viernes, noviembre 11, 2016

En la muerte de Leonard Cohen



Hay un momento en la vida de todo hombre en el que busca a "Suzanne" desesperadamente. Un momento de entrega, vaya. Then she takes you on her wavelength and you let the river answer that you´ve always been her lover. Quizá, después de todo, el amor no sea sino eso: obviar la reflexión y girar como un satélite. "Suzanne" en Grecia, "Suzanne" en La Elipa, "Suzanne" en todas las mujeres en torno a las que gravitaba a los quince, los dieciséis, los diecisiete años... Esas mujeres fuertes y magnéticas, ese chico con vocación de desvalido.

Leonard Cohen era muchas cosas pero supongo que, sobre todo, era mi madre. Sus cintas naranjas por los estantes con una caligrafía dudosa. Leonard Cohen por todos lados, como minas que uno intenta esquivar para seguir su propio camino. Nadie elige a los ídolos de los demás. He pasado cuarenta años de mi vida sin escuchar un disco de Frank Zappa y dudo que haya escuchado uno entero de Cohen, más allá del impacto que, a los once años, supuso verle tan serio, tan sombrero negro, tan Manhattan y Berlín en la televisión pública.

Desde esta distancia del pudor, Cohen siempre me pareció mejor letrista que Dylan o que Simon. Mejor "poeta", como se dice ahora. Un poeta romántico, por supuesto, pero también un poeta con mala leche, el poeta irónico de "Everybody knows", la banda sonora de los últimos treinta años y una canción extrañamente infravalorada. Ahí salen todos: de Gordon Gekko a Donald Trump, sin citar a nadie. El mundo que queda, el que intentamos analizar no es sino el mundo después de "Everybody knows", un mundo en el que todo está permitido, incluso el dislate.

La muerte de Cohen, como la de Bowie, llega después de la publicación de disco. Cuesta pensar en cómo se las apañaron para aguantar hasta el último momento al pie del cañón. Cohen, como Woody Allen, parecía intentar engañar a la muerte cambiando continuamente de dirección y nos hizo creer a todos que podía llegar a ser inmortal. Ni siquiera le creímos cuando nos explicó con su pausa habitual que no, que se moría, que no quedaba nada, que Marianne estaba otra vez más cerca de sus brazos. Los asteroides rugen y nosotros cerramos los ojos para que no nos golpeen.

Así nos va.

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Ganó Trump. Fue una sorpresa y no fue una sorpresa. Su triunfo sigue la lógica de este artículo, que ha pasado injustamente inadvertido. El mundo es un lugar mucho más peligroso, pero no por Trump sino por los que ahí le han colocado. Aunque ahora saliera a decir: "No, no, no, todo ha sido una broma", algo así como Richard Pryor en "El gran despilfarro", cincuenta millones de estadounidenses le exigirían la barbarie. Más que nada porque él les prometió que si él ganaba, el presidente serían ellos. La gente. Su gente. La que se define solo por oposición. Los amantes de la nada. La masa y su rebeldía.

martes, noviembre 01, 2016

La banalización del bien o por qué Donald Trump puede ganar las elecciones



Hay distintas interpretaciones sobre lo que puede ser "la banalidad del mal". En su origen, es decir, en Hannah Arendt y el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén, la frase aludía a la capacidad de cualquiera para hacer el mal como una cosa casi funcionarial, del día a día, sin necesidad de graves psicopatías. Así, Eichmann, el tímido y ordenado Eichmann, volcado en su escritorio, haciendo números y organizando el transporte de los judíos de toda Europa hacia Auschwitz, sus cámaras de gas y sus crematorios.

También podría considerarse "banalidad del mal" no ya a atribuir al mal causas o comportamientos banales, habituales, que forman parte de la vida diaria, sino a extender el adjetivo a cualquier cosa, de manera que de tanto estar en todos lados, el mal se acabe convirtiendo precisamente en algo vulgar, ordinario. Un claro ejemplo sería el "Todo es ETA" que se puso tan de moda durante tanto tiempo. Aquella barbaridad no hacía sino banalizar el terror con mayúsculas, el verdadero, el de las bombas y los tiros en la nuca y los entierros y la extorsión. Cuando todo es ETA, había que concluir, ETA acababa no siendo nada, y eso era terrible.

Sin embargo, lo que está de moda ahora es, en cierto modo, banalizar el bien. Eso, al menos, pensaba yo mientras veía la indignación institucionalizada en la investidura de Mariano Rajoy del pasado sábado. Hasta qué punto hemos hecho del bien algo tan habitual que lo hemos olvidado y ahora resulta que todo es horrible y todo es una vergüenza y todo hay que cambiarlo de arriba abajo y nada sirve... el bien se ha hecho algo tan habitual que su ausencia en cualquier aspecto de nuestra vida nos resulta intolerable.

Si se piensa, debería ser una buena noticia, pero no lo es en absoluto en el momento en el que uno se engancha al bien como si fuera un derecho inalienable, una condición "de suyo" de la naturaleza y todo lo que le aleja del mismo se convierte en objeto de rencor y odio.

En esto tiene mucho que ver la publicidad, por supuesto. Ya lo explicaba en aquel librito que publiqué en su momento sobre la acampada de Sol de 2011. La coincidencia de una serie de anuncios y de narrativas que apuntaban a la liberación absoluta del individuo mediante la consecución inmediata de sus deseos. "Tú decides", "tú puedes cambiar", "tú eres la hostia puta... y no te mereces nada menos que esto que te estoy vendiendo". Incluso el cristianismo te obligaba a esperar mil años a que el bien triunfara sobre el mal y encontraras tu recompensa. Ahora, todo es exprés.

Y como es exprés y es gratis, ha de conseguirse de inmediato y según mis propias condiciones. Ese es el populismo de hoy en día y es curioso ver cómo difiere del nacionalismo con el que a menudo -incomprensiblemente- se alía. La cultura, el entorno, la sociedad, sus leyes... como opresores del individuo. Todo, al final, es culpa de otro. Absolutamente todo. Y nada va bien, por supuesto. Todo es un horror. El mensaje cala en España, cala en Europa y está a punto de calar a lo grande en Estados Unidos, en lo que sería sin duda un momento realmente histórico de nuestra civilización, el momento en el que un hombre -Trump- no solo se erige en Mesías salvador y redentor sino que renuncia a ser líder de nada.

Porque no hay en Trump idea alguna, ni siquiera patriotismo más allá del eslogan. Su "Make America Great Again" no dice nada de América y solo pretende apelar al ego herido de cada uno de sus votantes potenciales: "Lo que TÚ podrías llegar a ser si yo gobernara este país y no esa casta podrida de Washington". En esencia es el mismo mensaje que el de Pablo Iglesias pero sin tanta matraca de lucha de clases. Precisamente por eso todos los ataques de campaña han acabado beneficiándole de alguna manera: Trump es un hombre que necesita demostrar que no le hace falta un partido detrás, que no necesita los más mínimos modales de conducta y que puede hacer con los demás -mujeres, inmigrantes, quién sea si le molesta...- lo que se le antoje. Un maverick, por decirlo en la jerga del siglo XIX.

Ese y no otro es su mensaje y eso y no otra cosa es lo que atrae a decenas de millones de estadounidenses. Esa sublimación estética de acabar votando a Patrick Bateman, convencidos de que el riesgo siempre será para los otros y nunca para ellos mismos, que son la hostia también, como los clientes de Orange. En eso estamos todos y mientras tanto, "el bien" o lo que queda del bien, es decir, un estado de razonable bienestar, unas mejoras pactadas, unos acuerdos entre iguales, una ciudadanía activa que no se divida en justos e injustos... va cayendo en el más absoluto olvido. Primero, porque demasiados lo dieron tan por hecho que se olvidaron de cuidarlo; segundo, porque los egos no entienden de consensos, solo de voluntades.

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Con todo, a mí siempre me parecía que había algo tierno en la manera en que Bisbal llamaba "Laura" a Chenoa. Todos los demás lo hacían en privado pero él lo hacía en público: siempre Laura, siempre ella, sin artificios. Me parecía una bonita manera de no poner distancia, de reconocer el vínculo a pesar de los años. La persona que es artista y no la artista que, saquemos los pañuelos, también es persona. Había ahí algo tan bonito y tan cómplice que quizá no hacía falta hacerlo público, con discursos de por medio y repeticiones de moviola. Pero no contábamos con la torpeza humana, claro. Entre las características del egomaníaco del siglo XXI está también el absoluto desprecio a mostrar cuando se puede explicar a gritos sobre un escenario.

domingo, octubre 30, 2016

Yeah, yeah, yeah!


La lectura de "Yeah! Yeah! Yeah!", de Bob Stanley, acaba siendo tan placentera como esperaba. Son más de setecientas páginas pero irremediablemente se queda corto. De entrada, el cierre en torno a finales de los noventa no deja de parecer demasiado arbitrario y aparte todos tenemos en nuestro corazón un grupo o un cantante al que Stanley ha pasado por alto o le ha dedicado demasiado poco tiempo en beneficio de otros que no nos interesan en absoluto.

Está bien, en cualquier caso. Este tipo de sistematizaciones sobre la estética requieren una cierta frialdad o corren el riesgo de salirse por completo de madre. De Stanley se agradece precisamente su falta de entusiasmo, su ausencia de juicio sumario a cada tendencia de la música pop. Uno tiene que aceptar el listado como el que acepta que el árbitro pite córner, sin tomárselo como algo personal. El repaso desde principios de los cincuenta al albor del nuevo siglo es convincente, exhaustivo y coherente, forma un relato sólido sin necesidad de excentricidades.

Otra cosa, insisto, es el lector, es decir, el oyente. El que iba a conciertos de Blur y le parecían la leche o el que echa de menos un capítulo sobre U2 que vaya más allá de la etiqueta "mesiánica" de sus primeros años. Incluso, por pedir, cientos de anexos sobre cómo cada uno de los grandes grupos evolucionó y encajó -o no encajó en absoluto- en cada uno de los movimientos señalados, de manera que yo pueda salir de dudas y entienda de una vez qué demonios pintó el maravilloso "Zooropa" en la historia de la música.

No quiere decir esto que Stanley sea un notario, sin más. No, se notan sus filias y sus fobias pero no te las impone porque entiende que ya tienes una edad y no te va a hacer mucha gracia. Su análisis de Kurt Cobain es brillante, cariñoso incluso; el del "brit pop" se me hace un poco cruel pero, claro, yo no era británico por entonces y a mí no me intentaban meter por los oídos a Oasis en cada discoteca. Por poner una última pega -todo esto no son sino matices a la excelencia- habría estado bien profundizar en el pop europeo más allá del capítulo dedicado a ABBA y las fugaces referencias a Dutronc, Hardy o Gainsbourg.

Pero, ya digo, el libro tiene setecientas páginas. Mil setecientas igual se habrían hecho un poco largas.

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Mis tíos me regalaron "En cuerpo y en lo otro", de David Foster Wallace por mi boda, es decir, hace ya más de tres años. Leer o no leer a DFW es una decisión que lleva tiempo. Demasiadas voces alrededor, demasiado ruido. Eso que el libro empieza con el famoso artículo sobre Roger Federer y la final de Wimbledon 2006, es decir, cuando todo esto no hacía casi sino empezar. Es un artículo maravilloso, por mucho que lo juzgara mal la primera vez que lo leí, por mucho que la traducción sea pésima y por mucho que se haga corto. ¿Qué podría haber hecho Wallace de haber narrado igual los tres años de rivalidad enconada con Nadal, cuatro si incluimos 2009 y la final de Australia ?

Sin embargo, todo esto más o menos me lo esperaba. No tanto el siguiente artículo, sobre la nueva narrativa juvenil estadounidense, escrito a finales de los ochenta, es decir, cuando ser joven era, básicamente, ser Bret Easton Ellis o Jay McInerney. Llama la atención el rigor, nada de estupendismos ni de guiños generacionales. Wallace se incluye en la lista pero sin aspavientos. Se lo toma en serio, que es lo que más se echa de menos entre los jóvenes autores españoles y quizá, solo quizá, lo que estaba detrás del torpe artículo de Lomana sobre "cipotudos".

