lunes, abril 21, 2014

Presentación de "Una sucesión de amaneceres imprevistos" con Manuel Jabois y Jorge Díaz en Tipos Infames



Después de ese precioso aperitivo que fue la "presentación" con amigos en Libertad 8, una excusa como otra cualquiera para poder reunir a Lichis, Pancho Varona, Pablo Ager y Tucan Morgan y que de paso la gente supiera que iba a sacar un libro de relatos -en breve saldrá otro de deporte, pero todo a su tiempo, por favor-, llega por fin la presentación "seria y literaria" del libro. Será el viernes 25 de abril a las 20,00 en Tipos Infames con la impagable compañía de mi viejo amigo Jorge Díaz y ese talento andante que es Manuel Jabois.

Como ya saben qué esperar de los presentadores porque ya conocen sus novelas, sus artículos e incluso sus series de televisión, voy a explicarles un poco de qué va el libro, editado gracias a la confianza extrema de Jorge Vales y toda la gente de Lapsus Calami, cada uno de los relatos que lo componen, sin ser demasiado pesado porque no es mi estilo:

- Amaneceres imprevistos.- Se me ocurrió antes de la gira de promoción de la última novela de Bret Easton Ellis y luego me di cuenta de que podía haber cuadrado con esa gira. Un escritor con fama de "enfant terrible", que tuvo éxito y talento en su juventud pero que, ahora, pasados los 40, anda escaso de ambas cosas. La editorial tiene que amortizar su contrato y le sigue vendiendo y los medios siguen comprando pero sin saber muy bien qué compran. Viajes, divorcios, periodistas que no saben de qué va el libro y la creciente sensación de que a nadie le importa en realidad. Persona y personaje, ya saben, uno de mis temas favoritos.

- Siempre es bueno necesitar a alguien.- El origen supongo que está en mis tiempos en El Semanal Digital, trabajando horas y horas delante del ordenador y a la vez conectado con todo el mundo. La rabiosa actualidad contada desde el dormitorio, medio legañoso, vendiendo basura, que es lo que la gente quería consumir. Luego se me ocurrió la posibilidad de una charla entre dos ex compañeros: uno, más joven, sigue en su medio "tradicional" con un periodismo de calidad, el otro, mayor, inadaptado, sobrevive en un medio digital cobrando la mitad, conectándose a Bwin cada media hora para ver cómo van sus apuestas e inventándose historias para poder tener visitas y que no le despidan. Mientras, en esa casa donde hablan, la realidad se cuela de vez en cuando y no es una realidad agradable...

- El otro.- En 2005 pasé unos días en un precioso pueblo de Galicia. Uno de esos pueblos de Galicia que arde salvajemente en verano. Éramos un grupo de gente con inquietudes culturales, por utilizar el tópico: una pintora, una compositora de Berklee y un aspirante a escritor. Sin embargo, nosotros no queríamos crear nada allí, solo pasar el verano y hacernos compañía. Jugar al parchís. Todo muy decadente. Cogí más o menos ese ambiente y lo llevé a un grupo de viejos amigos, aburridos, que ven el monte quemarse mientras se destruyen unos a otros y escriben relatos sobre gente que se atreve a hacer cosas, un poco como Francis Macomber en  el relato de Hemingway. Gente que se atreve a hacer cosas, aunque sean terribles. Lo que sea. Algo que no sea la tristeza de la monotonía de la lluvia de ceniza sobre las gallinas.

- La crisis.- Este es el relato que iba a dar nombre a la colección en 2009, cuando Páginas de Espuma se interesó en la publicación e incluso llegamos a reunirnos Juan Casamayor y yo para acabar en nada. En esa reunión, Juan me dijo: "Este libro merece ser publicado" y ese empujón me ha ayudado a seguir luchando todos estos años. El relato en cuestión se ambienta en un festival de cine de Fuerteventura y es un western. Algo complejo, pero un western. Y da miedo, o lo pretende. Una isla que es un inmenso paisaje lunar, un triángulo amoroso, un tipo que está al borde de perder la cabeza y una urbanización fantasma en medio de las dunas y la lluvia.

- Llamadas perdidas.- Siempre meto una historia en la que el lector no sabe lo que está pasando y puede que no lo sepa nunca pero se lo pasa bien. Lo importante es que se lo pase bien. Un músico venido a menos -el hilo común de este libro es la decadencia y la huida o la tentación de la huida como respuesta a esa decadencia- que intenta convencer a una chica con la que tuvo algo de que se vaya a vivir con él. Solo que la chica no quiere irse a vivir con él, prefiere quedarse a vivir con su novio, algo comprensible, en principio... si no fuera porque a veces parece que sí quiere. O que al menos el juego de querer y no querer es tan bonito que merece la pena.

- Autocrítica.- Le puse el nombre por la canción de Vetusta Morla. Me parecía una buena manera de empezar algo aunque al final decidí que sería una buena manera de cerrar algo. Es un delirio. El monólogo interior de un experto en "coaching" que se ve atrapado por los compromisos editoriales e intenta huir de sus propias conferencias. La ilusión de poder vivir de la fama y a la vez prescindir de la fama. Hasta cierto punto, tiene un parecido con el protagonista de "Amaneceres imprevistos", puede que ese tipo del primer capítulo, diez años después, completamente desquiciado y dedicado a los libros de autoayuda, acabara ocupando esa habitación de hotel.

En fin, poco más, que la entrada es gratuita, por supuesto, basta con ir a la hora, o antes, y ya disfrutar de las charla y la risas acompañados de un buen vino.. Me hará una enorme ilusión verles allí.

domingo, abril 20, 2014

Fuerteventura 2014 (y VII). El Banana

Así que todo acaba donde empezó, en este ordenador de la recepción del Barceló Corralejo Bay que se come un euro cada diez minutos mientras camareros diligentes sirven cervezas y coca-colas y un grupo de flamenco fusión se atreve con "La chica de Ipanema". Una semana sirve para darse cuenta de que las canciones de la isla no son malas pero son básicamente las mismas y todas tienen un punto turistón tirando a bossanova o reggae.

En la televisión, el Barcelona pierde con el Athletic de Bilbao. La Chica Diploma está arriba, haciendo tiempo para cenar, puede que estudiando, puede que preparando las maletas. Tengo la sensación de que los dos tenemos miedo. Yo, al menos, tengo un miedo atroz, un miedo que disimulo mal, un miedo a juego con mi ceño fruncido y mi mirada crispada. Todo volverá a ser como antes, pienso, y no sé si podré soportarlo: Madrid, y junto a Madrid, su oleada de responsabilidades.

El domingo de resurrección en Fuerteventura fue un domingo de luto previo, de tranquilidad pasmosa: paseo por las inmediaciones del centro comercial, parques de lava, botellas de agua en El Banana, otro de esos bares en los que tienes el mar a los pies, delante de ti, tranquilo, y la camarera va y te cobra dos euros menos de lo que haría cualquier trajeado de La Latina o Lavapiés.

