jueves, febrero 12, 2015

Magas y Talitas



A raíz de mi reivindicación de Ortega, Juan Soto Ivars me responde por Twitter que con Camba y Pla se liga más. Tiene toda la razón del mundo. En cualquier caso, Camba y Pla se quedan en nada si se comparan con Julio Cortázar, de cuya muerte se han cumplido hoy treinta y un años. Cortázar es el recurso fácil de cualquier follarín que se precie y eso en parte ha estropeado su legado, que es inmenso. El cíclope y todo ese rollo facilón de Magas, Ossips y Rocamadours.

Una vez le envié el famoso capítulo siete de "Rayuela" a una chica a la que acababa de conocer y que me proponía tomar cafés en el tanatorio. Su respuesta fue un mohín en forma de email cansado, ¿cuántos lo habrían intentado de esa misma manera, con esas mismas palabras? Hubo otra vez que Cortázar se cruzó en el camino y no fue tan mal. La chica se empeñaba en hablar de Israel y Palestina a las cinco de la mañana en el Delic y acabamos besándonos en la calle, coreados por los viandantes mientras decidíamos qué hacer con Traveler.

La vida, en general, es una elección entre Magas y Talitas. La primera chica tenía mucho de Maga, quizá por eso estaba tan aburrida de que se lo repitieran. La segunda era decididamente Talita, aunque quizá ella pensara lo contrario o le gustara ser lo contrario. A mí, en general, las Magas me aburren mucho y las Talitas me acaban encandilando con su constancia. Un personaje odioso, la Maga, dentro de una novela magnífica de un escritor soberbio al que, no sé por qué, desde hace unos años se viene haciendo de menos.

Quizá por todos los cursis de barra de bar que se lo han apropiado.

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Sofía viene a casa a las ocho de la tarde. Tiene pinta de cansada, igual que yo. Es la nuestra una relación lánguida desde su inicio, una relación de descafeinados y tés por las cafeterías vintage de Malasaña. Siente que se merece algo mejor, que está capacitada para algo mejor y que no encuentra oportunidades. La entiendo. El talento de Sofía es enorme, demasiado como para estar perdido dando clases de inglés por horas en colegios privados, ordenando a los pequeños salvajes en fila para el recreo o el comedor.

Los dos pensamos que sería distinto, supongo. No sabíamos cómo, pero distinto. Los dos, probablemente, estemos deprimidos y lo bueno es que no nos molestamos en ocultarlo ni en dramatizarlo. Ha sido así siempre. El Niño Bonito la mira con cara rara, cara de "¿quién es esta chica y por qué demonios no me coge como todos los demás?" Porque la gente deprimida no tiene puntos medios con los niños, o les besa y les achucha todo el rato como yo o mantiene una distancia casi aséptica, no les vayan a contagiar algo.

"Veo a otros con menos talento que consiguen dedicarse a esto y se me llevan los demonios", dice mientras yo intento bañar al enano, empeñado en ponerse a cuatro patas dentro del agua. Siempre hay alguien con menos talento ocupando el puesto que tú quieres y siempre hay alguien con más talento que querría ocupar el tuyo. Lo que queda en medio es la expectativa y la melancolía, el niño llorando desesperado porque tiene hambre o sueño o simplemente echa de menos a su mamá -¿y quién no?- y Sofía yéndose a casa con la sensación de que en su vida pasan demasiadas cosas, como un álbum que hubiera que rellenar cuanto antes, para, una vez acabado, tirarlo y empezar otro.

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En el año 2000, Ángel Gabilondo y Julio Quesada compitieron por la misma plaza de catedrático en metafísica. Fue algo inaudito porque normalmente los departamentos no sacan plazas al azar sino bien diseñadas para alguien en concreto. El caso es que a Gabilondo y a Quesada les debieron vender la misma burra, asuntos de poder dentro del claustro, y ahí se presentaron los dos, sorprendidísimos por que el otro hubiera tomado la misma decisión.

Fueron unos días agitados dentro de un campus por lo demás bastante tranquilo en el cambio de siglo. Los partidarios de Gabilondo hicieron mucha campaña y los de Quesada la hicieron más efectiva, lo que hizo que al final ganara la plaza. Siempre vi en Gabilondo, una excelente persona, a alguien torpe en lo político, demasiado ensimismado en la poesía de Hölderlin y los raptos románticos de Heidegger. Si Quesada era Talita, Gabilondo desde luego se daba aires de Maga,

Es curioso que la pérdida de aquella plaza desatara una tormenta perfecta que ha hecho pasar al candidato derrotado de profesor a catedrático en la siguiente convocatoria, luego a rector, ministro con Zapatero y ahora, parece, candidato a la Comunidad de Madrid. Hay muchas cosas que me provocan dudas de Gabilondo, entre ellas está, me temo, su propio talento. No era un gran profesor, aunque ponía todo el empeño. Sí era, o parecía, un tipo honesto. Quizá dejó de serlo cuando empezó a ganar todo el rato, las cosas no pasan por casualidad, pero si al final se presenta es posible que cuente con mi voto. En Madrid hace falta gente hábil y con capacidad para cambiar las cosas pero sobre todo hace falta gente que no venda su alma por un tranvía. Con eso, ahora mismo, nos basta.