miércoles, septiembre 30, 2015

Un vaso es un vaso y un plato es un plato


Como muestra de ese gusto tan español por el dramatismo, llevamos dos días dándole vueltas a los resultados del domingo pasado: quién ha ganado, quién ha perdido, si son votos, si son escaños, si las CUP, si Arrimadas... como si lo del domingo hubiera sido un plebiscito de verdad y no algo tan vulgar como unas elecciones autonómicas. Yo sé que esta distinción, ejemplificada por un gran estadista con la frase "un vaso es un vaso y un plato es un plato", suele irritar a los independentistas pero no veo ninguna razón para ello: si de verdad se quiere cambiar la realidad bueno es que no nos quedemos en la superficie del lenguaje.

Unas elecciones autonómicas no son un plebiscito por la mera razón de que no hay riesgo. Votar de lejos no es votar. En un plebiscito o en un referéndum, se exige una pregunta clara y unas consecuencias bien determinadas, normalmente en consenso con las autoridades vinculadas a la decisión. Por ejemplo, en Escocia estuvieron años discutiendo hasta que consiguieron no ya ponerse de acuerdo en la pregunta, sino en qué pasaría exactamente si ganaba el "sí" o el "no" a la pregunta en cuestión.

Nada de eso sucedió el 27-S y tampoco pasa nada por reconocerlo. En realidad, llamar a las cosas por su nombre puede incluso llegar a ser una esperanza de futuro para ambos bandos. Es muy posible que votantes de Convergencia de toda la vida mantuvieran el voto aunque siguieran confiando en eso que se llama "catalanismo moderado". Sucede con muchos partidos en muchos lugares del mundo y no veo por qué Cataluña va a ser una excepción. Aún más: puede ser que alguien no independentista decidiera votar a Junts Pel Sí porque considerara que era una maniobra de presión para conseguir ventajas fiscales o un mayor autogobierno o que votara a las CUP por una cuestión meramente ideológica, más relacionada con la cuestión social que con la nacional.

Del mismo modo, puede que hubiera independentistas que votaran a CSQEP o a cualquier otro partido simplemente porque ponen la identidad por debajo de las medidas reales a tomar en el día a día. Ciudadanos que, a lo mejor, con una pregunta clara  y unas consecuencias bien explicadas votarían sí a la independencia pero que bajo ningún concepto quieren que esa independencia estéliderada por Artur Mas o intuyen simplemente que hay cosas más importantes que cambiar antes.

La única manera de saberlo es plantear el referéndum en cuestión con todas las garantías legales. Para eso hace falta tiempo, claro. Se habla mucho de la voluntad pero nos olvidamos fácilmente del tiempo. La "independencia express" ha sido un viaje a ninguna parte porque todo lo político requiere de un camino que choca con este afán de acción directa que ha invadido Cataluña especialmente desde el 11 de septiembre de 2012. Los independentistas tendrán que aprender a esperar y los unionistas tendrán que aprender a ceder, en este caso ni más ni menos que el mil veces citado derecho a consulta del resto de ciudadanos no catalanes que forman el estado español.

No es una cesión cualquiera, porque uno no renuncia a su constitución ni a su país alegremente, pero creo que merece la pena si así podemos dejar de gastar tantas energías en este tema. Da la sensación de que tanto la sociedad catalana como la española en su totalidad están demasiado ofuscadas en algo cuya solución no parece tan difícil. Y si en realidad es tan difícil, empecemos a buscar esa solución cuanto antes porque así es imposible avanzar.

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Vista desde aquí, desde el Niño Bonito y la Chica Diploma, la última noche de San Sebastián no fue tan terrible o, más bien, fue una noche como cualquiera de las demás. Otra cosa fue allí: tener problemas para relacionarte con la gente, llamémoslo timidez o bloqueo, es algo que le puede pasar a cualquiera. Tener una invitación para la fiesta de despedida del festival de cine en el maravilloso Palacio de Miramar y acabar a las once con el pijama ya puesto en la pensión rellenando sudokus es algo que me preocupa un poco más.

En general, hay que reconocer que como experiencia social, San Sebastián ha sido un rotundo fracaso. No he conocido a nadie, no he hecho ningún nuevo contacto, solo fui a dos fiestas y casi a rastras... Se podría decir que mi trabajo no era conocer gente sino ver películas y analizarlas para mis lectores. Yo, por ejemplo, me lo decía todo el rato. Lo cierto, sin embargo, es que ver películas y analizarlas no deja de ser un placer privado, para los poquitos lectores que nos juntamos aquí. Lo otro, los grandes reportajes, las entrevistas, las citas de prensa... requiere de unas dotes sociales que yo, sinceramente, no poseo.

El asunto es que no siempre fue así. Recuerdo otros septiembres en San Sebastián en los que me costó arrancar, de acuerdo, pero luego no había quien me parara. Septiembres de Bataplán y BeBop y cafés con actrices en las terrazas junto a los cines Príncipe. Supongo que hay edades a las que crees que te vas a comer el mundo y edades a las que con resolver el siguiente crucigrama ya tienes suficiente. Pequeños objetivos llevados al extremo. Quedan en cualquier caso diez días mágicos en una ciudad sensacional. Algo engreída, quizá, pero con justificación. Una extraña sensación de que aquello -la acreditación, las películas, la burbuja...- no se iba a repetir jamás.

lunes, septiembre 28, 2015

Diez reflexiones después de las elecciones catalanas



1- La suma de los partidos autoproclamados independentistas (ERC+CDC+CUP) dio un total de 72 escaños y un 47,76% de los votos. No deja de ser un buen resultado, pero para este viaje no hacían falta tantas alforjas: si el objetivo era que el Parlament pudiera declarar la independencia de manera unilateral, ya podría haberlo hecho a partir de 2012, cuando estos mismos partidos sumaban 74 escaños y un 47,84% de los sufragios o incluso en 2010, cuando las CUP no existían pero estaba el muy independentista partido de Laporta, que, junto a ERC y CiU llegó a los 76 escaños y el 48,75% del voto total.

2- El voto independentista, por tanto, sigue donde estaba, exactamente en el mismo sitio. Lo que ha cambiado es el reparto. En 2010, CiU se quedó cerca de la mayoría absoluta. En 2012, su bajón lo aprovechó ERC casi escaño por escaño y en 2015 resulta qu los dos juntos, en una coalición que les beneficia a la hora de asignar diputados, apenas superan el resultado de CiU por separado cinco años atrás. Todo esto se está vendiendo como un gran éxito y puede que lo sea: en 2010, CiU no era un partido independentista y ahora sí lo es, así que en ese sentido digamos que el independentismo avant la lettre sube ligeramente conforme se derrumba la opción catalanista moderada de derechas.

3- Porque la desaparición de UDC de la política catalana significa exactamente eso: no hay un electorado catalanista de derechas que rechace el independentismo. Es una situación muy curiosa y que sinceramente no esperaba. El batacazo del partido de Duran Lleida es tremendo y seguro que estará haciendo pensar a algún alto cargo de Convergéncia: "¿Para qué demonios les estuvimos dando escaños y suites en el Palace si los votos los poníamos nosotros?"

4- Quede debilitado o no el independentismo, que es algo en lo que no solo no hay consenso sino que las posiciones son tan encontradas como siempre -unos dicen que ha sido un gran triunfo, otros hablan de gran fracaso y nadie parece encontrar un punto medio en todo este vocerío-, lo que queda claro es que la posición de Artur Mas es precaria. A los problemas judiciales de su partido hay que añadir que, sin el apoyo de las CUP, no podrá ser presidente de la Generalitat ni encabezar proceso alguno, si lo hubiere. Las CUP son independentistas, sí, pero eso no es decir mucho. Su independencia no tiene tanto que ver con España sino con el capital, los recortes, la defensa de eso que se ha llamado "el empoderamiento de la gente"... Parte del fracaso de Podemos en Cataluña tiene que ver con que su arco político lo ocupan las CUP y desde luego las CUP no pueden permitirse pactar nada con Artur Mas. Ayer mismo lo decía su líder: "Nosotros ya hemos dicho que no le vamos a apoyar, si con nuestra abstención no le vale, el problema es suyo. Habrá otras personas que puedan liderar este proceso".

5- ¿Qué otras personas? Si Junts Pel Sí necesita el apoyo explícito de las CUP tendrá que ofrecer algo a cambio, pero, ¿qué es exactamente Junts Pel Sí una vez que el plebiscito no les ha dado la mayoría absoluta? Si el requisito fuera que Mas abandonara el poder y se lo cediera, pongamos, a Junquera o Romeva, ¿estarían los diputados de Convergéncia a hacer ese sacrificio por acelerar la presunta independencia de Cataluña? Al final, lo que llega es la realidad: no dudo de que CDC esté a favor de dicha independencia pero no tengo nada claro que acepten sin más que el proceso lo lideren formaciones de izquierdas, sobre todo cuando ellos probablemente hayan vuelto a aportar el mayor número de votos.

6- Al resto, a los partidos no independentistas, solo les queda esperar. Los resultados de Ciutadans han sido extraordinarios y yo no identificaría sin más a Ciutadans con la derecha, no desde luego más a la derecha que Pujol, Mas, Millet y compañía. Los del PSC han sido dignos y en eso tiene mucho que ver la campaña de Miquel Iceta, una campaña populista pero que ha incidido en una cuestión clave: si el candidato no tiene complejos es más fácil quitárselos al votante. Las encuestas le dejaban a la altura del PP y por debajo de CSQEP y les ha adelantado a ambos con mucha soltura. Todos, en cualquier caso, tienen algo en común: no pueden sino confiar en que el desacuerdo de los independentistas permita por lo menos una repetición de elecciones.

7- Batacazo del PP y de Podemos, una muestra más de que aliarse con IU, sea donde sea y bajo las siglas que sean, no es una buena estrategia. Es cierto que CSQEP, en una campaña de "sí" o "no" tenía poco que ofrecer. El votante que haya visto en estas elecciones un plebiscito probablemente haya optado por PSC si es de izquierda no nacionalista, o por las CUP si es de izquierda nacionalista. Más grave me parece lo del PP porque más altas eran las expectativas. El partido más votado en España apenas alcanza un 8% en Cataluña y queda como la quinta fuerza más votada, la sexta si dividimos Junts Pel Sí en dos. Si la hostia de Albiol, un impresentable de tomo y lomo pero con un público propio en el cinturón rojo de Barcelona, ha sido tremenda, no me quiero imaginar la de Rajoy en apenas dos meses. Del mismo modo, Albert Rivera, debe de estar frotándose las manos. Su alternativa parece más contundente y más sensata que el despropósito popular.

