lunes, enero 11, 2016

En la muerte de David Bowie



Mi primer recuerdo de David Bowie puede que fuera a los ocho años, aquellos conciertos de Wembley y Philadelphia organizados por Bob Geldof bajo el nombre de "Live aid", cientos de artistas consagrados dedicando sus canciones a los afectados por las hambrunas. Bowie era guapo y elegante, distinto de los demás, y por eso era mi favorito. Por supuesto, no entendía ni conocía ninguna de sus canciones, solo la versión del "Dancing in the street" que hizo junto a Mick Jagger, pero había algo fascinante en su pose, su voz, sus ojos de distintos colores.

Por lo demás, Bowie pasó algo desapercibido durante los siguientes años, los que me acercaban a la adolescencia. En 1993 sacó una canción que se llamaba "Jump, they say" y que era una maravilla... pero que apenas sonó en las radios españolas, más allá de la perseverancia de José Antonio Abellán en "Bienvenidos a la jungla". De hecho, al menos en mi entorno, Bowie fue una figura muy lateral. En Malasaña se adoraba a todos los ídolos de los últimos 60 y primeros 70: Janis Joplin, Jimi Hendrix, Lou Reed, Led Zeppelin, Jim Morrison... incluso en ocasiones a los Eagles y algunas cosas de The Who, la época de Quadrophenia sobre todo.

A Bowie solo le reivindicó Ray Loriga, robándole el título de "Heroes" para su segunda novela.

El verdadero descubrimiento, por tanto, llegó luego, con alguna escucha tardía del "Space Oddity" y sobre todo con el vídeo psicodélico de "Ashes to ashes", aún a día de hoy mi canción favorita. Para los grunges como yo, a Bowie lo teníamos encasillado en el pop. Para los aficionados al pop comercial, Bowie seguía siendo demasiado extravagante, por mucho que colara canciones junto a Roxette en la banda sonora original de "Pretty woman".

Si Bowie, ya a los cincuenta, se sentía aún cómodo en estas ambigüedades, lo desconozco. Desapareció de la escena e incluso Love of Lesbian acabó metiendo de nuevo una referencia a "Heroes" -que no es, ni de lejos, una de sus mejores canciones- en su gran éxito "Allí donde solíamos gritar". La desaparición gestó, como es habitual, una especie de olvido, pero también una curiosidad por todo lo que aquel hombre había sido. Bono, de U2, reconoció que muchos de sus personajes de las giras de los noventa bebían de la influencia de Ziggy Stardust. Tanto que en el Zoo TV Tour cantaba con Lou Reed aquel "Satellite of Love", sacado del disco "Transformer", cuyo productor fue precisamente Bowie.

¿Qué más? Bueno, el maravilloso villancico con Bing Crosby que recordaba hoy Lartaun de Azumendi en Twitter. Esa sonrisa y mirada celestial de un hombre de gustos en apariencia impuros. Ambigüedad, de nuevo. La relación de Bowie con el "glam" es insoslayable, pero cómo salió vivo de aquel infierno estético hace a su carrera aún más meritoria. A diferencia de otros músicos que mueren cuando todo estaba hecho, Bowie acababa de sacar un nuevo disco. Tenía 69 años, tres años menos que Jagger y cuatro menos que McCartney. Supongo que todos pensamos que ha muerto demasiado joven, pero si nos hubieran preguntado en los setenta -si hubiéramos estado vivos en los setenta- nos habría parecido un pronóstico incluso optimista para cualquiera de los que andaban jugando a tantas bandas tan peligrosas.

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La muerte de Bowie ha llegado una semana después de la de Andrés Lewin. Él decidió adoptar su segundo nombre, Damian, hace unos pocos meses, pero van a permitirme que le llame por el nombre por el que le conocí, el nombre que aparecía en los carteles. Casi todo lo que se puede decir de Lewin está en este artículo de Santiago Alcanda, cuyo amor por la música le lleva a todos los rincones. Apenas le traté. Creo recordar que cruzamos un par de mensajes por Facebook por aquello de que los dos habíamos ido al Ramiro, en cursos muy cercanos -Lewin era un año más joven que yo-  pero poco más. Nuestra timidez resultaba excesiva, casi incompatible.

Eso no quiere decir que yo no supiera quién era sobre el escenario: la primera vez que entré en Libertad, allá por 2007, fue para tomarme una cerveza con Luis Ramiro, por entonces ya la gran figura del circuito de cantautores. Hablamos un buen rato y le pedí un par de nombres a los que seguir. Sin dudarlo, igual que ha hecho nueve años después a pregunta de Alcanda, contestó: "Patricio y Andrés Lewin". De Patricio ya he hablado mucho porque acabó convirtiéndose en un buen amigo, con su punto de genio atormentado y perdido en las noches madrileñas. De Lewin no he hablado hasta hoy y obviamente es una injusticia ya irreparable.

Sin embargo, le veía en la banda de Luis, claro, siempre buscando sonidos distintos en su teclado y le veía, con su media sonrisa, hablando tranquilo después de los conciertos. Dejó muchos amigos, muchísimos. Morir a los 37 años es un horror se ponga uno como se ponga, pero el reconocimiento personal y profesional de estos últimos días indica que aprovechó esos años muy bien, cosa que no todos podremos decir. Yo pienso en Lewin y digo: "Era tímido, pero se veía que era buena persona". Cuando pienso en lo que los demás dirían de mí se parece mucho a esto: "Era tímido y bastante gilipollas".

De su muerte poco más se puede decir, solo queda esperar el disco póstumo que, a lo Bowie, también ha dejado listo para su publicación. Patricio y Lewin, los dos grandes talentos de su generación. Uno trabajando en una oficina de algún lugar del centro de Europa y el otro desgraciadamente muerto. Creo que de alguna manera eso dice mucho de la industria de la música en España.