Después del Banana, los trámites, es decir, el check-in online, tarjetas de embarque impresas, vistazo furtivo al piso de los precios en Fuerteventura -la Chica Diploma insiste en que jamás se vendrá a vivir aquí, yo no confío en convencerla- y en Málaga, un punto medio en el que quizá podamos converger en el futuro. Tras la comida, de nuevo paseo a la playa de al lado del hotel, últimas tardes en el Waikiki. La Chica Diploma se hace una foto apoyada en una bandera, cogiendo el trapo con una mano y parece que en vez de tomarse una manzanilla ha conquistado la plaza.

La felicidad de comer a las cuatro y media de la tarde. Ella se trae sus apuntes de medicina china, yo termino "Rosas, restos de alas", de Pablo Gutiérrez y empiezo "Por si se va la luz", de Lara Moreno, mis queridos escritores siameses. Alrededor, la gente es feliz, nada que ver con un metro atestado a las ocho y media de la mañana, atasco en Doctor Esquerdo. La vista sigue siendo impresionante aunque se repita varias veces al día. Nos mojamos los pies mientras un niño pequeño hace llorar a su hermana en la orilla. Volver, hay que volver, como sea, cuanto antes... Ayer mismo úna canaria pizpireta, carta de platos en la mano, nos ofrecía mesa para tres con un guiño.

En fin, tarde de previos y algo parecido a los nervios y descomposición en los baños y una enorme tristeza, porque no sé explicarlo de otra manera. No solo es que mañana mismo, o el martes a más tardar, el entorno sea distinto sino que nosotros seremos distintos. Nosotros y nuestras responsabilidades. Nosotros y nuestras exigencias. Emails y clases de inglés. Me cuesta mucho renunciar a ser feliz, en serio, de ahí el miedo, por supuesto, porque yo la infelicidad la tolero lo justo.

¿Qué más? El grupo de flamenco se arranca por "Yesterday" y la Chica Diploma ya está a mi lado, en el hueco del ordenador gemelo. Lo que queda es una cuenta atrás llena de nostalgias y recuentos. Último paseo, último bufet, último copeo en algún bar de ambientación cubana. Un poco de resignación, un mucho de pena. Un gol de Messi que culmina una remontada.

sábado, abril 19, 2014

Fuerteventura 2014. VI. Waikiki Beach


De pronto empieza a sonar una versión del "Wish you were here". Estamos en la terraza del bar cubano, el mar esmeralda delante de nosotros y el sol apretando sin ahogar. Al principio pensamos que la música viene de los altavoces, como todas las anteriores, pero pronto nos damos cuenta de que no, que es uno de los múltiples músicos con rastas y repertorio tranqui en la mochila. "Es mi canción favorita", le digo a la Chica Diploma, que se sorprende al saber que no es de Kurt Cobain sino de Pink Floyd, un grupo que apenas sale de mi boca.

Es otro momento perfecto y de hecho la canción no pega nada con la conversación anterior porque la conversación no iba de echar de menos a gente y desear que estuvieran ahí con nosotros sino más bien de romper con la gente y desear un futuro perdidos en sitios así. Sitios donde los cafés a pie de playa cuestan un euro y la gente sonríe y nadie sabe si hablarte en alemán, inglés o sueco porque podrías venir de cualquier lado.

Nadie, absolutamente nadie espera nada de ti.

Sábado santo en Corralejo, Fuerteventura. "Creo que me acabaría cansando de vivir aquí", digo, "pero también creo que me tomaría un tiempo bastante largo cansarme, que quizá incluso me vendría bien acabar cansándome". La Chica Diploma asiente de una manera más racional, porque ella es la que piensa las cosas en esta relación, por extraño que parezca teniéndome a mí de por medio. Irse de Madrid es tentador, pero la inercia hace que te acabes quedando. La inercia lo es casi todo y siempre ha sido así. Otra cosa es volver a Madrid. Volver a Madrid se hace cada vez más difícil, más absurdo, ¿a qué volver a nuestro piso con vistas a unas vías muertas?, ¿a qué girar de nuevo en la rueda de los compromisos y las exigencias? Desaparezca aquí, dice Fuerteventura, y yo lo haría. Si no lo hago es por ella, es por el niño y es por lo que queda de familia, que cada vez es menos.

Pero yo lo haría. Yo me perdería un mes o dos meses o un año aquí y empalmaría terrazas con cafeterías hasta arruinarme o hasta que me llegara la siguiente liquidación de tal o cual artículo, de tal o cual libro. Podría incluso hacer como la chica del Rent-A-Car del hotel: hablar cinco idiomas y en medio aprovechar para leer durante horas. Lo peor no es no saber si quieres seguir viviendo en tu ciudad, lo peor es cuando no estás seguro de si quieres que tu hijo crezca ahí. Eso ya es diferente y empieza a preocupar.

En cualquier caso, y de momento, no volver no es una opción, así que aprovechemos al máximo: del bar cubano paseando al hotel, comida en un restaurante de platos combinados y café en el Waikiki, cinco de la tarde, sol algo bajo con inicio de brisa. La Chica Diploma se baña los pies hinchados en el agua salada y yo leo a Pablo Gutiérrez, que viene a hablar más o menos de lo mismo: desaparecer, dejar de hacer lo que no quieres hacer, plantearte para qué lo haces al menos y sacar tus propias consecuencias. Pablo, por lo que sé, vive aislado del mundo en Sanlúcar de Barrameda, profesor de instituto, y solo pasa por Madrid cuando es estrictamente necesario.

Quizá Sanlúcar me valdría. Estoy convencido de que a la Chica Diploma le valdría también, pero le faltaría la lejanía absoluta, la lejanía canaria en la que es fácil creerse que nada es crucial sin necesidad de escribirlo cada cuatro páginas. La marea baja, los niños rubios jugando, los camareros pasando contraseñas de Wi-Fi. El Waikiki como símbolo de un modo deseable de vida. Un modo quizá imposible, pero deseable. Y posible, qué coño, pero esa es otra historia. La de 2008, recuerdo cuando camino hacia el cuarto de baño, era la historia de la surfista y todo el dominó de camas vacías en habitaciones compartidas que podía provocar que ella decidiera compartir la suya.

Las noches hasta el amanecer, aquellos tiempos. Como cuando la nariz de Lupita se apagaba en casa de Ana y yo escuchaba en la cama con media sonrisa borracha. El amanecer, el anochecer y todo lo que queda en medio. Todo lo que en Madrid no existe y no hay manera de inventar. Algo parecido a la calma absoluta. Everybody loves the sound of a train in the distance, everybody thinks it´s true.

