domingo, enero 31, 2016

El jugador


Iba a hablar de "La gran apuesta" pero me ha dado tiempo a ver "El jugador" en el iPad mientras comía y al fin y al cabo se trata de la misma cosa: ludopatía. Yo, que sé que nunca seré un alcohólico ni un drogadicto, soy perfectamente consciente de que podría ser un ludópata a poco que me lo propusiera, lo que probablemente quiera decir que ya lo soy, solo que no ejerzo como tal.

O muy poco.

Cuando al padre de Michael Jordan le preguntaron por la afición de su hijo al juego, se limitó a contestar: "Michael no tiene un problema con el juego, tiene un problema con la competición" y luego soltó una sonrisa para quitarle hierro a todo. Un par de años después apareció tirado en un río. Su asesinato siempre estuvo envuelto en demasiadas tinieblas. Jordan dejó el baloncesto, se fue al béisbol, luego volvió al baloncesto e incluso cuando ya lo había ganado todo quiso meterse de nuevo en la ruleta, solo por el placer de la adrenalina, liderando a unos horribles Washington Wizards por los que nadie daba un duro. Y esta vez, por supuesto, ganó la banca.

Dinero fácil. Puede ser la competición, sí, pero también es el dinero. El primer caso está claro en "La gran apuesta", una buena película, aunque con la duda que siempre despiertan esos intentos de hacer un documental pero con actores, como si quisieran dejar algo de ropa en la orilla por si acaso. Millonarios que quieren ganar más millones, adictos a la cocaína que no pueden sentarse cinco minutos sin tener que comprar o vender un bono o mil bonos o treinta millones de dólares en bonos. El mundo de las cifras que no existen.

El segundo caso sería, en parte, el de "El jugador". Digo en parte porque el personaje de Mark Wahlberg, algo cargante, pretende no salirse nunca de la estética, pero los que le rodean no tienen esa coartada -ya se sabe, son coreanos, negros o gordos, gente cuya vida, a lo Scott Fitzgerald, no admite segundos actos-. El inframundo de las mafias y del rojo o el negro. Chicos de instituto que se dejan alquilar por partidos, profesores de literatura que no apuestan si es por menos de diez mil dólares.

Con todo, la mejor frase de la película es de John Goodman, y probablemente ni siquiera sea de esa película porque me parece haberla oído antes en algún otro lado: olvidarte de ser dios y limitarte a ser humano. Ni siquiera un humano suicidófilo sino un humano, sin más, al que nadie le toque las narices. Soñar con que la suerte te lleve a ganar el dinero suficiente como para decir "que te jodan" a todo el mundo. De algún modo, creo, todos soñamos eso. Que te lo pongan al alcance de la mano, que te lo vendan como posible, que te llenen la programación de entusiastas apologías del delirio, es lo que más me cabrea de todo.

Porque sí, es un delirio. Y aunque no lo fuera, aunque consiguieras ese dinero, como hicieron los bancos, como hace Mark Wahlberg y como sin duda ha debido de hacer John Goodman toda su vida, lo volverías a poner sobre la mesa.

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Por cierto, la Chica Diploma y yo salimos algo devastados de la primera película, la de los ludópatas millonarios. Confirma nuestras sospechas de que el barco va a volver a hundirse de nuevo, muy pronto. En parte es preocupante y en parte no porque estoy convencido de que la película se ha hecho para eso: para que un chico y una chica en sus treinta y pico, con un hijo y un pie fuera ya de la clase media salgan pensando que al menos sus sospechas son ciertas.

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Estuvo Montano en Madrid y nos vimos. Es el único escritor o periodista o como lo quieran llamar con quien tengo algo de trato. Nada personal, uno no siempre elige a sus afines. Montano, sin embargo, sí es una elección, o ambos somos elecciones mutuas, más bien, y no creo que sea casualidad. Los dos tenemos algo de francotiradores. Él es algo mayor que yo y a veces me ve cómo un hermano pequeño, siempre con la queja en la boca, a punto de echarse a perder... e intuyo que incluso dentro de su vitalismo nietzscheano le da algo de pena. Como Holden Caulfield intentando salvar a Phoebe del campo de centeno.

Por mi parte, yo siento que tengo a alguien a quien escuchar, alguien que será honesto porque no sabe ser de otra manera y alguien que se molestará en escucharme sin complacencias. Alguien con quien desgarrarse. La amistad no tiene por qué ser necesariamente eso; de hecho funciona mucho mejor como simulacro, pero en nuestro caso no podría ser de otra manera. Por eso, supongo, nos mojamos bajo la lluvia de un jueves tarde y acabamos aferrados a nuestras fantas de naranja, él sacando fotos a través del cristal, las gotas de lluvia cayendo poco a poco y codificando un taxi; yo, descorazonado, inmerso en una verborrea agitada, como salida de una olla-express recalentada.