Tal vez me equivoque, pero se pueden contar con los dedos de una mano los escritores actuales capaces de hacer un ensayo tan riguroso, tan bien escrito, con tan pocos artificios. Yo, desde luego, no estaría entre ellos; me da la sensación de que aquí vivimos todos demasiado rápido, como si quisiéramos vendernos todo el rato a no sé qué postor imaginario y nos inventáramos de paso las condiciones de la subasta.

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Es el pudor, no cabe duda. Algo en la realidad que da vergüenza convertir en literatura, es decir, en estética. No sé explicarlo pero siempre ha sido así. La narrativa de la Chica Langosta, de lo que nunca pudo ser, en vez de enfrentarse con el aquí y el ahora. Todo con retraso. El pudor de la felicidad, claro, porque la infelicidad es casi necesario sacudírsela de encima por completo. Por ejemplo, la Toscana, el pudor de la Toscana con la Chica Diploma y yo haciendo de Paul Simon y Carrie Fisher en Nuevo México.

Mi padre llevaba solo seis meses muerto y nuestro matrimonio solo cinco días vivo. Nos hacía gracia lo nuevo, que, a falta de papeles, eran los anillos. Como estábamos cansados -yo vivía cansado, ella estaba embarazada y no lo sabía- de vez en cuando juntábamos los anillos y apelábamos a su poder mientras hacíamos con la boca un ruido eléctrico de dibujos animados. Los anocheceres en Siena, las avispas en Florencia, los lagos suizos a la vista de una copa de vino. El tiempo detenido, como debe ser. La tregua.

Pero no, eso no es fácil contarlo, precisamente porque la Chica Diploma sigue siendo mi esposa, los anillos siguen siendo los mismos -o más o menos- y ya no hay Toscana pero hay Girona, no hay embarazo sino que hay niño, no hay el mismo cansancio pero hay un sueño atroz, de tos de madrugada. Y, claro, contarlo aquí, sin más, tiene algo de desnudarse que no es fácil asumir cuando sigues pensando que te sobran kilos por todas partes.

sábado, octubre 22, 2016

A vueltas con la prosa cipotuda


Fotomontaje que ilustra el artículo en cuestión en el diario El Español

Publica Íñigo F. Lomana en "El Español" un artículo sobre lo que él llama "la prosa cipotuda" de la gran mayoría de los columnistas de moda, todos nacidos en los setenta salvo el sorprendente  Arturo Pérez-Reverte, al que cabe entender que se le considera el padre fundador del estilo. El término apela a la profunda masculinidad de sus escritos, es decir, a un exceso de chicas, borracheras, drogas y malditismo. Entre los nombres abundantemente citados están Antonio Lucas, Juan Tallón, Manuel Jabois y Jorge Bustos.

No seré yo quien critique al que señala al emperador desnudo. En efecto, todos estos autores tienen tics que a menudo me irritan y se ha creado a su alrededor un halo incomprensible de infalibilidad que hace que puedan escribir cualquier cosa y hacerla pasar por algo parecido a la poesía, embadurnándola un poco de estética barata. Ellos lo saben, no creo que ninguno se ofenda por esto; a la mayoría los conozco desde hace años, hemos compartido cabeceras y han recibido todos los elogios que he considerado oportunos, que han sido muchos porque mucho es su talento.

El problema del artículo de Lomana es que tiene un punto de "oigo campanas pero no sé muy bien dónde". ¿Hay un exceso de masculinidad en la nueva prosa columnista española? Sí, es probable. Ahora bien, yo diría que destaca por la fragilidad de ese rol masculino, algo que no está en Reverte ni por asomo. Yo siempre imagino a Jabois -sin duda el más talentoso de todos ellos- como a Manuel Manquiña al final de Airbag, cantando "Tú tenías tanta razón..." a su esposa mientras le confiesa por teléfono que su vida es "demasiado estresante... interesante no, mujer, estresante". A mí Jabois me gana cuando habla de Massimo Ghirotto y evoca el "Éramos tan felices" de Michi Panero pero sin tanta pose. Me parece que borda ese enfoque de eterno post-adolescente.

Los demás tienen páginas horribles y frases espeluznantes, pero también tienen intuiciones geniales. Lo que me parece injusto del artículo de Lomana es que esas genialidades se obvien. Siempre he defendido que en los medios haya más columnistas "serios", ahora que el término está tan mal considerado. Columnistas que se anden menos por las ramas y que se peleen más con la realidad, a lo Savater, cuyo testigo sigue sin recoger nadie y que nunca escribe una palabra de más. Otra de las cosas que me ponen nervioso de los "estetas" es su necesidad de recurrir siempre a una cita y a dos metáforas a lo Ray Loriga en "Héroes". No porque no me guste o porque yo no lo haga, sino porque no creo que el recurso dé como para abusar tanto de él.

Lomana no menciona lo de las citas y me resulta extraño en una investigación tan minuciosa. Lo del "extremo centro" no está bien explicado y no es atribuible a todos los autores. Me suena todo demasiado a la "derecha JotDown" de Quique Peinado, un mero palo de ciego.

En cualquier caso, lo que me disgusta profundamente es ese punto "ad hominem" que impregna todo su artículo. El autor apela al fantástico "Estilo rico, estilo pobre" de Luis Magrinyà pero solo se queda con la peor parte del libro, con lo accesorio, es decir, con el cotilleo. El libro de Magrinyà es un manual maravilloso para saber cómo escribir y, sobre todo, para saber cómo no escribir. En eso estamos todos, intentando aprender. Obviamente, para ello recurre a ejemplos de autores con nombres y apellidos, pero siempre dentro de un contexto muy explicado. Magrinyà tiene sus filias y sus fobias, pero nadie puede entender su libro como un ataque personal sino como una crítica a la exageración del estilo con el fin de mejorar los libros, no necesariamente a sus autores.

No hay nada de eso en Lomana, lo suyo es un ataque sin más, una especie de burla a una serie de autores con una explicación teórica pobre, un par de chanzas sin demasiada gracia y una selección muy parcial de sus textos. No sé si es decisión suya poner sus fotos como ilustración del texto, algo que suena a ajuste de cuentas, pero desde luego no ayuda. ¿Era necesario un artículo así? Por supuesto. La cosa había ido demasiado lejos, aunque sigo pensando que el problema no es de los autores citados ni de su estilo sino de la decisión editorial de prescindir de cualquier otro tipo de narración periodística. ¿Tiene un punto demasiado amargo? Sin duda. Sea o no la intención del autor, que la desconozco, todo su artículo me parece innecesariamente agresivo y personalista. Cipotudo, en una palabra.

miércoles, octubre 19, 2016

And tonight I´m only waiting for the moon to rise



Lo bueno de los amores no correspondidos es lo que se aprende. Te conviertes en una esponja de todo lo que le gusta, todo lo que le interesa, la música que escucha, los libros que lee... Es cierto que todo eso se podría dar también en el amor correspondido pero ahí solo puedo echarle la culpa a mi indolencia y reconocer que, si me pones las cosas fáciles, tiendo a acomodarme. Aparte, los amores correspondidos dan para poca literatura y siempre he pensado que está bien así, no alarms and no surprises, please lo que supongo que me convierte en un buen marido y un buen padre pero quizá, admitámoslo, un amante algo aburrido, con los riesgos (paradójicamente) que eso conlleva.

De los amores no correspondidos, en cambio, han surgido cosas maravillosas más allá de los discos de los Panchos. Franco Battiato y Steinbeck, por ejemplo. O aquella chica que me descubrió a Belle and Sebastian hasta el punto de que acabamos yendo juntos a un concierto en Aqualung el día antes de que Al Qaeda sembrara Madrid de mochilas bomba. La música tapa huecos, esa es su principal virtud. Tapa el desamor, por ejemplo, pero también acompaña. Acompaña la euforia de los primeros momentos o de los pequeños pasos. Llegué a creer que Air había compuesto un disco solo para nosotros. No es que fuera un gran disco pero lo nuestro tampoco era gran cosa.

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A la columna de hoy de Federico Jiménez Losantos le sobran los dos o tres párrafos finales, que son los de los viejos demonios, es decir, los de relleno. Los dos primeros, en cambio, son magníficos, sobre todo aquel en el que recuerda los mensajes de Pablo Iglesias a Monedero y cómo fantaseaba con azotar a Mariló Montero hasta que sangrara. Los colectivos feministas callaron y la izquierda hizo piña: aquello era una conversación privada y en ningún momento Pablo...

Ahora imaginen esa misma frase en boca de Donald Trump.

El problema es que no nos demos cuenta de que es lo mismo, exactamente lo mismo. La misma mentalidad, al menos. Trump se jacta de que lo hace, Iglesias se limita a ser violador en sueños. Puede que sea verdad que las conductas en lo privado -el famoso "locker room talk"- no afectan a las conductas en lo público, pero en este caso no veo cómo. Indignaciones aparte, bueno sería que Iglesias leyera el artículo o se releyera a sí mismo y se preguntara cuánto hay de machismo cavernario en muchas de sus actitudes. Mejor aún, que nuestro compromiso contra el sexismo no dependiera del sexista en cuestión.

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Lo que más me gustaba del 15-M, lo que me mantuvo una semana en Sol casi día y noche, era que no se parecía en nada a la universidad, esas asambleas dirigidas donde los de las asociaciones convocantes se dedicaban a silenciar o directamente a insultar a cualquiera que les llevara la contraria. En ningún sitio he visto que la intimidación y la agresividad ideológica se toleraran tan bien como en aquellas reuniones de la Autónoma, como si fuera lo más normal del mundo. Un profesor de ética, sin ir más lejos, nos invitó a "liarnos a hostias" con los fachas después de una de las numerosas agresiones de skinheads de aquellos locos noventa.

Por entonces, a Felipe González ya se le abucheaba y se le cortaba el paso para deleite, por cierto, de los Jiménez Losantos de turno, encantados por que la juventud hubiera recobrado el pulso. Al parecer, el paso de los años no ha servido de mucho y escuchar sigue estando considerado tan peligroso que es mejor no intentarlo. No solo no intentarlo, que eso es bien sencillo, sino prohibirlo a los demás. Guardar al rebaño. Ellos son la verdad y el camino y deciden por ti. El que nos gusta, entra; el que no nos gusta, fuera. Así ha sido y así sigue siendo. De sus profesores mejor ni hablamos.

lunes, octubre 17, 2016

Bisbal, Chenoa y un montón de gente extraña



De "OT: el reencuentro", la sucesión de especiales -concierto incluido- que tiene preparada TVE  coincidiendo con el decimoquinto aniversario del programa, se ha escrito mucho, así que mejor será hablar de mí. En 2001, tenía 24 años, comentaba los programas con unas amigas por Messenger y me enamoraba de una chica con nombre de canción. Me gustaban Natalia, Vero y Chenoa, sobre todo Chenoa, como a media España. Los chicos me resultaban algo ajenos, eran todos demasiado felices o se molestaban demasiado en aparentarlo.

El tiempo es un espejo algo cruel. No lo digo por ellos, aunque también, sino por lo que tienen precisamente de reflejo de uno mismo. Misma generación, mismas edades, mismas caras de niños convertidas en algo parecido a la madurez pero que a veces se puede confundir con la mediocridad y sus abismos. Intentar recordar al Guille que veía esos programas, que escuchaba esas canciones, que participó de aquella locura de masas como había participado un año antes de la de Gran Hermano... Hace poco publicaba aquí una especie de entrevista con el pasado y ese pasado remitía al mismo año, puede que al mismo mes. Cada imagen, en 2016, es una imagen de "la juventud", por decirlo con Sorrentino. Lo que está ahí afuera.

Por lo demás, el programa se hacía ameno. Muchos hablan de "juguetes rotos". Yo no vi ninguno. Puede que determinados términos los utilicemos con demasiada ligereza. A prácticamente todos les ha ido bien en la vida. La mayoría no son grandes estrellas de la música pero creo que pueden vivir con ello. Viven en Estados Unidos o presentan programas de segunda fila o se limitan a tocar la guitarra en casoplones que ya quisiera yo para mi familia.