Fuerteventura 2014. V. Lanzarote


Levantarse a las 6,30. Esa delicia de levantarse a traición, cuando los jacuzzis y las palmeras aún están en la oscuridad y los empleados más madrugadores preparan el desayuno. Remolonear lo justo porque hay un autobús que coger y no es aquí, sino en otro hotel, otra colección de caras rosas y cestas al hombro. Desayunar en una soledad impropia, la chica que reparte las actividades del día aún ausente, y después acelerarse y correr por la Avenida de las Grandes Playas para no perder la guagua, para no perder el ferry, para poder cruzar de isla en isla y arribar en Bahía Blanca, el rincón volcánico de Lanzarote.

En parte, si hemos venido -si yo he venido- es porque quiero buscar mi infancia. El problema es que no la encuentro, nada me es remotamente cercano. La isla es mucho más bonita de lo que la recuerdo, aunque puede que sea porque estamos en el lado opuesto al de los turistas. Los volcanes son más bajos, menos impresionantes, pero la lava negra mezclada con la ceniza gris le dan un toque irreal a todo el paisaje. Nuestra guía nos cuenta las mismas cosas en tres idiomas, incluso repite los chistes. La entiendo tres veces y acaba aturdiéndome. No es culpa suya. La primera hora de camino por charcas verdes, acantilados y volcanes dormidos es una hora de éxtasis visual, justo antes de que llegue el cansancio, el sueño y algo parecido a la rutina.

La Chica Diploma me pregunta por cosas que debería conocer, que debería recordar porque mi infancia y mi adolescencia son una presencia constante en la conversación diaria, pero no, no las conozco o no las recuerdo, que no sé si es lo mismo. Recuerdo otras cosas: colarnos en el hotel Las Salinas para jugar al baloncesto, pasear por la playa y tumbarnos en unas hamacas el día de Nochevieja de 1989, 1990 o 1991... unas patatas fritas de sartén que nos sirvieron en una terraza donde yo probablemente pedí un Trinaranjus.

Mis recuerdos de Lanzarote son esos y los de los distintos apartamentos, pero incluso estos son recuerdos triviales porque Simón y yo jugábamos al water ping-pong cuando la mesa se encharcaba, nos bajábamos a ver al Madrid y al Atleti al salón principal o machacábamos en la piscina el tímido aro de baloncesto que a alguien -fiebre de los ochenta- se le había ocurrido colocar allí. Lo demás, no aparece. Ni siquiera la cocina, porque si había apartamento seguramente sería porque había cocina y a la Chica Diploma le interesa mucho saber qué comíamos exactamente y quién se encargaba pero, ya digo, yo eso no lo recuerdo. Forma parte de lo que en la vida de un niño se da por hecho: la belleza de Lanzarote, el desayuno de la mañana. Simplemente aparecen, no hay un previo, no hay una planificación.

Veinticinco años después, sin embargo, algunas cosas han cambiado, especialmente el hecho de que el padre vaya a ser yo y "nuestro buen amigo Fuentes", el conductor de la guagua de nuestras excursiones infantiles se haya convertido en el señor Martín o algo así porque no me quedo bien con los nombres. Otras cosas siguen exactamente igual: el hastío de la presencia constante de César Manrique arreglando algo, reconduciendo lo salvaje, Jameos del Agua que no consiguen llegarme a los 37 como no me llegaban a los 12 y en ningún momento estoy diciendo que el problema no sea mío.

La Chica Diploma está un poco igual que yo, aunque ella haya venido aquí sin antecedentes. La trigésima vez que la guía repite el nombre de "César Manrique" -son diez veces, pero en tres idiomas, recuerden- bosteza y coloca la cabeza en el respaldo del asiento de enfrente y entonces yo aprovecho para rascar un poco su cabeza o masajearle los hombros. A veces soy yo el que me rindo -los madrugones son poéticos pero agotadores- y ella es la que me mima hasta el sueño. Nadal pierde en Montecarlo. Federer gana remontando un set a Tsonga. Un hombre casi se cae encima de la Chica Diploma y al sujetarse la hace daño y ella se preocupa y hay un pequeño momento de angustia y tensión en algún punto cercano a Teguise.

Por lo demás, ya digo, la guagua hace el camino de vuelta y todos los nombres me suenan pero ninguno es el mío: Tahiche, Costa Teguise, Arrecife... en ellos pasé tres navidades y sin embargo no hay una magdalena de Proust que llevarse a la boca. Nada parecido a esta avalancha de Corralejos y Waikikis que es Fuerteventura, con su anécdota a la vuelta de la esquina. Cuando volvemos, ya en el puerto, decidimos prescindir del autobús y caminar un poco por el filo del pueblo, el que une bares y playa. Es un paseo precioso. Un paseo único. Mi idea de la felicidad me remite a esos recovecos un mes de mayo de 2008, un domingo en el que todo estaba jugado y perdido pero nos quedaba la cara orgullosa de los que lo habían intentado.

Seis años después -"no sabes la cantidad de cosas que has hecho en estos años", me dijo el otro día la Chica Selectiva y no sé si ese es el problema, porque saberlo, lo sé, pero, ¿cuándo es suficiente?, ¿cuándo se come aquí?-, los músicos siguen tocando en las esquinas, las sillas se presentan apetitosas, el olor a pescado invita a quedarse y olvidarse del mundo, que es a lo que habíamos venido... y lo que haríamos si no fuera precisamente por el mundo, es decir, la realidad, es decir, un viento frío y algo desapacible combinado con los tobillos hinchados por el sol de la Chica Diploma.

Ella se ducha, yo intento tumbarme al lado del jacuzzi a acabar el libro de Saviano, buscamos un lugar donde ver al Atleti pero acabamos tomando una hamburguesa en un bar donde otro chico versionea el "You can call me Al" de Paul Simon y en general hay un buen gusto sorprendente, porque Corralejo es un Benicassim que se resiste a serlo. Una mezcla, supongo, con Ibiza. Rastas y surferos. El chico que lleva a Paul Simon a su terreno y la pareja decadente -"El dúo mediterráneo", se hacen llamar, aquí, en pleno Atlántico- que ameniza a gritos las noches del hotel. Unos gritos que retumban por todas partes, habitación incluida, y que al principio me enfadan y luego, no puedo evitarlo, me dan pena. Lo fácil que sería dejarse llevar, sin más, no entretener a nadie. Fiesta chill-out en la piscina, algo así. Lo han tenido que ver en las películas, lo único que, como a veces pasa, se les haya olvidado...

jueves, abril 17, 2014

Fuerteventura 2014. IV. Playas de Dunas



Cogemos el coche y lo dejamos en mitad de la carretera, como vemos que hace todo el mundo. Cruzamos y nos metemos en la playa, justo frente a una duna enorme que nos impide ver lo que hay al otro lado. ¿Será esa la duna que subimos en 2008, la que bajamos a toda velocidad en medio de fotos y promesas de amistad eterna? Así éramos los cortometrajistas incluso antes de ponernos detrás de una cámara. "La generación del ron-cola", la llamaba Arturo Ruiz mientras nos esperaba para desayunar en el bar italiano de al lado del hotel.