Pienso en todos los años en los que pude hacer más amigos de este tipo. Amigos que la gente consideraría "útil" para un aspirante a escritor, amigos a los que recomendar o que te recomienden. Amigos justo por encima o justo por debajo del escalafón. Los años de después de la universidad o los de la madurez fingida. No es que yo no estuviera ahí, simplemente es que estaba bailando. Bailando con las chicas más guapas.

Eso tampoco quiere decir que todos los bailes tengan que tener la misma música pero al menos en los míos sonaba la que a mí me gustaba.

martes, enero 26, 2016

Hilo musical para la muerte de Black



"Wonderful life", a los once años, en una comida en casa de Juan Carlos Pampliega... pero no solo "Wonderful life", claro, también "Comedy", esos tiempos en los que incluso en las cintas ponían las mejores canciones al principio no fuera que te cansaras de darle al botón de "FF". Recuerdos de "The big one", "I can laugh about it now" y "You´re a big girl now". Recuerdos de radiofórmula, por supuesto, como dice Héctor Martín en Twitter, pero es que yo era un niño muy Los 40 Principales, un niño de levantarse los sábados a las nueve para apuntar los nombres de todos los que iban saliendo y compararlos con la lista AFYVE de ventas.

Black en Madrid, puede que fuera 1989, puede que fuera 1990. Yo quería ir al concierto como había ido poco antes -también con Pampliega- al de Michael Jackson en el Calderón. No pudo ser. Puede que a mi madre no le disgustara el cantante pero la idea de que un niño de doce años se plantara solo en el Palacio de los Deportes o Aqualung o donde demonios programaran a este perro verde estaba fuera de cualquier discusión.

Aquel no fue mi primer concierto en solitario, así que tuvo que ser el de Roxette en el Pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, en el invierno de 1991, junto a unas compañeras del Willoughby y la Eva Primigenia. A mí no me hacía falta fingir entusiasmo por la música para intentar conquistar a ninguna chica pero es cierto que cuando una se me metía entre ceja y ceja todas las canciones me hablaban de ella, incluso las de los Fine Young Cannibals...

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... O las de Eurythmics. Aquellas tardes de octavo de EGB cantando "It´s alright, baby´s coming back", desgastando la casete de sus grandes éxitos, uno tras otro. Un preadolescente de extremos y términos medios, como debe ser. La Eva Primigenia de excursión de fin de curso y yo esperándola en clase, ropa de verano, la esperanza en forma de canción de Paul McCartney.

Es curioso lo de los Eurythmics, en cualquier caso. Es curioso lo de Annie Lennox, para ser más exactos, porque en los ochenta Annie Lennox se codeaba con los más grandes e incluso creo recordarla cantando "I need a man" en Wembley en aquel "quién es quién" de la música pop que fueron los conciertos por África. Duetos con David Bowie, discos en solitarios con canciones tan maravillosas como "Why?" (I may be mad, I may be blind, I may be viciously unkind... but I can still read what you´re thinking) o aquella vuelta al redil en forma de "Revival", salpicada por éxitos muy puntuales como "Don´t ask me why" o, sobre todo, la excelsa "I saved the world today", que durante años se convirtió en un modo de vida.

Lennox tenía el atractivo de la androginia, una ambigüedad en la que también sabía manejarse a la perfección David Bowie, por supuesto. Quizá esa pose misteriosa fue la que le llevó a Peter Jackson, al Señor de los Anillos y al Óscar a la mejor canción. De todo esto hace ya demasiado tiempo. Tendremos que esperar a que se muera para empezar con las reivindicaciones y darnos cuenta de que era una artista descomunal. Dos artistas descomunales, porque Dave Stewart sabía estar en la sombra y sabía sacar de la nada canciones tan desesperadas como "Lily was here", solo que esta prefirió compartirla con Candy Dulfer.

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Todo era anodino, un letargo de fin de semana con el breve hiato del "Da ya think I´m sexy" de Rod Stewart y el "One way or another" de Blondie. Entonces el móvil echaba humo en forma de mensajes, señales destinadas en su mayoría a la Chica Estrella del Pop, la esquiva Chica Estrella del Pop con sus visitas esporádicas y su alejarse y acercarse como si la vida fuera un baile de Ian Brown.

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Nos llevaron a Sitges. Era el último día de enero o el primero de febrero, no lo recuerdo bien. Era un día de invierno, en cualquier caso, y todo era sol y playa y entusiasmo veinteañero. Por la mañana ya estábamos viendo el hotel. Nos alojábamos en un cinco estrellas de la Avenida de Sarriá y las noches eran plegarias no siempre atendidas. Para impresionarnos -para ayudarnos a impresionar a nuestros clientes, que al fin y al cabo eran los suyos- nos subieron al escenario de la sala de reuniones, levantaron un enorme telón y pusieron a todo volumen el pomposo "Con té, partirò", de Andrea Bocelli.

