domingo, junio 28, 2015

Le petit prince



En la falsa ceremonia, él va vestido de novia y ella de novio. Muestran un humor envidiable, una alegría contagiosa. Todo el romanticismo solapado por la felicidad, como debe ser. Unos cuantos amigos, vestidos de sacerdotes, hacen de discípulos de San Fermín, y leen salmos, en concreto, un pasaje de "Juego de tronos" que la Chica Diploma reconoce en seguida y la parte de "El principito" en la que el niño descubre que hay muchas flores como la suya pero ninguna es exactamente igual que la suya, porque hacerla suya es precisamente hacerla diferente.

Dudo si "El principito" es cursi o no. Ni siquiera lo dudo, lo afirmo: es cursi... pero con 26 años ahí estaba yo en la cama de mi habitación en casa de mi abuela llorando como un idiota. Hay que aceptar lo cursi como algo casi sanador, sin necesidad de estar llevándose las manos a la cabeza todo el rato ni combatirlo desde el cinismo. Por lo demás, es una boda preciosa, quizá por el empeño en que no sea una boda necesariamente preciosa. Una fiesta, sin más. Una naturalidad prodigiosa. Está el cansancio, claro, pero también está el whisky y al final una cosa compensa a la otra.

Le digo a mi mujer que quizá debería estar borracho siempre, que eso me haría una persona más interesante o al menos más divertida. No le acaba de convencer la idea. El mundo es mejor cuando no es el mundo, eso está claro. Dejamos atrás la finca, las curvas y nos encaminamos hacia la rutina de la A-2 con sus puticlubs y su decadencia de base aérea y aeropuerto comercial. En casa, el niño duerme.

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Lo pienso antes de estar borracho, creo. Puede que lo pensara después o en el proceso,, el caso es que llego a la conclusión de que también podrían haberlo hecho ellos mejor. Por supuesto, ya he insistido en que no era fácil, que exigía mucho, que tenía ese aire distante que molestaba a tantos... pero tampoco era tan mal tío y siempre ha sido muy fácil alegrarme el día. Podrían haberlo hecho más veces. Por ejemplo, la Chica Langosta en las escaleras del edificio de COU lanzándose como una "groupie" el día después de mi concierto en el Alifanfarón. Una broma que no hacía daño a nadie. ¿Por qué no más bromas, por qué no menos daños?

Nos tomábamos demasiado en serio, esa era toda la cuestión. Yo me tomaba en serio y exigía a los demás que me tomaran en serio y quizá eso imposibilitó que me quisieran tanto como en realidad yo les quería, probablemente sin que ellos lo supieran. En un cambio de clases, T. me vio algo triste e intentó hacerme una caricia en la mejilla. Yo le quité la mano. "Siempre me quitas la mano", me dijo," como si te hubiera pegado alguna vez o algo".

No, nadie me pegó nunca, pero yo me empeñaba en sentirme un perrito maltratado. Esa es mi parte de culpa. Su parte, quizá, no insistir con las caricias y las bromas y las risas. Ponernos las cosas más fáciles. Que no digo que fuera su obligación, ni mucho menos, pero, joder, qué feliz y qué idiota me sentía en esas pequeñas treguas adolescentes.

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El cuñadismo acerca de Grecia se divide en "Puta Syriza, Puto Podemos" y "Puta Banca, Puto FMI". Ambos argumentos son de una pobreza intelectual tremenda, lo que no impide a varios intelectuales utilizarlos sin pudor alguno. En medio quedan los matices: la gran fiesta que fue Europa en la llegada del Euro y antes incluso, el continuo mirar hacia otro lado de los órganos reguladores, los excesos de Grecia consentidos y alentados por PASOK y Nueva Democracia y esta deriva a lo inevitable: no te puedo pagar lo que no tengo, ya me irás fiando.

En todo esto, habrá quien tenga más culpa y quien tenga menos, pero yo no tengo la información necesaria. Ni creo en "el pueblo griego oprimido" ni creo en "los populistas que van a acabar con Europa". Ni autocomplacencia ni alarmismo. Eso no quiere decir que no entienda a quienes denuncian la autocomplacencia ni a los que ven en el alarmismo una excusa para todo. Los entiendo, pero conviene tener más información en la mano y, desgraciadamente, yo no la tengo.

sábado, junio 27, 2015

Guillermo Zapata y los límites del humor



Los límites del humor. La dimisión del concejal Zapata y su posterior imputación no tienen nada que ver con los límites del humor. Es todo un debate absurdo producto de un país y una prensa muy pobre y muy partidista. Lo podría resumir así, a riesgo de equivocarme: el humor no tiene límites, pero la política sí. Yo defiendo el derecho de Zapata o de quien sea a hacer bromas con Irene Villa o los ceniceros de Auschwitz sin que venga nadie a pegarle dos tiros y cortarle la cabeza. Eso es el "Je suis Charlie": no tiene por qué hacerme gracia tu humor para defender tu derecho a expresarlo sin que te maten.