Sea esa duna o sea cualquier otra, lo que hacemos esta vez es bordearla. Ha amanecido con prudencia, como siempre en Fuerteventura: unas primeras horas del día que amagan con el frío y el viento, la playa desapacible, solo para caminar, de nuevo los refugios de piedra para evitar el aire. A lo lejos, una bandera roja nos marca el camino y así, la Chica Diploma y yo avanzamos con cierto esfuerzo porque los pies se hunden y cuesta levantarlos. Cuando llegamos a una orilla lo que encontramos son más piedras, pero aun así nos mojamos los pies, que es lo mínimo, mientras de nuevo las montañas quedan a lo lejos.

Una vez escribí que Fuerteventura era un lugar donde los problemas eran imposibles, donde cualquier preocupación se perdía en el horizonte y no tenía donde rebotar. Quizá fue porque entonces no tenía problemas ni preocupaciones. Por lo demás, Fuerteventura es un buen sitio para huir pero primero tienes que tener clara tu vocación de fugitivo. Lo que natura no da, Salamanca no presta. La Chica Diploma y yo caminando entre medusas, rodeando nudistas hasta llegar a un chiringuito desde donde se puede ver de lejos a tres camellos con dos turistas por joroba.

Pido un zumo de naranja natural pero me traen cualquier otra cosa, algo con soda, gaseoso, los camellos se acercan y acaban descansando a nuestro lado. Son bonitos. Son muy de aquí, muy a su bola. No les molestes y ellos no te molestarán a ti.

A partir de ahí iniciamos la vuelta, intentando acortar por hoteles prohibidos hasta llegar de nuevo a nuestro coche en mitad de ningún lado, como todo. Ya en Corralejo, decidimos no comer y en cambio hacer un amago de merienda-cena en el puerto, la isla de Los Lobos a nuestra derecha y más al fondo Lanzarote, donde iremos mañana. La atmósfera es agradable: un chico hace una versión extraña del "Ordinary Love" de Sade y otro canta "A caballo vamos p´al monte" en la terraza de un bar cubano.

Ayer, este mismo barrio pesquero estaba lleno de entusiastas barcelonistas, en eso no me puedo quejar. La isla, por lo que vi, era mayoritariamente culé, puede que por el efecto Pedro, puede que por la asociación con un tipo de juego que les recuerda al talento canario. No lo sé, puede incluso que no sea así y la isla sea mayoritariamente madridista y solo ese bar, el bar de los borrachos, el de los no-turistas, fuera el único barcelonista de Fuerteventura. Qué más da. El Barcelona perdió y en Twitter todo el mundo quería linchar a Messi. Ganas y te adoran, pierdes y te linchan. Por lo demás, tenlo claro, eres un puto caballo de carreras y así te ven. Si estás agotado, si no puedes más, que salga otro.

En ese sentido, el linchamiento en Fuerteventura es inconcebible y esa es una ventaja. Todas las polémicas son polémicas de otros, como cuando ponemos el-programa-de-la-gente-que-grita y nos aprendemos tramas de Supervivientes precisamente porque nos dan igual, porque aquí da igual todo, espero que quede claro: uno paga un dineral por venir aquí y espera playas, montañas, volcanes y todo el rollo, pero sobre todo espera distancia. Mucha distancia. La distancia no solo física que impide que nadie se enfade cuando la única mesa de madridistas se dedica a repartir cortes de manga cuando marca Bale.

La única mesa, probablemente, que no ha entendido de qué demonios va esto.

miércoles, abril 16, 2014

Fuerteventura 2014. III. Playas de El Cotillo


Al hombre del piano le acompañó el hombre de la trompeta y el público se motivó conforme caían los mojitos, hasta el punto de que a las once aquí seguían todos: unos con sus canciones y los otros con sus aplausos, mientras la Chica Diploma y yo esperábamos en nuestra habitación para dormirnos en condiciones. Por la mañana, el cambio de hora nos hace madrugar, como siempre, y en el bufet no solo quedan croissants sino que me atrevo incluso con los donuts.

Nunca he sido tan feliz como en el desayuno-bufet de un hotel. Veinte minutos en los que lo demás, sencillamente, no existe.

El plan es coger el coche e ir a alguna playa. Como mi ojo va mejor pero aún no está al cien por cien elegimos El Cotillo, que tiene un punto más turístico, más variado en principio, que las Dunas. Nos metemos de nuevo hacia las montañas, pero sin llegar a acercarnos, pasando en medio de todo, una jornada más de casas derruídas y casas por construir, pueblos veraniegos en plena primavera, tiendas de playa a quince kilómetros del mar, aroma a surf que se respira desde la distancia...

El Cotillo no es sino una parte de un todo. Un todo que se vislumbra desde el mirador, más montañas, acantilados, playas a la izquierda y playas a la derecha, una especie de orilla negra a nuestros pies, piedrecitas indefensas que esperan alguien que las barra. Podemos ir a la izquierda o a la derecha, pero nos dicen que la izquierda es más para surfistas y la derecha más para familias y nosotros, obviamente, somos una familia o eso dice nuestro libro.

Lo bonito del lugar es que nunca sabes dónde estás, que las distancias y las perspectivas son confusas, imposible acertar qué viene detrás de ese risco o esa duna. Paseamos por la arena fría en una mañana templada, porque aquí a las doce si no hace frío lo parece y solo a partir de las tres empieza la cosa verdaderamente a calentarse. Pronto re-encontramos el mar y junto al mar unas protecciones de piedra en la orilla, pequeños semicírculos que sirven para que otras familias, generalmente del norte, se agrupen protegidas del viento.

A cada pequeña playa le sigue una mejor, todas con sus piscinas naturales, por así decirlo, sitios donde te puedes meter en el agua y andar durante metros sin llegar nunca a hundirte. En cualquier caso, ¿quién querría meterse en el agua con este frío? La Chica Diploma y yo nos atrevemos como mucho a meter los pies, hacer el típico intento de abuelos hasta las rodillas y luego nos tumbamos en un pequeño instante de sol, compartiendo toalla y arena, mirando como unos bichos extraños saltan alrededor para picarla a ella, o quizás a nuestro hijo, rojo como un tomate en sus infrarrojos.

Ella se tumba durante un ratito en mi regazo y parece feliz. Con las piernas quemadas, el escote rosa y pecas en la cara, como debe ser. Yo pienso en el dolor y miro la niebla que abandona los precipicios. Después, chiringuito y restaurante con vistas. Carne y pescado. Fuerteventura a veces es tremendamente complicada y otras, tremendamente simple. Aloe vera y after sun. El olor a crema solar que se resiste a entrar en el hall del hotel, protegido por un potentísimo perfume que además es agradable.

