miércoles, septiembre 30, 2015

Un vaso es un vaso y un plato es un plato


Como muestra de ese gusto tan español por el dramatismo, llevamos dos días dándole vueltas a los resultados del domingo pasado: quién ha ganado, quién ha perdido, si son votos, si son escaños, si las CUP, si Arrimadas... como si lo del domingo hubiera sido un plebiscito de verdad y no algo tan vulgar como unas elecciones autonómicas. Yo sé que esta distinción, ejemplificada por un gran estadista con la frase "un vaso es un vaso y un plato es un plato", suele irritar a los independentistas pero no veo ninguna razón para ello: si de verdad se quiere cambiar la realidad bueno es que no nos quedemos en la superficie del lenguaje.

Unas elecciones autonómicas no son un plebiscito por la mera razón de que no hay riesgo. Votar de lejos no es votar. En un plebiscito o en un referéndum, se exige una pregunta clara y unas consecuencias bien determinadas, normalmente en consenso con las autoridades vinculadas a la decisión. Por ejemplo, en Escocia estuvieron años discutiendo hasta que consiguieron no ya ponerse de acuerdo en la pregunta, sino en qué pasaría exactamente si ganaba el "sí" o el "no" a la pregunta en cuestión.

Nada de eso sucedió el 27-S y tampoco pasa nada por reconocerlo. En realidad, llamar a las cosas por su nombre puede incluso llegar a ser una esperanza de futuro para ambos bandos. Es muy posible que votantes de Convergencia de toda la vida mantuvieran el voto aunque siguieran confiando en eso que se llama "catalanismo moderado". Sucede con muchos partidos en muchos lugares del mundo y no veo por qué Cataluña va a ser una excepción. Aún más: puede ser que alguien no independentista decidiera votar a Junts Pel Sí porque considerara que era una maniobra de presión para conseguir ventajas fiscales o un mayor autogobierno o que votara a las CUP por una cuestión meramente ideológica, más relacionada con la cuestión social que con la nacional.

Del mismo modo, puede que hubiera independentistas que votaran a CSQEP o a cualquier otro partido simplemente porque ponen la identidad por debajo de las medidas reales a tomar en el día a día. Ciudadanos que, a lo mejor, con una pregunta clara  y unas consecuencias bien explicadas votarían sí a la independencia pero que bajo ningún concepto quieren que esa independencia estéliderada por Artur Mas o intuyen simplemente que hay cosas más importantes que cambiar antes.

La única manera de saberlo es plantear el referéndum en cuestión con todas las garantías legales. Para eso hace falta tiempo, claro. Se habla mucho de la voluntad pero nos olvidamos fácilmente del tiempo. La "independencia express" ha sido un viaje a ninguna parte porque todo lo político requiere de un camino que choca con este afán de acción directa que ha invadido Cataluña especialmente desde el 11 de septiembre de 2012. Los independentistas tendrán que aprender a esperar y los unionistas tendrán que aprender a ceder, en este caso ni más ni menos que el mil veces citado derecho a consulta del resto de ciudadanos no catalanes que forman el estado español.

No es una cesión cualquiera, porque uno no renuncia a su constitución ni a su país alegremente, pero creo que merece la pena si así podemos dejar de gastar tantas energías en este tema. Da la sensación de que tanto la sociedad catalana como la española en su totalidad están demasiado ofuscadas en algo cuya solución no parece tan difícil. Y si en realidad es tan difícil, empecemos a buscar esa solución cuanto antes porque así es imposible avanzar.

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Vista desde aquí, desde el Niño Bonito y la Chica Diploma, la última noche de San Sebastián no fue tan terrible o, más bien, fue una noche como cualquiera de las demás. Otra cosa fue allí: tener problemas para relacionarte con la gente, llamémoslo timidez o bloqueo, es algo que le puede pasar a cualquiera. Tener una invitación para la fiesta de despedida del festival de cine en el maravilloso Palacio de Miramar y acabar a las once con el pijama ya puesto en la pensión rellenando sudokus es algo que me preocupa un poco más.

En general, hay que reconocer que como experiencia social, San Sebastián ha sido un rotundo fracaso. No he conocido a nadie, no he hecho ningún nuevo contacto, solo fui a dos fiestas y casi a rastras... Se podría decir que mi trabajo no era conocer gente sino ver películas y analizarlas para mis lectores. Yo, por ejemplo, me lo decía todo el rato. Lo cierto, sin embargo, es que ver películas y analizarlas no deja de ser un placer privado, para los poquitos lectores que nos juntamos aquí. Lo otro, los grandes reportajes, las entrevistas, las citas de prensa... requiere de unas dotes sociales que yo, sinceramente, no poseo.

El asunto es que no siempre fue así. Recuerdo otros septiembres en San Sebastián en los que me costó arrancar, de acuerdo, pero luego no había quien me parara. Septiembres de Bataplán y BeBop y cafés con actrices en las terrazas junto a los cines Príncipe. Supongo que hay edades a las que crees que te vas a comer el mundo y edades a las que con resolver el siguiente crucigrama ya tienes suficiente. Pequeños objetivos llevados al extremo. Quedan en cualquier caso diez días mágicos en una ciudad sensacional. Algo engreída, quizá, pero con justificación. Una extraña sensación de que aquello -la acreditación, las películas, la burbuja...- no se iba a repetir jamás.