Creo que a todos nos chocó la actitud de Bisbal, esa cara de perplejidad constante. No me atrevería a decir que ese juguete está roto, pero desde luego necesita pilas. O un enchufe. Incluso Juan Camús parecía más a gusto ahí que él, siempre ausente, las ojeras ya parte irremediable de su gesto, demasiado jet-lag acumulado. Chenoa, en cambio, estaba radiante. El realizador debió de darse cuenta porque decidió sacar todos sus planos. Hizo bien. Había algo ahí de mujer que sabe perfectamente lo que hacer con su vida. Que siempre lo ha sabido, por otro lado.

La Chica Ratón y yo les llamábamos "la cherola y el bisbi". Creo que lo oímos en algún reportaje en un mercado de barrio. Lenguaje de verduleros que tanto gusta a los niños bien de Santa Hortensia. De hecho, la Chica Ratón siempre se dio un aire a Chenoa. No era la chica más guapa del mundo, pero a veces lo parecía; o, más bien, a veces te convencía de ello con toda naturalidad.

O tú te dejabas convencer, vaya, que viene a ser lo mismo, Suzanne takes your hand and she leads you to the river...

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El Premio Nobel de literatura se ha convertido en algo así como el Balón de Oro de los intensitos. Demasiada polémica para tan poca cosa. Que si Cristiano, que si Messi. Más interesantes son los debates que surgen en torno a qué es literatura. Demasiado complejos en ocasiones, pero supongo que el tema lo merece. Si Bob Dylan -si cualquier letrista, pongan el nombre que les apetezca y acabemos con esto- puede ser Premio Nobel, ¿dónde se coloca el límite de la interdisciplinariedad? Pongamos que Dylan sea un excelente poeta, cosa que, sinceramente, no me he parado a pensar, ¿podrían los guionistas ocupar el lugar de los dramaturgos; los columnistas o reporteros el de los ensayistas en sentido estricto?

En definitiva, ¿hace falta publicar un libro para ser un escritor? O, más allá, ¿hace falta ser escritor para hacer literatura? Creo que son preguntas muy importantes para una teoría del género. Otra cosa es lo que yo piense de la teoría en algo tan práctico como es sentarte a leer o sentarte a escribir. Disfrutar, en definitiva. Como cantaba Blur, you´re taking the fun out of everything; you´re making me think when I don´t wanna think y sí, quizá estos tiempos todo consista en eso, en complicar demasiado las cosas, no ya por un exceso de pensamiento -todo lo contrario- sino por un exceso de opinión.

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Mi hermano me dice que echa de menos un periódico -digital, no pide tanto- que sea de deporte pero, hasta cierto punto, deporte minoritario. Eso no excluye el fútbol como tal, pero desde luego excluye peinados, penaltis y multas de tráfico. Una manera de seguir a Simone Biles fuera de los Juegos Olímpicos, de comentar las clásicas de ciclismo, de analizar qué torneos quedan para clasificarse para las World Tour Finals de tenis y así sucesivamente... Si funciona durante dos semanas cada cuatro años, ¿por qué no va a funcionar moderadamente el resto de la olimpiada?

Le digo que no, que es imposible. Que normalmente cada aficionado de uno de estos deportes no lo es de los demás y ya tiene dónde buscar esa información en páginas especializadas. Que no hace falta un contenedor como tal. Le digo todo esto y a la vez me pregunto si es verdad, es decir, me da la sensación de que no estoy sino argumentando a partir de la premisa de que alguien lo ha intentado antes y ha fracasado. ¿Y si no fuera así? ¿Y si después de todo nadie se hubiera atrevido en serio con un modelo mínimamente viable y comedido? En ese caso, cuenten conmigo.

jueves, octubre 13, 2016

"Gimme shelter" o el placer de ver tu propia autodestrucción en la tele



Hay algo fascinante en "Gimme shelter" que va más allá del concierto de Altamont y todo lo que eso conllevó, tanto musicalmente -impresionante el orgasmo prolongado de Tina Turner en medio del "I´ve been loving you too long"- como socialmente -la cantidad de zombis alucinados hasta arriba de LSD, sonrisa estúpida en la cara, movimientos espasmódicos, miradas perdidas, completamente desnudos caminando hacia no se sabe dónde, quizá alguna estrella de rock- y son las imágenes de los Rolling Stones asistiendo impertérritos a su propio desastre.

Mick Jagger viendo cómo Mick Jagger hace el ridículo, soltando "rubbish" ante su pose de graciosillo en rueda de prensa o quedándose atónito cuando se ve a sí mismo en el escenario, hablando a su público rollo predicador hippie: "Brothers, sisters... let´s cool out, everybody cool out". Están ahí todos, en la sala de montaje, viendo lo que ya habían visto y lo que intuían: las colas de coches, el exceso de drogas, los Ángeles del Infierno haciendo su aparición en sus ruidosas motos y liándose a batazos con todo el que se pusiera delante...

No solo eso, porque ahí podrían lavarse hasta cierto punto las manos -no, llamar a los Ángeles del Infierno no fue una buena idea, pero quién podría haber imaginado...- sino también las imágenes de la preparación exprés del festival: las llamadas desesperadas de última hora para conseguir suficiente terreno para coches, asistentes, músicos... cuando el festival llevaba ya semanas anunciado, los Stones estaban ya en San Francisco y cientos de miles de personas viajaban en su coche a la tierra prometida, es decir, California.

El cinismo. Me quedaría con algo que parece cinismo de banda de rock and roll, de "bueno, esto ha sido horrible, vamos a otra cosa". El ridículo del propio Jagger contorsionándose en el escenario mientras a pocos metros las navajas acaban con todo. El exceso de la estética. Keith Richard empeñado en continuar el ritmo de "Simpathy for the devil" mientras un hombre muere apuñalado en la tercera fila. Esto no va con nosotros.

Por otro lado, hay un rasgo de honestidad, probablemente producto de indiferencia. Está todo ahí, en el documental. Ellos lo organizaron, ellos lo editaron, ellos dieron el visto bueno y ellos lo protagonizaron, tanto dentro de Altamont como fuera. No hay censuras. En tiempos como los actuales en los que todo es artificio y por lo tanto no hay nada que censurar, se agradece encontrarse con algo así.

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El Partido Republicano reniega de Donald Trump. No es ninguna novedad y no sé hasta qué punto eso afecta a sus opciones electorales porque al fin y al cabo, si los votantes republicanos eligieron a Trump en primarias fue precisamente porque tenía a todo su partido ya en contra por entonces . En esencia, Trump es un antisistema y pavonea constantemente de ello. Un multimillonario antisistema, un concepto del odio a la inversa. En la magnífica entrevista que publicaba ayer El Mundo entre Cayetana Álvarez de Toledo y Nicolas Sarkozy se observa una deriva similar. El eslogan de Sarko podría ser: "Make France Great Again" y no pasaría nada.

La apelación al pueblo y al odio del pueblo. Odio a Washington, odio a los inmigrantes, odio a los periodistas, odio a los políticos, odio a los burgueses parisinos, odio a los intelectuales listillos, odio a las cutre-estrellas de televisión. Odio a todo. En la cultura del odio vivimos desde hace al menos un par de décadas -aquí encontrarán varias referencias al respecto y Twitter no ha hecho sino consagrar la tendencia- y Trump no es más ejemplo que cualquier otro político que se niega a ser político, es decir, a intermediar, y se empeña en coquetear con un pueblo que al final no es más que "su" pueblo, es decir, los suyos.

En ese sentido, es probable que algunos de esos "suyos" estuvieran ahí por lealtad al partido. Hablamos de tantas decenas de millones de votantes potenciales que alguno se te tiene que escapar. Sin embargo, el núcleo está ahí, impermeable a todo tipo de lógica y de racionalidad. No ya la falta de interés ante cualquier fact-checking sino el odio visceral al fact-checking, ese diabólico invento de izquierdistas o, en general, de cualquiera ajeno a la tribu.

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Miquel Iceta en la SER: "El PSOE no puede abstenerse ante un gobierno conservador porque hay que mirar más allá del cortísimo plazo y pensar que facilitando ese gobierno, quedaría inhabilitado para hacer oposición". Curiosa concepción de la política, de nuevo. Es decir, todo lo que no sea odio, no vale. En cualquier caso, lo tremendo es que Iceta prefiera abiertamente el medio plazo, es decir, unas terceras elecciones tras las que el PSOE no estuviera inhabilitado "moralmente" para hacer oposición sino que la cuestión fuera directamente aritmética. Honra sin barcos. Siglo XVI.

domingo, octubre 09, 2016

El hombre es un lobo no solo para el hombre



De entre todas las canciones revanchistas, "Romeo and Juliet" destaca por su desolación mezclada con una especie de estupefacción adolescente. No entiendo nada de lo que está pasando. Escuchada un domingo por la mañana en la sierra de Madrid, hay algo al principio de la canción que le hace a uno pensar que está ante un machirulo narrando agravios, pero esa sensación pronto desaparece. Es cierto que ahí están los reproches y el "lo que podríamos haber sido juntos, nena" pero no hay mucha diferencia con respecto al "You oughta know", de Alanis Morrisette e incluso podemos decir que, en este caso, Mark Knopfler, en comparación, está incluso comedido.

El Romeo de Dire Straits no es un acosador, de ser algo sería un pagafantas. Un Winnie the Pooh que se queja de que Christopher Robin se haya buscado otros juguetes. De hecho, la mayoría de los reproches responden al estereotipo cultural femenino: "When we made love, you used to cry" o "I dreamed your dream for you and now your dream is real, how can you look at me as if I was just another one of your deals?" Sí, el "dos contra el mundo" tan masculino pero con un toque de "it´s my party and I cry if I want to".

Por no comentar el "oh, Romeo, yeah... you know, I used to have a scene with him" tan de chico popular de instituto que desprecia a la chica-no-animadora delante de sus amigotes. En realidad, toda la canción es eso, un "me hiciste creer que era especial y ahora resulta que el especial es otro" pero con cierta dignidad, la del que espera fuera de foco para cantar serenatas de madrugada. Poco más que un tuno, vaya.

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Gracias a Juan Soto Ivars llego al Facebook de una mujer que murió la semana pasada a manos de su pareja. Buscando en internet información al respecto, llego a artículos llenos de eufemismos: "perdió la vida", como si se la hubiera dejado olvidada en algún lado, y ese doloroso "presuntamente" que acompaña a las referencias a su asesino.

La degolló delante de sus dos hijas pequeñas. En las fotos no parecen mayores de dos años. Si a Mónica Berlanas Martín la hubiera asesinado de esa manera un miembro del Estado Islámico, ahora sería una heroína, sus hijas tendrían pensión de por vida, el mundo estaría escandalizado y los líderes políticos se turnarían para, compungidos, dar ruedas de prensa a media asta. Como la mató el padre de sus hijas, se ha quedado en carne de Google y curiosidad de madrugada. Una más. Una menos.

Cuando los periódicos hablan del criminal , utilizan sus iniciales, no vaya a molestarse. Sin embargo, en Facebook está al alcance de todos. Basta con mirar los comentarios de la foto en la que la pareja posa con sus dos niñas y todo el mundo les dice "qué guapos", "qué bonita familia" y toda esa retahíla de cortesías. Por lo demás, parece un hombre normal. Horrorizado por las fiestas del Toro de la Vega, qué barbaridad, qué espectáculo más repulsivo. Alguien que de un momento a otro sale de esa "normalidad" de vecino ejemplar y decide degollar a otra persona. El horror, en definitiva.

Quizá por eso los medios insisten: "No había denuncia previa". Nos gusta que los hechos sigan una lógica y en la lógica del terrorismo doméstico, el hombre es un perturbado agresivo que está continuamente acosando a su pareja y haciendo chistes groseros en los bares. Es lo que nos han enseñado en las películas, qué le vamos a hacer. Lo terrible es que es mucho más sutil que eso: el asesino puede ser cualquiera. Por supuesto, los hombres tendemos a justificarnos con el "no todos lo hacemos" pero sería absurdo no entender el miedo del otro lado, más que nada porque ese otro lado es el que pone sistemáticamente los muertos. Somos una amenaza -"cuidado", se llamaba el chat de los violadores de Pamplona- y me temo que es inevitable que nos traten como tal.