En media hora juegan el Madrid y el Barça. Lo veremos en el pueblo, en algún bar del puerto. Probablemente, nos dé igual el resultado.

martes, abril 15, 2014

Fuerteventura 2014. II. La ley del desierto, la ley del mar


En el Barranco de los Molinos, un hombre con un mono azul arrastra piedras con algo que se parece a un arado. Podría confundirse con un barrendero, algunas de las rutinas son idénticas, pero no se puede saber qué barre y, como digo, en realidad no lleva escoba sino otra cosa, como si quisiera colocar todas las piedrecitas volcánicas en un montón y luego hacerlas desaparecer.

Ríe y bromea. Le dice a la Chica Diploma que hay que mirar al sol, fijamente, que es mentira que haga daño a los ojos, quizá cueste un poco acostumbrarse, pero es importante. Para la criatura, dice, será más fácil, hay que intentarlo: el sol por la mañana nos dice qué pasará durante el día y al atardecer nos dice qué ha sucedido, nos da las claves.

Es la segunda vez que alguien de aquí nos habla del sol. Ayer, en el Rent-A-Car, la chica nos invitó a despertarnos a las seis para ver el eclipse y ya de paso ir a su tienda a las ocho y media a llevarnos un Opel Corsa. No hicimos ninguna de las dos cosas: dormimos hasta las ocho aproximadamente y preferimos un Renault Clío ultramoderno que nos ofrecieron en el hotel.

La primera salida de Corralejo pretendía huír del sol en todo lo posible por el estado de mi ojo, que tiende a hincharse y a sufrir con el calor. Salimos hacia La Oliva, Casa de los Coroneles al margen derecho, y de ahí seguimos hacia el centro de la isla, cruzando del este al oeste, carreteras llenas de nada, entre montañas y piedras, la promesa de la playa insinuándose a veces al fondo. El desierto y el mar. Cuando le convencí de reservar unas vacaciones en Fuerteventura, hace ya un año y medio, la Chica Diploma me dijo muy educadamente que allí no había nada. Tenía razón. El encanto está en esa nada de doble sentido pero espacio para solo un coche que serpentea hacia arriba o hacia abajo según marque la montaña, porque aquí la montaña lo es todo.

Una nada que se muestra en las casas derruídas tanto como en las urbanizaciones a medio habitar, el pueblo diminuto en mitad del camino y después kilómetros y kilómetros de cultivos, palmeras sueltas, terreno lunar. Las playas tienen nombres de muertos y cada aldea tiene su tributo a Unamuno. El hombre que habla del sol y ara el desierto nos habla de los guanches y su leyenda atlántida, del siglo que "los españoles" -y lo dice como si sus facciones fueran de cualquier otro lado, quizás atlantes, pero no, son como las mías y las tuyas- tardaron en conquistar Gran Canaria.

Pensamos que está loco, que cualquiera que se pase durante semanas el día arando junto a una playa y viendo turistas dejar el coche, acercarse al barranco y volverse a subir para comer en otro lado -Ajuy por ejemplo, quizá Betancuria, café o helado en Pájara- tiene que acabar completamente loco. Una locura nietzscheana me da a mí y pienso que en cualquier momento aquel hombre va a soltar el arado y a gritar que Dios ha muerto para escándalo de alemanes, franceses, daneses y demás habitantes de la isla.

Porque aquí los oriundos siguen sin aparecer por ningún lado, asoman quizá en algún restaurante, con su ritmo tranquilo y su acento bailarín, pero poco más. Lo que quedamos somos los demás, los invasores. La chica que organiza las excursiones en el hotel es alemana, la que alquila coches es italiana... esta mañana en el desayuno hablábamos sobre la posibilidad de que nuestro hijo se viniera a vivir a un sitio así y decidiera salir de la rueda universidad-trabajo-expectativas. Que él también quisiera perderse y acabara de guía en cualquiera de estas islas.

Permitirse la mediocridad, es decir, lo que nunca han hecho sus padres. Educarle para que sepa que no tiene que ser el mejor en nada para que si luego se empeña en ello y por algún casual lo consiga, tenga razón para disfrutarlo. ¿A qué va a disfrutar nadie aquello con lo que los demás ya cuentan? Guía en el Barceló Corralejo Bay anunciando la hora a la que se celebra el "quiz" para los clientes jubilados, clases de aerobic, particulares de tenis... Lo que él quiera. Educar es simplemente conseguir que tu hijo haga lo que quiera, sepa lo que quiera y que eso no sea una barbaridad o al menos no dañe a nadie, menos a sí mismo.

Lo demás son delirios de grandeza. Estar de vacaciones y tener que bajar al lobby cada noche para escribir un post sobre el día para que todo el mundo se acuerda de que existes.

Falso. Para recordártelo a ti mismo.

La Chica Diploma espera en la habitación tras el baño en el jacuzzi y pronto cenaremos algo. Después, quizá, una copa en el puerto. El hombre del piano se pone a probar el micrófono, parejas desinteresadas practican mentalmente los aplausos.

lunes, abril 14, 2014

Fuerteventura 2014. Corralejo Bay



Todo es como en 2008 y eso es importante. La vida tiene que manejarse entre la esperanza de que todo puede cambiar en cualquier momento y la certidumbre de que hay cosas que siempre seguirán igual. La huída y el refugio. Fuerteventura nos recibe seis años después con las mismas urbanizaciones sin acabar, esqueletos repartidos por toda la isla que van dando paso a dunas de arena que parece sal, que parece harina según dice la Chica Diploma, y playas kilométricas que el taxi avanza a toda velocidad, como avanzaba María mientras nos explicaba a Antonio y a mí hace seis años.

El hotel es el mismo porque en la nostalgia no admito matices. Solo ha cambiado el nombre. Lo hablo con el recepcionista y me confirma que esto antes se llamaba "Blue Bay" y algo nervioso me insiste: "Pero no va a encontrar variaciones". No las espero. Como la Chica Diploma está embarazada nos dan una habitación especial, una habitación de lujo en la segunda planta, con su jacuzzi personalizado. Por lo demás, el hotel, efectivamente, está congelado en el tiempo: las tres piscinas, el salón de entrada donde un señor toca el piano para un montón de turistas alemanes -el mismo salón donde el Racing de Santander se clasificó para la UEFA y eso lo dice todo del paso del tiempo- y los mismos balcones por los que Don Diablo se colaba inopinadamente de madrugada.

A la Chica Diploma le toca un papel más difícil: no conoce la isla, no conoce Corralejo y no conoce mi pasado. En ese sentido, se la nota un poco perdida y yo no hago demasiado para evitarlo por mi proverbial ensimismamiento. Salimos a comer tarde, pero en un pueblo donde siempre es verano eso da igual. Vamos a un sitio de hamburguesas y costillas, luego bajamos a la playa pasando por el Waikiki. Hace un calor horrible y tengo el ojo algo hinchado por un herpes en el párpado así que el sol lo hace todo más complicado. Nos perdemos. Tampoco es un drama porque perderse aquí es imposible pero el caso es que nos perdemos y cuando llegamos a la habitación pensamos en meternos en el jacuzzi pero en realidad lo que hago es quedarme dormido.

