidad y por extensión la lucha de la humanidad como concepto ante la nada dependerá de darnos cuenta de que ellos también tienen un sitio en nuestro bando.

*****************

Murió Cruyff y a mí me pilló comiendo en Santander. Tenía cierta lógica: la única vez que vi a Cruyff en directo fue en El Sardinero, como entrenador, y su equipo se llevó un 5-0. Extrañas sensaciones, redundantes con el paso de los días, los elogios y los reportajes. Este tipo de muertes son como el esclavo que susurraba al oído de los césares. Si Cruyff murió, ¿qué esperanza nos cabe? Nada que no supiéramos antes, por supuesto, pero pocas veces muere un mito de dos generaciones distintas. Padres e hijos unidos en la consternación. Un mundo un poco más vacío, si me permiten el tópico.

*****************

Leí mucho. Durante las vacaciones y justo antes de las vacaciones, cuando por fin entregué la traducción que le debía a la editorial Turner. Leí, por ejemplo, a Marta Caparrós y su prometedor "Flitraciones". Marta es hermana de una amiga mía, una amiga de lo más improbable pero amiga al fin y al cabo. Con todo, afronté su libro con todos los prejuicios del mundo, temeroso de encontrarme con una novela social de jóvenes muy mal escrita, marca desgraciadamente de la casa. No fue el caso: de las cuatro historias que componen el libro, una es perfectamente prescindible, otra se lee con gusto y las otras dos podrían constituir una novela por sí mismas. Lo tienen todo. Quizá la autora -o la editorial- prefirieron optar aquí también por la acumulación pero no era necesaria. Consiguieron, al menos, evitar la redundancia.

Lo demás: la biografía de José María García y la autobiografía de Pablo Carbonell. Lo que más sorprende de la primera es su tono casi quirúrgico, la renuncia de Vicente Ferrer Molina a caer en la fascinación por el mito y a la vez la recreación casi a tiempo real del mito y su forja allá por los setenta y ochenta. Una joya, en mi opinión, como casi todo lo que sale de la editorial Córner. La acumulación de testimonios en pasado cerrado, un pasado que invita a pensar que el objeto de discusión no es un señor de setenta años que acompaña al autor en la gira de promoción sino un cadáver en ocasiones sobrecoge.

Pero sí, es cierto, ese García, el García del que habla el libro, murió hace tiempo y, con todo, lo que vino después, no fue mejor en absoluto.

Por último, ya digo, Carbonell. Un tipo interesante con una vida interesante. Conforme uno va leyendo, y es muy fácil leer el libro porque está bastante bien escrito y plagado de anécdotas, se va haciendo idea del personaje: un gilipollas. No un niño, no un excéntrico, no un genio ni un artista: un gilipollas. Un gilipollas feliz, de acuerdo, pero no concedo más. En cualquier caso, como decía al principio, un gilipollas interesante que lo cuenta todo desde una inocencia desoladora: todo fue maravilloso, todo lo que él hacía era la leche y no solo era la leche sino que los demás se lo reconocían.

En ocasiones, recuerda al José Sacristán de "El viaje a ninguna parte", narrando sus memorias al entrevistador; unas memorias que oscilan entre lo real, lo exagerado y lo directamente inventado sin que el otro pueda saber en ningún momento qué anécdota pertenece a cada grupo. Así, Carbonell. No creo que ni él ni la editorial, la maravillosa Blackie Books, quisieran otro libro. Tampoco creo que el personaje aguante un análisis a lo Ferrer Molina, así que el lector tampoco debería quejarse.

viernes, marzo 18, 2016

Martin Niemöller en la enseñanza pública



Cuando empezaron las mareas verdes, allá por 2010, me llegaron varios emails de antiguos compañeros de la Escuela Oficial de Idiomas pidiéndome solidaridad, invitándome a manifestaciones y recordándome lo mal que estaba todo. Por un momento les vi como pequeños Martin Niemöllers a los que, por fin, el sistema había atacado y ahora se defendían con uñas y dientes... después de ver pasar la situación de miles de interinos como yo durante años con absoluta indiferencia.