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Si Álvaro Soler ha decidido que se puede coger el nombre de "Sofía" y hacer una canción entera acentuándolo "Sofiá", ¿cómo evitar que la Chica Diploma y yo cojamos la misma canción y la pongamos a todo trapo con el Niño Bonito encajando su nombre con la misma temeridad mientras bailamos y bailamos con los brazos arriba como si estuviéramos en Amnesia? E-ó.

miércoles, octubre 05, 2016

Barrio y la crisis de la cultura




Cierra una librería en mi misma calle. Diría que es la única que había como tal, aunque sigue en pie, apenas a unos metros de distancia, la mítica "El Buscón", donde compraba mi madre sus libros en los ochenta y donde compraba yo mis manuales de filosofía en los noventa. No es fácil sacar adelante una librería en estos tiempos, eso está claro. Menos fácil aún conseguir un éxito parecido al de Tipos Infames en pleno corazón de Malasaña pero al menos ellos apostaron por un modelo de calidad y constancia y les ha merecido la pena.

Otra cosa es ni siquiera intentarlo. "El Buscón", por ejemplo, malvive en medio de una mezcla de libros "comerciales" y libros de culto. Uno echa un vistazo a su escaparate y encuentra de todo. Cosas que jamás compraría y cosas que pueden llamarle la atención y hacer que se meta en la tienda para saciar cuanto antes esa curiosidad. En su caseta de la Feria del Libro hacen tres cuartos de lo mismo y hacen bien porque lo último que quiero ver en este barrio es cómo esa librería cuelga el cartel de "liquidación" y pasa a convertirse en una nueva pastelería...

La tienda que cierra, en cambio, fue dando palos de ciego hasta traicionar a su propio público. ¿Quién compra libros en España? Casi nadie. Ahora bien, los que compran por curiosidad, por gusto, sin importarles que sea en una tienda pequeña de barrio, no suelen ser los mismos que compran en las grandes superficies, donde todo se ofrece a la vez, a batiburrillo. No tiene mucho sentido llenar tu escaparate de biografías de Esperanza Aguirre, Melendi y los Gemeliers, de todo lo que no es literatura.

Las innumerables veces que pasé por delante de esa librería camino a casa desde el metro de Cartagena no encontré ni un solo libro que me interesara, que me hiciera pararme y al menos preguntar. Yo era su cliente tipo y me echaron a patadas. Sí fui, he de reconocerlo, a comprar libros y puzzles de Peppa Pig, pero lo mismo podría haber ido a la juguetería que está en la calle paralela. Moraleja: si vas a caer, cae a tu manera, no de oídas.

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Viernes por la noche y echan "Barrio" por televisión. La Chica Diploma no recuerda la película, ni siquiera le suena. Lo que dan de sí seis años de diferencia. En 1997, yo tenía veinte y aquello fue casi una epifanía; ella tenía catorce y probablemente estuviera a otras cosas. Aunque está medio empezada, más o menos por la escena de la estación fantasma de Chamberí -aquel era el clímax de la película, por lo que recuerdo, tan fue así que Metro tuvo que abrir la estación al público en parte para demostrar que sí, que existía, y en parte para aclarar que no estaba poblada de vagabundos-, decidimos quedarnos a verla y aguantamos sin problemas hasta el final.

No solo aguantamos, sino que disfrutamos. Yo, al menos, disfruto. Casi todas aquellas películas noventeras han envejecido bastante mal en estas dos décadas: "Tesis" resulta demasiado cutre, aun manteniendo cierta tensión; "Tierra", demasiado pretenciosa aunque siga habiendo cuatro o cinco diálogos soberbios. En cambio, "Barrio" sigue teniendo ese aire a serie de televisión: respuestas rápidas, cambios constantes de escenario, protagonistas reconocibles, eso que se llama "naturalidad" y que pocas veces está tan bien logrado.

No es ninguna casualidad: Fernando León de Aranoa venía de la televisión y su facilidad para el diálogo ya se reflejaba en "Familia" y algo dejó incluso para "Los lunes al sol", aunque ahí ya estaba todo el mundo cabreado y no han dejado de estarlo hasta hoy en día. Menos pendiente de la trama, este nuevo visionado permite entender más cosas, cosas que en medio del chiste continuo quedan un poco tapadas cuando ves la película por primera vez. El mensaje, cuanto más implícito, más cala, aunque sea a largo plazo. Cuando se explicita, acaba uno resultando un coñazo.

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Hablo con Sofía, de Tucan Morgan, sobre los problemas de los nuevos grupos musicales. Otro clásico. Recuerdo una edición del festival de Medina del Campo en el que todos los invitados discutían sobre lo mal que estaba el cine español, las pocas ayudas que tenía, el poco caso que se le hacía desde los medios de comunicación públicos, lo necesario que sería meter el cine como asignatura en los colegios... y así hasta que se levantó Lara López, por entonces directora de Radio 3 y dijo: "Yo es que vengo de la música, ya sabéis, eso que ponen a las tres de la madrugada, cuando acaba la película de La 2".

La actitud de las televisiones privadas puede tener una justificación. Desde la consolidación del "efecto Phil Collins" se acabó eso de invitar a una gran estrella de promoción y dedicarle cinco minutos de tu programa para que la audiencia se vaya a cualquier otro lado. No me gusta pero lo comprendo. Ahora bien, ¿la televisión pública? ¿Cuántos años hace que no hay un programa de música como tal, con novedades, con vídeos, con artistas presentando sus nuevos singles en "directo"?

La audiencia sería mínima, lo entiendo, pero, ¿qué audiencia tiene el fantástico ciclo de cine español que pone La 2 a las diez de la noche? Cuando echan la citada "Barrio" puede que suba, pero cuando llega el turno de tal éxito de los años cuarenta dudo que la cosa pase de los cincuenta mil espectadores en pleno prime time. El ciclo es tan bueno que ojalá siga en parrilla años y años, pero, ¿de verdad no es compatible, los fines de semana por ejemplo, con algo similar pero en música? ¿Algo que vaya más allá de la ingeniosa pero repetitiva redifusión setentera-ochentera de "Cachitos de hierro y cromo"? Espero que a alguien se le ocurra.

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Leyendo el prodigioso "Yeah, yeah, yeah!" -por cierto, qué maravillosa traducción, qué envidia- me encuentro con el documental "Don´t look back" sobre Bob Dylan. Inmediatamente, recuerdo que yo entrevisté en su momento a un ya anciano Donn Pennebaker y a su mujer. Fue por teléfono, para Neo2, y resultaron de lo más amables. Ese era yo entonces, no hace tanto, el que entrevistaba a Pennebaker y a Robert Rodríguez y a Terry Gilliam y hacía reportajes de portada en revistas de tendencias. El de hoy escribe sobre penaltis y ciclismo y nadie parece confiar en que sirva para nada más.

martes, octubre 04, 2016

Gimme danger



El último concierto de La Cabra Mecánica bajo ese nombre tuvo lugar en la Sala Clamores el día después de que el Barcelona le ganara 5-0 al Real Madrid de Mourinho. De eso, hagan cuentas, hace ya unos seis años. Aquellos conciertos de La Cabra solían tener un mismo final: Lichis empezaba con la agradable "Canción de las plantas", se iba animando con una suerte de rap -"y te he comprado rosas de la China y en un llavero de Pokemón, las llaves de mi corazón; a veces, tiza y a veces, alita... perdí las llaves y el llavero, se me marchitó la flor"- que culminaba en un rotundo "Calavera se mama, calavera se mama".

Aquel era un momento mágico, irrepetible, incluso cuando Hanna intentaba sabotearlo.

El caso es que después del "Calavera se mama" siempre venían Las Vulpes y su "Me gusta ser una zorra", muy bajito, muy bajito para ir creciendo y acabar a gritos. Ese día, ese último día, Lichis fue más allá y se lanzó a cantar el original, es decir, el "I just wanna be your dog" de los Stooges, lo que ponía aún más en evidencia hasta qué punto fue ridícula la censura del tema cuando no era más que una versión de una canción de finales de los años sesenta.

Precisamente "I wanna be your dog" ocupa buena parte del final del documental-homenaje "Gimme Danger" que Jim Jarmusch ha tributado a los Stooges. Es curioso porque la canción pasa desapercibida en su momento, cuando la graban por primera vez en un primer disco que Elektra decide marginar. Sin embargo, con el tiempo, acaba convirtiéndose casi en el emblema del grupo o, al menos, en su canción más conocida, más pop.

El documental empieza con la voz de Jim Jarmusch presentando a Iggy Pop y dejando claro que los Stooges son el mejor grupo de la historia. Viendo el resto de la película la afirmación parece algo desmedida. Buena parte de la narración resulta inconexa -como supongo que no puede ser de otra manera tras casi cincuenta años de excesos-, el éxito no queda claro y quizá lo más interesante sea ese énfasis en su herencia: la línea que va de "I wanna be your dog" a los Ramones, de ahí a los Sex Pistols y, de manera muy notable, a Sonic Youth y sus interminables herederos post-rock.

No quedan tan claras, sin embargo, las influencias y me parecen importantes. Se dice varias veces que nadie más hacía lo que hacían ellos -torso desnudo, distorsión constante, letras de veinticinco palabras o menos- pero en la distancia lo hemos visto demasiadas veces en Robert Plant, Mick Jagger, Jim Morrison, Johnny Rotten, Freddy Mercury o cualquier estrella del rock y el punk que se precie. Qué fue antes y qué fue después se pierde un poco en la neblina del tiempo. Lo más que se llega a decir es que a estos chicos del Michigan profundo "les gustaban la música británica", empezando por el propio Bowie y que a menudo intentaban imitar los "raptos místicos" de James Brown.

No es descabellado pensar que parte -solo parte- del histrionismo de Iggy en el escenario tenga que ver con Roger Daltrey y los Who. Le gustaban los Who y tenía que gustarle el arrollador Daltrey, aunque imposible imaginarse al británico con un collar de perro y arrastrándose a cuatro patas por el suelo. En ocasiones, parece que los Stooges hubieran salido de la nada, como marcianos, y eso es muy improbable. Sus primeras canciones juntos son de 1967 y ya incluían mantras hindúes y rollos a lo George Harrison. Tiene que haber ahí una línea que Jarmusch ha preferido no explorar.

Lo que sí está muy logrado es el retrato de Iggy Pop, a quien desde el primer momento se presenta como James Osterberg. Lejos del glamour y de la leyenda negra de los años setenta y ochenta, las primeras imágenes de  Osterberg son como baterista de distintos grupos hasta que decide formar el suyo propio en la adolescencia, aunque tampoco queda muy claro por qué todos aceptan desde el principio que él debe ser el cantante y que el grupo -Iggy and The Stooges- debe llevar su seudónimo como presentación. Da igual. Osterberg hace y deshace y cuenta con detalle lo que fueron los seis años que llevaron a la desaparición del grupo en 1973, acompañado por unas recreaciones y unas imágenes de archivo prodigiosas.

De lo posterior, no hay apenas mención, y se agradece. Le retomamos a principios de los 2000 apuntándose a una reunión de la banda para un festival. No hay hacia Osterberg ninguna consideración de estrella, se limita a ser uno más de los chicos, una especie de "primus inter pares". Tampoco él parece especialmente interesado en cultivar ninguna leyenda de "énfant terrible". Le gustaba la música y le gustaba hacerla así. Sin etiquetas. Como Lichis.

lunes, octubre 03, 2016

Fisking classics: hoy, Guille Ortiz



Me envía Susana (Sobrino, para que no haya confusiones), un email que mandé a una serie de amigos en noviembre de 2001, es decir, hace casi quince años. En tiempos de Ask Fm y de CuriousCat me pareció interesante compartirlo, aunque tedioso para muchos, que pueden sentirse libres de abandonar aquí la lectura. En cursivas apuntaré algunas impresiones de mi relectura, es decir, de alguna manera me corregiré a mí mismo. Las faltas de ortografía y sintaxis originales -son varias- quedan como estaban.