Cuando me despierto, pensamos en nuestra vida como turistas: una vida de rent-a-car y excursiones a Lanzarote y Jandía. Cuando paseamos de nuevo, ya de noche, todo más animado y nosotros más calmados, noto que me falta algo pero que eso me está esperando. Noto la presencia de la Fuerteventura que no es esta, la Fuerteventura lejos de las tiendas de alemanes, la de dentro, las casas entre las dunas, las montañas peladas como eterno horizonte. Pienso en el coche no como punto de unión entre dos costas sino como condición de posibilidad del peligro.

Lo sublime de la isla que se rebela escondiéndose y se muestra lo justo. Esa es la Fuerteventura que yo recuerdo. Sí, en medio quedan las historias de Laura, las de Antonio, las de Lluis, las de esta borrachera o esta resaca, pero sobre todo, para mí, esta isla es algo parecido a una amenaza fantasma, latente, ovnis que aparecen de madrugada y no se atreven del todo a quedarse. Esta isla es la felicidad de la distancia y a la vez es la inminencia de lo que puede pasar en cualquier momento.

Pero nunca pasa.

El encanto es exactamente ese, una suerte de expectativa constante.

viernes, abril 11, 2014

Un año después



Cuando le pregunté a Carlos si aquello era normal, si se podía considerar razonable que papá ya no abriera la boca, que no respondiera a estímulos, que no comiera ni bebiera, que estuviera en un estado de semi-inconsciencia en la cama, abriendo muy de vez en cuando los ojos sin acertar a saber si veía algo, obviamente Carlos contestó que no. Tampoco había que ser un genio para darse cuenta pero lo cierto es que hasta ese momento él no había querido decir nada porque, en estos casos, cuando todo está decidido, basta con decir la palabra equivocada en el momento equivocado para que te ganes una bronca y al fin y al cabo Carlos no era su hijo, su hijo era yo, y si yo no me daba cuenta de las cosas, qué quieren que les diga, sin duda era problema mío.

Solo que sí me daba cuenta, claro. Yo soy un enamorado de la sospecha y cuando me dicen que alguien está mal tiendo a pensar que no será para tanto y si me dicen que alguien está bien me pongo a pensar qué grieta va a acabar derrumbándole. Así, por mucho que el médico insistiera -"todo es normal, no hay novedades"-, los hechos eran los hechos y mi padre estaba dejando poco a poco de ser mi padre, hasta el punto de que le hicimos venir a aquel hombre gordo y chistoso a regañadientes para que le pusiera un poco más de tranquilizantes y se limitara a decir, como si nada: "Le quedan horas de vida, vayan comprando los certificados de defunción en cualquier farmacia".

Yo no estoy diciendo que ser médico de paliativos sea fácil, eso que vaya por delante, pero la naturalidad en el despropósito a veces me irrita.

Con todo, las horas de mi padre se convirtieron en días de manera completamente inopinada. La noche del domingo pasó como pasó la del lunes y la del martes. El miércoles nos volvimos a reunir casi todos alrededor de la cama. Papá estaba dormido de morfina y de vez en cuando amagaba con ahogarse. Por lo demás, no parecía sufrir, solo cuando teníamos que moverle para cambiarle los pañales -se los cambiaban Carlos y Mercedes, yo no me atrevía, yo me atrevía a otras cosas, me atrevía a sujetarle los hombros y la cabeza calva, besarle y acariciarle y repetirle que se dejara ir, que no pasaba nada, que estaba ahí con él mientras apretaba el ceño y los dientes, anticipando el dolor o puede que simplemente sintiéndolo- y el cansancio se acabó convirtiendo en enfado de media tarde, me tengo que ir a hacer cosas a casa, mañana hablamos.

Por la noche, puse el móvil al lado de la cama. La Chica Diploma y yo estábamos preparando una boda y las sorpresas abundaban. Cinco años antes, mi abuela había muerto a la una de la madrugada en circunstancias parecidas, un lento apagarse. Podría decir que esa noche, al acostarme, tenía el convencimiento de que el teléfono sonaría tarde o temprano pero la verdad es que me venía acostando con ese convencimiento desde semanas atrás, así que no es cuestión de andar presumiendo ahora de intuiciones, aunque por supuesto sonó, ya entrado el 11 de abril de 2013. No me acuerdo de demasiado. Supongo que me llamó Mercedes pero puede que me llamara Ana. Supongo que me despertó pero puede que no hubiera conseguido dormirme. Uno puede interiorizar la frase "mi padre se está muriendo", uno puede soltarla ante los demás de manera que les parezcas la persona más entera del mundo pero uno no puede hacer que sea mentira, que tu padre no se esté muriendo cada día durante nueve meses, no puede evitar la mezcla de sentimientos de alivio y dolor de los primeros minutos: despierta a la Chica Diploma, quítate el pijama, ponte algo decente, que transmita pena hasta cierto punto, etiqueta, pero informal porque lo vas a llevar mucho tiempo, más del que te gustaría, avisa a gente pero no a demasiada, no quieres despertar a todo el mundo y no quieres aguantar llamadas todo el día. No hoy, desde luego...

Ve a casa de Mercedes y pide que el cuerpo esté tapado por la sábana porque la Chica Diploma también ha pasado por su sucesión de muertos y no quiere aumentar la lista. Destapa la sábana cuando estés más o menos solo y besa a tu padre. Colócale las piernas rectas, no dobladas de dolor, no fetales; rectas, para cuando el rigor mortis. No dejes que eso lo haga Carlos, porque Carlos va a hacer otras cosas, por ejemplo cerrarle la boca, pero esto lo vas a hacer tú: no vas a decir, "oye, papá, te has muerto, así que ahora que te toque el cuidador". No, tú vas a cuidar a tu padre como si siguiera vivo porque un padre muerto es un padre, un abuelo muerto es un abuelo y así sucesivamente.

Llama a la funeraria, espera a que venga, habla con Lartaun para ver si puede comentar algo en la COPE porque tu familia -tu abuela, en concreto- es muy de la COPE y le hará ilusión y así dejará de llorar por un momento, el ambiente congelado de la muerte de madrugada en un salón pequeño. Las tres de la mañana, las cuatro de la mañana, las cinco de la mañana. Abril. Firmar papeles y volver a casa mientras a él lo llevan al tanatorio, a un tanatorio moderno con todo tipo de facilidades y que entiendo que no utiliza nadie porque si no no lo ofrecerían a precio de saldo. Pensar si dormir dos horas o si no dormir nada y pasar el amanecer delante del ordenador, actualizando estados de Facebook, respondiendo emails, comentando tuits estúpidos...