Confundir eso con la representación política es otra cosa. Zapata o quien sea puede hacer sus bromas y es estúpido que venga un fiscal a rastrear su cuenta de Twitter. Otra cosa es que deba representar a quien se ha sentido ofendido por sus comentarios, independientemente de que a Irene Villa le hagan gracia. Zapata tenía que pedir perdón por esos comentarios, explicar su contexto y darse cuenta inmediatamente de que con ese comienzo no tenía sentido mantenerse el cargo.

Exactamente lo que hizo.

Y está tan claro que hizo lo que debía que todo lo que ha venido después, esta persecución ridícula, este ensañamiento, esta crueldad constante por parte de la derecha mediática una vez la presa ya ha caído, solo retrata a quien la ejerce. En un documental sobre el porno que vi hace años, uno de los actores decía: "Tienes que tener claro que una vez que entras en esta industria ya no vas a poder ser juez del Tribunal Supremo ni candidato a Gobernador de un estado". Si eso es justo o no, podemos discutirlo durante años. Yo diría que no lo es, pero lo que yo diga no importa nada. Lo cierto es que Twitter es el nuevo porno, la nueva molestia de los burgueses. Lo cierto es que hubo ofendidos y dar ejemplo consiste en entender la ofensa, retirarla y echarse a un lado.

Insistir en el escándalo, como bien decía Juan Soto Ivars el otro día, es una forma parecida al totalitarismo.

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Le digo al niño: "Todavía es un bebote". Se llama Aarón y ha dejado a su hermano de lado en el parque que queda junto a la playa de La Fontanilla, en Conil, para abrazar y besar al Niño Bonito. Tiene unos seis años y su ídolo es Cristiano Ronaldo. Acaricia a Álvaro como si fuera su propio hijo, alguien a quien cuidar. Pasar de ser cuidado a cuidar es de las cosas más bonitas de la infancia. El problema es que el niño no sabe lo que significa "bebote" y yo, muy tranquilamente, tumbado en la hierba, le explico: "un bebote es un bebé pequeño, como un bebito" y no sé si Aarón lo entiende pero no pregunta más y así pasa la mañana en la costa de Cádiz, calor extremo, columpios sobre algo parecido a corcho negro.

Es uno de los últimos días de nuestras vacaciones. Una pena, ahora que hemos conseguido el equilibrio entre nuestras expectativas y la realidad. Parque por la mañana, comida, siesta y un poco de playa por la tarde, cuando el sol baja, el niño en su bañador azul ceñido, aires de surfista con inicios de pelo rizado, alborotado, chapoteando en los charcos que deja la marea baja o directamente comiéndose las olas horrorizado cuando el agua sube. Por lo demás, de vacaciones ha habido muy poco. Sobreponerse es todo. Los días de una cierta tranquilidad, de dejar que el Aarón o la niña vasca de turno se dediquen a cuidar y no a ser cuidados, quedan aún un poco lejos.

Pero llegarán. La Chica Diploma y yo nos miramos agotados, algo culpables, y repetimos juntos: "Llegarán", como si viviéramos en una canción de OK Go!

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Cumple 32 años y decido regalarle dos entradas para ver a Miguel Bosé en Las Ventas. Los precios son descomunales, pero supongo que le hace ilusión, que hace mucho tiempo que no le ve en directo y al fin y al cabo no es un cantante que a mí me disguste especialmente. Llegamos con tiempo pero hay cola, una cola enorme en la entrada de la Plaza de Toros que se prolonga después cuando queremos entrar en nuestro tendido. De repente, empieza la confusión: gente acalorada que sale pitando de dentro cuando lo lógico es el camino inverso, algunos gritos, murmullos inquietantes.sonido de un concierto que empieza a lo lejos...