Sí, las medidas del último gobierno Zapatero junto a la privatización constante del gobierno Aguirre en la Comunidad de Madrid fueron un palo tremendo para los docentes y para la calidad de la enseñanza pública. No voy a negarlo. Lo que niego es que a algunos les preocupara tanto cuando no les congelaban el sueldo y eso me cabrea. Yo aprobaba un examen de oposición tras otro, meses y meses de estudio del temario y quedaba para sustituciones de uno o dos meses, hasta nueve en dos años. Por delante, a última hora, siempre aparecían "los del concurso", es decir, aquellos que habiendo demostrado menos conocimientos teóricos y prácticos, tenían más puntos de experiencia o de cursos.

Tan mal me sentó aquello que decidí olvidarme de la Escuela durante una temporada. Tras un año esperando destino, en 2011 me llamaron, ya empezado el curso, para dar clase a media jornada en Móstoles. Yo ya tenía un par de trabajos que habría tenido que dejar y desde el principio me dejaron bien claro que por mucha media jornada que fuera -pocas horas, de acuerdo, pero un salario insuficiente para tirar adelante-, no la podía compatibilizar con ningún otro trabajo docente, fuera en la administración pública o en la empresa privada.

Les dije que no. No digo que no me costara porque de hecho salí de una clase, me fui hasta Leganés a recoger el acta y solo me convencí de que no podía dejar tirados a los que me habían contratado apenas un par de meses antes en la misma ventanilla de recursos humanos. Las oposiciones eran cada dos años y perder un año de puntos tampoco era tan grave: mi nota en el examen era suficientemente buena como para pensar que en 2012 podía conseguir plaza o al menos asegurarme una interinidad que me permitiera tener un sueldo decente.

El problema fue que en 2012 no hubo oposiciones a la Escuela Oficial de Idiomas. Ni en 2013. Tampoco en 2014 ni en 2015. La siguiente convocatoria ha llegado en 2016, una excusa perfecta para que Cristina Cifuentes se apunte el tanto "de la mayor convocatoria en nueve años", como si no llevaran seis sin ofertar ninguno de los puestos que han ido cayendo por jubilación, enfermedad o fallecimiento. Seis años. De haber cogido esa oferta de Móstoles y si los siguientes años hubiera tenido la misma suerte, llevaría cinco cursos acumulando puntos. En cambio, decidí buscarme la vida y trabajar mucho, dando muchas clases a mucha gente, aprendiendo una barbaridad, haciendo cursos de formación y el largo etcétera del que no encuentra un contrato ni a tiros.

Como yo no cogí esa plaza, alguien tendrá esos puntos en esta convocatoria. Y no será poca cosa, porque sindicatos y gobierno han decidido que la experiencia suponga el 45% de la nota final, es decir, que valga lo mismo que el examen. No crean que yo estoy muy convencido de que un examen maratoniano de un solo día sea una buena medida de nada, pero, en fin, tiene su parte teórica, su parte aplicada y su parte de programación y defensa de unidad didáctica, así que digamos que, aunque estresante y sujeta al clásico mal día que puede tener cualquiera, es al menos una prueba completa.

Una prueba que no servirá. Si no has estado ya trabajando estos años en la Escuela, no servirá absolutamente de nada porque por muy bueno que seas, por muy bien que lo hagas, por mucho que estudies o por mucho talento que tengas a la hora de diseñar una clase y defender tu diseño, hay decenas de personas que parten con una ventaja insalvable. En resumen, que la convocatoria tiene el único fin de colocar a los que estaban como interinos y darles de una vez la plaza. No me parece mal, pero que no se venda como una oferta de trabajo sino como la regularización de un hecho consumado.