1. Fecha y lugar de nacimiento. Nombre, hermanos, novio/a, etc.

Por orden: 14 de mayo de 1977 ( víspera de fiesta porque ese año San Isidro cayó el día 15) en Madrid, concretamente clínica Ntra. Sra, del Loreto. Me llamo Guillermo Ortiz, no tengo hermanos pero sí dos hermanastros a los que quiero muchísimo y se llaman Simón y Silvia. No tengo novio. No tengo novia pero sí la inocente esperanza de que eso cambie pronto.

Solo que tuve una novia un mes y poco tiempo después, y luego otra, y luego nada, y luego un período algo desenfrenado que desembocó en otra sequía hasta que acabé casándome, en 2013.

2. Un sitio que te recuerde a algo o a alguien.

Bueno, antes todo me recordaba a T.- mi ex- pero las cosas cambian y la distancia hace el olvido. Supongo que uno de los recuerdos más bonitos es del parque de Berlín y cuando iba por ahí con mis amiguetes de adolescencia. Pasar por Goya y ver el derruído Palacio me recuerda los partidos y los amigos del Ramiro. El otro día paseé por el barrio de Malasaña un viernes por la noche y me pareció que volvía a tener 18 años. No puedo concretar si eso es algo bueno.

3. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste y por qué?

No lloro mucho. No es que me quiera hacer el héroe pero es así. La mayoría de las veces lloro por cosas absurdas, por ejemplo, viendo imágenes de algo que me hizo feliz ( no os creáis que esto es muy porofundo, me refiero a veces a partidos del Estudiantes y cosas así). La última, lo reconozco, fue viendo "El Sexto Sentido" cuando el niño le cuenta a la madre que ha estado hablando con la abuela. El que la haya visto lo entenderá.

Es curioso, porque en 2001 aún no había muerto mi abuela. Ni siquiera parecía algo inminente -no lo era, aguantó hasta 2007-, pero supongo que la emotividad tendría que ver con esa relación especial con ella, casi treinta años viviendo en la misma casa.

4. Un sueño de los que quieres que se hagan realidad.

Sueño cosas tan raras... hoy soñaba que nos atacaban los extraterrestres con bombas nucleares desde el planeta Nerón, así que imaginaros

5. Un viaje hecho, otro por hacer

Bueno, no me voy a tirar el rollo, pero ha habido viajes muy guays: el de viaje fin de curso a Atenas fue el más emotivo en muchos aspectos, Londres me flipó y me ayudó a madurar bastante. Pero el mejor, el mejor fue uno a Barcelona en 1998 cuando me tocó la quiniela. Por muchas razones. Por hacer, con mi novia - la próxima- a París o a Berlín. O con los amigotes a Moralzarzal, que tampoco es feo. O volver al Molino con mi primete y sus amigos, gente de PM.

No sé qué diría hoy. Algo entre Estados Unidos 2009, Toscana 2013 y Barcelona 2008. Lo chocante es lo posterior, la elección de París o Berlín como ciudades a visitar y además en plan romántico. Lo cierto es que no las he pisado en estos quince años y no tiene pinta de que vaya a suceder a corto plazo. Roma parece ocupar todas las prioridades.

6. Alguien que te marcó en tu vida y por qué

Podría contestar que todos pero no sería exacto. Voy a decir una serie de nombres que probablemente no digan nada a la mayoría pero bueno: Aitana y Vicente en la adolescencia, Bruno y Tati después y en los últimos tiempos quizás diría que A. y M. ¿Por qué?: por ser los mejores amigos y quererme cada uno a su manera. Pero por encima de todos Simón claro, mi hermanastro, por poder contar siempre con él y descubrir juntos un montón de cosas. Ah, e intelectualmente, Mabel Salido, insigne filósofa y mejor persona.

He dejado los nombres enteros de cinco personas porque no me parece que vayan a escandalizarse por decir cosas buenas de ellos. He abreviado dos que sí tengo dudas al respecto porque al menos una de esas dos personas sí se ha mostrado muy celosa -y con todo el derecho- de su intimidad. De hecho, en perspectiva, que esa persona aparezca en este listado y con ese estatus me resulta de lo más sorprendentes.

7. Alguien que pensabas que era amigo tuyo y luego resultó no serlo.

Uno. No voy a decir su nombre, pero algunos se lo imaginarán.

No tengo ni idea de a quién me refiero. Más adelante se hace una referencia al instituto, así que entiendo que era alguien del Ramiro, pero no sé por qué era tan amigo mío, por qué me consideré tan traicionado ni por qué, seis años después de dejar el instituto, seguía acordándome con tanto rencor, en plan "todos sabéis quién es, no puede ser otro". 

9. ¿A quien echas de menos?

Si he de ser sincero, de alguna manera a mi padre. A mis amigos de verdad, afortunadamente los conservo a todos.

¡Qué respuesta! ¡En 2001! No recordaba que ya fuera tan directo con respecto a mi padre por entonces. Pero sí, claro, le echaba de menos y las razones vienen desperdigadas con cierta elegancia a lo largo del blog. No vamos a romper esa elegancia pero sí queda un punto extra de dolor al saber que ese echar de menos ya sí que es irreversible: murió en 2013.

10. Un “amor imposible” y un “¿amor? Imposible!”

No entiendo esta pregunta. No creo que pudiera engañar a nadie diciendo que mi amor imposible no ha sido la Chica Langosta. Si a lo que se refiere es que con nadie nunca ni de coña, pues es difícil y poco elegante elegir a alguien así que lo dejo vacío.

11. Un amor inconfesable

Claro, y ahora voy yo y lo confieso. Mi vida sentimental es suficientemente dispersa como para que haya varios de esos según el pie con el que me levante.

12. Un secreto

Lloro cuando el personaje de Kate Winslet se muere y vuelve al barco donde la espera Leonardo Di Caprio. Sé que esto me va a costar la amistad de mucha gente.

¿Cuatro años después del estreno de Titanic? Impresionante.

13. ¿Con quien pasarías una noche inolvidable? (pero sólo una en tu vida)

Bueno, si hablamos de lo que yo creo con Charlize Theron o Elena Anaya. Pero me podría pasar una noche entera hablando sin parar con Fernando Savater desde luego.

14. ¿Dónde pasarías esa noche?

Con Charlize Theron la pasaría en un hotel- el sexo en los hoteles me resulta morboso-, con Fernando Savater en casa de Mabel con todo el grupo de discusión reunido. La noche de hoy la pasaré aquí en casita, pero cualquier noche en casa de un amigo es una buena noche.

El sexo en los hoteles va perdiendo su encanto cuantos más hoteles acumulas. Lo de Savater, en cambio, sigue pendiente. Solo mi indiscutible falta de valor -o una exagerada concepción del respeto- me separa de convertirla en realidad.

15. ¿Te casarías? ¿Iglesia, juzgado?

Siempre he tenido la sensación de que sí, aunque me parezca una chorrada, pero yo soy de los que se casan. Por la iglesia imposible porque no estoy bautizado. Mi sueño sería en Las Vegas y por el rito de Elvis. Eso si no instauran el rito de Po´zí antes.

Me casé. Y cuando me lo preguntaron respondí que nunca había pensado en casarme. A lo que se ve, mentía.

16. ¿Dónde vivirías si te echaran de tu casa? ¿Con quien?

Llevo tiempo proponiéndole a Dani compartir piso, pero si ahora se animara yo no podría pagarlo ( en cualquier caso no parece probable que me echen de casa, por lo menos por ahora)

17. ¿Alguna vez pensaste irte para no volver?

Sinceramente no

Y luego, en cambio, sí. Empezar de cero, volver a repartir... aventuras fugitivas donde sea. Así ha sido un poco mi literatura, lo que quizá haya impedido que así fuera mi vida.

18. ¿Quién te hizo daño?

El de la pregunta anterior. Bueno, en general digamos que la época del dolor la circunscribo al instituto. Afortunadamente, en los últimos años nadie, si quitamos lo de T. claro, pero eso es la vida amigos.

19. ¿Hiciste daño a alguien?

Seguro que sí porque soy muy torpe y no soy la mejor persona del mundo. Intento no hacerlo y puedo asegurar que tomo todas las precauciones al respecto 

Luego levantas la guardia y el daño ajeno pasa a no preocuparte tanto. Dejas el piloto puesto y poco más. Queda la firme voluntad de no acumular cadáveres pero un cierto despiste general en cuanto a si los estás dejando o no. Un no mirar en el armario. Todos estamos más cerca ahora, además. En 2001 no había redes sociales ni posibilidad de herir a alguien con un comentario banal. 

20. ¿Volverías a salir con alguien que estuviste? (¿por una caja de bombones?)

No necesariamente por una caja de bombones pero supongo que decir que no sin matizar sería una tontería. Digamos que desde luego no ahora.

Volví a salir con alguien con el que ya había estado. Lo hice hasta cinco veces con dos novias distintas. Lo habría hecho más veces si de mí hubiera dependido. No estoy orgulloso de ello.

21. Tu mejor declaración de amor.

Pues anda que soy bueno yo en eso. Yo por no molestar...Una vez me declaré utilizando las vías del conocimiento de la existencia de Dios de Santo Tomás, por lo menos es original, ¿ no?. Otra utilizando lo de "Los amantes del Pont Neuf" cuando él se declara a Juliette Binoche

Me suena lo de las vías del conocimiento. Supongo que sería a T., pero no estoy seguro. Lo de "Los amantes del Pont Neuf" me ha obligado a buscarlo y sí, era una declaración preciosa, nada invasiva además.

22. Tu mayor locura

Bueno, yo soy un urbanita decadente y mi sentido de la aventura brilla por su ausencia. Sólo apuntaría una vez que nos escapamos de noche de un campamento en SAn Martín de Valdeiglesias sin linternas ni nada y por en medio de una carretera, viendo caer las lágrimas de San Lorenzo sobre nuestras cabezas. Nos recogieron los monitores en un nissan al final.

Esa historia acabó en un relato y ese relato acabó en un libro.

23. Esa persona a la que nunca te atreverías a declararte, aunque pudieras perderla por no arriesgarte. 

Por el método de SAnto Tomás ya a nadie más desde luego

24. ¿Alguna vez perdiste una amistad por un amor?

Siento que estoy perdiendo una amistad por no haber tenido claro en un momento si lo que sentía es amor

Ni idea de nuevo. Por noviembre de 2001 no me aparece nada en ese sentido. La Chica Ratón no puede ser y mis períodos de ambigüedad aún no habían comenzado.

25. Alguna vez le quitaste el novio/a a un amigo/a

1) No era mi amigo 2) No era su novia Es un poco difícil de entender y dudo que alguien se sepa esta historia

Vuelve el oráculo con sus misterios. La primera chica a la que besé tenía novio. Fue en Atenas, estábamos de viaje de fin de curso y todo valía. No solo tenía novio sino que tenía amante, así que yo era el tercero en la fila. Obviamente, el novio no era mi amigo y quizá se podría argumentar que, de alguna manera, ella no era su novia. Sin embargo, estoy casi convencido de que no me refiero a eso porque, entre mis amigos, era una historia muy conocida. Tiene que ser otra chica, pero no sé cuál. Nada encaja. 

26. Si tuvieras cinco horas más al día en que las emplearías

Podría decir en leer, escuchar música, viajar... y quedaría como Dios pero seguro que al final me quedaba embobado delante de la tele viendo "Operación Triunfo " o algo peor

Y ahora diría leer o ir al cine y no me sentiría culpable en absoluto.

27. ¿Quién te conoce mejor?

No voy a poner un orden: Dani, Simón, Tati y Laura. No cuento a mi familia por supuesto.

Otra vez nombres completos. No veo motivo para la ofensa. Es una lista que tiene bastante sentido.

28. Una noche que nunca olvidarás (un día también).

La otra noche en el Molino será difícil de olvidar. Santander en el 95. Como día: Santander en el 2001 ( pese a Mendieta) y el día que mi madre se estaba muriendo en un hospital.