Luego, ya, directamente, el caos. No hay sitios libres, entradas duplicadas, aglomeraciones en los accesos y un tendido habilitado casi perpendicular al escenario donde el artista hace como si nada, como si todo fuera normal, en una leturgia extraña, lenta, sin vida. No hemos pagado 64 euros por no ver un concierto, pero protestar es inútil. Nadie sabe nada. Nadie tiene la culpa. Si la música en vivo está agonizando es por esta manía de tratar al público como ganado, como chavalines que quieren entrar en una discoteca en zapatillas.

Mayor ganancia en menor tiempo posible. Empresariado español.

miércoles, junio 10, 2015

Qualcosa di grande



Recuerdo el anillo. Lo único que había cambiado de un día al otro era el anillo, lo demás seguía prácticamente igual salvo por la narrativa, la estética: una pareja de recién casados en un avión hacia Florencia, los dos muertos de sueño, rodeados de una doble sensación de alegría y alivio. Cuando veíamos que el otro se cansaba más de la cuenta, que no podía con los paseos al Palazzo Pitti o suplicaba una tarde de tranquilidad en la pensión viendo a España perder en el Eurobasket, juntábamos los dedos e invocábamos un poder secreto.

El matrimonio era nuestro juguete, un juguete que nos llevó de la Toscana a La Spezia, de La Spezia a Suiza y de Suiza a Milán. En algún momento del viaje apareció un tercer pasajero pero no dio señales de vida hasta el último día, la tristeza ya instalada en una habitación doble de las afueras, barrio de San Siro, donde la Chica Diploma dormía horas y horas mientras yo actualizaba Twitter para comprobar que el Madrid no le empataba al Atleti.

De aquellos días, los primeros días como hombre casado, quedarán las fotos de los dos delgados y tan guapos como lo hayamos estado nunca, quedarán las anécdotas a los pies de Montecatini Terme. Italia abierta como un universo que ronca. No quedará, sin embargo, el anillo. Lo perdí al poco de llegar y nunca logré saber ni cómo ni dónde, así que me compré otro. El tercer pasajero crecía y crecía y no sé por qué dejamos de juntar nuestras manos para empezar a soñar con coger las suyas, acariciarlo, besarlo, mimarlo, quererlo... Él se quedó toda la energía y más. Nosotros quedamos, reconozcámoslo, un poco apagados, como el que espera un partido de vuelta que no acaba de llegar.

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El problema del nacionalismo, lo que nunca me ha gustado del nacionalismo, es su olvido de la realidad. Esa búsqueda constante de un pasado y un futuro que elimina el presente. Como escapismo está bien, pero, ay, la gravedad siempre gana. Es curioso, por tanto, que los anti-nacionalistas hayan acabado adoptando un discurso parecido: el discurso del miedo a la fantasía que les instala a su vez en su fantasía particular. Ciudadanos, por ejemplo, prefiriendo al PP de Valencia antes que a Compromís, cualquier cosa antes que Compromís, porque Compromís es nacionalista y mucho mejor una panda de ladrones en el día a día que unos posibles estafadores de sueños.

Por lo demás, todo lo que está haciendo Ciudadanos suena a disparate. No ya por las siglas. A mí me parecería muy bien que pactara con el PP en Andalucía y con el PSOE en Madrid. Tendría sentido en un partido regeneracionista y que presume de pragmatismo. Echar a los ladrones y no apoyarles con los votos. Con la Gurtel, la Púnica, los EREs y los cursos de formación aún en los juzgados, la decisión es temeraria. Si Ciudadanos cree de verdad que organizaciones monstruosas construidas al cobijo del poder y la corrupción durante décadas se cambian así de la noche a la mañana es que Ciudadanos es un partido estúpido.

Como no quiero pensar tanto, entiendo simplemente que arrimarse al poder está bien cuando además el poder no quema. Exactamente para lo que fue concebido Ciudadanos, por otro lado, o al menos "reconcebido" en esta repentina eclosión mediática de 2015. Da la sensación de que están haciendo justo lo que UPyD nunca haría: unos ponían demandas y otros sonríen estrechando manos. Lo que marca la diferencia entre la nada y el todo. Algunos dirán que Podemos es peor y que el chavismo y no sé qué. Sí, de Podemos no cabe esperar gran cosa. Yo, desde luego, no espero nada o al menos nada nuevo. De Ciudadanos sí, llámenme romántico, de ahí, supongo, la enorme decepción.

lunes, junio 08, 2015

Apuntes de la Feria del Libro



Salgo de la caseta algo mareado y busco un sitio en el césped que no esté muy lejos pero que sea difícil de encontrar. Eso es todo lo que pido: tirarme en la hierba con los ojos cerrados y una botella de agua. Descansar. Oír voces y gritos de niños ajenos. Sentirme ajeno. Hace mucho calor y son cuatro días ya metido en una caseta. Las firmas han ido bien, las ventas siguen viento en popa y el editor está contento. Yo también, claro, pero no duermo y cuando no duermes la felicidad es una cosa complicada.