Por un momento, en medio de una burbuja de felicidad, me sentí el rey del mundo. Lo recuerdo perfectamente pero no puedo dar muchos más detalles: estábamos todos -o casi todos-, nos queríamos, éramos jóvenes, guapos y jugábamos con el talento que nos daban los dioses. Enfrente, un montón de butacas vacías y los focos solo apuntándome a mí, en lo alto, como si mi sola presencia exigiera ya un aplauso.

No era un sueño, pero lo parecía. Lo parecía. La vida, la narrativa era eso.

jueves, enero 21, 2016

Una de apuestas y amaños en el tenis



El demoledor estudio de la BBC y BuzzFeed acerca de los posibles amaños en el circuito ATP relacionados con las mafias de apuestas ha recibido en España la atención esperada: un poco de alboroto al principio y la catarata habitual de declaraciones de tenistas patrios que afirman que a ellos "ni se les han acercado".

Se han acercado a Djokovic pero no a los españoles aunque ha llegado a haber hasta quince entre los cien primeros de la ATP.

En fin, la defensa a ultranza sería anecdótica si no fuera porque BuzzFeed deja claro que la gran mayoría de los supuestos amaños se dieron en partidos que involucraban a españoles o argentinos. De eso, por supuesto, no se ha dicho nada, ni de la contundente avalancha de datos que arrincona a Martín Vasallo Argüello. El tenista, ya retirado, entregó tras su sospechosísimo partido contra Davydenko en 2007 un móvil lleno de mensajes cruzados con distintos apostadores pero jamás recibió sanción alguna, todos los focos puestos en el ruso, quien, por cierto, también se fue de rositas.

La gente pide nombres, pero dar nombres en periodismo sin tener todos los cabos bien atados cuesta mucho dinero en demandas. Y no las va a pagar la asociación de jugadores, eso seguro. Lo único que han hecho los ingleses es coger un método de análisis y establecer probabilidades; cuando un jugador aparece diecisiete veces, las alarmas se disparan, obviamente. Por ejemplo, se habla de un jugador del top 50 que siempre tiene resultados muy extraños en el primer set. En rigor, supongo que decirlo, mostrar el estudio sin más, no supondría una acusación directa, pero si no han dado el nombre -en Twitter sí se comentó, pero Twitter tiene la fiabilidad que tiene- seguro que es por algo.

Por lo demás, no es nada inesperado. Me gusta particularmente el análisis que hacen de los tipos de amaños posibles. No todo es perder o ganar. Por ejemplo, se puede ganar una pasta convenciendo a los dos jugadores que tal juego se vaya al 40-40 y ya se lo jueguen ahí. O convencer a un solo jugador de que la primera vez que se ponga 40-0 haga una doble falta. Deportivamente se pierde poco y económicamente se pueden ganar cientos de miles de dólares si las cosas se hacen bien y sin llamar demasiado la atención.

¿Qué soluciones hay a este problema? Pocas. Los jugadores han salido a decir que es que, sobre todo los menos famosos, cobran poco dinero. Las mafias siempre les van a dar más así que sería mucho más fácil acabar de una vez con las casas de apuestas, con la libertad que tienen para abrir mercados en directo, anunciarse en todos lados y fomentar una enfermedad mental, la ludopatía, que afecta a cientos de miles de españoles y a millones de personas en el mundo. Se hizo con el tabaco y con el alcohol y las calles se llenaron de Coderes. Si todo esto sirve para que alguien ponga un poco de orden, bienvenido sea.

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Un humorista llama a Mariano Rajoy haciéndose pasar por el presidente de la Generalitat. Rajoy le cree y le da cita. Luego, le dicen "no, hombre, que es broma" y se enfada, pero lo justo. Los periódicos le dedican la portada de sus ediciones digitales como si no se pudieran permitir dejar pasar ninguna estupidez por alto. Hay en esto de las llamadas de broma un punto ridículo y maleducado, especialmente cuando la víctima no es el presidente del gobierno y la burla se puede llevar más allá. Lo peor, con todo, es el análisis posterior, el leer entre líneas. La convicción, todavía instalada en el periodismo, de que en la conversación privada el presidente pudo dejar pistas que no se atrevería a dejar en público. El triunfo del entrecomillado. Es justo al contrario: en privado, Rajoy, o usted o yo mismo podemos decir la barbaridad o la mentira que nos dé la gana.. En público no nos atreveríamos, precisamente porque nos lo podría señalar alguien y podría resultar que ese alguien no fuera un bufón.