8- Mi amigo Aldo Comas, catalán no nacionalista, se quejaba hace pocos días de que mientras la campaña por el sí estaba llena de entusiasmo y vitalidad, la del no era gris ceniza y les dejaba a sus votantes al pie de los caballos. Es cierto: eran unas elecciones importantísimas y no se puede decir que el unionismo haya mandado a sus mejores hombres: Albiol no lo era, desde luego, y la sucesión de errores de Rajoy, Margallo y el que decidió poner a la plana mayor del PP hablando catalán con unas caras rarísimas, complicaron aún más las cosas. Pedro Sánchez decía una cosa y Felipe González decía la contraria con un tremendismo en ocasiones estúpido. Incluso en la prensa, Arcadi Espada parecía más preocupado por lo que decía Carlos Alsina que por la realidad. Que aun así, hayan conseguido un 40% de los votos es casi un milagro.

9- Digo un 40% y no un 52% porque no puedo meter en el mismo saco a CSQEP. De acuerdo, no son independentistas, pero sí son soberanistas y defienden el famoso referéndum del "derecho a decidir". Tampoco puedo incluir a Unió, que se quedó bordeando -oh, ironía- el 3% que le hubiera permitido entrar en el Parlament. Si las elecciones eran un plebiscito sobre la independencia, Mas lo ha perdido; si eran un plebiscito sobre si hacer un plebiscito, lo ha ganado. Si eran unas elecciones autonómicas, y punto, tiene un pie en la calle.

10-  Entonces, ¿qué nos cabe esperar? El escenario es el peor posible: el independentismo podría haber arrasado o podría haberse hundido. Sin embargo se ha quedado atascado en mitad del túnel: gana en escaños -aunque depender de las CUP es mucho depender- pero pierde en votos. Hubo un tiempo en el que los nacionalistas vascos y catalanes estaban de acuerdo en que la independencia requería un consenso social que fuera más allá de la mitad de los votos más uno. Ahora, parece que se conforman con la mitad de los votos menos 150.000 siempre que estos lleguen de las circunscripciones correctas. Las reacciones de euforia por los dos lados no apuntan a nada bueno: ambos lados piensan que lo han hecho genial y que han ganado. Quizá sea el momento de, por fin, reformar la constitución y organizar el famoso referéndum siguiendo las coordinadas de Escocia o Quebec. Sí, sería una pérdida de soberanía por parte del resto del estado español pero estoy dispuesto al sacrificio con tal de que esto acabe de una vez y que acabe con acuerdos de por medio que todo el mundo esté dispuesto a aceptar.

Si es que alguien se cree que a estas alturas eso es posible.

sábado, septiembre 26, 2015

Festival de San Sebastián 2015. IX. Mia madre


Lo mejor del Festival se dejó para el último día de proyecciones de prensa con la maravillosa "Mia madre", de Nanni Moretti. Moretti ya había lidiado con la muerte en anteriores ocasiones: usando un humor disparatado en "Caro Diario", aquel maravilloso episodio en el que tras pasar por decenas de médicos y chamanes le acaban diagnosticando un cáncer de pulmón, que tampoco es, y acaba recuperándose de un linfoma de Hodgkin en fase temprana, y en "La habitación del hijo", abusando en mi opinión de un cierto tremendismo.

"Mia madre" se queda en un brillante punto medio: hay humor porque es Moretti y para eso fichó a John Turturro y las situaciones absurdas se le dan de maravilla; hay drama porque la muerte de una madre siempre es dramática y no solo la muerte, sino el desgaste del hospital, del día a día, del qué le pasa exactamente, de la charla diaria con la doctora, con la enfermera... La película oscila entre esa realidad y la ficción del rodaje de una película social con una pinta horrible. La protagonista de ambas situaciones es Margherita, una directora pasada la cincuentena cuya vida se está viniendo abajo en lo sentimental, lo familiar y lo artístico, incapaz de contar algo que no sea la misma historia una y otra vez.

En medio, el propio Moretti, comedido, tranquilo, como hacía tiempo que no le veíamos, y por supuesto el mencionado John Turturro, una estrella estadounidense que acepta hacer un papel en la película de Margherita en un idioma que no entiende y con unas ganas de agradar a todo el mundo que esconden un nulo interés por la producción. Entrelazando ambos escenarios: el set de rodaje y el hospital, Moretti consigue una narración fluida, que encaja como un guante. Quizá podríamos poner algún pero a las ensoñaciones de Margherita o incluso a sus reacciones, algo inverosímiles dentro de lo que es el registro de la película, pero si eso es todo, buena señal, ¿no?

Aparte, "Mia madre" tiene intuiciones propias de un gran director: en vez de ponerse a sí mismo como protagonista, pone a una mujer, algo insólito. Una mujer que toma las riendas de su vida, con sus errores y sus aciertos, y que es la que tiene que buscar huecos en su agenda para visitar a su madre en el hospital sin que eso suponga ningún tipo de problema moral. Estamos hartos de ver a hombres geniales y atormentados, ya era hora de que apareciera una mujer con problemas humanos y no de género. Luego, la noticia de la muerte de la madre -porque sí, muere, eso es obvio- se le cuenta al espectador mediante un plano exquisito, un ángulo imprevisible: la nieta que se levanta en medio de la madrugada cuando oye el teléfono sonar y ya intuye que a esas horas los teléfonos solo suenan a modo de campanadas en las iglesias.

Es una película dura, muy dura. Precisamente porque no te estruja pero tampoco te suelta nunca. Los que llevamos ya unas cuantas muertes a nuestras espaldas estamos condenados a pasarlo mal y aguantar las lágrimas mucho tiempo sin que Moretti se esfuerce demasiado en arrancárnoslas de los ojos porque ese no es el objetivo. El objetivo es, sin más, contar la vida. Realismo social.

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Como ahora no dan el palmarés en rueda de prensa, supongo que para evitar los clásicos pataleos de la crítica, habrá que esperar a la noche para ver quién se lleva los premios. Afortunadamente, he conseguido invitación para la gala, así que no tendré que quedarme en la pensión viéndolo por la tele. Aunque es cierto que la sección oficial ha dejado muy pocas cosas, creo que en general el nivel del Festival ha sido bastante alto. Puedo nombrar "Truman", "Isla bonita", "Sicario", "Irrational man", "Parasol", "Mia madre" y todas son buenas películas. Incluso "Mi gran noche" o "El rey de La Habana", dentro de un tono menor, se pueden ver sin grandes sufrimientos. El cine llamado "menor", de Nuevos Directores o secciones paralelas, tampoco ha estado nada mal. Son 26 películas en ocho días, tampoco me pidan que me acuerde de todas con detalle, pero para eso he dejado críticas casi personalizadas en este blog, para que repasen.

Como buen ludópata, voy a atreverme a hacer una porra con el palmarés. No lo que quiero que gane sino lo que creo que va a ganar por lo que se ve y se oye por aquí. Empecemos:

Premio del Jurado al Mejor Guion: "Les chevaliers blancs"
Premio del Jurado a la Mejor Fotografía: "Sunset Song"
Concha de Plata al Mejor Actor: Ricardo Darín
Concha de Plata a la Mejor Actriz: Yordanka Ariosa
Concha de Plata al Mejor Director: Ben Wheatley
Premio Especial del Jurado: Freeheld
Concha de Oro: High-rise

Si acierto alguna, ya tendría mérito...


viernes, septiembre 25, 2015

Festival de San Sebastián 2015. VIII. Un día perfecte per volar


Hay en la nueva película de Marc Recha un exceso de nada... pero una nada, eso sí, muy agradable, de padre contándole un cuento a su hijo en medio del Macizo del Garraf. Sé que hay a quien esa nada le ha terminado de tocar la moral en una sección oficial sorprendentemente floja, pero yo, desde luego, he pasado por cosas peores. Ni siquiera la presencia constante de Sergi López, un actor con el que no he podido nunca, ni cuando se comía el mercado francés a principio de siglo, consigue molestarme.

El pase, además, llegó después de la muy turbadora "El hijo de Saúl", la gran ganadora en Cannes. Desde una perspectiva casi de videojuego, con la cámara apoyada en el protagonista durante prácticamente dos horas y muy pocos planos abiertos, el director consigue transmitirte una continua sensación de agobio, de horror, de confinamiento dentro de un campo de concentración nazi, es decir, un entorno que ya hemos visto mil veces en el cine. Nunca sabes lo que va a pasar después: solo ves lo que ve él, el resto está deliberadamente desenfocado.

Es cierto que era la película número veintidós en poco más de seis días y que la echaron a las cuatro y media de la tarde, pero pocas veces he salido del cine con una sensación de mareo tan fuerte, con una angustia tan cerrada. Desde luego, estamos ante una genialidad a la que le auguro poco éxito comercial, pero genialidad al fin y al cabo. Y la dureza constante, desde el minuto uno, sin concesiones, sin niñas con abrigo rojo que corretean por el gueto. No: exterminio y más exterminio y terror constante. Las sutilezas dejémoselas al "Niño del pijama de rayas" y similares.

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Muy poco sutil también "No estamos solos", un documental flojísimo producido por El Gran Wyoming y dirigido por Pere Joan Ventura. El género documental es uno de los más potentes de la industria española desde hace años. Con muy pocos medios se hacen maravillas y uno no puede venir a San Sebastián con la ideología por delante para traernos una cosa en la que queda claro que los buenos son muy buenos y los malos son muy malos y que solo funciona como acto religioso de fe.

Centrado en los años posteriores al 15-M, el documental repasa los distintos movimientos de protesta social frente a la represión del Estado y la doctrina del shock. En ningún momento hay un cuestionamiento de esos movimientos, ni una explicación más allá del tópico ni una voz discordante. Todo, ya digo, como en misa. Las imágenes tampoco resultan especialmente potentes, ni los testimonios de los activistas. Un batiburrillo entre yayoflautas, mareas verdes y blancas, defensores de la antigua ley del aborto y esa mezcla de todo lo anterior que fue "La marcha de la dignidad", donde se dice que participaron dos millones de personas y el director se queda tan ancho.

En una palabra: propaganda. Es una pena porque todos los que me leen saben lo que fue mi adhesión casi sentimental al 15-M y lo mucho que creo que salió de ahí para bien o para mal. Incluso el limitado "Libre te quiero" de Basilio Martín Patino tenía más sustancia o al menos más poesía que esto.