¡Ahora recuerdo! Cuando mandé este email, una amiga me llamó corriendo para preguntarme por qué no le había dicho que mi madre había muerto. La explicación era fácil: mi madre no había muerto. Se estuvo muriendo, una mañana, unas horas... pero sobrevivió. Es una facultad muy habitual en mi madre y que sigue cultivando quince años después. El recuerdo sigue, claro.

29. Alguien con quien pasarías muchas noches (no tiene por qué ser tu pareja).

Con Simón jugando al PC FUTBOL

30. ¿En que piensas cuando te acuestas antes de dormirte?

Siempre tarareo la´misma canción a modo de nana

"La mala traición", de La Granja. Aún, a veces.

31. Fantasía sexual preferida

Escabrosa

32. ¿Crees en el destino? ¿Con quién te gustaría encontrarte dentro de diez años?

No, no creo en el destino. Me parece más bien que cada decisión en cada momento condiciona a las demás y que de haber destino habría tantos como posibilidades se abren. Con mucha gente, quizás con los del Willoughby. Sería bonito 26 años después.

33. ¿Qué haces para no aburrirte el fin de semana?

La verdad es que no me aburro casi nunca, y si me aburro siempre echan fútbol en la tele

A toro pasado, me divierte la noción del fin de semana como algo potencialmente aburrido. 

34. La última confesión que le hiciste a un amigo/a

Algo de alguna chica seguro, soy un poco monotemático. Lo siento!!!

Algo relativo a un niño de dos años y tres meses, seguro, soy un poco monotemático, ¡lo siento!

35. Algo que no contaste a tu mejor amigo/a

Soy un bocazas, lo cuento todo. Mucho más de lo que debería

36. Beso, verdad o atrevimiento.

Besos y cuantos más mejor

37. ¿Qué le dirías a la persona que te envió esto? A Susana le diría que es una chica excepcional en todos los sentidos y que no me importaría pasarme otra hora con ella pidiendo calimocho en un concierto de Manu Chao.

Susana sigue siendo una chica excepcional, pero la idea de pasarme una hora esperando para pedir calimocho en un concierto de Manu Chao con quien sea -y esto incluye a Charlize Theron y Elena Anaya- me resulta profundamente antipática.

domingo, octubre 02, 2016

No, a Pedro Sánchez no se lo ha cargado Susana Díaz...



Pongamos las cosas en perspectiva y abandonemos la retórica del "golpe de estado" -"golpe de régimen", dicen algunos, sin que alcance a saber a qué se refieren-, el IBEX 35, Felipe González y el Club Bilderberg... A Pedro Sánchez no se lo han cargado Susana Díaz ni Díaz Page ni Fernández Vara. Lo único que han hecho, muy torpemente, de una forma chusca y a las bravas, es dar la puntilla a un cadáver.

El problema de Sánchez viene de antes. Podríamos irnos a dos años atrás, cuando Rubalcaba le entrega un partido moribundo tras el descalabro de las elecciones europeas de 2014, aquellas en las que Podemos se presentó con una foto de Pablo Iglesias como logo. Sin embargo, eso sería ir demasiado lejos por un lado y por otro lado el análisis no cubriría lo aún anterior: el final demacrado de la administración Zapatero, el desplome del PSC, su pérdida absoluta de poder autonómico y municipal desde 2011 y la conclusión de que el único lugar donde el PSOE siempre aguanta, por razones casi de realismo mágico, es en Andalucía.

La misma Andalucía que prefirió que Pedro Sánchez fuera el secretario general en lugar de Eduardo Madina.

Vayamos más cerca en el tiempo. Mucho más cerca. Pedro Sánchez muere como secretario general del PSOE, como político de primera línea, cuando en pocas semanas se dan los siguientes sucesos:

1) En medio de las negociaciones con Podemos para un acuerdo de investidura, Pablo Iglesias se presenta ante el Rey con un gobierno ya configurado, que le incluye a él de vicepresidente y a varios de sus compañeros en los puestos clave de interior, defensa, economía, etc. Todo esto sin habérselo comunicado al propio Sánchez, que se tiene que enterar por la prensa. Excelente disposición al diálogo.

2) Cuando alcanza un acuerdo más moderado, más en la línea de la socialdemocracia de los últimos años, con Ciudadanos, y se presenta a la investidura, Podemos vuelve a darle con la puerta en las narices y vota que no. Si tan importante es que no gobierne Rajoy, si tan grave es "entregarle el poder a la derecha cuatro años más", si tan indecente es que un partido acorralado por la corrupción -una máquina de fabricar corrupción, en realidad, una especie de mafia- ocupe La Moncloa, ¿por qué no apostar dentro del posibilismo por una opción más sensata aunque no sea la soñada? Muy sencillo, porque Pablo Iglesias estaba convencido de que en las siguientes elecciones, con la coalición con Izquierda Unida a punto de concretarse, iban a culminar el famoso sorpasso y pasar de la vicepresidencia a la presidencia a poco que los resultados más o menos se repitieran.

3) Solo que los resultados fueron peor de lo esperado. De entrada, el famoso votante socialista tan presuntamente indignado con la falta de unidad de la izquierda, apoyó a Sánchez después de que este se negara a pactar con Podemos y optara por Ciudadanos. A Pablo Iglesias, en cambio, la unión con Izquierda Unida no le sirvió de nada, no sumó ni un escaño más y perdió significativamente en regiones clave. Lo que es peor: "la gente", es decir, "los ciudadanos", se volcaron con el PP. No de una manera exagerada, pero la justa para pasar de 123 diputados a 137, cincuenta más que su siguiente competidor.

Ahí muere Pedro Sánchez o, como se dice de un portero cuando la defensa hace aguas, ahí queda Pedro Sánchez "vendido". Hubiera bastado con que diez diputados de Podemos le hubieran dado su apoyo, en nombre de ese "bien común" al que ahora apelan y que consiste en que no gobierne Rajoy. No lo hicieron y miraron por lo suyo. Llevaron la política al extremo de "o nosotros o con nadie" y la política se los llevó por delante. Tenían todo el derecho del mundo, por supuesto. Tenían todo el derecho a ponerse estupendos y decir que no solo el PP era indigno sino que Ciudadanos también. Por sus cojones. 

Lo impresentable es que esa misma gente y, siento decirlo, muchos de los que se escandalizaban en febrero y marzo porque Sánchez pudiera ser presidente del gobierno sin ser suficientemente "de izquierdas" le consideren ahora un mártir y una víctima de los "poderes fácticos". Señores, quitarse de en medio a los poderes fácticos y mandar a la oposición al PP durante cuatro años estuvo en sus manos y no hicieron nada por ayudar a conseguirlo. Ahí, murió Sánchez, que quedó en una situación imposible: no podía abstenerse ante Rajoy por temor a que sus votantes le abandonaran -cosa que, de entrada, está por demostrar-, no podía gobernar con 85 diputados y los apoyos puntuales de hasta siete partidos políticos distintos -Podemos, IU, En Comú Podem, Compromís, En Marea, ERC, PNV y la antigua CDC, dos de los cuales no son en ningún caso de izquierdas- y la convocatoria de terceras elecciones viendo el panorama solo presagiaba una victoria aún mayor del PP. Una victoria clave, además, porque podía dejar el poder legislativo en sus manos, cosa que ahora no tienen.

En fin, parecemos abocados a un gobierno de minoría del PP y eso a la nueva izquierda le parece un desastre. El mismo desastre que no quisieron evitar hace seis meses. Por supuesto, la culpa es de los otros porque el narcisismo es lo que tiene. Ellos nunca hacen nada mal. Sin embargo, tengo buenas noticias que darles: buena parte de las medidas que proponga el PP las van a poder "tumbar" desde el Congreso y las que no vayan a poder tumbar porque son económicamente de derechas tampoco las podrían tumbar desde el Ejecutivo porque los muy burgueses PNV y CDC probablemente las apoyarían.

Nada cambia, por tanto. Pudo cambiar, pero no quiso Podemos y cuando pudo volver a cambiar, no quisieron los votantes. Mientras, llévense las manos a la cabeza pero procuren mirarse de vez en cuando el ombligo, igual no está tan limpio como creen.

viernes, septiembre 30, 2016

´74-´75



Aparece de la nada, como casi todo. Un hilo musical en algún lado, sin ser capaz de precisar dónde. La canción me encantaba y la había olvidado por completo, perdida en esa maraña de momentos noventeros. No solo la canción sino incluso el vídeo, aquel álbum de clase repasado veinte años más tarde. Es normal que un tipo tan nostálgico como yo encuentre el placer -un placer algo doloroso, lo justo- en esa clase de recuerdos. Los que fuimos hace veinte años. Los que fuimos todos. Los que fuimos tú y yo.

Si hay algo que echo de menos de mi adolescencia -como echa de menos Woody Allen los años treinta, una época que no vivió- es esa relación única con el primer amor. Esa persona con la que te unes frente al mundo, con la que pasas por la perplejidad como si fuera un salvavidas. El amor adolescente, un amor a lo "74-75" pero también un amor a lo "Michelle" de Gerard Lenorman, un amor entregado y roto y por lo tanto siempre presente. Algo real de lo que arrepentirse, algo real que festejar y no esta empalagosa literatura de blog de provincias.

Yo no tuve nada de eso pero tuve otras cosas, claro. Una semana preciosa en Atenas. Un montón de chicas de las que enamorarme y recrearme en el imposible y una primera relación que llegó justo fuera de tiempo, es decir, al segundo año de universidad, cuando la perplejidad seguía, claro, pero ya muy trillada. Un amor resabiado, más que otra cosa. En fin, lo bonito de la canción, lo bonito de esos recuerdos es la posibilidad de asociar un año, un curso, a tu vida. Eso, por supuesto, cambia con el tiempo por una cuestión de acumulación. Incluso un obseso de la memoria como yo tiene problemas para identificarse con el año 2012 -denme tiempo, denme tiempo...- pero si me mencionan ´94-´95, así, de seguido, imposible que no lo haga mío. Una mañana de mayo, un instituto y el nombre de una canción que llena el cerebro. Aquella que festejaba el espíritu adolescente.

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Empiezo la lectura de "Yeah, yeah, yeah!", de Bob Stanley, cortesía de la Editorial Turner. Es un libro destinado a hacerme feliz y de momento no se está resistiendo. Una de las primeras menciones es a los Shadows y, en concreto, al "Apache". Hubo un día en el que no hacía falta poner a Marta Sánchez para vender tu vuelta ciclista de turno. Puede que pocos se acuerden, pero Induráin ganó su primer Tour a ritmo de "Apache", siempre de fondo mientras los comentaristas divagaban sobre escapados y estilistas.

No solo eso, para su primer Giro, la RAI eligió el "Nessun dorma", lo que fue inmediatamente aprovechado por nuestro profesor de música para hablarnos de Puccini y ponernos el aria entera mientras comentaba y traducía por encima del tenor. No sé si ahora se da música en los institutos o no porque supongo que forma parte de esas materias que "no sirven de nada", pero aquellas clases eran una gozada. No en el momento -eran a las ocho o las nueve, primera hora, edad difícil- pero desde luego sí en la distancia. Las cantigas de Alfonso X, el dodecafonismo de Schönberg.

Creo recordar, de hecho, que aquel hombre nos parecía un loco, con tanto entusiasmo. Era un entusiasmo algo solipsista, desde luego, como si quisiera conectar no ya con la panda de imberbes que tenía delante sino con lo que esos imberbes serían veinticinco años después. Pedagogía a largo plazo, sin urgencias.

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Josep Borrell va a la SER y le da un baño a Pepa Bueno. De hecho, las posibilidades de que Josep Borrell vaya a cualquier lado y te dé un baño son altísimas. Justo al final de la entrevista, Bueno le dice al ex ministro: "Le veo muy enfadado" y él le responde "enfadado no, ¡enfático!" y de nuevo me recuerda a mi admirado Fernán Gómez. Borrell es de los pocos políticos que admite el debate porque no pervierte el lenguaje; es más, lo revaloriza. La palabra justa con el significado justo. En caso de trampa, no queda más remedio que la retirada.