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Pedro Zuazúa le dedica en El País una columna al Compendio Deportivo que escribí para la Editorial Debate. Qué grandes recuerdos, qué trato excelente de Miguel Aguilar, de Alfonso Monteserín, de todos los que componen el grupo Penguin Random House. Nunca me habían tratado así y probablemente nunca lo hagan. Y, por otro lado, qué oportunidad perdida. Todo un gran grupo apostando por mí, las librerías llenas del verde del libro y las ventas por los suelos. "Si se venden 5000...", decía yo mientras Sonia ponía cara de no creerse lo que estaba oyendo. Y se vendieron 500, quizá alguno más pero no muchos. Con todo, mereció la pena. Mucho.

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Cuando murió mi abuela me pasé soñando con ella casi cada día durante más de un año. Generalmente, el sueño era más o menos el mismo: ella estaba confusa, en casa, como si no se hubiera enterado de lo que había pasado y yo la abrazaba y le decía: "Abuela, estás muerta, te tienes que ir, no pasa nada pero es que estás muerta..." y ella parecía entender o no y a veces se iba y otras veces, cabezota, se quedaba.

Cuando murió mi abuelo, los sueños se repitieron pero al revés: el confuso era yo. Él, de hecho apenas aparecía. Estaba yo en medio de una fiesta o una reunión y de repente me daba cuenta de que el abuelo no estaba y preguntaba y me quedaba helado, en plan "¿cómo no me habéis dicho que mi abuelo se ha muerto?, ¿cómo ha podido pasar?". Lo curioso es que, con el tiempo, he conseguido de hecho olvidar aquellos días de 2010, desde mi operación a la suya, y está todo como en una nebulosa que me acompaña incluso despierto, como si de verdad no estuviera del todo clara su muerte más allá del horrible tanatorio del Gómez Ulla y el entierro al día siguiente.

Ahora sueño con mi padre, claro, pero no son sueños demasiado precisos. Un poco de todo. A veces está muerto y a veces no. A veces nos queremos y a veces nos echamos cosas en cara. En general es un muerto bastante educado, como lo fue en vida, y yo rehuyo las discusiones de la misma manera. Lo que nadie me va a poder negar nunca es la sensación, en cada uno de los tres casos, de que cada segundo de sueño que paso con ellos lo paso efectivamente con ellos. No como una recreación o una fantasía, sino como un reencuentro.

lunes, enero 11, 2016

En la muerte de David Bowie



Mi primer recuerdo de David Bowie puede que fuera a los ocho años, aquellos conciertos de Wembley y Philadelphia organizados por Bob Geldof bajo el nombre de "Live aid", cientos de artistas consagrados dedicando sus canciones a los afectados por las hambrunas. Bowie era guapo y elegante, distinto de los demás, y por eso era mi favorito. Por supuesto, no entendía ni conocía ninguna de sus canciones, solo la versión del "Dancing in the street" que hizo junto a Mick Jagger, pero había algo fascinante en su pose, su voz, sus ojos de distintos colores.

Por lo demás, Bowie pasó algo desapercibido durante los siguientes años, los que me acercaban a la adolescencia. En 1993 sacó una canción que se llamaba "Jump, they say" y que era una maravilla... pero que apenas sonó en las radios españolas, más allá de la perseverancia de José Antonio Abellán en "Bienvenidos a la jungla". De hecho, al menos en mi entorno, Bowie fue una figura muy lateral. En Malasaña se adoraba a todos los ídolos de los últimos 60 y primeros 70: Janis Joplin, Jimi Hendrix, Lou Reed, Led Zeppelin, Jim Morrison... incluso en ocasiones a los Eagles y algunas cosas de The Who, la época de Quadrophenia sobre todo.

A Bowie solo le reivindicó Ray Loriga, robándole el título de "Heroes" para su segunda novela.

El verdadero descubrimiento, por tanto, llegó luego, con alguna escucha tardía del "Space Oddity" y sobre todo con el vídeo psicodélico de "Ashes to ashes", aún a día de hoy mi canción favorita. Para los grunges como yo, a Bowie lo teníamos encasillado en el pop. Para los aficionados al pop comercial, Bowie seguía siendo demasiado extravagante, por mucho que colara canciones junto a Roxette en la banda sonora original de "Pretty woman".

Si Bowie, ya a los cincuenta, se sentía aún cómodo en estas ambigüedades, lo desconozco. Desapareció de la escena e incluso Love of Lesbian acabó metiendo de nuevo una referencia a "Heroes" -que no es, ni de lejos, una de sus mejores canciones- en su gran éxito "Allí donde solíamos gritar". La desaparición gestó, como es habitual, una especie de olvido, pero también una curiosidad por todo lo que aquel hombre había sido. Bono, de U2, reconoció que muchos de sus personajes de las giras de los noventa bebían de la influencia de Ziggy Stardust. Tanto que en el Zoo TV Tour cantaba con Lou Reed aquel "Satellite of Love", sacado del disco "Transformer", cuyo productor fue precisamente Bowie.