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Un pequeño párrafo para "Los demonios", película quebequesa a concurso y que han echado esta mañana en el Victoria Eugenia -la vigesimoquinta para mí, pero es que esto ya se acaba-: digamos que la sinopsis apuntaba a mucho más, que el director parece que está todo el rato a punto de atreverse con algo pero no se atreve nunca y que para hacer películas sobre niños frágiles confundidos dentro de un entorno complicado ya tenemos "Los cuatrocientos golpes" desde hace 50 años. No es un desastre absoluto porque pasar por encima de los temas hace que des poco margen al enfado, pero dos horas de película deberían haber dado para más.

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Encontré el restaurante donde iba a comer con Iratxe cuando vinimos aquí en 2008. No es que me hubiera matado a buscarlo, pero el caso es que lo encontré y me tomé mi medio pollo. No sé si llegué a estar con la Chica Diploma en 2012, es probable porque soy hombre de ideas fijas. Es un sitio agradable pero muy mal ubicado, en una de las calles que llevan a las escaleras del Monte Urgull, suficientemente lejos del puerto y suficientemente lejos del Barrio Viejo como para quedar en tierra de nadie.

Además, han cerrado la ventana de atrás, la ventana que quedaba casi a ras de suelo porque los barrios con cuestas es lo que tienen y por donde un día saltó un tipo, robó un bolso y volvió a huir corriendo. Ahora, el sitio es más seguro pero más aburrido, especialmente un jueves por la noche o más bien a última hora de la tarde. Lo bueno de San Sebastián es que no es lugar para melancolías ni nostalgias. Su presencia es tan constante, tan apabullante cada vez, que resulta complicado ponerte a pensar en las veces anteriores.

Ayer, en mi repaso nocturno, encontré las películas que había visto en 2006, en 2007, en 2008... prácticamente no recordaba ninguna y mucho menos recordaba al chico que escribía de ellas con tanta convicción. Incluso el presente resbala: es viernes, último día de proyecciones para prensa, penúltimo del Festival y antepenúltimo de mi estadía. Llevo aquí más de una semana y ni siquiera me he dado cuenta. Durante meses tuve como fondo de pantalla del móvil una foto de La Concha de noche. Ya he dicho antes que San Sebastián, y en especial su playa de referencia, ganan de noche, pero no he comentado lo loco que me vuelve el hotel en lo alto del monte Igeldo. La improbabilidad de ese edificio, en ese lugar, rodeado de oscuridad y bosque y con sus pequeñas ventanitas encendidas.

Una pizca de irrealidad en una ciudad, por lo demás, completamente serena.

jueves, septiembre 24, 2015

Festival de San Sebastián 2015. VII. Parasol


Convertir Magaluf en un escenario de soledad ya es de por sí una idea genial. Los pases de las dos de la tarde tienen estas cosas: encuentras unas joyas que desaparecen en cuanto los periodistas vuelven de comer. En "Parasol" tenemos tres historias cruzadas con un escenario en común: la famosa zona de Punta Ballena, con sus borrachos, sus excesos, sus stripteases y su turismo basura. Personajes en una huida que no redime, al revés, les hunde más aún en sus miserias. El reverso, si quieren, de la agradable "Isla bonita".

La primera historia, por orden de aparición, es la de un joven inglés que viaja con su familia. Sin ser demasiado explícita ni obsesiva, la insatisfacción se palpa en cada plano: ese chico no debería estar ahí y él lo sabe. Debería ser uno más de los miembros de esa armada etílica que asola el pueblo cada verano. El problema es que cuando por fin se decide a alistarse, resulta evidente que no sirve para ello, por mucho que lo intente. Esto enlaza con la señora belga de setenta años que abandona su país porque ha conocido por Internet a un compatriota que vive en Mallorca. En su caso, desengaño amoroso aparte, son los hijos los que intentan controlarla, convencerla continuamente de que vuelva a casa cuanto antes, que esas cosas no se hacen, mientras ella mira el móvil y la pantalla del Skype en busca de una señal que no siempre llega.

Por último, está la historia del padre que se dedica a conducir un tren para estos turistas y algunos mucho peores mientras ve cómo su hija de once años se distancia cada vez más de él. Es una historia preciosa y llena de matices, como las otras dos. La verdad es que la película me gustó cuando la vi y me está gustando cada vez más conforme la recuerdo. Una de las grandes de este festival, que no anda precisamente sobrado de excelencia.

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Y es que la Sección Oficial se ha convertido en algo parecido a un páramo desierto desde aquel inicio fulgurante con "Truman". Ayer pasaron, fuera de concurso, "Lejos del mar", la película de Imanol Uribe en la que Eduard Fernández habla con acento vasco y Olivia Delcán con acento andaluz. Me salí a los tres cuartos de hora porque no aguantaba más, pero hasta aquel momento no era sino otra mala película, nada especialmente terrible. Muy mal debió de ir la cosa después para que la gente acabara pataleando, riendo a carcajadas y aplaudiendo cada despropósito.

Mucho mejor fueron las cosas con "Freeheld", una película a la que se le puede achacar un cierto tono de telefilme de sobremesa pero que funciona a la perfección: una agente de policía se enamora de una chica varios años más joven y deciden irse a vivir juntas como pareja de hecho. A los pocos días, la agente descubre que tiene un cáncer terminal de pulmón, en estadio IV, y el resto de la película se convierte en su lucha y la de sus amigos para que a su pareja le quede al menos una pensión con la que pagar la casa.

Al parecer, está basada en un hecho real, pero uno casi agradecería que no lo fuera, que alguien se hubiera adelantado en la ficción a un hecho así.

Por lo demás, tanto Julianne Moore como Ellen Page están soberbias y he de reconocer que aquello fue la fiesta del kleenex, al menos durante la última media hora. Yo sé por qué lloraba e intuyo por qué lloraban los demás y lograr ese efecto en un público inmunizado precisamente por las pelis de Antena 3 me parece que es de un mérito indudable. Si le criticaba a "Truman" una cierta falta de realismo a la hora de abordar el cáncer de pulmón, aquí hay que reconocer que todo cuadra con mi experiencia personal: morirse, y morirse así, no tiene nada de divertido.

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No me ha disgustado tampoco "El clan", película sobre los grupos paramilitares durante la Argentina de la dictadura y posterior. No es la típica historia de "milicos" que secuestran y matan a jóvenes "subversivos" por su ideología sino que se centra en una familia que, encabezados por su patriarca, se dedica a hacer dinero con el horror. La política les da igual. Ellos se limitan a contar con el amparo del Estado para retener y asesinar a cambio de dinero, como un delincuente cualquiera.

Solo ese enfoque y el hecho de que pongan dos veces el "Sunny afternoon" de los Kinks ya hace que la película merezca la pena.

Al parecer, está siendo todo un éxito en Argentina, un país que tiene una historia tan convulsa desde su propia independencia que es complicada de analizar y asimilar. Cuando llega el horror, llega para todos, parece decir el director en esta producción de los hermanos Almodóvar... y el horror en Argentina ha estado a menudo en manos de los militares pero también del hombre normal, el de la calle, un horror que no es banal, por volver a lo de Woody Allen, pero que desde luego no tiene nada de heroico ni pretende cambiar la historia: un horror de billetes en fajos, vaya. El de toda la vida.


miércoles, septiembre 23, 2015

Festival de San Sebastián 2015. VI. El rey de La Habana



Alrededor de Cuba circulan dos tópicos irritantes: que son pobres, sí, pero muy felices, y que el sexo, o al menos la sensualidad, es uno de sus mayores atractivos. En "El rey de La Habana" Agustí Villaronga cae en el segundo pero al menos nos libra del primero, que es con diferencia el más empalagoso: no hay nada de felicidad en esta película y no la hay desde el primer minuto, cuando una sucesión de tragedias nos invita a pensar que estamos ante una comedia que resulta no ser tal.

Los personajes son pobres, sí, pero sin matices. Es una ciudad vieja, que se derrumba llena de suciedad. No hay comisarios políticos al estilo de "Fresa y chocolate" pero en realidad no hacen ninguna falta porque los protagonistas no son contrarrevolucionarios sino simples buscavidas, "muertos de hambre", como se les llama varias veces durante la película, supervivientes con tendencia a la picaresca, pequeños lazarillos mulatos.

El segundo tópico, el del sexo, sí que está presente en la película hasta aburrir. El protagonista, aparte de ser algo parecido a un vagabundo, tiene un pollón grandote, que diría Albert Pla. Villaronga no nos ahorra ningún matiz a la hora de mostrar la fascinación de todas las mujeres con las que se cruza -y un par de hombres-.por esa verga descomunal que al final se convierte en un modo de ganarse la vida. Por lo demás, hay que reconocer que aunque la película no está mal, sobre todo porque está bien actuada y no admite moralinas baratas, llega un momento en el que se estanca y el final, sin entrar en detalles, se hace un poco largo y bastante exagerado.

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Perdidos y muertos de hambre, dentro de los límites de un estado europeo de bienestar, están también los personajes de "Drifters", una muy interesante película sueca sobre los márgenes de la socialdemocracia. En realidad, todas estas historias son muy semejantes y lo que marca la diferencia es la pericia a la hora de narrarlas: una mujer de unos cuarenta años, enganchada a las drogas, pierde su piso por no poder pagar el alquiler y acaba en una comunidad de toxicómanos que viven en sus caravanas al margen de la ley pero protegidos de alguna manera por los servicios sociales.

El resto, ya imaginan, camellos por aquí, camellos por allá, mucho pesimismo, robos y palizas, navajazos en mitad de las plazas y el largo etcétera habitual pero muy bien dosificado. Me gusta precisamente ese tono neutro del director, su distancia con respecto a todo y su nula voluntad de encontrar a la sociedad culpable de nada. Sus personajes, simplemente, van a la deriva y en la deriva se pierden, dejando por el camino alguna gotita de humanidad.

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Llueve en San Sebastián y la ciudad, sorprendentemente, está aún más bonita, como una actriz sin maquillaje o como Times Square un sábado de agosto a las nueve de la mañana. Llueve en San Sebastián y me refugio en los portales mientras hablo por teléfono con la Chica Diploma y le digo que la quiero, que la echo de menos, que lo estoy intentando todo, pero que a veces con intentarlo no basta y que, al fin y al cabo, para volver siempre hay tiempo. El Niño Bonito está con mocos y fiebre y yo tengo la sensación de que debería estar ahí.