Despertar a la Chica Diploma, levantarla del sofá. Ella se ducha pero yo no, creo que yo no. Puede que sí, pero creo que no, vaya. Buscar el tanatorio y la sala y comprarle flores, unas flores que acaba pagando mi tío Pancho, el primero que llega junto a Alejandra. Luego, Mercedes, luego la familia y los amigos. El cansancio de la media mañana. Mi padre, ya retocado, en un ataúd rodeado de coronas y sin crucifijo porque se lo hemos quitado. Ni Dios, ni patria ni CNT. A cambio, una bandera anarquista a los pies del féretro, un adiós con un portazo.

Y así el resto del día, no podría decir mucho más. Gente que apareció y gente que no apareció nunca. Gente que ya había desaparecido antes, cuando no puedes desaparecer. Hay decisiones que marcan el tipo de persona que eres y no todo el mundo se da cuenta de eso. Una actitud miserable en un momento miserable te convierte en un miserable para siempre y en esa rueda estamos todos, como salchichas en la cantina de Geni. Desde entonces, poca cosa: una boda, dos libros publicados, viajes a Galicia, a Santander, a Lisboa, a Londres, a Alicante... a cualquier lado en el que uno pueda sentirse lejos de uno mismo. Huídas. El tema de nuestro tiempo. 

En dos meses tendremos a Álvaro aquí con nosotros. De hecho, hoy le llevamos a ver al abuelo porque si hemos quedado en que un abuelo muerto sigue siendo un abuelo habrá que conceder que un nieto que no ha nacido aún ya es un nieto a todos los efectos. Podría pensar que a mi padre le habría hecho ilusión conocerle de verdad, conocerle a él y abrir mis libros y oírme en la radio o leerme por ahí, pero yo creo que eso no es cierto y ni siquiera necesario -falso, para mí era necesario, para el orden moral del mundo, no, pero para mí lo era, lo que pasa es que yo tiendo a aceptar el orden moral del mundo y del resto ya me quejo a mi psiquiatra-, lo que sí creo es que, sabiendo todo esto, se habría muerto más tranquilo, porque uno siempre se muere más tranquilo, incluso vive más tranquilo, si sabe que a su hijo le va bien. Sobre todo si solo tiene uno.

Esta mañana Mercedes puso en Facebook una de sus canciones favoritas. No sabía que era una de sus canciones favoritas porque mi padre no fue un gran padre y yo no fui un gran hijo y ahí nos quedamos, jugando la prórroga durante unos 20 años, que es algo bien ridículo. Mi esperanza es convencer a mi hijo de que fue un gran abuelo, no vaya a ser que él necesite saberlo y yo esté pensando en otra cosa.

viernes, abril 04, 2014

Nueve años, ocho presentaciones, seis libros



La historia acaba, de momento, esta noche en Libertad, 8, a las 20.30 acompañado de Pancho Varona, Lichis, Pablo Ager y Tucan Morgan, es decir, los entrañables Sofía Comas y Carlos Ramos. Digo "de momento" porque el viernes 25 ya tenemos otra montada, más literaria pero igual de divertida, en Tipos Infames, con Manuel Jabois y Jorge Díaz, dos tipos a los que les dejas hablar y algo sale seguro.

Pero la historia empieza mucho antes, en 2005, cuando yo soñaba con ser escritor y supongo que me valía lo de ahora, por mucho que ahora, ya que estamos, pues me cueste conformarme y quiera más, como buen vampiro ansioso. Por el camino, han pasado seis libros y siete presentaciones. Hagamos un pequeño resumen:

- "Vampiros, ángeles, viajeros y suicidas".- Hasta donde yo recuerdo, el libro se presentó dos veces. Era una recopilación de relatos que habíamos ido escribiendo en una tertulia del Café Comercial. Mis compañeros de viaje eran Pedro Martínez, Raúl Roldán y Juanjo Vico. La primera presentación, emocionante, fue en el Café Pandora de las Vistillas. El maestro de ceremonias fue Jesús Urceloy y dijo de mí algo así como que algunos de mis relatos eran poesías alargadas. Puede que tuviera razón, es difícil reconocerse en la distancia y mucho menos reconocer las intenciones. Como nos gustó la idea y vendimos bastante -no teníamos distribuidora, mi vida literaria es un desencuentro constante con la distribución- hicimos otra en un bar de Huertas, con menos público y creo que Enrique Redel, nuestro editor, de invitado.

- "Pequeños objetivos".- Precisamente Enrique Redel tenía una pequeña editorial llamada Kokoro Libros que compaginaba con su trabajo en Funambulista antes de consagrarse definitivamente en Impedimenta. Redel era -y sigue siendo, supongo- un currante infatigable y de enorme calidad. La idea del libro era reunir doce relatos que correspondieran a meses del año. Relatos cortos, minimalistas, no diría que en el rollo Carver sino más bien algo parecido a un Hemingway pasado por Salinger. Todo muy americano en cualquier caso aunque todas las historias trascurrieran en Madrid. El libro nunca estuvo a la venta. Nunca me planteé ponerlo a la venta. Le encargué a Enrique unos 120 libros y los fui regalando, la mayoría en la presentación del Viejo Café Colonial.

Fue un día maravilloso. Una tarde maravillosa, vaya. Para el momento elegí a mi madre y a mi tío. Mi madre habló de Luis Luisote, el detective de mis cuentos de cuando tenía ocho años y mi tío cantó un par de canciones preciosas. Puede que el vídeo de YouTube aún esté por ahí. Vino todo aquel que pintaba algo en mi vida excepto Lucía. La planta de abajo del Colo estaba llena y yo me sentía pleno porque toda esa gente no estaba ahí por mi libro, estaba ahí por mí, porque me querían. El idilio no duró mucho y es una pena, pero estas cosas pasan. En cualquier caso, fue uno de los mejores días de mi vida, con diferencia.

- "Cuando las cosas dejaron de tener sentido".- Era un proyecto ambicioso: pasar los textos de un blog incipiente, ahora ya desaparecido sin dejar rastro en Internet, a formato libro. Salió bien a medias: estaba bien escrito pero estaba muy mal cohesionado. La gente se acercaba y me decía: "Me ha gustado mucho, pero no me entero de nada". Quizá eso sí que fuera poesía alargada. No sé, en cualquier caso era un libro vitalista y de los que te suben el ánimo, escrito en lo que podríamos llamar el acmé de mi vida personal, aquello sí que era una sucesión de amaneceres (o anocheceres, más bien) imprevistos.

La primera presentación la hice en la Fundación Cultura y Progreso, un auditorio bastante grande y bastante lleno. Creo que vinieron más de cien personas, cosa que ahora, con la rutina, sería un milagro. Me acompañó Ángel María Herrera, el editor, antes de empezar con su proyecto de Bubok, aún confiando en que se podía hacer negocio de la literatura más allá de la acumulación de autoediciones y se encargó de la presentación Lara Moreno, cuando ya era una pequeña celebridad pero aún no publicaba en Lumen. Ahí fue cuando se me ocurrió lo de mezclar libros con música y en cierto modo fui un pionero porque Acróbatas no comenzó hasta el año siguiente, cuando el Murcia y el Cádiz jugaban unos partidos de la máxima tensión. Los músicos fueron Pablo Ager y Emite Poqito. Deslumbraron. A los pocos días repetí en Barcelona, probablemente el mejor viaje de mi vida en muchos sentidos. Lo hicimos en Excellence, con Sandra Martínez de invitada y Dani Flaco a la guitarra. Qué tiempos aquellos.