Luego están mis propias sensaciones sobre el libro. Sensaciones de una cierta frustración: no está en los medios, no parece interesarle a nadie y cada vez que veo la portada me da un ataque de nervios. Sin embargo, la gente lo busca. Casi todos han leído antes "Ganar es de horteras" y buscan una segunda parte. No la encontrarán. "Ganar es de horteras" es un fenómeno único porque es un libro desnudo, demasiado desnudo, de la época en la que yo escribía sin mirarme las manos.

Esto es otra cosa. Es más serio, supongo. El libro de un hombre que se acerca a los cuarenta años y pasa la primera mitad de la noche moviendo el carrito de su hijo para que no se despierte. "El otro libro era más ingenioso", dice el editor, y tiene toda la razón del mundo. Yo he escrito una novela comercial, una novela más viva que la mayoría de las que he leído y un libro de deporte que es en realidad una autobiografía. Todo eso en tres años.

Pero esos años han pasado y ahora lo único que me apetece, insisto, es tumbarme.

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Llega B. a la caseta con sus padres. Ellos compran "Historia de una rivalidad" y ella compra "Ganar es de horteras". Estoy a punto de decirle que igual sale ella en el libro pero no se lo digo, no me parece el momento. Además, no recuerdo si sale o no. A B. el baloncesto no le gustaba: vino una vez a verme jugar un partido de distrito y puede que me acompañara a alguno del Estudiantes pero sinceramente no creo. Tampoco sé qué pensara de que vaya hablando de ella en mis libros. Sé que no le importa que hable de ella en este blog o si le importa no me lo dice. Un libro, claramente, es otra cosa, pero las autobiografías son así y al fin y al cabo ya salió en otro libro anterior y entonces parecía orgullosa.

Lo que le gustaba a B. era el fútbol. Los dos éramos aficionados al Barcelona de una manera muy inopinada. Cuando en 2006 cayó la Champions League, recuerdo que la llamé inmediatamente, me recogió en casa de mis tíos y fuimos a celebrarlo a algún lado. No recuerdo la celebración pero la recuerdo a ella. Eso sí se lo digo porque es bonito y sé que es verdad. Hay muchas cosas de las que no estoy seguro porque a veces parezco el hombre tatuado de "Memento" que solo podía acordarse de Sammy Jenkins. I don´t know what´s right and what´s real anymore... and I don´t know how I´m meant to feel anymore.

No parece nerviosa por la final de esa noche. Yo tampoco lo estoy. No sé si eso es bueno o malo.

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Acabo viendo el partido en un bar de Menéndez Pelayo. No donde estuve horas con Aleix Saló arreglando el mundo el año pasado sino el que queda enfrente. Es un bar pequeño con terraza, con una primera planta donde apenas cabe la barra y dos o tres taburetes pero que tiene televisor. El Barcelona ya gana 1-0 y eso que no han pasado ni seis minutos. De la pareja que hay detrás de mí, el chico es del Barcelona y la chica parece del Madrid o sencillamente le da igual todo esto.

La primera parte pasa apoyado en una Fanta de naranja y una cierta tensión de borrachos que entran y salen. La segunda, la veo en la parte de abajo, que no es mucho más grande pero sí tiene cuatro mesas. Dos están vacías y las otras dos ocupadas por un grupo de chavales charlando mientras ven el fútbol. Sábado por la tarde, pienso, pero luego les escucho y me doy cuenta de que son de la RESAD y se pasan la final de la Champions League hablando con entusiasmo sobre qué es la actuación, qué es la dirección, qué es el teatro... todas esas preguntas que se hace uno cuando no ha salido de la burbuja.

De vez en cuando, alguno hace preguntas del tipo de dónde jugó Tévez en Inglaterra y me dan ganas de contestarle que antes de en el City estuvo en el United, pero ese no es mi papel. Mi papel, botella de agua a palo seco, es estar en la mesa de al lado, celebrar con cierta timidez el gol de Suárez y el de Neymar y recordar cuando yo mismo iba a las funciones de graduación y después acompañaba a todos aquellos actores, todas aquellas actrices, con sus sueños de veinteañeros, a ese mismo bar, esa misma planta baja, esa misma discusión metafísica que probablemente no sirve para nada pero es necesario tener.

