jueves, septiembre 04, 2014

Being Pepe Navarro



La lectura de la autobiografía de Pepe Navarro. Sí, una excentricidad como otra cualquiera, pero a ver si aquí solo va a poder hablar de los últimos 40 años de periodismo Enric González. Una elevada dosis de autobombo inconsciente, como ese José Sacristán de "El viaje a ninguna parte" contando sus devaneos con estrellas del cine, sus papeles protagonistas, sus rodajes en América... La imposibilidad -buscada o no- de saber qué es verdad y qué es mentira porque el propio autor lo advierte a menudo: a veces finjo que las cosas van bien y en realidad van mal y a veces finjo que van mal y en realidad van bien.

De Pepe Navarro tengo recuerdos incluso cuando presentaba "La tarde" , la constancia infantil de su eclosión y posterior desaparición ochentera. Aquel señor simpático de la tele ya no estaba. Si tengo que ser sincero, a partir de ahí le perdí la pista y se convirtió en un personaje algo esquivo, lagunero: sí le recuerdo en "El gran juego de la oca" aburriéndose como un mono mientras presentaba aquella patochada -en cierto modo, Pepe Navarro era el "anti-Emilio Aragón", ese hombre que podría perfectamente haber protagonizado un anuncio emocionándose por un palo a sus por entonces 35 años- pero no le recuerdo en las mañanas que él dice haber liderado en Antena 3.

Curiosamente, sí llegué a ver alguno de sus programas del sábado noche, en casa de Sanchi, cuando Sanchi era un compañero de clase de Simón en el Ramiro y no un jefe de deportes en El Mundo. Los tres quedábamos allí, en Cuevas de Almanzora, jugábamos a un muy rudimentario simulador de fútbol internacional donde a Julen Guerrero le llamaban Güerro, y si se nos hacía de madrugada poníamos aquella locura de fin de semana en la que, si no recuerdo mal, Santiago Urralde ya era el reportero total.

El resto, obviamente, sí lo tengo presente. Quizá lo que hemos olvidado todos es hasta qué punto el Mississippi fue un antes y un después en la televisión española, una televisión en la que el único, que yo recuerde, que había intentado algo parecido a un "late night show" había sido El Gran Wyoming en Telemadrid, aquel mítico "La noche se mueve" que derivó en un "La nochevieja se mueve" donde a Ricardo Cantalapiedra casi le parten la cara en medio de una fiesta.

Es posible que en el imaginario común el Mississippi se mezcle con "Crónicas Marcianas" porque lo cierto es que entre ambos se encargaron de aniquilar cualquier otro intento de la competencia de hacerse un hueco en las madrugadas. Vista la deriva del programa de Sardá lo de Navarro era "Saber y ganar". Empezó con actualidad y algunos personajes de otras aventuras anteriores como Pepelu, interpretado por Carlos Iglesias, o el propio Reportero Total pluriempleado como Rambo y consiguió algo que parece sencillo pero no lo es: la popularización de frases hechas, las "catch phrases" americanas.

No es de extrañar la admiración de Navarro por Chiquito de la Calzada, por muchos problemas que luego tuvieran. Chiquito había conseguido que media España repitiera sus cinco o seis "palabros" e imitara constantemente una manera de andar y acentuar que eran en realidad la base del espectáculo. El de Sabadell, de origen andaluz, lo llevó un paso más allá y creó todo un universo a partir de aquella broma infinita, ya en franca decadencia: Chiquitistán.

Si veíamos aquello era porque era una locura y era divertido, para qué engañarnos. Sí, de vez en cuando venía un tío a hablar de OVNIs, la Veneno decía barbaridades o las crónicas de Alcasser se perdían en terrenos pantanosos -y aun así, quién no recuerda al padre de Miriam y a su abogado desgranando conspiraciones-, pero el pan y la mantequilla del programa no era el morbo: era Florentino Fernández doblando "Duelo de torpedos", disfrazado de Lucas Grijander o de Krispín Klander, era la invención de un nuevo vocabulario, la cabra Marcela comiéndose la columna de Martín Prieto, Juan Antonio Canta contando y descontando limones y alguna ex de Romario o Ronaldinho que se contoneaba a contraluz mientras sonaba "Smoke in the water", de Deep Purple.

Luego, lo del Pelícano y la desaparición. Para él no fue así porque Vía Digital y cual, pero en términos prácticos, la desaparición durante más de quince años con el único intervalo de aquella edición de Gran Hermano que parecía aburrirle aún más que "el mago Martín". Ni siquiera una entrevista para JotDown. Dicen de él que era un pieza de cuidado, en el mal sentido, y él escribe un libro para decir que sí, que lo era, pero en el bueno. Y sonríe. Lo que de verdad le envidio es la vitalidad con la que describe su juventud, aquel ir y venir a emisoras de radio y cadenas de televisión, lo fácil que era todo, lo pronto que te atendían los jefes de programación. Sus años en Manhattan y su vida de estrella del lobby cubano de Miami.