- "Camarote 503. Historias desde el Bremen".- Algo parecido a "Vampiros, ángeles...", aquello se trataba de una recopilación de textos leídos en nuestro taller de escritura de La Buena, en Malasaña. Yo creo que fue una gran idea aunque por entonces ya la relación entre nosotros había pasado de la fase campamento en la que todo el mundo es maravilloso y te cae genial. El libro era bueno, todas las historias merecían la pena y lo celebramos con unos vinitos en el Ladrón de Tinta. Más que una presentadora teníamos una líder, nuestra querida María Bautista, que se maneja de miedo en estas cosas, y participaba también en la recopilación. Fue algo austero, como nosotros. Todavía tengo decenas de ejemplares guardados en cajas, pero estoy convencido de que si los releyera, encontraría más de una joya.

- "Ganar es de horteras".- Tuvieron que pasar cinco años entre presentación de libro en solitario y presentación de libro en solitario y todo fue por el empeño de Lartaun de Azumendi y Cestos de Melocotón. Su fe inquebrantable en que un libro sobre el Estudiantes merecía la pena incluso cuando el Estudiantes -en principio- acababa de descender a la liga LEB. Aquel libro funcionó como un tiro. No había distribución tampoco, resultaba muy complicado conseguirlo fuera de Madrid, nos pusimos de los nervios unos a otros varias veces... pero rozamos los 1000 ejemplares vendidos y se agotaron tres ediciones, así que todo mereció la pena.

Por cierto, si a usted le parecen pocos 1000 ejemplares, usted no sabe cómo está el mundo de la literatura en España.

La primera presentación fue en el Magariños, donde yo daba gimnasia cuando era un adolescente, y me acompañaron, además de Lartaun, Pablo Martínez Arroyo y Antonio Rodríguez. Es curioso porque yo no les conocía en persona a ninguno de los dos y ahora mismo son de las personas a las que más quiero y con las que más afinidad siento. No fue un éxito de público como no lo fue la presentación con mi tío y Quequé en el Segundo Jazz, cosa que he de reconocer que me sorprendió, simplemente porque era el previo de Navidad, Mourinho había dejado en el banquillo de La Rosaleda a Casillas y el libro se estaba vendiendo como rosquillas, pero con estas cosas nunca se sabe.

- "El rastro de la mentira".- Un encargo personal de Miguel Aguilar, otro de esos editores tan extravagantes que no solo confía en mí sino que además es del Racing de Santander. Una combinación demencial que compartimos muy pocos. Debate estaba lanzando una serie de "e-books" de pocas páginas, la llamada colección "Endebate", lo de Armstrong y la USADA estaba muy reciente y Miguel sabía por mis colaboraciones en JotDown y en el Magazine de Martí Perarnau, que a mí el tema me interesaba mucho. Lo escribí en un tiempo record y no quedó mal. Luego se vendió como se venden los e-books, pero probablemente haya tenido bastantes descargas ilegales porque sí se habló de aquel libro e incluso Miguel le echó los huevos de colocar a Contador en la portada... Obviamente, al ser e-book, no hubo presentación.

Así que ese es el balance, que para tener 36 años -la nota de prensa me define como una joven promesa, supongo que es lo que hay que hacer pero yo me parto de risa-, no está nada mal: seis libros publicados, con éste, siete (pronto serán ocho, pero no adelantemos) y ocho presentaciones -nueve, esta noche-. Supongo que algún día lo valoraré, ahora todo pasa demasiado deprisa.

"Te quiero, Ta"

La Chica Diploma, con su bebé de siete meses dentro del útero, un bebé de 36 centímetros ya y más de un kilo y medio, se despierta lentamente en el sofá y pide que le ayude a levantarse. Ella dice que está gorda pero yo creo que está preciosa porque es de esas chicas que por mucho que se empeñe siempre va a ser una belleza. Sus movimientos son algo torpes, por el embarazo y por el propio sueño, y yo tampoco acierto del todo a saber qué necesita, a colocarme de la manera correcta, así que ella me agarra la mano esperando algo y ese algo no acaba de llegar.

Entonces, en un movimiento innecesario, cuando ya por fin se ha incorporado y está lista para ponerse en pie e irse a la cama, que es lo que haría cualquier persona de bien a estas horas, yo me pongo a una distancia y coloco los brazos como si fuera a caer sobre mí, para sujetarla. El movimiento, ya digo, no viene a cuento, pero sale de manera instintiva y por un momento pienso que es el mismo gesto que utilizaba con mi padre, cuando a mi padre le empezaron a fallar las piernas y había que acompañarle para ir al baño o para llevarle del sofá al sillón o a la cama.

Luego recuerdo que no, que el origen del movimiento no está ahí, no está en el año pasado, sino en 2007, cuando mi abuela intentaba levantarse y por si acaso yo la cogía casi en vilo poniendo los brazos bajo sus axilas, en aquella residencia con continuo olor a lejía, para dejarla poco a poco, pasos muy cortos, pies arrastrados, en posición de poder sentarla en la silla de ruedas y luego sacarla a pasear por el pasillo, todo lo que vio en sus últimos días, mientras sus compañeras de piso perdían el tinte y la demencia asolaba las tardes.

Así que la Chica Diploma, esa bendición inesperada llamada la Chica Diploma, grita desde su cama -nuestra cama- "Te quiero, Gui" y Gui lo que piensa es que ha pasado por demasiado, que probablemente mucha gente ha pasado por lo mismo o peor, pero qué más le da a él, si esto no es una competición de miserias, y se sienta al ordenador para escribir sobre presentaciones y libros y entusiasmo pero no puede porque el entusiasmo no está ahí, porque alrededor las preocupaciones simplemente desbordan, porque la sensación es que nadie se está dando cuenta -quizá, cómo no, la Chica Diploma- y que quizás el verdadero miedo es que Alvarito tenga un padre incapaz, un padre roto, un padre atiborrado de antidepresivos mientras la rueda gira, aunque, pensándolo de nuevo, puede que eso no sea tan malo, porque un padre incapaz, un padre roto, un padre atiborrado de antidepresivos y rodeado de miserias es un padre cuyo único sentido probablemente sea ese, es decir, ser padre. Las 24 horas del día. Los siete días de la semana. En Canarias, en Málaga o donde sea, pero a ser posible, lejos.

Poner los brazos de manera que pueda apoyarse él y los que vengan. Un soporte. No sé, algo así, tampoco me hagan mucho caso a estas horas.