¿Qué más? Bueno, el maravilloso villancico con Bing Crosby que recordaba hoy Lartaun de Azumendi en Twitter. Esa sonrisa y mirada celestial de un hombre de gustos en apariencia impuros. Ambigüedad, de nuevo. La relación de Bowie con el "glam" es insoslayable, pero cómo salió vivo de aquel infierno estético hace a su carrera aún más meritoria. A diferencia de otros músicos que mueren cuando todo estaba hecho, Bowie acababa de sacar un nuevo disco. Tenía 69 años, tres años menos que Jagger y cuatro menos que McCartney. Supongo que todos pensamos que ha muerto demasiado joven, pero si nos hubieran preguntado en los setenta -si hubiéramos estado vivos en los setenta- nos habría parecido un pronóstico incluso optimista para cualquiera de los que andaban jugando a tantas bandas tan peligrosas.

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La muerte de Bowie ha llegado una semana después de la de Andrés Lewin. Él decidió adoptar su segundo nombre, Damian, hace unos pocos meses, pero van a permitirme que le llame por el nombre por el que le conocí, el nombre que aparecía en los carteles. Casi todo lo que se puede decir de Lewin está en este artículo de Santiago Alcanda, cuyo amor por la música le lleva a todos los rincones. Apenas le traté. Creo recordar que cruzamos un par de mensajes por Facebook por aquello de que los dos habíamos ido al Ramiro, en cursos muy cercanos -Lewin era un año más joven que yo-  pero poco más. Nuestra timidez resultaba excesiva, casi incompatible.

Eso no quiere decir que yo no supiera quién era sobre el escenario: la primera vez que entré en Libertad, allá por 2007, fue para tomarme una cerveza con Luis Ramiro, por entonces ya la gran figura del circuito de cantautores. Hablamos un buen rato y le pedí un par de nombres a los que seguir. Sin dudarlo, igual que ha hecho nueve años después a pregunta de Alcanda, contestó: "Patricio y Andrés Lewin". De Patricio ya he hablado mucho porque acabó convirtiéndose en un buen amigo, con su punto de genio atormentado y perdido en las noches madrileñas. De Lewin no he hablado hasta hoy y obviamente es una injusticia ya irreparable.

Sin embargo, le veía en la banda de Luis, claro, siempre buscando sonidos distintos en su teclado y le veía, con su media sonrisa, hablando tranquilo después de los conciertos. Dejó muchos amigos, muchísimos. Morir a los 37 años es un horror se ponga uno como se ponga, pero el reconocimiento personal y profesional de estos últimos días indica que aprovechó esos años muy bien, cosa que no todos podremos decir. Yo pienso en Lewin y digo: "Era tímido, pero se veía que era buena persona". Cuando pienso en lo que los demás dirían de mí se parece mucho a esto: "Era tímido y bastante gilipollas".

De su muerte poco más se puede decir, solo queda esperar el disco póstumo que, a lo Bowie, también ha dejado listo para su publicación. Patricio y Lewin, los dos grandes talentos de su generación. Uno trabajando en una oficina de algún lugar del centro de Europa y el otro desgraciadamente muerto. Creo que de alguna manera eso dice mucho de la industria de la música en España.

lunes, enero 04, 2016

Zidanes sin Pavones



Toda la narrativa Florentino Pérez, o al menos la del primer Florentino Pérez, el empresario de éxito que venía a poner orden en las partidas de póker de Lorenzo Sanz y compañía, se apuntaló gracias al fichaje de Zinedine Zidane. No tenía tanto que ver la calidad del jugador sino la gestión del negocio: aquel mito de la servilleta en blanco en medio de una cena oficial, la mayor muestra de la fascinante seducción de Florentino en los tiempos felices del madridismo, cuando el Barcelona sin Figo y con Gaspart se hacía el harakiri cada mes y solo el Valencia de Rafa Benítez le contestaba con solvencia la liga.

Zidane no solo fue clave para la publicidad del presidente sino también para la imagen del club. Si de algo ha carecido el Real Madrid a lo largo de los años -y es una carencia que tampoco ha escandalizado a nadie ni tendría por qué hacerlo- es de un relato coherente, de una narrativa. El Barcelona, por ejemplo, necesita todo eso como respirar. Necesita entender el porqué del éxito y el porqué del fracaso, necesita al final a un matemático como Guardiola para perfeccionar el juego. El Madrid, no. En el Madrid "el estilo es ganar" y no se andan con historias. Si puede ser en el último minuto y tras remontada, mejor que mejor.

Sin embargo, hubo un intento contra natura de cambiar todo eso y ese intento lo protagonizó Jorge Valdano, por supuesto. A él se debe la famosa expresión de "Zidanes y Pavones" como modelo de club. Fichajes multimillonarios combinados con chavales de la cantera. ¿Les suena la fórmula? La retórica no fue más allá de Glasgow porque a partir de ahí todo se torció y lo que iba a ser humildad y valores se convirtió en galácticos con la llegada de Ronaldo y en cualquier otra cosa con la de Beckham un año más tarde. El absurdo llegó al punto de contratar a Michael Owen por una sola temporada porque había ganado la UEFA con el Liverpool.