Pero no estoy ahí, estoy aquí: Olivia Delcán saliendo del María Cristina y unas chicas turnándose para hacerse fotos con ella, luego los dos en el Bar Tánger -Dakar, creo que le dije, pero Dakar es un recuerdo de infancia, de bocadillos y hamburguesas en 1988- mirando pases de películas y esperando a que llegue la hora de cumplir con nuestros compromisos: ella, atender a los medios; yo, seguir viendo una película tras otra y no dejar que la realidad se filtre demasiado por las rendijas.

Durante la comida estuve con Alberto, David y los dos Pedros. Conversación generacional, de nuevo, con todo lo que eso implica. Oportunidades y falta de oportunidades y planes B que suenan tan utópicos como los A.

Lo bueno es que luego llega la noche y la tormenta y, sobre todo, la paz después de la tormenta, esa bruma muy muy baja, que hace de aureola de la playa y los montes. Los barcos amarrados y botando contra el oleaje, el silencio solo interrumpido por el rugido del mar y los neones rojos del Hotel Londres que parecen pertenecer a otro siglo, otra vida. Luego, en la pensión, algo de nostalgia en forma de relectura de emails: 2002, 2003, 2004... años en los que también estuve aquí y en los que las dudas eran las mismas como los mismos eran los miedos.

martes, septiembre 22, 2015

Festival de San Sebastián 2015. V.Irrational man



Hay algo en las últimas películas de Woody Allen que irrita por lo rutinario. Dentro de esa irritación con la que uno ya cuenta, puede haber tramas más absurdas y tramas más interesantes. Afortunadamente, "Irrational man" entra en el segundo grupo. Por supuesto, Allen ya ha tratado el tema del crimen y su castigo varias veces, en ese sentido la referencia directa a Dostoievsky en los diálogos se hace algo innecesaria, pero es un tema que, bien tratado, siempre convence: de alguna manera, todos tememos ser castigados por algo que hemos hecho o incluso podemos soñar con el castigo por algo que no somos conscientes de haber hecho, como en "El proceso", de Kafka.

En la película, Joaquin Phoenix, un atormentado profesor universitario de filosofía tiene otras dos referencias a la hora de cometer su crimen: no es ya el interés personal, como en "Delitos y faltas" o "Match Point" sino una especie de interés general. Sin el muerto, el mundo es un lugar mejor, lo que sería llevar el utilitarismo al extremo. Por otro lado, hay una referencia también insistente al existencialismo en lo que tiene de asunción de las propias decisiones: un existencialismo de hechos y no de teorías. Así, si el mundo es un lugar mejor sin alguien, no basta con formularlo teóricamente ni iniciar un debate al respecto, simplemente hay que eliminarlo.

Como ven, los enfoques empiezan a ser demasiados para una película de una hora y media, pero es que Allen añade algo más: "la banalidad del mal", en referencia a Hannah Arendt y su famoso perfil de Adolf Eichmann. Aquí, creo que Allen patina por completo: a Arendt le parecía banal lo que hacía Eichmann en el sentido precisamente de que no tenía por qué creer en ello, se limitaba a ejecutar el mal como un funcionario, por una cuestión de deber. "Banal" no es "azaroso", que es a lo que creo que se refiere Allen: matar a alguien a quien no conoces de nada porque oíste algo sobre él de casualidad en un restaurante.

En fin, mucha carga teórica, como ven, para una película agradable, relativamente corta y en la que, aun siguiendo el esquema de las dos películas de Allen ya citadas, hay al menos una sorpresa: el protagonista no se siente culpable. Al revés, el asesinato le vigoriza, le divierte, le hace pensar que el mundo tiene sentido, que él puede aportar algo en su condición de justiciero. Nos ahorra el dilema moral, vaya, y nos lo ahorra hasta sus últimas consecuencias. Todo esto podría hacer pensar en una película densa y aburrida pero, ya digo, no lo es en absoluto. Algo plana en ocasiones, y acelerada. Con muchas trampas, también, pero que Allen se moleste en ponerte trampas ya es algo, y se agradece.

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Ayer echaron dos películas muy diferentes entre sí pero a la vez las dos muy extrañas. La primera, sin saberlo, toca el tema del machismo. Miren, yo en esto del machismo y el micromachismo hay veces que me pierdo pero voy haciendo mis deberes. La película, "Trois souvenirs de ma jeneusse" trata sobre la relación de un chico muy interesante, muy bohemio, muy suyo con una chica muy joven pero aparentemente superficial. El chico la corteja, ella le acaba correspondiendo e inician una historia de amor autodestructiva.

Lo curioso es que, mientras ella sabe que esa historia de amor es autodestructiva, que no va a ningún lado y que lo llena todo de sufrimiento, mientras cualquiera que esté viendo lo que está pasando se da cuenta de que lo mejor que le puede pasar a esa chica es que él desaparezca de su vida, con su "ahora estoy, ahora no, ahora quiero, ahora no quiero", el chico está encantado porque está viviendo una "historia romántica", una preciosa "historia romántica" a la francesa.

El romanticismo ha sido excusa para muchos excesos y la tortura psicológica es uno de ellos. En ese sentido, el cine no ha ayudado en absoluto y por lo que veo sigue sin hacerlo. Veintipico años después, el protagonista revive aquella relación a través de las cartas desesperadas de su novia adolescente y en vez de caérsele la cara de vergüenza, como todos hacemos cuando leemos determinadas cosas de nuestra juventud, la lía contra el mundo por no entender su amor. Hay que ser muy idiota para escribir y dirigir una película así. Y muy egoísta. Y quizá haber pasado por eso mismo en vida y estar tan encantado que decides llevarlo a la pantalla.

Por qué los festivales encima seleccionan el bodrio, sinceramente lo desconozco.

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La otra película se llamaba "High/rise" y trata de la lucha de clases desde la perspectiva de un edificio donde los de los pisos de arriba pretenden someter a los de abajo y estos se rebelan y hay un señor feudal cojo y no sé qué. Está basada en un relato de Ballard, así que a ver si lo leo y me entero de algo. Aunque entiendo el valor de lo experimental en la narración como entiendo el pedigrí del romanticismo francés, la película me sigue pareciendo ridícula y exageradamente larga.

Es difícil saber cómo determinados actores se han metido en un proyecto así, supongo que aburridos por la cantidad de guiones que les llegan con la misma película repetida mil veces. Se podría agradecer de la película que fuera un desparrame estético y visual sin mensaje, a lo Álex de la Iglesia, pero no, además tiene mensaje y no se queda solo en la lucha de clases sino que las últimas frases de la película son un discurso de Margaret Thatcher sobre el capitalismo.

Margaret Thatcher. Bien. Tiene toda la pinta de que la película se va a hinchar a premios.

lunes, septiembre 21, 2015

Festival de San Sebastián 2015. IV. El jardín de Fernando Trueba



Al parecer, las declaraciones de Fernando Trueba cuando recibió el Premio Nacional de Cinematografía, aquellas en las que aseguraba no haberse sentido español "ni cinco minutos de su vida" han causado una notable polémica fuera del Festival. Aquí, sinceramente, el tema no ha dado más que para un par de titulares. Es posible que Trueba exagerase y sí se haya sentido español al menos media hora. Es muy complicado no sentirse algo que uno es todo el rato. Otra cosa es ser tan burro como para no entender lo que quería decir: a la hora de afrontar el cine, el arte en general, ser español no es más que una circunstancia no elegida que no le obliga a uno a nada.

Es curioso que uno de los pensadores más españoles de principios de siglo, Miguel de Unamuno, rescatara aquella máxima de Terencio, el "Nada humano me es ajeno" y a nadie le pareciera un escándalo mientras que a Trueba, por mantener un discurso digamos que internacionalista en tiempos de nacionalismo extremo, se le venga el mundo encima. Uno de los líderes de la jauría ha sido el inefable Luis del Pino, que lamentaba ayer en Twitter que Trueba no se pudiera alegrar de los éxitos de la selección española, un ejemplo de cómo es posible no entender nada de nada y actuar siempre de mala fe.

Si pienso en la cuestión y me pregunto a mí mismo, puede que sí, que me sienta español. Trama de afectos y tal. No es un tema que me ocupe mucho, pero bueno. Otra cosa es que me tenga que alegrar cuando Rafa Nadal gana un torneo y mucho menos cuando se lo gana a Roger Federer. Miren, pues no. Y no me obliguen a ello porque a mí Nadal no me gusta como juega y no es ningún drama. Pensar que por no sentirte español no puedes disfrutar de los triunfos de un jugador o una selección nacional es ver el asunto al revés: la cuestión es no estar obligado a disfrutarlo, permitirse la excentricidad o simplemente considerar que lo de fuera puede ser tan tuyo, tan humano, como lo de dentro... sin que eso sea una ofensa para nadie.

Y creo, de verdad, que es un jardín en el que han metido a Trueba sin que él haya puesto demasiado de su parte. Podría haber dedicado su Oscar a Berlanga o a Azcona y no a Billy Wilder, pero nada de Billy Wilder le era ajeno. ¿De verdad hay que molestarse tanto por ello?

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Hablando de sentimientos españoles, ayer tuvimos una doble ración intensa: primero, por supuesto, el partido de baloncesto, acogido con una naturalidad asombrosa en la victoria porque en buena parte de San Sebastián el plural se sigue utilizando para referirse a la selección sin que parezca que la otra parte se sienta demasiado turbada por ello. Fue un visionado extraño: cuatro periodistas alrededor de una mesa con un ojo en el partido, otro ojo en Twitter e interlazando comentarios de la última película vista junto a la última canasta recibida.

Después llegó el pase de "Mi querida España", un proyecto con muy buena pinta y que desgraciadamente se queda en miuy poco. El documental pretende resumir los casi cuarenta años de reinado de Juan Carlos I a partir de cortes de entrevistas en radio y televisión de Jesús Quintero. Lo que está, está bien, salvo alguna trampa habitual en el género. El problema es todo lo que no está. Frente a Quintero ha pasado tanta gente tan importante, tan interesante, que reducirlo todo a una hora y media entre chirigotas de Cádiz te lleva a la incómoda sensación de que te han dejado a medias.

En cualquier caso, es un buen ejemplo de lo rápido que pasa todo. Lo fugaz del apocalipsis. Temas que en su momento fueron cuestión de vida o muerte reducidos a nada con el paso de cinco, diez, quince años. Temas que se tocaban de pasada convertidos al poco tiempo en presencia inevitable en todos los debates. Un poco de hartazgo, la verdad, pero, si se fijan, aquí el baloncesto también es una buena metáfora: del partido perdido contra Italia en la primera fase al triunfo final ante Lituania han pasado solo diez días. Los jugadores y el entrenador son los mismos. La prensa y los aficionados no tienen nada que ver.