Por supuesto, me presentaré. Hay que intentarlo. La administración sabe lo que quiere, y en la administración he de incluir a los sindicatos por decisión suya: gente que lo deje todo y no se salga nunca de la fila. Un solo "no" y estás fuera toda la vida. El mito de la "función pública". Nadie protestará ni saldrá a la calle ni dirá que es una vergüenza que gente válida se quede fuera de la enseñanza pública y tenga que recurrir a los cuatro duros de la privada. Nadie lo dirá porque a nadie le importa. Es como aquello de José Sacristán en "El viaje a ninguna parte", ¿cómo reclama su pan el que no tiene donde le acojan?

Ahora bien, la defensa de la enseñanza pública tiene que ir más allá de lo obvio y entrar en lo profundo: en la calidad del profesorado y en la posibilidad de acceso. Si se convierte en un coto cerrado donde lo importante no es la excelencia sino la burocracia funcionarial, tenemos un problema.

domingo, marzo 06, 2016

Spotlight y El País



Una semana después del triunfo de "Spotlight" en los Oscar llega la carta abierta del director de El País, Antonio Caño, en la que viene a decir que aguantarán en papel lo que puedan y después pasarán a ser un medio digital, sin más. La noticia, en general, ha sido recibida con una mezcla de "ya era hora" y "es ley de vida". Sin embargo, nadie se ha parado a pensar en la alternativa, posiblemente porque no la hay. No hay referencia alguna de un periódico digital de calidad, rigurosidad y que mantenga lo esencial del periodismo, no ya en el formato sino en su concepción de jerarquía, calidad e información diferenciada.

Hay algunas revistas y yo tengo la suerte de colaborar y haber colaborado en algunas de ellas, pero no, no hay ningún periódico digital que no acabe cayendo en el cotilleo burdo, la agregación de contenidos, el último viral de Twitter o por qué a tal escritora le han cerrado su cuenta de Facebook. Puede que Internet haya hecho el mundo más pequeño, como se dice a menudo, pero en realidad parece más bien que lo ha convertido en un pueblo donde todos nos conocemos y cada cual habla de sus amigos y sus bares en el periódico local.

La rendición, o la previa de la rendición de El País, es una noticia devastadora. Hablamos de un medio que ha sido, con sus altos y sus bajos, la referencia durante cuarenta años de la prensa española. Un periódico con una línea editorial, un sentido de grupo, un compromiso de esfuerzo y unos mínimos de calidad, es decir, cualquier cosa menos una moneda al aire. A menudo esa línea editorial disgustaba a sus propios lectores pero siempre han tenido el coraje de mantenerla, como si quisieran dejar claro quién manda aquí. Todos los demás periódicos o bien han caído en el más puro amarillismo o en el populismo más atroz, que es el de darle al cliente siempre la razón.

Los motivos del descalabro son obvios: casi nadie compra ya el periódico en el quiosco y la publicidad ha caído en picado, no ya porque se la estén llevando los medios digitales, que no es el caso, sino porque no hay dinero, punto. Se viene apelando en los últimos años a una especie de proceso evolutivo por el cual el papel tendría que dejar paso a la pantalla casi por una cuestión de necesidad biológica. Nada más lejos de la verdad. Los cambios tecnológicos, como apunta Felipe Fernández-Armesto en su último libro nada tienen que ver con la necesidad y desde luego nada tienen que ver con el requisito evolutivo básico, esto es, que suponga una mejora para la especie, en este caso, el lector.

No, si el papel desaparece, el lector tendrá otra cosa pero no tendrá, por ejemplo, "Spotlight". No tendrá buenas historias investigadas durante meses por periodistas a los que se les paga un sueldo todos los meses por ir más allá de lo inmediato. Tendrán un teletexto ampliado. En realidad, treinta años después, los periódicos digitales son poco más que eso: noticias con colorines. Con el papel, no solo se esfuma una concepción romántica de la vida, como se quiere hacer creer, sino la condición económica de posibilidad del periodismo y, al extremo, si es que eso existe, de la literatura. Entre Oscars y EREs tiene que haber un punto medio. Esperemos que lo encuentren pronto.