No es raro que Florentino, en medio de una crisis deportiva e institucional como no se recuerda desde hace tiempo -quizá desde su último año de la primera época, aquel 2005/06 de los aplausos a Ronaldinho- se agarre a su fetiche. Porque si va a caer, al menos que sea de la mano del que le aupó a lo más alto. Agarrarse de alguna manera a la juventud, a los tiempos dorados, al esplendor en la prensa. Sin un Valdano al lado que dé literatura a las alineaciones es difícil saber por dónde va a tirar el Zidane entrenador. Se habla mucho de su calidad técnica como jugador y de esa manera de moverse por el campo como si su reino no fuera de este mundo pero se evita hablar de su mala leche y su carácter caliente, quizá por no hacerle el juego a Materazzi.

O mucho me equivoco o Zidane no ha ido ahí a pasar el rato. Si se ha decidido a dar el salto ahora, cuando los cocodrilos acechan, es por algo. No le gustaba que le vacilaran en el campo y menos le va a gustar que le vacilen en el banquillo. Si eso será suficiente es imposible saberlo. En realidad los grandes transatlánticos tampoco necesitan grandes capitanes. La única Champions que ha ganado el Madrid en los últimos trece años fue obra y gracia de Ancelotti y su "laissez faire". El Madrid necesita desmelenarse y volver a creer en lo imposible. Zidane, que estuvo en las buenas y estuvo en las muy malas, probablemente sepa encontrar el punto entre orden e instinto.

Lo que estaba claro es que Benítez no iba ni a acercarse.

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Después de repetir varias veces en campaña que no van a investir a Artur Mas como presidente, que eso, poco menos, va contra la esencia de su ideario, Baños renuncia a su acta de diputado porque no sabe cómo defender la decisión de las bases de no investir a Artur Mas como presidente. Cataluña convertida un "WTF?" continuo.

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De los Beatles también hay que quedarse con la narrativa. Es lo que tiene la gran belleza. George Martin y Paul McCartney discutiendo cómo fue la grabación de "Sgt. Pepper´s" o las casi diez horas de "Anthology" que emitió Canal Plus y resulta imposible encontrar ya por internet. La grabación del "Let it be" como gran fracaso. Tal fracaso que quedó como último disco publicado cuando llevaba listo desde 1969, cuando los cuatro se encerraron en un edificio vacío para grabar sus miserias. Las discusiones constantes, la presencia hierática de Yoko Ono, la madurez de George Harrison.

Paul, que no era precisamente un orador pero que tenía mayor instinto que John para lo concreto, definió la situación perfectamente: "Habíamos llegado a ese momento en el que si alguien tocaba mal un acorde, todo se desmoronaba, en plan mi vida es un desastre porque tú has tocado mal un acorde. Aquello no tenía sentido". Siempre he pensado que a Paul le hubiera gustado seguir en los Beatles muchos años más, que el único que lo estaba disfrutando de verdad era él, quizá junto a Ringo. John y George eran demasiado conscientes de su talento como para tirar de un carro vacío.

domingo, enero 03, 2016

El probable camino a la abstención



Todo indica que 2016 será otro año exageradamente electoral: País Vasco, Galicia, Cataluña y probablemente las generales. Para que estos dos últimos comicios no se celebrasen tendrían que pasar cosas muy raras: que Artur Mas se hiciera a un lado y dejara que otro compañero de su coalición fuera investido presidente de la Generalitat con el apoyo de la CUP... y que a nivel estatal, el PSOE decidiera abstenerse en la investidura de Rajoy, respetando un acuerdo de gobernabilidad de al menos dos años. La posibilidad de pactar con los cuatro grupos parlamentarios de Podemos más IU más ERC o PNV era un disparate desde el principio y el tiempo no ha hecho más que confirmarlo.

Lo de Cataluña va ya para más de tres meses y se ha hablado demasiado del tema. Baste con decir que no se ve cerca una solución: la repetición de elecciones no tiene pinta de que vaya a variar demasiado la relación de fuerzas. Incluso si ERC y CDC se presentaran esta vez por separado, Junqueras ganase las elecciones y contase con el voto favorable de ECP y CUP no está nada claro que Convergéncia le fuera a facilitar la investidura con su abstención. Más que nada porque para tener un presidente de ERC podrían proponerlo mañana y se ahorraban posibles sorpresas en forma de Ada Colau.