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Del resto de películas hay poco que reseñar: "21 noches con Pattie" cumple durante una hora y se pierde durante la media hora restante, puede que algo más. El pase de "Hitchcock y Truffaut", que tanto prometía, ha quedado un poco en nada: un repaso a la famosa entrevista de 1962 con pocas novedades, quizá solo el gusto de escuchar al propio Hitch con su voz profunda y su acento británico pronunciar las frases más contundentes. Mucho Scorsese hablando y pocos ejemplos con imágenes de lo que Hitchcock habla en la entrevista. Supongo que era la única manera de vender el proyecto a una productora.

De "Amama" se dice que no está a la altura de "Loreak" y sobre "Anomalisa" hay división de opiniones incluso entre los que se quedaron dormidos viéndola. Los días pasan y con los días el cansancio. Ayer me levanté a las diez de la mañana y a las dos de la tarde ya estaba de nuevo en la cama completamente agotado. Con todo, hay algo que ha cambiado, algo que se podría llamar "actitud". Pese a la zozobra profesional -sinceramente, no consigo encontrar temas que proponer, entrevistas que cerrar, un reclamo que vaya más allá de estas crónicas- mi relación con el Festival y con la ciudad son mucho más amables, más seguras. 

Puede que en ello influya la edad, el anillo de casado en el dedo y las fotos que me manda mi mujer con el Niño Bonito disfrutando del partido con su camiseta del Estudiantes. Entre tener un trabajo fijo para toda la vida y tenerlos a ellos, sin duda lo segundo resulta mucho más tranquilizador.

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Eso no quiere decir que haya dejado de ser el chico de las gafas torcidas en las fiestas de pibones del Bataplán. Lo sigo siendo. Fiestas de películas que no me gustan con actores y actrices que no conozco. La necesidad de tomar una copa y olvidarme un poco de todo, de nuevo con Emiliano y Victoria como excelentes compañeros de viaje. Al parecer, ahora son más estrictos con las invitaciones, pero el lugar me pareció más acogedor, menos ruidoso, menos hostil. Nada que ver con los días en los que me emborrachaba con Nacho Vigalondo y pedía teléfonos a las chicas del jurado joven.

De hecho, del jurado joven aún no he sabido nada y llevo ya cinco días aquí.

Todo se resume a apoyarse en la balconada que da a la playa de la Concha y contemplar las luces sobre el Igeldo o sobre el Urgull, aquel monte que subiera en 2008 entre sudores y sofocos para ver a una chica llorar mientras un velero se escondía en el horizonte. San Sebastián es poética, sí, pero las gafas siguen torcidas y me acompaña algo parecido a una sensación de complejo. Menos mal que aparece por ahí Marian Álvarez con su jersey azul y sus vaqueros y sus ojos brillantes. Menos mal que está Julián Villagrá y podemos hablar de cuando éramos vecinos en la calle Churruca, número cuatro, y los pisos se derrumbaban unos sobre otros. Menos mal la normalidad, en definitiva, el camino de vuelta, la habitación de la pensión, el espejo que empieza a vibrar de madrugada, un ruido confuso que me despierta a eso de las seis y que parece producto de la típica vibración de las paredes cuando un motor para en el semáforo cercano.

Solo que mi habitación da a un patio interior y en San Sebastián, a las seis de la mañana, no hay coches.

domingo, septiembre 20, 2015

Festival de San Sebastián 2015. III. Mi gran noche


Álex de la Iglesia tiene una idea. La formula muy por encima y se da cuenta de que funciona, que objetivamente es buena y que se puede hacer algo con ella. Piensa en los actores y las actrices y en un par de situaciones geniales y se lanza a escribir el guion junto a su inseparable Jorge Guerricaechevarría. Las primeras escenas son brillantes, potentes y veloces, enganchan al espectador y lo meten en medio de un remolino de imágenes y sonidos, la idea convertida ya en un universo completo... y cuando llevan veinte minutos de película, todo se viene abajo.

Esta podría ser la sinopsis de "Mi gran noche" como podría ser la sinopsis de cualquiera de las películas de Álex de la Iglesia excepto, quizá, curiosamente, la primera, "Acción mutante".

No estamos ante una película horrible, ojo. El inicio, como digo, es brillante; la idea es genial, probablemente sin necesidad de algunos excesos, y hay gags muy buenos, aunque a veces repetidos. De hecho, a veces uno tiene la sensación de no saber si está viendo un largometraje o un programa de "La hora de José Mota" sin José Mota. Los actores están bien, incluso Mario Casas, y las actrices son guapísimas todas, un derroche de belleza que encaja además con el frenesí y la voluptuosidad narrativa que usa De la Iglesia en algunas secuencias. Lo de Luis Callejo, como siempre, es un escándalo.

Y luego, por supuesto, está Raphael. Y está muy bien las dos primeras veces que le ves, incluida una primera aparición deslumbrante. Luego, incluso Raphael convertido en Alphonso te llega a aburrir porque no es sino otro chicle estirado y estirado alrededor de la misma broma y la misma parodia de uno mismo. Eso sí, a la salida, al menos tres silbábamos enloquecidos la canción, así que para su carrera le vendrá bien y para la de Álex tampoco vendrá mal porque, ya digo, siendo más de lo mismo, el talento sigue estando ahí.

Yo entiendo que si él se lo pasa bien rodando este tipo de película y además funciona en taquilla no encuentre motivo para dejar de repetirse. La lástima es esa sensación de "no pudo ser" que acompaña a su cine, como el que pudiendo convertirse en Zidane, se empeña en quedarse en Movilla.

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Sin tanta fanfarria, ni tanto sonido a todo volumen, ni veinticinco personajes introducidos en un minuto y medio, "Isla bonita" es una auténtica joya en tiempos de pocos riesgos. Si no es una genialidad, lo parece, precisamente por lo poco pretencioso de la propuesta. Un poco al estilo Woody Allen, Fernando Colomo rueda una película sobre sí mismo y sus amigos de Menorca y resulta que todo sale suave como la seda: para empezar, él está soberbio actuando, las situaciones son de una naturalidad pasmosa y el espectador queda entre la sonrisa y la carcajada toda la película.

Eso puede ser fácil pero no lo es. Por no complicarse, no ha cambiado ni los nombres de los actores: todos, menos Silvia, se llaman como en la vida real, incluida la maravillosa Olivia Delcán. Me van a disculpar pero Delcán es una debilidad personal desde que la vi en un corto de Medina del Campo, hace pocos meses. Aparecía cuarenta segundos y se comía la pantalla. Ayudada por un físico frágil, infantil, que contrasta con su contundencia en la actuación, tengo el convencimiento de que esta actriz de 23 años va a ser "the next big thing". Lo que no sé es si lo será aquí o si lo será fuera de España, dado su prodigioso dominio del inglés y la escasez de buenos papeles para actrices jóvenes en las producciones locales.

De fondo, ya digo, Menorca. Yo siempre he sido de Fuerteventura o incluso Lanzarote, pero puede que Menorca me valga. Y la familia Román, incluida Olga, la maravillosa cantante, y las torpezas, los desnudos, la sensualidad mediterránea que impregna toda la película sin convertirla en un anuncio de Estrella Damm, y eso que en ocasiones hay que reconocer que bordea lo empalagoso. Bien, fácil y divertido, la receta de siempre de Colomo que sigue funcionando treinta años después.

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La ciudad es la misma pero a la vez es distinta. Lo comentábamos Victoria y yo el otro día: el tremendo impacto de la desaparición absoluta de ETA y su violencia más o menos soterrada. Aquellos años en los que pasabas las hojas del periódico sin abrir la boca, no fueras a molestar, las tabernas llenas de carteles, las manifestaciones del Bulevar de cada sábado, las pancartas que daban la bienvenida al Barrio Viejo casi como una amenaza...

ETA siempre tuvo un respeto absoluto por el Festival y supongo que ese respeto tendría un precio, es decir, las cosas empeoraban cuando te ibas pero incluso ahí se palpaba la tensión, una tensión que no se entendía en una ciudad tan hermosa, tan abierta, tan rica. Ahora no existe nada de eso y da la sensación -una sensación de turista que pasa diez días al año, tampoco nos crezcamos ahora- de que la convivencia ha mejorado mucho, que todos los sitios vuelven a ser de todos, que no hay tensión ni violencia ni persecución.

¿Cómo se ha conseguido algo así? Lo desconozco. Pasar del todo a la nada en tan poco tiempo es algo increíble. Hace diez años, el País Vasco seguía teniendo un estúpido aire a territorio comanche que ahora ha desaparecido esperemos que para siempre. Diez años es muy poco tiempo, claro que hace menos tiempo aún, solo cinco, en Cataluña gobernaba el PSC de Montilla.


sábado, septiembre 19, 2015

Festival de San Sebastián 2015. II.Truman


Emiliano está convencido de que "Truman" va a ser la gran película española de la temporada, tanto en taquilla como en premios. Es posible. Desde luego, para mí, ha sido una agradable sorpresa, más que nada porque yo, con Cesc Gay, me había quedado en "Ficción" y entenderán que me temía cualquier cosa. Sí, es una buena película. Muy bien interpretada por protagonistas y secundarios y con un guion cuyo principal mérito es no caer en ninguna de las posibles trampas que acechan a las historias de enfermos terminales.

De poner algún "pero", diría que hay momentos poco realistas, pero esto no es una película sobre la II Guerra Mundial, es una película sobre la vida y la vida puede llegar a ser muy poco realista. Mi recuerdo del cáncer de pulmón de mi padre -el mismo que sufre el personaje de Darín y no se preocupen que esto se sabe desde el principio- no tiene nada de divertido, aunque supongo que el atractivo de la propuesta de Gay es precisamente evitar el dramón a lo Nicholas Cage en "Leaving Las Vegas", que diría la canción.

Por lo demás, lo dicho: Darín está soberbio, algo que no suelo decir a menudo y Cámara está comedido. Es curioso que alguien que comenzara su carrera casi como un histrión haya aprendido a manejarse en personajes tranquilos, pacientes, que escuchan y ahorran en gestualidad para gastar en comunicación. Se agradece. Álex Brendemühl sale un minuto exacto y, como siempre, se come la pantalla. Pocas pegas se puede poner a lo que está bien hecho y te hace pasar un rato agradable, que incluso te provoca la lagrimilla sin necesidad de meterte el dedo en el ojo...