************

En cuanto a "Spotlight", sí, es una muy buena película Muy básica, en ocasiones, y quizá ahí esté su encanto. Una historia contada de forma lineal, bien interpretada y donde los personajes son solo instrumentos de la narración. Es normal que no haya entre sus filas candidatos a premios y que todos converjan en el guion. Michael Keaton, por ejemplo, está soberbio, algo que no se podía decir en "Birdman", donde Iñárritu, como es su costumbre, le llevaba más allá de los límites de la sobriedad.

Por lo demás, la historia es la que es. Abusos sexuales consentidos por la jerarquía de la iglesia en la ciudad de Boston. Nada que no sepamos o que no hayamos tenido cerca. Yo mismo he defendido durante años la teoría de que si los sacerdotes abusaban de menores era porque tenían un acceso más directo, es decir, que en lo esencial nada les separaba de monitores de campamento o profesores de gimnasia con la mano larga. La teoría de las manzanas podridas. Pero, claro, estaba equivocado, porque lo esencial, como bien dice la película, no es el caso, ni siquiera la víctima concreta sino la estructura: el hecho de que si un profesor de gimnasia o un monitor de campamento comete un delito, pagará por ello mientras que un sacerdote forma parte de una organización poderosa que ocultará su conducta o al menos la silenciará.

El poder.

Lo que repulsa del abuso a menores es el acuerdo general en que los menores son débiles o al menos no tienen los mismos recursos que los adultos. El abuso de poder, en lo moral, repugna tanto como el abuso sexual en lo físico. Cuando el poder se multiplica, es decir, cuando a la condición de adulto se une la de miembro de una casta superior, el crimen se hace doblemente intolerable.

***************

Me fascina la soltura con la que Mariano Rajoy afirma una y otra vez que todo lo que tiene que ver con la política le parece una pérdida de tiempo. Sentarse a discutir, explicar un programa, buscar términos medios, intentar contentar no solo a los tuyos sino a toda la comunidad... todo eso le parece completamente accesorio y no tiene problema alguno en mostrarse incluso enfadado cuando los demás lo hacen, cuando pactan, cuando ceden en las medidas, cuando proponen incluso sabiendo que no tienen los votos.

Y es que la política tiene que ser algo más que una cuestión de quién detenta el poder. Especialmente en democracia. La manera de llegar cuenta también y tiene que ir más allá del"abuso de la aritmética" al que se refería Borges. Lo que a mí me han demostrado estos dos meses y pico desde las elecciones es que hay poca voluntad de atender las necesidades de los ciudadanos y del estado, quizá porque nadie tiene bien claro dónde empieza y dónde acaba ese estado en cuestión. En Podemos se enfadan mucho cuando les comparan con el PP, pero sí hay aquí un aire de familia, que los americanos resumen en la frase "my way or the highway".

Para Pedro Sánchez ha sido la autopista, por supuesto, pero queda el intento, igual que queda para Rivera. Un intento imperfecto, claro, pero en ningún caso una pérdida de tiempo. Perder el tiempo es decir "yo tengo 123 escaños y se tiene que hacer como yo digo" o "yo soy la gente y el cambio y mi voluntad es la suya". Muchos dicen que el acuerdo entre PSOE y Ciudadanos era solo una operación cosmética, otros aseguran que no les quedaba más remedio porque en la repetición de elecciones, PP y Podemos se los iban a comer. Ambas cosas son posibles, pero lo han intentado. Me van a permitir que valore más al que intenta algo que al que no avanza un milímetro de su punto de partida.

Y así lo haré en las próximas elecciones, por supuesto. Algo me dice que no seré el único.