En cuanto a la repetición de las elecciones generales, para la mayoría de las formaciones sería un desastre. Para el PSOE, sin ir más lejos, tiene toda la pinta de que les llevaría al tercer puesto y, lo que es peor, les alejaría irremediablemente del PP, cuya base electoral probablemente se mantenga. Tengo la impresión de que serían unas elecciones con alta abstención, el tipo de elecciones que históricamente se han saldado con mayoría absoluta y que en estas circunstancias puede que lleve al ganador a los 150 escaños. Se dice que el voto de izquierdas es el más difícil de movilizar y movilizarlo dos veces en cuatro meses parece ciencia ficción.

En cuanto a mí, como votante, una repetición de las elecciones sería el equivalente a quedarme en casa por primera vez en mi vida o acudir para votar en blanco. Las cuatro grandes formaciones me han defraudado: Ciudadanos, demostrando que su palabra en campaña -aquel "nunca entraremos en un gobierno que no presidamos"- no vale nada, proponiendo gobiernos de coalición en los que aritméticamente al menos no son necesarios. Podemos ha decidido priorizar la armonía interna de sus confluencias y dar la misma importancia a la cuestión territorial en forma de referéndum que a las políticas sociales. Puede que la sensibilidad de Pablo Iglesias no vaya por ahí pero Pablo Iglesias controla 42 diputados. De ahí hasta 69 la cosa depende de otros.

El PSOE, por su parte, se ha encargado de confirmar que ni ellos mismos confiaban en el candidato para el que pidieron el voto hace dos semanas... y el PP ha decidido desaparecer. Esa es la forma de hacer política de Rajoy y Arriola, siempre como si la cosa no fuera con ellos. Es su responsabilidad formar gobierno y ahí andan, de vacaciones, bailando "Mi gran noche". Son la desidia personalizada... pero tienen los votos. Comerse una segunda legislatura en el gobierno con 123 escaños es una pesadilla. La repetición no les viene mal precisamente. Si Susana Díaz es inteligente, una presunción que se da demasiado por hecha, hará bien en impedirlo a toda costa.

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Es un bar de Alonso Martínez y hay una banda que hace versiones de los Beatles. Lo hacen de maravilla. No es fácil cuando son canciones que has oído miles de veces en tu vida. Estoy con Álvaro y la Chica Portada y un montón de gente a la que hacía siglos que no veía. La música sale un poco como sifón, toda por una misma línea, imposible de adivinar matices. Da igual. "Cuando dentro de 2000 años repasen lo que hizo esta gente pensarán lo mismo que pensamos nosotros de las pirámides egipcias: que los extraterrestres les han tenido que echar una mano", le digo a Álvaro, que asiente obnubilado con una copa en la mano.

Así es. De diciembre de 1965 a noviembre de 1968, menos de tres años, los Beatles publican el Rubber Soul, el Revolver, el Sergeant Pepper´s, el Magical Mystery Tour y por último, para rematar, un disco doble llamado The Beatles pero conocido como "el disco blanco". No solo es la promiscuidad, el hecho de publicar cinco discos en tres años, sino que los cinco son formidables y muy distintos entre ellos, muy por encima de lo que serán sus últimos tres discos de estudio: el Yellow Submarine, Let it Be y Abbey Road, aunque sobre este último tengo dudas.

Después, ya saben, el hartazgo y la separación. John tenía 30 años, los mismos que Ringo. Paul andaba por los 28 y George acababa de cumplir 27. Insistir en los Beatles es insistir por un camino muy trillado pero inevitable: cincuenta años después de casi todo esto, ahí sigue: el funky del "reprise" del Sgt. Pepper, el anticipo del grunge de Helter Skelter, el puro pop de Lovely Rita, la psicodelia de I am the Walrus, las armonías de Sexy Sadie o la invitación para futuras óperas rock que supone A Day in the Life, con ese "I´d love to turn you on" que casi les cuesta un disgusto.

Si no es magia, se parece. Lágrimas contenidas escuchando a Paul McCartney en Wembley, cerrando unos Juegos Olímpicos con Hey Jude. Y eso que yo he detestado Hey Jude toda mi vida.

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El Niño Bonito ha aprendido a decir "Es mío". Lo hace con rabia, cogiendo el objeto en cuestión con las dos manos y alejándolo de quien sea. Que de verdad sea suyo o no le parece totalmente irrelevante. No me escandalizo, pero sí me fascina un poco: el convencimiento de la propiedad a una edad tan temprana y el hecho de que sea una frase que en casa no ha podido oír. De hecho, la posibilidad de repetición es muy escasa: igual que hay niños que se hacen llamar "tú" porque todo el mundo se dirige a ellos de esa manera, lo normal es que el primer posesivo que aprendan sea "tuyo" y en ningún caso "mío".

Esto podría abrir puertas a muchas teorías sobre la psicología y el lenguaje pero también puede que todo sea más sencillo y se lo haya escuchado a otros niños. En la guardería no es posible: todo el mundo habla en inglés. Quizá su prima sí se lo haya dicho alguna vez y se le haya quedado en la cabeza. Es raro porque se ven poco, pero, si así sucedió, la frase se le quedó en la cabeza como una perfecta excusa para ejercer su tiranía de bebé hijo único.