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La otra gran película de estas 24 horas ha sido "Sicario", dentro de la sección de "Perlas de otros festivales". Pese a no estar a concurso, el festival ha conseguido traer a Emily Blunt y a Benicio del Toro, dos de esos nombres con los que se pueden abrir -o al menos cerrar- telediarios. Son dos actores soberbios, esa es la verdad. A Del Toro se lo han dicho muchas veces y a Blunt no sé si se lo han dicho las suficientes. Como alguien decía en Twitter, siempre mejora la película en la que participa, algo así como la Alexandra Jiménez de Hollywood.

"Sicario" no cuenta nada nuevo pero tampoco le hace falta: drogas en la frontera con México, carteles terribles en Ciudad Juárez, policías corruptos y una operación casi militar para reorganizar el tráfico. La historia de Soderbergh muy poco actualizada. Hay veces que es difícil seguir el hilo entre tanto tiroteo, quizá porque nos hemos acostumbrado a que estas cosas nos las cuenten en seis temporadas y con Walter White de por medio, pero engancha y eso se agradece en un Festival donde ves cuatro o cinco películas al día.

La primera de hoy, por cierto, fue "Sunset Love", una insulsa historia romántica sobre la Escocia rural antes de la I Guerra Mundial. Mucho verde y mucha vaca. El pase fue a las nueve de la mañana, algo que tampoco ayuda. Ahora bien, el Victoria Eugenia estaba lleno, lleno hasta niveles de acabar en el tercer anfiteatro entre ataques de vértigo. Para analizarlo.

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Y además del público, las fans, las que se quedan en la puerta del María Cristina y gritan "Emily, Emily" o lo que haga falta. Las que se acercan cuando salgo después de gastarme cuatro euros en un café y me piden que me haga una foto con ellas. "¿Por qué, si no me conocéis de nada?", contesto de un modo demasiado directo, puede que innecesariamente borde. "Porque nos hace ilusión", contestan, y por supuesto me hago la foto e incluso me siento culpable por haber reaccionado así y me dicen "Gracias, Guillermo" porque en la acreditación pone mi nombre y yo les contesto: "Trabajo en Vogue", como si así les diera algo más de material para su espejismo y su felicidad adolescente, la que, no sé por qué, había intentado destruir solo treinta segundos antes.

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Poco que decir de la fiesta de bienvenida. Desde el principio dividieron a los invitados en "vips" y "no-vips", con el correspondiente cuidado en que no nos mezcláramos no fuera a ser que les mordiéramos y les pegáramos algo. Al menos estaban Emiliano y Victoria por ahí y me sacaron del sopor de desconocidos entre canciones que iban de lo mejor -"Love shack" de B52- a lo peor -Enrique Iglesias y la enésima versión del "Grease Lightning"-. No me fui muy tarde pero tampoco muy pronto. Supongo que esperaba algo que no era exactamente un milagro, porque a mí los milagros ya me sucedieron cuando los necesitaba, sino una sorpresa. Una rendija, más bien. Con una rendija, a mi edad, me basta y me sobra.

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"The propaganda game", de Álvaro Longoria. La constatación de que Corea del Norte es la Oceanía de Orwell en "1984". Qué libro más mal leído, desde la penosa traducción del líder, que no es un Gran Hermano sino un Hermano Mayor que te protege y te cuida y te ama y al que tienes que amar multiplicado en sus imágenes, sus estatuas, su constante presencia paternal. Así, Kim-Il Sung y Kim Jong-Il y compañía.

Bastante información pero pocas conclusiones, como si Longoria no quisiera molestar a nadie. "La verdad nunca la sabremos" es demasiado relativista para lo que sí sabemos de Corea del Norte y lo que vemos en el propio documental empezando por ese abyecto y omnipresente Alejandro Cao de Benos, que desde el principio reconoce que él no entiende de realidades sino de propaganda, en la misma cara del documentalista que aun así le sigue haciendo preguntas.

Sentimientos encontrados: ¿debió Longoria ser más contundente y hacer la suma de dos más dos son cuatro o hizo bien en dejar puertas abiertas y no incomodar para así poder seguir grabando más tiempo, incluso soñar con una segunda parte? Solo eso, junto a unos fallos de sonido absolutamente inadmisibles en una película que pretende ir más allá del vídeo casero, incomoda en lo que no deja de ser un documental con un valor innegable.

viernes, septiembre 18, 2015

Festival de San Sebastián 2015. I. Regresión


Empieza a preocupar la manía de Amenábar de llegar un poco tarde a los sitios. Igual que "Los otros" partía involuntariamente de la huella dejada por "El sexto sentido", con "Regresión" nos encontramos con una mezcla de "True detective" pasada por "The following", la dudosa serie de Kevin Bacon con la que comparte incluso actor secundario. No hay nada relevante en la historia de la película que no esté contada en los títulos sobreimpresos del principio y los del final. Se podría haber juntado unos con otros, hacer la película más corta de la historia y no nos habríamos perdido gran cosa.

Como Amenábar intenta combinar el suspense con ciertas dosis de terror, como ya hiciera por ejemplo en "Tesis", abusa de tics de veinteañero, al estilo de aquel sketch de "La hora chanante" en el que aparecía en la sala de proyección junto a su productor José Luis Cuerda haciendo con la boca los ruidos de la banda sonora. Hay un exceso de efectismo en "Regresión" que resulta molesto. De creer a la partitura, cada momento de la película sería un pico, una continuidad insoportable de "tachans" que daña la estructura narrativa.

Por lo demás, el parecido con "The following" llega hasta a los actores: Ethan Hawke se pasa la película haciendo de Kevin Bacon, con la misma ropa, los mismos gestos, el mismo atormentamiento constante... No hay nada en el personaje que no hayamos visto antes mil veces y puede que hubiera funcionado igual con una historia más consistente detrás pero este no es el caso. Cuando la vean, si eso, hablamos del psicólogo, porque es un tema como para hablar mucho de él. De hecho, probablemente sea el tema principal de la película: la generación de recuerdos falsos, un tema que ya estaba esbozado en "Abre los ojos" con mayor naturalidad y que, veinte años después, no da mucho más de sí.

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"Pikadero" es otra cosa, mucho más sencilla pero a la vez más trabajada: no tiene grandes pretensiones pero tampoco cae en un humor facilón. La pareja protagonista, Joseba Usabiaga y Bárbara Goenaga, están perfectos, especialmente Goenaga, lo que por otro lado ya no es ninguna noticia. No hay tampoco una gran historia detrás: un pueblo de Vizcaya que se va quedando sin jóvenes, sea porque se van a otros países o porque deciden envejecer demasiado rápido.

Todo esto se podría contar como un drama social, pero Ben Sharrock prefiere no hacerlo así y se agradece. Hay un gran mimo en cada plano, en cada composición de secuencia, en cada encuadre. El gusto por el plano vacío sin personajes mientras sigue o no la conversación en off. Un punto sin duda nórdico en la narración que a veces llega a desconcertar pero que permite que el espectador empatice incluso con los escenarios: la estación de tren, la entrada a la fábrica, la casa de los padres...

El futuro de la película, rodada casi íntegramente en euskera, es difícil de predecir aunque supongo que será complicado. Es una pena porque en lo pequeño hay algo grande: los actores, el guion y una visión estética del mundo. El chico, Gorka, quizá tenga un punto exageradamente Lyona y su relación con Ane se parece en ocasiones demasiado a un vídeo clip de Love of Lesbian pero ni siquiera eso consigue irritarme. El teatro Principal estaba casi lleno, algo sorprendente a las dos de la tarde y la gente aplaudió antes de irse a comer, así que objetivo cumplido.

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La pensión es la misma, la que da apellido a la protagonista de mi segunda novela. La ciudad es la misma, por supuesto, prácticamente sin cambios, de manera que incluso de noche y con prisas consigo hacer el camino desde la estación de tren desviándome apenas dos calles de mi destino. Una vez aquí, la cortesía habitual, la sensación de que no se puede hacer una ciudad más bonita -quizá igual de bonita, pero más es imposible-, una cierta euforia compartida con el triunfo de baloncesto retransmitido en cada habitación y una cena que no llega a ser tal con Nere Basabe.

Nere presentó libro el jueves por invitación de la FNAC y está contenta con la experiencia. Quedamos a la puerta del ayuntamiento y entramos al Viejo buscando desesperadamente una tortilla de patata que no encontramos, así que primero nos sentamos a tomar una cocacola antes de que nos echen con cierta hostilidad del bar y después acabamos tomando albóndigas en una taberna algo extraña, llena de bufandas de equipos de fútbol, donde nos dejan quedarnos hasta casi las dos de la mañana sin poner pega alguna.

Es una conversación larga porque es interesante, un poco en la línea de "Pikadero" y la precariedad, que es el gran tema de esta generación y quizá, con suerte, dejará de serlo para la siguiente. La precariedad y la huida. La incomodidad, en general, y las trabas. Siempre ha habido incomodidad y trabas, eso también lo sé yo, pero también tiene uno el derecho a cansarse de salvar obstáculos. Por lo demás, después de tanta queja, convenimos en que no estamos tan mal, como diría Laporta: al fin y al cabo son las dos de la mañana y estamos de pinchos en una ciudad que no es la nuestra. También es cierto que con casi 40 años igual aspirábamos a algo más que escapadas de universitarios. 

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Entro brevemente en el María Cristina porque no sé muy bien si hago mi trabajo mejor viendo películas o viendo famosos. No sé cuál es mi trabajo, en definitiva, y cuando me preguntan me limito a enseñar mi acreditación VIP y farfullar sonriente. El salón está lleno de actores y actrices dando entrevistas y no hay nadie del hotel que ponga pegas a mi paseo furtivo hasta que me cruzo con la mirada de las agentes de prensa, esa mirada feroz, de madre posesiva que enseña las garras antes incluso de que te acerques a su cría.