Debió de ser muy divertido. Tan divertido como para desaparecer tranquilo y reaparecer muy de vez en cuando. La sensación que da es que Pepe Navarro se adelantó tanto a su tiempo que el tiempo ha acabado dejándolo detrás. Si eso es algo bueno o malo, en términos morales, que lo analicen otros.

miércoles, septiembre 03, 2014

Adiós a La Noche de COPE


Que a los 35 años alguien apueste por ti para hacer casi 20 minutos de radio en directo cuando no te has puesto nunca delante de un micrófono tiene un punto temerario, pero si en mi vida he conocido a alguien temerario ese es sin duda Lartaun de Azumendi. El mismo que apostó por un escritor al que no publicaba nadie y sacó de la nada un libro que acabó convirtiéndose en un moderado éxito.

Las dos propuestas vinieron más o menos a la vez: una reunión en Sol con un hombre al que yo le ponía cara de Red Auerbach y que se me presentó, barbas y gafas, 40 años como mucho, con una camiseta verde de los Celtics. Lo primero, el libro del Estudiantes, del que ya hemos hablado mucho; lo segundo, la posibilidad de colaborar en "La noche de COPE", programa del que se haría cargo a partir del siguiente septiembre.

Era 2012 y yo apuraba mis últimos días de piso en Malasaña. El horario era horrible: mi sección empezaba a las 2,45 de la madrugada, tenía que hacerla en el estudio, y no ponían taxis. Con todo, era algo de dinero, y sobre todo era un proyecto apasionante en una cadena nacional. ¿Cómo decir que no? Al principio, le propuse centrarnos en los 90, pero el "target" del programa no invitaba a algo así, ¿por qué no irnos un poquito atrás y hacer algo de "remember" para todos los públicos y no solo los grunges treintañeros?

El nombre de "Historias de la Historia" no fue mío. Espero que no fuera mío porque nunca me gustó. La verdad es que no era un programa de Historia, como tal, aunque nos cebáramos especialmente con la familia Tudor y derivados, sino más bien un espacio nostálgico que funcionaba mejor cuanta más música le poníamos. Siempre tuve total libertad sobre contenidos y estructura y a los pocos programas quedó tal y como aguantaría hasta el final: una música o un documento sonoro para empezar, el saludo clásico de Lartaun, y a partir de ahí la lectura de un guion de tres folios que me preparaba los días de antes parando otras dos veces para meter más música.

Era divertido y creo que resultaba divertido. Los primeros días iba andando hasta la radio porque vivía al lado. Luego, los taxis hicieron que el sueldo fuera anecdótico. Aun así, era una burbuja mágica: el Teletaxi listo a las dos de la madrugada, las charlas con Lartaun, Antonio Osorio, Elena Grandal, Mónica Villalaín, David, el entrañable becario amante del cine... Había un punto de finalidad sin fin porque aquello no lo escuchaba nadie: en el taxi los conductores oscilaban entre Rock FM -que curiosamente emitían en un plató contiguo al nuestro- y La Parroquia. Mi familia dormía a esas horas y mis amigos también. De vez en cuando, si a mi esposa le entraba insomnio, se ponía el programa y luego lo comentábamos en casa.

Era como estar y no estar, que es algo que ya saben que a mí me encanta: trabajas en la COPE, cobras en la COPE, grabas en el Estudio Encarna Sánchez... pero a la vez casi nadie conoce tu voz. El trabajo era bueno y pese a la crisis y los primeros despidos, Lartaun consiguió que mi sección durara un año más, ya con Belén Ródenas en vez de Elena Grandal y con Vitorio Duque escapándose del Partido de las Doce para echar una mano.

No nos metimos en líos. Ni uno solo. No hubo llamadas de oyentes cabreados ni de jefes alterados. Solo una indicación respecto a una frase que tenía que ver con el Apóstol Santiago. Una línea después de unos 100 programas... porque, ahora que lo pienso, ahora que ya no me he podido saltar la segunda restructuración de La Noche y me he quedado fuera, con mis historias y mi himno de la Unión Soviética, si la sección era semanal y la hice todas las semanas salvo tres o cuatro por enfermedad propia o ajena, el total de programas debió de rondar los cien.

¿Mi favorito? El de las canciones de los Mundiales. Aquello fue glorioso. Tan glorioso que publiqué el Podcast al día siguiente por si alguien quería compartirlo. Al principio lo hacía siempre: poner el enlace en la resacosa mañana del viernes -siempre me levantaba con esa sensación de adrenalina pasada por el sueño- en Facebook o en Twitter para que la gente supiera lo que hacía, pero en seguida me di cuenta de que la paciencia de todos tiene un límite y que JotDown, Zona de Obras, El Imparcial, mi propio blog... ya era suficiente autopromoción como para seguir aturdiendo a mis amigos y seguidores.

En fin, que la cosa se acaba. Los detalles se me escapan y en cualquier caso no me corresponden a mí. Me llamaron de la nada para hacer cien programas, dos años, de radio de calidad y entretenimiento y creo que cumplí con el reto. Quedan ahí mis compañeros, esos cómplices de madrugada que nunca se reconocen con la luz del sol. Seguro que les va bien. Lo mejor que les vaya a ellos, lo mejor que me puede ir a mí, porque de alguna manera siento que sigo estando ahí, en ese estudio, mientras Mariano mete alguna canción de Kasabian.