No sé, la verdad. En general dice cosas muy raras, así que tampoco hay que volverse locos. Supongo que no se puede hacer ciencia de un niño que se empeña en llamar al cerdo "meme".

viernes, enero 01, 2016

Cuando cada día se hace Nochevieja, cada mañana es la última; cada mañana, la primera



No sé decir desde cuando la Nochevieja dejó de ser un momento especial y pasó a ser algo incluso tenso, al estilo de las peores Nochebuenas o comidas de Navidad. La noche en la que divertirse resultaba algo obligado hasta que llegó el momento de darle a la presión una patada en el culo. Cuando por fin me fui a vivir solo, las cenas familiares se convirtieron en cenas de amigos y las fiestas en poco más que copas caseras con charla animada. Los dos últimos años, ya con el Niño Bonito, prácticamente nada: una noche en casa -despidiéndonos de nuestra casa, de hecho- y otra noche en Torres de la Alameda con viaje de vuelta a las doce y cinco minutos para acostarnos cuanto antes.

La distancia emocional aumenta cuando ves a los otros. Esos otros que tú has sido tantas veces: chaqueta y corbata negras buscando un taxi desesperado ya de madrugada. Las macrofiestas en el Palacio de Congresos o en Palio, las chicas esquivas, la música que no tapaba los vacíos. No voy a negar que hubo años divertidos, muy divertidos, incluso, pero quedan lejos. Noches en las que ejercíamos de comisarios del muérdago y noches en las que comprobábamos con espejos en la boca que nadie estuviera muerto.

Con todo, si tuviera que especificar cuál fue mi mejor Nochevieja, diría que fue la de 2005 a 2006, por lo que tenía de adolescencia tardía y feromonas disparadas. La noche en la que B. y yo nos besamos por primera vez, envueltos en una alegría improbable. De las otras Nocheviejas recuerdo fragmentos sueltos: una vez, por ejemplo, acabamos en casa de Javier Krahe tomando el desayuno. Puede que fuera a finales de los noventa. También hubo unos años malditos: en 1998 pasé fin de año con la Chica Langosta y en 1999 desapareció prácticamente de mi vida. La siguiente Nochevieja la pasé con T. en casa de la actual directora de "Sálvame" y a los once meses acabamos nuestra relación.

Y, sin embargo, supongo, seguía la excitación, la incógnita. El que mejor ha definido esa sensación ha sido Lichis, para variar: "Cuando cada día se hace Nochevieja, cada noche es la última, cada mañana, la primera".

Al menos hasta que quedó claro que la mañana siguiente solo era eso: la siguiente.

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Porque las nocheviejas no se entienden sin su día 1 de enero, sin algo que no es exactamente resaca sino decepción o melancolía. La añoranza de lo que no pasó. Jugamos como nunca y perdimos como siempre. Días de año nuevo metido en la cama, durmiendo en casa de mi madre con las persianas bien bajadas o en casa de mi abuela, enganchado al 24 horas de los ex concursantes de Gran Hermano. Besos de McDonald´s de López de Hoyos con L. Comenzar un año debe de ser algo espectacular, excitante... salvo para los que nos gusta demasiado el deporte. Para nosotros, el año empieza el 1 de septiembre y acaba más o menos con el Tour de Francia.

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Me gustaría hacer repaso de 2015. Antes hacía unos repasos maravillosos de cada año. Todo me parecía digno de reseña, todo era nuevo. Lo que echo de menos de aquellos tiempos no es solo la juventud sin más o la vitalidad sino sobre todo la inocencia, esa capacidad de asombro que los años van quitando conforme va muriendo gente y poco a poco el "que me quede como estoy" parece una filosofía de vida más aceptable.

Sin embargo, miro atrás y veo un año algo anodino. Sí, publiqué un libro, pero pasó desapercibido. Colaboré con varios medios pero nunca tuve la sensación de completa confianza. No escribí nada de ficción, absolutamente nada, y la no ficción la dejé para este blog que ni siquiera he sabido mantener con regularidad. Pasé casi todo el año cansado o con sueño. Puede que fuera un problema de salud o puede simplemente que fuera un hijo que no duerme por las noches.

Vi a muy poca gente, a mucha menos de la que me gustaría y por momentos me sentí arrinconado por voluntad propia en la calle Clara del Rey, que no es el peor sitio para atrincherarse. No di titulares. Para alguien acostumbrado a buscar portadas en cada acto de su vida, cuesta hacerse a años así, pero no quedará más remedio. O buscamos la felicidad o buscamos la épica. "La rutina te mata", me dijo una traumatóloga reconvertida a doctora de medicina tradicional china. Tenía toda la razón del mundo, pero la ausencia total de rutina tampoco me estaba llevando a ningún lado, moderemos el dramatismo.