domingo, junio 28, 2015

Le petit prince



En la falsa ceremonia, él va vestido de novia y ella de novio. Muestran un humor envidiable, una alegría contagiosa. Todo el romanticismo solapado por la felicidad, como debe ser. Unos cuantos amigos, vestidos de sacerdotes, hacen de discípulos de San Fermín, y leen salmos, en concreto, un pasaje de "Juego de tronos" que la Chica Diploma reconoce en seguida y la parte de "El principito" en la que el niño descubre que hay muchas flores como la suya pero ninguna es exactamente igual que la suya, porque hacerla suya es precisamente hacerla diferente.

Dudo si "El principito" es cursi o no. Ni siquiera lo dudo, lo afirmo: es cursi... pero con 26 años ahí estaba yo en la cama de mi habitación en casa de mi abuela llorando como un idiota. Hay que aceptar lo cursi como algo casi sanador, sin necesidad de estar llevándose las manos a la cabeza todo el rato ni combatirlo desde el cinismo. Por lo demás, es una boda preciosa, quizá por el empeño en que no sea una boda necesariamente preciosa. Una fiesta, sin más. Una naturalidad prodigiosa. Está el cansancio, claro, pero también está el whisky y al final una cosa compensa a la otra.

Le digo a mi mujer que quizá debería estar borracho siempre, que eso me haría una persona más interesante o al menos más divertida. No le acaba de convencer la idea. El mundo es mejor cuando no es el mundo, eso está claro. Dejamos atrás la finca, las curvas y nos encaminamos hacia la rutina de la A-2 con sus puticlubs y su decadencia de base aérea y aeropuerto comercial. En casa, el niño duerme.

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Lo pienso antes de estar borracho, creo. Puede que lo pensara después o en el proceso,, el caso es que llego a la conclusión de que también podrían haberlo hecho ellos mejor. Por supuesto, ya he insistido en que no era fácil, que exigía mucho, que tenía ese aire distante que molestaba a tantos... pero tampoco era tan mal tío y siempre ha sido muy fácil alegrarme el día. Podrían haberlo hecho más veces. Por ejemplo, la Chica Langosta en las escaleras del edificio de COU lanzándose como una "groupie" el día después de mi concierto en el Alifanfarón. Una broma que no hacía daño a nadie. ¿Por qué no más bromas, por qué no menos daños?

Nos tomábamos demasiado en serio, esa era toda la cuestión. Yo me tomaba en serio y exigía a los demás que me tomaran en serio y quizá eso imposibilitó que me quisieran tanto como en realidad yo les quería, probablemente sin que ellos lo supieran. En un cambio de clases, T. me vio algo triste e intentó hacerme una caricia en la mejilla. Yo le quité la mano. "Siempre me quitas la mano", me dijo," como si te hubiera pegado alguna vez o algo".

No, nadie me pegó nunca, pero yo me empeñaba en sentirme un perrito maltratado. Esa es mi parte de culpa. Su parte, quizá, no insistir con las caricias y las bromas y las risas. Ponernos las cosas más fáciles. Que no digo que fuera su obligación, ni mucho menos, pero, joder, qué feliz y qué idiota me sentía en esas pequeñas treguas adolescentes.

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El cuñadismo acerca de Grecia se divide en "Puta Syriza, Puto Podemos" y "Puta Banca, Puto FMI". Ambos argumentos son de una pobreza intelectual tremenda, lo que no impide a varios intelectuales utilizarlos sin pudor alguno. En medio quedan los matices: la gran fiesta que fue Europa en la llegada del Euro y antes incluso, el continuo mirar hacia otro lado de los órganos reguladores, los excesos de Grecia consentidos y alentados por PASOK y Nueva Democracia y esta deriva a lo inevitable: no te puedo pagar lo que no tengo, ya me irás fiando.

En todo esto, habrá quien tenga más culpa y quien tenga menos, pero yo no tengo la información necesaria. Ni creo en "el pueblo griego oprimido" ni creo en "los populistas que van a acabar con Europa". Ni autocomplacencia ni alarmismo. Eso no quiere decir que no entienda a quienes denuncian la autocomplacencia ni a los que ven en el alarmismo una excusa para todo. Los entiendo, pero conviene tener más información en la mano y, desgraciadamente, yo no la tengo.