Por otro lado, hay que ser justos con la periodista: si Borrell se luce -como decíamos precisamente de Fernán Gómez en sus charlas con Enrique Brasó- es porque Bueno sabe echarse a un lado. No es lo  habitual en tiempos de periodistas estrellas. Se niega a que sus oyentes se pierdan una sola de sus argumentaciones y no pierde demasiado tiempo en rebatirlas o en "mejorarlas". Te invito y te dejo hablar, un formato casi olvidado. Pudo lanzarse a defender al grupo PRISA o pudo quejarse de la condescendencia de su interlocutor. No lo hizo. Prefirió asumir el perfil bajo, el que le correspondía.

Es decir que sí, que le dio un baño, pero que ella ya llevaba el bañador puesto de casa y la toalla para secarse.

martes, septiembre 27, 2016

¿Llegamos alto, con las estrellas?



La primera conversación tiene que ver con trabajar gratis, ese gran dilema de todo escritor entre los 25 y los 35 años. M. busca consejo o cuando menos busca argumentos. Yo no los tengo. Yo no trabajo gratis para quien sé que puede pagarme pero sí colaboro cuando me apetece con quien sé que no puede pagarme porque no tiene ingresos. Lo que no tolero es la tontería de la visibilidad y el "esto es bueno para todos" porque si usted no tiene dinero para mantener una revista profesional, mejor monte un herbolario, que funcionan de maravilla.

A esa conversación le siguen muchas otras con mucha otra gente. Es una sensación agradable porque hace demasiado tiempo que estoy fuera de la circulación. Estamos en una presentación pero no recuerdo la autora ni el libro y por favor no hagamos de esto algo personal. Yo iba ahí a ver a los viejos amigos y que me dijeran qué buen aspecto tenía, fuera verdad o no. En ese sentido, la excursión carismática fue todo un éxito.

Pienso en los años raros, en aquellos difusos 2009, 2010, 2011... La cantidad de gente distinta con la que podía sentarme a tomar un café o una copa. Cortometrajistas incipientes, poetas autoeditadas, cantautores perdidos en los circuitos... A veces era público y a veces era escenario, dependía del momento. Incluso cuando yo creí que estaba parado, no paré nunca. Presentaciones de libros en Tres Rosas Amarillas y, después, en Tipos Infames. Las mismas caras, sí, pero no tengo claro que eso sea algo malo.

Acabamos cenando -o algo similar- en un antro de la calle Noviciado. Mi primera opción era el bar aquel infame que hacía esquina pero para mi sorpresa lo cerraron hace ya un tiempo. Malasañero de mierda. Chorizos fritos con sabor rancio. A mi alrededor, tres chicas hablan de literatura, del "mundillo" y de lo que conlleva. Parecen ilusionadas y eso es fantástico. Yo estoy tan acatarrado y tan ronco que apenas intervengo. La conversación, en cualquier caso, parece apañárselas perfectamente sin mí y así puedo irme a mi hora sin sentirme culpable, con algo parecido a una sonrisa en la cara.

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Al día siguiente, terraza de Prosperidad con Gonzalo Vázquez. Los que me conocen, los que leen este blog, saben hasta qué punto admiro a Gonzalo Vázquez, una admiración solo comparable, quizá, a la que siento por Manuel Jabois. Son dos genios, cada uno a su manera: Gonzalo, más constante; Manuel, más intuitivo. "Dar un paseo y tomar algo" es su plan para la sobremesa y eso es lo que hacemos: pasear entre árboles que anuncian el otoño y pararnos a tomar una botella de agua y una cerveza.

Gonzalo tiene además otra virtud: la de hacerte sentir a gusto. Es sincero, a veces brutalmente sincero y directo. Se calienta hasta el ceño fruncido y cuando se da cuenta vuelve a enfriarse, con un gesto casi budista de apaciguamiento. El pasado verano escribió un artículo sobre LeBron James que podría haber sido portada de cualquier gran medio estadounidense. Lo publicó JotDown, la única interesada. Hay algo que no me cuadra y no dejo de explicárselo: no es ya un caso de malditismo, de "deberías triunfar pero no consigues que nadie te conozca" sino algo ya directamente incomprensible: Gonzalo roza los 30.000 seguidores en Twitter, que le veneran como el dios del baloncesto que es. ¿Cómo es posible que eso no se traslade a más medios de comunicación?

No lo sé. Eso lo tendrán que decidir otros. Cambiamos de tema y hablamos del coronel Tarakanov y a los dos se nos ilumina el rostro porque en el deporte estamos más a gusto que en la queja. Le gusta mi barrio, me dice, y yo le digo que estamos a punto de mudarnos. Supongo que nadie está contento con lo que tiene, pero no sé por qué eso tendría que estar regido por una especie de determinismo.

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Sánchez tira hacia adelante y desde mi Facebook se le jalea. Está a punto de destruir el futuro de su partido y de la socialdemocracia, pero, ¿qué más da? Cuando ese futuro sea presente la solución será la misma: quejarse mucho y desatender por completo la realidad.

lunes, septiembre 26, 2016

Los Panchos y la Chica Langosta



Y entonces se nos colaron Los Panchos. No sé explicarlo más allá de la necesidad de establecer vínculos como fuera. Los Panchos estaban bien, nada de lo que arrepentirse después. Ella me grabó una cinta y yo la escuchaba obedientemente, imperturbable ante el "Si tú me dices ven...". Por supuesto, todas las canciones hablaban de ella. En cierto modo era un respiro porque cuando te acostumbras a convertirte a ti mismo en el protagonista de toda tu banda sonora acabas un poco harto de tu vida.

Aquí, no. Aquí, "el pueblo" era su pueblo, la lluvia era su lluvia sobre su tarde en Moratalaz y ni siquiera tenía que eximirla de ningún pacto porque no lo hubo jamás entre nosotros más allá de un abrazo entregado en el aeropuerto de Barajas, el día en el que Matilde Urbach estuvo a punto de perder su mística. "Abrazo de aeropuerto", leí el otro día en algún lado, y me pareció una adjetivación precisa porque yo nunca he sentido un abrazo como aquella mañana, aún noche cerrada, antes de que ella viajara a Toulouse. Un abrazo de extrañeza y sobre todo de miedo. La puerta se cerró a su paso como en las películas.

En fin, volvamos a Los Panchos como punto en común. Por supuesto, podríamos haber elegido muchos otros lugares, pero estaban demasiado transitados. Mi idea siempre fue ser especial en cada cosa que hiciera. Una especie de Mourinho de las relaciones personales. Yo también le grababa mis propias cintas, algo banales, y ella contraatacaba con Sebadoh y Guided by Voices. Le enviaba relatos en cartas de las que luego pedía fotocopias, no se me fueran a olvidar. Ella también me envió uno. Solo uno. No sé si escribió más. Quiero pensar que no porque, ya saben, el especialito y sus mandangas. Hablaba de cigarrillos, insomnio y un ex novio.

A mí me encantó porque era suyo. A mi madre, que no le iba nada en el asunto, le pareció más bien pobre.

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Sigo con las conversaciones de Enrique Brasó y Fernando Fernán Gómez. Recuerdo que el actor solía quejarse de que las entrevistas habían perdido su sentido original, aquel de charla entre dos personas, para convertirse en poco más que un cuestionario. Aquí se le nota más cómodo. Es mérito suyo y de su prodigiosa inteligencia, por supuesto, pero en ello tiene mucho que ver Brasó y su echarse a un lado continuamente. Proponer el tema, sugerir incluso una tesis y ausentarse de toda réplica. El anti-Ana Pastor. Cuando su interlocutor le lleva la contraria, agacha las orejas y sigue adelante. Vamos a otra cosa.

No hay en Brasó ningún afán de protagonismo y eso se echa de menos en estos días en los que todos sabemos más que los demás sobre sus vidas y sus intenciones. El brillo de Fernán Gómez en medio de una adulación excesiva quedaría atenuado; en medio de una discusión constante sobre "por qué rodaste tal cosa de tal manera, yo creo que fue porque..." directamente ni se apreciaría. Déjenle hablar. Si algo echo de menos -en JotDown, por ejemplo, que son los únicos que se atreven de verdad con el género- es que no se hagan más entrevistas a actores o a directores de cine.

Entrevistas que vayan más allá del aquí y el ahora y qué tal Donald Trump sino que sirvan de recuerdo de cada rodaje, de cada idea, como sucede con los deportistas y sus partidos. ¿Cómo fue jugar contra Sabonis?, ¿cómo fue rodar con María Luisa Ponte? En ese sentido, hay que reconocer que Álvaro Corazón Rural es un auténtico maestro, aunque no sé cómo habría hecho para que Fernán Gómez no acabara irritándose.

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Por la mañana escribo un artículo sobre la retirada de Kevin Garnett que pasa por completo desapercibido en las redes sociales. Por la noche hago un análisis en el blog de las elecciones vascas y gallegas que complementa al de esa misma semana. Cuando lo enlazo, tampoco recibe eco alguno. En medio, eso sí, hago un comentario sobre Cristiano Ronaldo. Ni siquiera sobre Cristiano Ronaldo sino sobre el tratamiento de la prensa a un gesto de Cristiano Ronaldo. En pocas horas alcanza los 300 RT. Ahí seguimos. 140 caracteres que eclipsan por completo horas y horas de trabajo. Reconozcan que tiene un punto frustrante.

domingo, septiembre 25, 2016

Elecciones gallegas y vascas: el tedio refuerza al poder



Poco que añadir al artículo que publicaba el pasado martes, aunque con algún matiz: los partidos en el poder salen reforzados de las elecciones gallegas -Feijoo- y vascas -Urkullu- por una mera cuestión de tedio. Al final, la gente se cansa de votar y votar y busca un desbloqueo a las bravas y para eso mejor votar al que ya está. Ni siquiera cabe apelar a la desmovilización del voto ajeno: en el País Vasco, la abstención ha subido tres puntos, pero en Galicia la asistencia a las urnas ha sido masiva si se compara con el desastre de 2012.

¿Es posible desvincular estos resultados del mapa estatal? En mi opinión, no. Son el reflejo de lo que pasaría si se repitieran hoy mismo unas terceras elecciones y bueno es que todos tomen notas. El partido en el poder, en este caso el PP, sacaría más votos y más escaños, los movimientos populistas verían un estancamiento que aún no es descaradamente un fracaso -tercera fuerza en País Vasco para Podemos, segunda en Galicia para En Marea, en ambos casos victorias pírricas- y el PSOE pagaría todos los platos por una cuestión de coherencia: el 20-D demostraron una cosa y se les premió, el 26-J se han empeñado en hacer lo contrario y el votante medio les castiga.

Los resultados del PSOE son TAN malos que asustan. Hablamos de un partido que en 2009 consiguió 25 diputados con Patxi López como candidato y que hoy no llega a diez en el País Vasco. Es cierto que puede convertirse en pieza clave para apoyar el gobierno del PNV pero desde una distancia abismal, muy lejos de esos pactos casi de tú a tú que marcaron los años noventa. En Galicia, más de lo mismo. En 2009 eran veinticinco sus diputados, hoy son catorce, poco más de la mitad. Si a esto le sumamos la situación en Cataluña, muy similar, se puede entender perfectamente lo que ha supuesto Zapatero para ese partido y lo que va a tardar en renacer.

¿Está en condiciones Pedro Sánchez de arriesgar a unas nuevas elecciones? La respuesta, obviamente, es no. Sería un suicidio electoral. Lo que tiene que hacer ahora mismo es echarse a un lado y buscar durante cuatro años buenas ideas y buena oposición. Tomar algunas cosas del discurso de su izquierda -Podemos- y algunas cosas del discurso de su derecha -Ciudadanos- y elaborar una verdadera transversalidad desde la conciencia de que ya no son un partido hegemónico, que quizá el bipartidismo esté muriendo para dar paso a un unipartidismo que sería letal para nuestra democracia.

Ni siquiera para Podemos como tal los resultados son excelentes. Su verdadera marca, la del País Vasco, que tanto presumió de ganar las generales dos veces en dicho territorio, no solo ha quedado tercera sino que la diferencia con Bildu ha acabado siendo de seis diputados. De hecho, apenas supera en dos escaños al PP y el PSE, esas dos ruinas que se sostienen en un equilibrio inestable. La alegría viene por parte de En Marea, pero En Marea ya existía como Anova en 2012 y la mejora de sus resultados -cinco más que entonces- refuerza su posición de poder dentro de esa extrañísima multicoalición que es el grupo de Unidos Podemos en el Parlamento de Madrid.