Siempre lo he dicho: un agente de prensa es lo que todo famoso necesita si no quiere salir en la prensa. No es un trabajo agradable ni da especiales alegrías, al revés. Eres algo así como Makelele en un equipo de Zidanes y Ronaldos. Y así, a la tercera mala cara, salgo por donde había entrado y me meto en el cine donde, de alguna manera, siento que sí pertenezco, sea ese mi trabajo o no, que ya hemos dicho que no está nada claro. 

lunes, septiembre 14, 2015

Raúl Romeva en la BBC y Artur Mas en La Sexta



Al día siguiente, todos los periódicos amanecieron con un titular que parecía preparado: "Raúl Romeva, puesto contra las cuerdas en la BBC" así que hubo que ver la entrevista y salir de dudas. El problema que tienen los del "Junts Pel Sí" es la realidad y cualquiera que les enfrente a la realidad les va a poner de alguna manera contra las cuerdas, pero me pareció que Romeva no se defendía mal. Hizo todo lo que su electorado espera de él: negar la mayor -expulsión de la UE- continuamente, contra toda evidencia, y explicar sus propuestas en un inglés casi perfecto dando imagen de serenidad.

Otra cosa es, por supuesto, la argumentación: delirante. "Vamos a estar en la Unión Europea porque no nos pueden echar". Claro que no les echaría nadie, señores, es que son ustedes los que se van. Hay un estado miembro con unos derechos y ustedes deciden segregarse de ese estado miembro y renunciar en consecuencia no solo a sus obligaciones. La Unión Europea no tiene que expulsar a Cataluña si Cataluña se autoexpulsa. Es la diferencia entre nación y estado. Si quieres ser una nación, adelante, mucho corazón y ánimo. Si quieres ser un estado, necesitas un reconocimiento oficial y empezar de cero.

Más nervioso estuvo Artur Mas con Ana Pastor en La Sexta. Artur Mas, que también se defiende excelentemente en inglés y en francés, no tiene el temple de Romeva, quizá porque su posición es mucho más delicada o quizá porque sabe que lo que está diciendo es mentira y le cuesta más defenderlo con el ardor del número uno de la lista. Me gustó especialmente la parte de "No he hablado con Merkel, pero le he enviado cartas". Ah, bueno, si le has enviado una carta ya está todo hecho. El resto, ya saben, culpa de España, esos malvados saboteadores. El otro día salió en rueda de prensa afirmando que el 70% de las exportaciones españolas pasaban por Cataluña. Claro, porque es parte del estado. En cuanto no lo sea, pasarán por Aragón o por Navarra o por Valencia...

Por cierto, de Ana Pastor se pueden decir muchas cosas malas: resulta irritante, se enreda en repreguntas absurdas, no deja contestar y saca conclusiones sobre cosas que el entrevistado no ha dicho... pero al menos es la única periodista que tiene claro que cuando llega una entrevista la que manda es ella. No diría que puso contra las cuerdas a Mas, pero hizo más absurdo su discurso, que ya es algo. El de la BBC no se atrevió del todo, quizá todo le parecía tal nonsense que se ahorró el esfuerzo.

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Roger Federer pierde de nuevo una final de Grand Slam contra Djokovic y todo el mundo se pregunta lo mismo: ¿Era esta su última oportunidad? Tiene 34 años, cuatro hijos y catorce temporadas entre los diez primeros del mundo de manera consecutiva. La manera de perder, además, ha sido dolorosa por lo que tiene de habitual: domina el partido, tiene opción de ponerse 5-3 y saque en el tercer set y acaba perdiendo 4-6. De las 23 bolas de break de las que dispone, pierde 19, algo que ya hemos visto muchas veces.

No es solo la final, es el torneo entero. Federer ha sido el mejor durante trece días y parte del decimocuarto, pero eso ante Djokovic no basta. Creo que el suizo tiene un problema mental con Nole parecido al que tuvo con Nadal, solo que ante Nadal jugaba considerablemente peor. Con todo, quedan los seis partidos anteriores resueltos en tres sets. ¿Qué quieren que les diga? Yo adoro a Federer con toda mi alma, pero que un tipo de esa edad se plante así en una final de Grand Slam lo dice todo del nivel actual del circuito ATP. Desde Wimbledon 2003, entre tres tíos se han repartido 41 de los 50 grandes. Quedan como excepciones Wawrinka (2), Murray (2), Roddick, Del Potro, Safin, Cilic y Gastón Gaudio.

No hay un solo campeón de Grand Slam que tenga menos de 27 años ni un finalista menor de 25. No hay futuro, en otras palabras, y lleva sin haberlo ya demasiadas temporadas. Un eterno día de la marmota en el que cuando no gana papá, gana mamá y, alguna vez, da guerra el abuelito. Sí, Roger tendrá más oportunidades. Mientras Nadal siga con su crisis mental y de juego, y Murray no alcance cierta regularidad, es imposible que alguien que se ha paseado hasta la final de un grande no vuelva a llegar aunque sea arrastrándose. Ahí le esperaremos.

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Segundo aniversario de boda. Vamos a comer a La Ancha, nos damos un  masaje en Fariolen Manila y nos vamos a ver "Bajo Terapia" a los Teatros del Canal. De todas las cosas que he hecho en mi vida, casarme con la Chica Diploma ha sido sin duda la más razonable. Sobre el resto podemos discutir y no negaré que ha habido momentos brillantes, pero cualquiera que haya visto a la Chica Diploma sabe que es mucho más de lo que nunca soñé.

Tanto, quizá, que cuando acaba la obra de teatro, con su final efectista y totalmente increíble, no quiero volverme a casa. No quiero volver a la rutina de acostar al niño, despertar al niño, darle de desayunar al niño, consolar al niño... no quiero volver a estar lejos de mi mujer después de un día en el que hemos estado juntos como lo estábamos antes del 13 de junio de 2014. Y esto no quiere decir que yo no quiera al Niño Bonito ni que me deje la vida y la salud en que sea lo más feliz posible. Quiere decir, simplemente, que la echo de menos y que, en parte, me echo de menos a mí, así que cuando estamos los dos juntos, sin responsabilidades, solo sonrisas, todo mejora, y es duro dejar la carroza y aceptar la calabaza.

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Muere Moses Malone, a los 60 años, de un ataque al corazón mientras dormía. Con Malone son ya como mínimo nueve los ex jugadores NBA muertos este año por problemas cardiovasculares: Roy Tarpley, Jerome Kersey, Anthony Mason, Kevin Duckworth, Orlando Woolridge, Christian Welp, Ed Haley y "Gorila" Dawkins. Nueve jugadores que coincidieron en los últimos 70, primeros 80 y que han muerto entre los 50 y los 60 años. No voy a extenderme más en el tema, está todo explicado en este artículo.

martes, septiembre 08, 2015

La existencia precede a la esencia



Puedo entender el sentimentalismo o, más bien, puedo aceptar que no lo entiendo. La patria y todo eso. La bandera. La lengua compartida. El rito. Puedo entender que se haga política alrededor del mito y que se quiera construir un mito propio pero me cuesta cuando todo eso se intenta racionalizar, cuando se apela a la realidad, a las condiciones objetivas. Los esencialistas, es decir, los nacionalistas, sean de donde sean, no solo pasan del rollo romántico de las revoluciones del XIX sino que ni siquiera han leído a Sartre: no, no hay nada en ti más allá de lo que haces. El francés decía: "La existencia precede a la esencia" y Ortega redondeó la idea al añadir: "Somos nuestra historia", esto es, la circunstancia.

Si Felipe II no hubiera decidido que la corte de Castilla se trasladara a Madrid, ahora mismo Valladolid tendría cinco millones de habitantes, Medina del Campo sería El Escorial y Olmedo sería Coslada. Sin embargo, hubo un Felipe II y hubo una decisión de olvidar Toledo, olvidar Valladolid y dejar Madrid como capital de un reino enorme, con todo lo que eso implica: sus oportunidades de trabajo, sus ministerios, su funcionariado, sus aeropuertos, redes de carreteras, trenes de alta velocidad... No hay ningún orgullo real en ser madrileño. Ser madrileño es solo una continuidad, sin más, a la que añadirle matices individuales.

Lo mismo se podría decir de ser catalán. La presunción de que ser catalán, de por sí, implica ser rico, innovador, abierto al mundo... por designio divino. No, eso no es así, eso es un devenir histórico. Intentar cambiar la realidad supone pagar un precio y eso no es ninguna amenaza, es un axioma. Si la realidad no es la que es, pasa a ser otra cosa. No se puede apelar a que "todo va a seguir igual" si Cataluña se independiza: es un argumento estúpido. Si todo va a seguir igual, que siga igual. Si vas a cambiarlo, asúmelo, lo que viene después es otra cosa, imposible de comparar con la anterior. 

A mí me gustaría que el debate se encauzara por ahí, por la realidad, por lo que se gana y se pierde. Un análisis sincero y veraz de pros y contras que permita luego decidir si honra sin barcos o barcos sin honra. Me horroriza la mentira, que millones crean en la mentira de que nada va a cambiar. Va a cambiar todo y cuando uno pone la máquina del tiempo 500 años atrás, conviene que sepa que lo que le espera es el caos.

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En el capítulo seis o siete, el publicista de "1992" admite de pasada que estudió filosofía. Su hija le responde: "Suerte que has encontrado un trabajo". De repente me acuerdo del día que estuve a punto de ser publicista y renuncié. Solo he tenido dos oportunidades reales de asegurar un futuro económico estable: cuando la Escuela Oficial de Idiomas me ofreció seguir en su rueda de interinidades con una media jornada en Móstoles y aquel día en que parecí convencer a un tipo con una enorme autoestima de que yo era lo que necesitaba, que era especial, que merecía la pena ofrecerme lo que fuera solo a cambio de algo parecido a la disponibilidad absoluta.

Las dos veces dije que no, por supuesto. ¿Lo ven? Honra sin barcos pero sin tanta milonga. Dije que no a la Escuela porque tenía un compromiso con una academia que al final ha acabado despidiéndome y le dije que no al publicista -puede que fuera filósofo- porque mi disponibilidad absoluta solo me la reservo a mí, mi mujer estaba a punto de dar a luz y no pensaba pasarme los primeros meses de mi hijo colgado del teléfono móvil o atormentado porque los proyectos no salían.

Sin embargo, echo de menos todo eso, claro. Echo de menos el dinero porque no lo tengo y echo de menos el trabajo fijo porque no lo consigo. Me tengo a mí, eso sí, tengo mi disponibilidad absoluta para estar aquí contándoles esta historia pero de vez en cuando llega el vértigo del alquiler, la guardería y la familia. He tenido que tomar un montón de decisiones erróneas para haber pasado tan desapercibido durante tantos años. Tan, tan desapercibido que subirse ahora a la noria parece de todo punto imposible.