Porque alguien tiene que llevar el fuego, claro, y qué fea sería una burbuja vacía. Parecería un museo.

domingo, junio 07, 2015

La Champions League de Luis Enrique


Guardiola sacó a Messi de la banda derecha y ganó el triplete en su primer año; Luis Enrique lo quitó del medio, esa posición donde los rivales le habían cogido más o menos la medida, lo llevó de vuelta a la banda derecha... y repitió hazaña. Lo que queda, en resumen, es Messi: Messi regateando desde el medio del campo, Messi tirando paredes en la posición de falso nueve y Messi escapándose por velocidad como un extremo de medio Athletic de Bilbao o lanzando "alley-hoops" al área para que Neymar o Alba entren desde atrás.

El dominio de este jugador es absoluto y va más allá de sus estadísticas. Es posible que Cristiano Ronaldo sea mejor goleador o, si quieren, mejor rematador, el mejor de la historia, incluso, pero Messi juega a otra cosa: domina el partido desde donde quiere y a la distancia de la portería que le venga mejor al equipo. Todo puede empezar por una pared bien tirada que sobrepasa una línea defensiva, por un pase de extremo a extremo del campo o por una arrancada que descoloca la defensa y abre huecos para Neymar o Suárez. Su repertorio, ahora que el biceps femoral y el sobrepeso parecen haberle dado un respiro, es cada año más extenso y aunque la gente se quede con la genialidad, lo cierto es que Messi ha ganado en el aprendizaje de lo básico, lo que Xavi e Iniesta llevan años enseñándole.

No fue un partido fácil porque el Barcelona no aprovechó sus primeras oportunidades y porque la Juventus fue perfectamente consciente de que entre tanto arriba y abajo estar en el medio no le venía tan mal. Cuando el Barça apretó, los italianos parecieron un equipo mediocre, como les había pasado en semifinales contra el Madrid; cuando el Barça entró en una de sus dinámicas de romperse en dos y descolocarse todos a una, dominó el juego y llegó con peligro a las posiciones de un Ter Stegen algo nervioso.

Por esa desorganización, habitual durante toda la temporada, llegó el empate de Morata, un goleador excelente en quien muchos veían un nuevo Portillo y por eso lo largaron. La Juventus pudo hacer ahí más sangre pero en su plan no estaban los excesos y los cinco minutos de zozobra del Barcelona, esa zozobra que, insisto, ha acompañado al equipo todo el año hasta el punto de no saber hasta mayo si iba a ganar el triplete o se iba a quedar de nuevo en blanco, acabaron cuando Messi agarró el balón en una contra, rompió por el centro, se fue de quien quiso y disparó raso y ajustado, uno de esos tiros en los que el portero siempre parece que puede hacer algo más pero no, no puede. El rechazo llegó a Luis Suárez, que justificó su fichaje con un gol de oportunista que decidió la final igual que decidió el derby de liga allá por marzo.

En medio quedaron muchas cosas, pero sobre todo la sensación de hegemonía liderada por Busquets. Dominó el partido por completo, tanto en ataque como en defensa. Cuando Busquets estuvo con pubalgia, el Barcelona naufragó. Ahora que vuelve a estar al máximo nivel, cuenta los títulos de tres en tres. Es posible que no volvamos a ver a un medio centro con su inteligencia y su técnica individual. Si no fuera por esa feísima manía de exagerar las faltas ajenas estaríamos ante el futbolista perfecto.

¿Qué más? La madurez de Alves en su último año de contrato y la duda de si esa madurez seguiría después de la renovación, duda que parece que culminará con el fichaje de Aleix Vidal para enero. Tuvo el partido un final curioso en forma de gol de Neymar. El brasileño ha marcado en los dos partidos de cuartos ante el Paris Saint Germain, los dos partidos de semifinales ante el Bayern de Munich y en la final contra la Juventus. Hacía cincuenta años que no pasaba algo parecido. He utilizado el adjetivo "curioso" porque su partido fue muy malo, completamente superado por la situación y con errores infantiles en primeros toques, decisiones en el campo e incluso en el gol que le anularon por pifiar un remate franco de cabeza y conseguir que el balón le golpeara en la mano, que ya tiene mérito.