Quedan para el análisis los nacionalistas. Han resistido mucho mejor de lo que se esperaba, quizá porque el tedio no solo refuerza a los partidos en el poder sino también a los sentimentalistas. Había encuestas que borraban al BNG del mapa y apenas ha perdido un escaño. A Bildu le daban por acabado en el País Vasco, especialmente sin Otegi de candidato, y aunque se aleja del PNV, mantiene la hegemonía de la izquierda y aplasta a su supuesto rival, Podemos. Se ve que los votos prestados a Iglesias no son más que eso: préstamos de rápida devolución.

En definitiva, han sido las elecciones soñadas para el PP. Sí, sus resultados en el País Vasco son horribles, pero ganan a Podemos y al PSE en Álava, su gran feudo -muy por detrás, eso sí, de Bildu y PNV- y podrían proponer un intercambio de cromos al PNV porque sus nueve escaños junto a los 29 de Urkullu da para gobernar Euskadi sin grandes complicaciones. Urkullu, con todo, probablemente se sienta más cómodo al lado de un débil PSE, menos dispuesto a ponerle palos en las ruedas.

En Galicia los resultados han sido sencillamente espectaculares y no nos engañemos, Galicia era lo que contaba para Rajoy. No es ya la estabilidad en los 41 escaños, sino ese casi 2% de porcentaje que le coloca al borde del 50% en unas elecciones con mayor participación. Sí, Feijoo es amigo de narcos y el PP es el horror, lo que ustedes quieran, pero la realidad es terca. ¿Quieren volver a comprobarlo en diciembre? No se lo recomiendo. Hace cinco días pedíamos a las fuerzas de izquierdas y en especial al PSOE que "salvaran los muebles" e intentaran desde el legislativo controlar al ejecutivo en vez de perderlo todo por una vana ilusión de heroicidad.

Hoy, esa petición es más urgente que nunca: mucha gente votó el 26-J al PSOE en vez de a Podemos porque le pareció una opción de gobierno, no de bloqueo. Cuando se ha convertido en una muralla es cuando han llegado los palos electorales. Llegarán más. Mejor que les pillen más preparados.

jueves, septiembre 22, 2016

Milosevic en el Ritz



Por nuestro cuarto aniversario reservé una habitación en el Ritz. A toro pasado, es difícil encontrar mejor ejemplo de hasta dónde había calado la decadencia en nuestra relación. Fue un error como otro cualquiera y la verdad es que ella lo aceptó con toda la ternura del mundo, probablemente porque no era la primera vez que hacía algo parecido. Hay parejas que se ponen a tener hijos a lo loco para tirar adelante y parejas post-adolescente que se dedican a tirar fuegos artificiales para desviar la atención.

No funcionó, por supuesto, y poco más de un mes habíamos roto, pero no quería hablar de eso sino de mí, para variar. De mí con 23 años entrando en la habitación de un hotel en el que no pintábamos nada, encendiendo la televisión y emocionándome en CNN+ mientras a Slobodan Milosevic le montaban algo parecido a un golpe de estado. Guille gritándole entusiasmado a T. "Mira lo que está pasando, mira lo que está pasando", como si lo que estuviera pasando tuviera la más mínima importancia en nuestra vida, como si no hubiera pausa en mi empeño en ponerlo todo -todo el rato- del revés.

¿De qué iba aquello? Los fuegos artificiales y "el venao", todo a un mismo tiempo. La distracción sobre la distracción. Imposible saber qué estaba tramando, imposible agarrarse a ese clavo ardiendo. Cenamos en un restaurante argentino muy rico, que, como homenaje quizá, cerró a los pocos meses. No fue una gran noche, como se puede suponer, y el día siguiente no fue mejor en ningún sentido. Ella trabajaba en un periódico nacional, yo daba clases de historia a niños de trece años.

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Las últimas diez páginas de "Chesil Beach". Mejor centrarse en esas diez últimas páginas y no en las ciento cincuenta anteriores, que hay que entender como un enorme prólogo, una de esas etapas en las que el sprint vale por los doscientos kilómetros de fuga y pelotón organizado. Puede que a Ian McEwan le pase lo mismo que comentábamos de Woody Allen, que esté siempre a punto de la obra maestra, dejando destellos, pero le cueste cuadrarlo todo. Probablemente, de hecho, su mejor libro siga siendo el primero: "Primer amor, últimos ritos", una maravillosa colección de relatos que recuerdo sin artificios ni adornos ni compasión.

En cualquier caso, insisto, esas diez páginas salvan cualquier novela. Me comenta Carlos Jiménez que a él no le parecieron para tanto, pero, claro, él tiene más o menos la edad del protagonista antes de que se dé cuenta de que ha hecho el idiota. Yo tengo la edad en la que, podemos entender, ya ha entendido que no hace falta hacer un drama de todo, ni invitar a chicas al Ritz ni fingir entusiasmo por la política serbia. Que, en ocasiones, el empate nos vale.

De entre todas las frases de esas páginas, una sobresale: "De este modo podía cambiarse el curso de una vida: no haciendo nada". Sí, tiene sentido. El resto es poco más que teatro o, aún peor, ludopatía.

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Las conversaciones entre Fernando Fernán Gómez y Enrique Braso. Cualquier conversación con Fernando Fernán Gómez, en general, sea escrita o en la pantalla. Fernando Fernán Gómez, el concepto. Muy complicado ser más inteligente o, al menos, parecerlo.

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Iglesias y Errejón se pelean en Twitter y el mundo se para. Es lo que tiene la inmediatez y con eso volvemos a la ludopatía, al vivir en un casino siempre abierto con croupiers cantando frenéticamente los números. La mayoría de lo que leo tiende a atribuirles la inteligencia de estar fingiendo una disputa para que se hable de ellos y que se vea lo plural que es Podemos y lo listos que son y sin complejos y "la gente" como testigo del proceso y no mero instrumento...

Tiendo a pensar que no. Que aquello es exactamente lo que parece: ver quién la tiene más larga. El hecho de que los demás afines saltaran inmediatamente, un poco confusos, en un sentido o en otro -más bien en el de Iglesias, todo sea dicho-, refuerza mi impresión. Hasta Monedero ha tenido tiempo para darle un palo a Errejón, lo que viene a demostrar que Errejón ahí no pinta nada. Más que nada, porque, dentro de sus limitaciones, suele tener razón. Y tener razón en un partido político -en cualquier partido político, en cualquier lugar, de hecho- es peligroso.

martes, septiembre 20, 2016

Salvando los muebles, que no es poco


Eso que separa la realidad de lo que cada uno entiende que debería ser la realidad es lo que se llama política. Sé que en tiempos de sentimentalismo suele regir lo contrario, el "soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre..." como forma de entender la negociación. El agravio constante. La indignación sin fecha ni perdón. Puede que incluso buena parte de los votantes del PP estén de acuerdo en que su partido ha hecho pocos méritos para gobernar otros cuatro años, pero por mucho que nos empeñemos en tirarnos de los pelos, los hechos están ahí: 137 diputados y otros 32 dispuestos a arrimar el hombro.

En todo este proceso de investiduras se suele obviar un detalle clave: la separación del poder ejecutivo y el legislativo. Es una distinción a menudo banal, especialmente cuando el partido del gobierno controla a su vez el congreso, pero es una distinción clave en la situación actual. El empeño de los partidos que dominan el legislativo en impedir que el PP acceda al ejecutivo nos está llevando poco a poco al peor escenario posible: que Rajoy y los suyos consigan el control de todo a base de repetir y repetir elecciones con la consiguiente desmovilización de las autodenominadas "fuerzas del cambio".

Buena parte de la nula actividad del PP a la hora de buscar un pacto razonable con otros partidos más allá de la rendición sin condiciones se debe al hecho de que esta situación les beneficia sobremanera: no solo siguen en el gobierno por quinto año consecutivo -en funciones, vale, pero gobierno al fin y al cabo- sino que las expectativas son positivas: la gente tiende a la estabilidad y las revoluciones tienen corto recorrido después de su primera explosión. Lo normal es que unas terceras elecciones coloquen al PP al borde de la mayoría absoluta, con casi total seguridad por encima de los 150 diputados.

Así pues, y llegados a este momento, lo que el PSOE debería plantearse no es lo que debe hacer en términos heroicos, de resistencia, sino lo que debe hacer en términos prácticos, políticos, del menor mal posible. ¿Es deseable un gobierno de Rajoy? No. ¿Es deseable un gobierno de Rajoy controlado por un legislativo que sea capaz de tumbar buena parte de sus propuestas o incluso poner en marcha una moción de censura en caso de gran escándalo tipo Bárcenas? Quizá no lo sería si hubiera alternativa, pero, a día de hoy, no la hay.

El PSOE sacó réditos de su posición de fuerza ante Podemos en las elecciones del 26-J. Mantuvo su posición como segunda fuerza y, aunque perdió escaños, ganó porcentaje de voto. Quizá algunos se han acostumbrado demasiado a esa posición de fuerza y no tiene pinta de que les vaya a beneficiar en el futuro. En las elecciones de junio, el "no" a un gobierno con Podemos fue bien recibido, pero casi tuvo más influencia el "sí" a un gobierno alternativo, aunque fuera un gobierno condenado al fracaso con Ciudadanos.

Decir que no y no presentar alternativa no suele ser una gran garantía de éxito. Lo será para los convencidos pero no para los que están por convencer, es decir, los que dan y quitan mayorías. Todo lo que pueda mantener el PSOE en unas terceras elecciones será a costa del presumible descalabro de Unidos Podemos y en esto, lo siento, me da igual lo que digan las encuestas. Ese descalabro llegará si se obliga a votar tres veces en un año a gente que en buena medida tiende a la desmovilización, todo lo contrario de lo que ocurre con los votantes tradicionales del PP.

Estamos ante un escenario ridículo para "la izquierda": no solo se le quiere ganar a "la derecha" una batalla a largo plazo, cosa que parece imposible, sino que lo hace mientras esa misma derecha prolonga su estancia en el poder. En ese sentido, las elecciones vascas y gallegas serán una buena piedra de toque, no tanto por el resultado del PSOE, que probablemente sea mejor del que dan los sondeos, sino por los resultados de los partidos en el gobierno, es decir, PP y PNV, que preveo que pueden ser espectaculares.

Por supuesto, lo mejor que podría pasar sería que me equivocara: que el PP no consiguiera mayoría absoluta en Galicia y que el PNV no ganara cómodamente en el País Vasco. Que de esa manera la tesis anterior de que el votante más fiel es el votante del que manda quede refutada y Rajoy vea lavar las barbas del vecino. Sin embargo, no creo que pase. En ambos casos, el fracaso de PP o PNV depende del éxito de hasta tres fuerzas distintas de izquierdas -PSdeG, BNG y En Marea o PSE, EH-Bildu y Podemos-. No sé si hay tanto espacio a la izquierda del PSOE como para pensar que eso es factible y desde luego no sé si después de dos años sin dejar de votar esa izquierda sigue convencida de que su opción es la mejor o volverá a una cierta desilusión, a un "con lo que hay, yo casi prefiero quedarme en casa", que es más que comprensible.

En cualquier caso, será interesante ver cómo respiran los partidos después de sus resultados del domingo. ¿Sigue viva la fiebre Podemos o va remitiendo?, ¿están hartos los votantes del PSOE de la división de su partido o lo siguen apoyando frente a los "ataques" exteriores, incluyendo, supongo, el mío, que les voté?, ¿los partidos en el gobierno sufrirán algún tipo de desgaste o se reforzarán como los más votados? Algo me dice que al final el PSOE se abstendrá o que se abstendrán los necesarios para escenificar una especie de "sí pero no" que salve los muebles. Más que nada porque salvar los muebles, ahora mismo, parece una excelente opción para los socialistas. Recolocar las fichas, como en el RISK, y pensar en la siguiente partida con la mente fría. Insisto, lo que siempre se ha llamado política.