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Queda, entonces, la estética. Pensar en Bolaño conforme pasan los años y aumentan los rechazos, solo que un Bolaño sin el talento de Bolaño, un Bolaño sin la pulsión autodestructiva de Bolaño y un Bolaño que no friega platos en Barcelona ni vende bisutería en Blanes sino que vive en Clara del Rey y veranea en Paradores con el dinero de su mujer y su padre. Un Bolaño con algo de talento, algo de autodestrucción y algo de precariedad pero desde una distancia. Un Bolaño de Crítica del Juicio. Lo bello sin llegar a lo sublime.

Cuando se me ofreció la estabilidad, la rechacé inmediatamente pero cuando pude abrazar la bohemia absoluta, un Orwell en París o Londres, me dio un miedo atroz y acabé dando cursos a jubilados, lo que fuera con tal de seguir viviendo en Malasaña. Nunca me entregué del todo, supongo que ese sería un buen resumen de mi vida: nunca dejé de entregarme pero nunca lo hice por completo. Y cuando digo "por completo" quiero decir por completo. Todo el mundo pensaba que podía dar más. En eso, me incluyo a mí mismo, por supuesto.

Cabe la posibilidad, claro, de que todos estuviéramos equivocados.

jueves, septiembre 03, 2015

Hey Joe!




De repente, en el metro, línea 7, una chica canta a pleno pulmón el "Call me maybe". Suena raro, muy raro, como si la canción hubiera envejecido veinte años y en las caras de los que escuchan, que no son mayoría, se puede intuir un gesto de duda: han oído la canción antes pero ya no tienen ni idea de dónde. Supongo que eso es lo que somos todos, una colección de "one hit wonders". El otro día mi nombre fue portada de tres grandes medios de Internet y a mí, sinceramente, me costaba reconocerme.

Voy leyendo a Vila-Matas, con todo lo que eso supone, es decir, perderse y encontrarse y volverse a perder según a él le dé la gana. Antes de Vila-Matas, durante el verano, leí solo tres libros más. Dos eran infames, o al menos uno era infame y el otro era solamente una memez. El bueno de los cuatro, porque el de Vila-Matas de momento tampoco me está entusiasmando -me parece algo así como un chiste muy largo o, mejor, una colección de chistes muy largos- es el de Tallón, precisamente el único que no es un libro en sí sino una fantasía de libros ajenos.

Son días raros, estos de septiembre. Cuando entro en la barbería suenan los Pixies, "All over the world". Cuando me voy, una hora más tarde, tienen puesto "Hey Joe!", de Jimi Hendrix. Lo que he sufrido en medio nadie lo sabe: Azúcar Moreno versioneando a Lalo Rodríguez y cosas aún peores. En el espejo me he visto mayor. Muy mayor. Idéntico a mi padre cuando tenía unos veinte años más que yo y estaba a punto de morirse. Luego, con el pelo corto y la barba arreglada, la cosa mejoró.

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Lo curioso es que septiembre sea tan raro, que dé tanto miedo, cuando hace años era el mejor mes con diferencia. Me refiero a los años en los que el curso empezaba en octubre y por lo tanto estábamos en los minutos de descuento de las vacaciones, ya con todo el mundo en Madrid, las tardes libres para tirarnos en el Parque de Berlín, ver alguna película argentina o viajar a Cuenca para emborracharnos en San Mateo.

Las tardes de septiembre eran sobre todo tardes de baloncesto. De Noel y Nacho en las pistas de Puerto Rico. No diré que no eran tardes de chicas porque todas las tardes eran tardes de chicas, pero a nosotros nos gustaba llamar a aquello "la pretemporada": una tensión competitiva que iba creciendo y creciendo y se desataba el día que descubrías con quién te había tocado en la misma clase y la correspondiente estrategia para conseguir sentarte lo más cerca posible.

Sí, siempre fui un chico de septiembres. Empecé una novela con esa declaración de intenciones. "Un chico de otoños", me definía, en mi papel de narrador-protagonista. La verdad es que acabé borrándolo todo porque me pareció que no tenía la menor importancia pero ahora, con el tiempo y el miedo y la angustia a otro año sin trabajo fijo -el estatus del freelance no es el éxito, es simplemente que te respondan los emails-, sí me parece que alguien que ve en los comienzos un reto es a la fuerza un personaje a priori interesante.

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A la Chica Diploma le estremece la foto del niño ahogado en la playa "porque viste igual que Álvaro". Es cierto, es lo primero en lo que me fijé yo. Eso es lo que se llama en periodismo "el kilómetro sentimental". El mismo niño con otras ropas, con otro color de piel, no habría provocado el mismo espanto. Lo que tiene esa foto, lo que la hace necesaria, es precisamente lo que hace valioso al poema de Martin Niemöller: "Mañana podrías ser tú o, peor aún, podría ser tu hijo".

Luego está la duda sobre si los niños son buenos medidores de realidad, que es una duda sin más, no se escandalicen. La apelación a los niños siempre me ha parecido burda, porque los demás también mueren y los demás también pueden ser débiles e indefensos o tener una vida delante truncada. Lo que nadie duda es que es efectiva: si a alguien le preguntan por "La lista de Schindler" siempre recordará la niña del abrigo rosa en medio de un horror en blanco y negro.

Lo que está pasando en Europa es grave pero ni la mitad de grave de lo que está pasando en los lugares donde la gente huye a Europa. Ìo cercavo la grande bellezza, mà non l´ho mai trovata, concluía el esteta Jep Gamabrdella en la película de Sorrentino y supongo que el problema es ese, que Europa se ha anegado en la estética y ahora no sabe dónde demonios buscar una ética en condiciones. Y cuando digo Europa digo los europeos. Casi todos. Usted y yo incluidos. Los de la guerra preventiva y los del "no a la guerra" con florecitas en el pelo. Los que, como Kant, ven sublime la tormenta en el horizonte, la que se lleva por delante al otro.

martes, septiembre 01, 2015

Ce n´est pas perdu pour tout le monde



En la calle Fuencarral, tres o cuatro policías reducen a una travesti con la cara manchada de sangre. Agosto en Tribunal, bares cerrados. Las putas se sientan a la salida de los portales como viejos de películas en blanco y negro. Esperando nada. En la ducha, el sonido de fondo es el de "Running to stand still", la parte en la que Bono finge clavarse una jeringuilla -I see the needle and the damage done- y empieza a gritar aleluyas. So she woke up, woke up from where she was lying still, she said: I got to do something about where I´m going.

A veces fiebre y a veces no. Columpios. Doscientos cincuenta capítulos de Peppa Pig, dos terceras partes en español y una tercera parte en inglés, donde Papá Pig parece con diferencia un tipo mucho menos simpático. El médico escucha diez segundos y dice: "Espera, estás en el traumatólogo", el niño duerme mientras hojeamos revistas del corazón o revistas de famoseo, sin más. Chicos y chicas diez fuera de sus series de adolescentes. La Chica Diploma comparte pincho de tortilla, el solomillo está cocido, como carne guisada.

Es la hora del arroz con pollo y la calma. La siesta y el móvil. La televisión por satélite. Llamadas a la salida del SuperSol moviendo el carrito y barricadas en todas las escaleras. El Niño Bonito no solo aprende a dormir sino que aprende a dormir solo, pero cada comida es una lucha a brazo partido. Abracurcix. La manta que tapa los hombros y no los pies, que tapa los pies y no los hombros. Ofertas de trabajo, locutorios cerrados, calor pero menos, caminos de sombra y perros que dicen "am". Montañas de fondo, muchas montañas y en la gasolinera, como siempre, un Magnum.

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Marian Álvarez en la plaza de Legazpi. Han pasado siete años. Ella no se lo cree pero sí, han pasado siete años aunque siempre haya que dejar una puerta abierta al olvido, al encuentro fugaz en una fiesta o un festival perdido. Siete años y en medio mil premios. Al principio, no sé qué decirle porque recordar dónde habías dejado la conversación se hace difícil. Improviso e improviso mal. Vaguedades mientras caminamos junto a Lino rumbo al Matadero. Calor de principios de verano a finales de verano. Todo es normal en ella, no hay nada de actuación, no hay nada de pose. Abusa del acento de Moratalaz como yo de la suavidad aprendida de Malasaña. Buscamos un buen rato hasta que encontramos el sitio: la terraza de la cantina, dos euros la cocacola.

Y luego, sencillamente ocurre: el tiempo se pliega y la distancia y se quita las gafas de sol y la entrevista dura hora y media básicamente porque no es una entrevista sino una charla y no hay jefe de prensa ocupado de limitar los tiempos. Un jefe de prensa es lo que todo el mundo necesita si no quiere aparecer en prensa. Hablamos, por supuesto, de los Pixies y del coche de Emiliano, las canciones que Emiliano cantaba hace treinta años en una cassette de versiones de Brassens mientras las dos actrices, el director y el periodista hacían de testigos entusiastas. Hablo mucho pero ella habla mucho también, así que en eso estamos empate. Luego, al editar, solo habla ella y el mundo parece un lugar mejor.

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De "Mille novecento novantadue" me quedo de momento con la banda sonora, aunque me atrevería a decir que "Everybody hurts" es de 1993, o a mí me recuerda a 1993 y "Set adrift on memory bliss" es de 1991, tiempos aún del Willoughby College. Da igual, probablemente me equivoque porque esas cosas se comprueban antes de emitirlas. El resto, de momento, una promesa. Los noventa. Ya va siendo hora, coño, los noventa y de nuevo Bono clavándose jeringuillas ficticias en Sydney justo antes de que The Edge salga a murmurar "Numb". Todos intentando parecerse a Kurt Cobain y ellos queriendo ser la Velvet Underground. Entrañable Bono con sus falsetes y su disco publicado en pleno verano, condenado al fracaso no vaya a ser que el éxito nos complique la vida.

Cuando quisieron volver al camino correcto les pilló el atasco: Cobain había muerto y todos querían ser los hermanos Gallagher o en su defecto Damon Albarn. Envejecieron diez años de un golpe y allí se quedaron. Creo que los noventa fueron eso, exactamente: un período de envejecimiento radical, donde todo el mundo dejó de ser joven excepto quizá Tom Jones. En cualquier caso eso llegará después. Después de la serie, quiero decir. De momento, quedan Craxi y el juez Falcone y el recuerdo de Milán un 29 de septiembre, puede que 30, mientras la Chica Diploma duerme en un hotel cercano a San Siro, los tifosi llenan el metro y Marian Álvarez, de nuevo Marian Álvarez gana Conchas de Plata.

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Ah, y Sia, claro. "I´m gonna swing from the chandelier, from the chandelier". Con o sin la niña enigmática que perfectamente podría ser valenciana.