La supremacía del Barcelona en el fútbol europeo es tal que parece que dé igual que cambien los entrenadores e incluso los jugadores. Este se suponía que era un año de transición en medio de una crisis institucional de aúpa, con el director deportivo en la calle en pleno mes de enero y el entrenador filtrando que se quiere ir lo antes posible. Ha dado igual. Mientras Piqué, Busquets y Messi estén a su nivel, los triunfos serán una costumbre. Tienen 27 años y les queda fútbol por delante. Otra cosa serán las distracciones, que alguno de ellos las lleva regular. Con estos tres al cien por cien incluso Rakitic parece Xavi y Sergi Roberto quizá algún día pueda parecer por fin Iniesta. Llegó el Plan B y funcionó igual que el Plan A.

Quizá, después de todo, los planes tengan una importancia muy relativa.

lunes, junio 01, 2015

Los Pollos Hermanos



Escuchar "So young" con dieciséis años, casi diecisiete. Escuchar "So young" una mañana de mayo a bordo de algo que pretende ser un crucero, rumbo a las islas del Egeo. Sentir la piel de gallina mientras uno cree estar enamorado sin tener muy claro de quién o de qué, puede que de la juventud misma, de la autocomplacencia de una juventud en Grecia, amago de resaca, gafas de sol sobre ojos azules y cabeza echada hacia atrás, como en las películas, disfrutando del aire en la cara.

Luego, al atardecer, el sol bañando el Egeo y el Egeo bañando la noche.

Escuchar "So young" y estremecerte porque habla de ti, habla del chico que cree que está viviendo una cosa y está a punto de vivir otra completamente distinta sin verla venir. El chico que esa misma noche saldrá a beber cerveza por la Plaza Omonia y acabará besando a una desconocida, justo cuando él no ha besado nunca a una desconocida ni a una conocida ni a nadie. Un chico improbable que vive en un hotel de la calle Filadelfias y silba melancólico la canción de Bruce Springsteen. Partidas de ajedrez en el lobby, botellas en hielo dentro de la nevera de la habitación.

Escuchar "So young" como se escucha "The sign" o "Today" o incluso "Soma" en el letargo de la habitación de las Chicas BI, las hermosas Chicas BI con sus bellezas lánguidas. Sobrevivir a la adolescencia como se sobrevive a una batalla humeante: sabiendo que estás haciendo historia.

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El mejor momento literario de lo que va de siglo pertenece a una serie de televisión. Los primos de Tuco Salamanca esperan a Walter White con un bate en la mano mientras éste se ducha en la que una vez fue su casa. Todos intuimos la muerte pero la muerte debe esperar aún tres temporadas. Sentados los dos gemelos en la cama, pacientes, reciben un mensaje de texto que dice "POLLOS", se miran extrañados y se van, sin más. Nadie sabe por qué, ni el espectador ni desde luego Walter White, que sale del baño y nota algo raro, el rastro de las cosas que estuvieron a punto de pasar.

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Tercer año en la Feria del Libro. El último en algún tiempo salvo milagro inesperado (qué tontería de frase hecha, ¿qué sentido tendría un milagro esperado?). Tercer año y cierta comodidad y a la vez cierto acomodamiento. Ya llegué ahí, ya estuve antes, ¿qué me cabe esperar de nuevo? Y sin embargo lo nuevo es la gente, los lectores, los que varían de año en año y los que habías olvidado del junio anterior. Son pocos, no son una multitud inabarcable que hace cola detrás de tu caseta como si fueras una estrella de la literatura adolescente, pero quizá por eso se sienten especiales y te hacen sentir especial a ti.

A todos les saludo y les sonrío, aunque no tenga fuerzas. Con todos comparto historias de mi hijo, de mi mujer, de mis noches moviendo carritos o de baloncesto, claro, solo faltaría. No es algo forzado, al contrario, es justo lo que necesito: algo que me saque de esta burbuja de horas de sueño haciendo eses por el Paseo de Coches. A mi lado, además, Gonzalo Vázquez, cuya humildad llena toda la caseta. Una caseta a la sombra, que se agradece, pero una caseta muy mal colocada, en pleno flujo de salida.

No importa. El libro se vende bien. Aquí nadie es Blue Jeans ni aparece en la televisión así que nos conformamos con los pequeños objetivos. Colocar, vender y volver a colocar para la siguiente semana. Mi editor está contento y yo también. En realidad son esfuerzos que no sirven para mucho, un poco como cuando mi hijo se pone a caminar unos pasos cogido de mi mano y acaba tirándose al suelo porque sabe que su padre le va a decir "Bieeeeen" y le va a aplaudir un rato. Pues eso, que te aplaudan un rato. Tampoco es poca cosa, si se piensa.