lunes, septiembre 19, 2016

Café Society


Woody Allen ha conseguido hacer una película en la que continuamente atardece. Una película de tonos crema y vestidos caqui, casi en la línea de "La rosa púrpura del Cairo", de nuevo la recreación de aquel Holywood de pre-guerra con el que guarda una relación amor-odio tan extraña. Es raro ver a Woody Allen después de traducir la biografía de Woody Allen. Reconocer los tics, los tópicos, las repeticiones... En ese sentido, "Café Society" no es novedosa, aunque sí agradable, muy agradable, muy cálida, como le dijo a Aguirresarobe que quería que fuera "Vicky Cristina Barcelona".

Se entienden mal los extremos de la crítica ante la película. Tanto los elogios como los ataques. En realidad, aunque hay motivos para ambas cosas, "Café Society" se mantiene en el camino intermedio de las películas "cumplidoras" de Allen, esas que le dejan a uno con un sabor dulce en la boca pero no del todo satisfecho. Una fanta de naranja. Decía John Simon, el veteranísimo crítico del New York Times, que Woody siempre parecía "a punto" de conseguir una obra maestra y al final se quedaba a las puertas. Lo achacaba a las prisas, al empeño de sacar una película cada año un poco como sea.

Algo de razón tiene, aunque primero habría que definir qué es una "obra maestra" antes de concluir que "Delitos y faltas", "Manhattan" o "Annie Hall" no están en esa categoría. Hay demasiadas películas que podrían ser obras maestras con un poco más de tiempo, un poco más de cuidado en el guion. De nuevo, hay un punto apresurado que deja demasiadas cosas en el aire. Una historia de amor, sí. ¿Y qué más? La elección de Kristen Stewart como protagonista es cuando menos discutible. No es que Jesse Eisenberg me entusiasme -no deja de recordarme a Jason Biggs en "Anything else"- pero al menos él sí parece querer estar ahí. Stewart se pasa la película al borde del bostezo y ya se sabe que los bostezos son contagiosos.

En el extremo contrario está Steve Carell. Si Allen no tuviera esa manía de no repetir casi nunca actores (hay que entender que porque no puede malpagarles dos veces) sería interesante ver a Carell en más de sus películas. Habría sido interesante verle antes, de hecho, es un actor fantástico.

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Al hilo de Steve Carrell, convendría repasar sus años en The Daily Show o Saturday Night Live. Cada cómico americano que aparece en la gran pantalla a sus cuarenta años, suele tener detrás al menos quince de trabajo a la sombra. El otro día alguien subió a Facebook una foto del día del estreno del Late Night Show de Conan O´Brien. Aparte del propio O´Brien a sus treinta años recién cumplidos, aparecen entre su grupo de guionistas dos caras conocidas y a la vez completamente irreconocibles: Louis C.K,, probablemente el monologuista más famoso de la actualidad, y Bob Odernirk, más conocido como Saul Goodman, el carismático abogado de Breaking Bad.

Por cierto, aunque no lo parezca, Carell es un año mayor que O´Brien.

Hablamos, en cualquier caso, de una cantera apasionante. Una sucesión de nombres que va desde los cómicos judíos del vodevil de las Catskills neoyorquinas (precisamente los primeros ídolos de Woody Allen, junto a Bob Hope) hasta la sucesión de formatos televisivos que han ido inundando las pantallas estadounidenses y las españolas, a menudo con su propia serie. Una historia apasionante que acabé con cuatro libros descargados en el Kindle para hacer una investigación cuando tenga tiempo, es decir, probablemente, nunca.

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Antes de ver "Café Society", la Chica Diploma y yo nos metimos a ver "Eight days a week", el documental de Ron Howard sobre los primeros años de los Beatles y sus giras por Estados Unidos. Ya que no estoy en San Sebastián, por lo menos creemos el simulacro. El documental está bien. A uno le deja perplejo el fenómeno beatlemania visto desde más de cincuenta años de distancia. No tanto en su intensidad -ahí están los Justin Bieber y One Direction de turno- sino en su variedad: la cantidad de países en los que fueron tratados como dioses.

Sigue habiendo algo en esos primeros Beatles que me desconcierta: su simpleza. Como es un documental autorizado, el tema se toca de manera muy vaga. Tan solo una referencia demoledora de John Lennon: "En aquellos días, las letras no nos importaban lo más mínimo. Todo era "yo te quiero, tú me quieres, todos nos queremos...", luego la cosa cambió". Elvis Costello apunta algo en ese mismo sentido: "Pasaron demasiado rápido del She Loves You, yeah, yeah, yeah al Was she told when she was young that pain would lead to pleasure?".

Sorprende, ya digo, que alguien pudiera escuchar algo tan elemental como I want to hold your hand y dijera "no he visto nada parecido en toda mi vida". Del mismo modo, sorprende, mucho más, que se pueda pasar de I want to hold your hand a Helter skelter en tres años, como mucho cuatro. Uno de los aciertos del documental es precisamente el retrato del frenesí, de las prisas, de la sucesión de discos. de algo que podría definirse como "la pérdida de la alegría". Hay quien les compara con Schubert y hay quien les compara con Mozart. Son comparaciones algo gratuitas pero dejan a las claras su lugar en la música popular.

Otro de los mejores momentos de la película es cuando la reina Isabel II les recibe en Buckingham Palace como miembros de la orden del imperio británico. Para entonces -1965- ellos llevan ya casi tres años ininterrumpidos de éxitos. Lo increíble es que ella ya lleva trece años en el trono.

Y ahí sigue.