martes, febrero 25, 2014

Salvados por la indignación



A mí Jordi Évole es un tipo que me cae muy bien y su programa me gusta mucho. Me gustaba en su formato original, más ameno, más divertido, más trabajado en cuanto a edición... y me gusta en su formato reivindicativo, un formato en el que sé que se me está dando una visión parcial del tema a tratar pero que me da suficientes pistas como para que yo me pueda formar mi opinión por otro lado. Un aperitivo, si se quiere, pero un aperitivo contundente.

El problema es el tipo de espectador al que atrae un programa así. Por supuesto, habrá de todo, que dos millones de personas da para mucha variedad, pero el que ha generado toda esta polémica con el último "Operación Palace" -que no era ni siquiera un programa de "Salvados", simplemente un programa del mismo equipo a la misma hora- es ese tipo de espectador indignado que espera del título del programa exactamente lo que parece que promete: la salvación, algún tipo de redención para los inocentes y castigo para los culpables, la posibilidad de indignarse y que le confirmen que el infierno son los otros.

Yo creo que Évole seguía pensando que tenía un público inteligente y que le seguía el rollo y por eso se atrevió con la ironía. Al fin y al cabo, él es un cómico, siempre ha sido un cómico, así que no debería haber escándalo por ningún lado. Puede que pensara: "Voy a hacer un documental claramente de coña con todo tipo de disparates sobre el 23-F y así por un lado nos lo pasamos bien y por el otro aprovecho para recordar que investigar el tema está muy complicado". En el fondo, la ironía es eso: cuento algo de manera divertida, aparentemente contradictoria, pero que esconde una carga de profundidad debajo. No me cabe duda de que Évole quería lo mejor de los dos mundos: la risa y el debate. Desgraciadamente, se encontró con lo contrario.

Y es que buena parte de su público ya no está en esa línea. Me refiero a esa parte indignada con todo, que quiere tener bien claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos y quiere que se lo expliquen en cincuenta minutos y así poder quedarse a gusto al día siguiente en la barra de bar o en el sofá con la familia. Ese público, que abunda en las redes sociales, obviamente tuvo que sentirse decepcionado e incluso traicionado: no ven en Jordi Évole a un cómico ni a un presentador ni siquiera a un periodista: ven a un salvador. Ven un canal para exteriorizar su rabia y cuando se dieron cuenta de que su rabia no tenía objeto la lanzaron contra él. Tiene sentido.

Insistir en lo demás, en lo obvio -que el título de "Salvados" viene por otra cosa, que se adelantó muchas veces que aquello era una "historia" y no un "documental" o un "reportaje", las palabras en publicidad no se utilizan a la ligera...- ahora es absurdo. Muchos están muy cabreados con Jordi Évole y no porque el programa fuera malo -lo fue, a rabiar- sino porque dejó de ser el Mesías por un día. Un mesianismo que no me parece que le desagrade del todo pero que desde luego no busca. Creo que Évole es un tipo bastante honesto en cuanto a sus limitaciones y sus intenciones. Évole no es Ana Pastor, por ejemplo, no ha inventado el periodismo.

Muchos, sin embargo, no lo han visto así. Quien no conoce a su público está destinado a perderlo, aunque en este caso, quién sabe, puede que una criba sea lo que mejor le venga al programa.

lunes, febrero 24, 2014

La generación intermedia


Yo creo que la Chica Diploma se da cuenta de que cada vez que hablo de los Beatles estoy a punto de echarme a llorar. Incluso puede que me lo haya insinuado en algún momento pero a mí me haya pillado sorbiendo y apretando la garganta. No sé por qué es, se separaron seis años antes de que yo naciera, así que me son tan ajenos como, pongamos, Los Bravos. Mi fijación con los Beatles viene de pequeño y no es fácil de explicar. Creo que su talento y a la vez su condena fue hacernos creer que el mundo era mejor de lo que es y divertirse como enanos haciéndolo. Me explico: uno tiene catorce años, escucha todas esas canciones facilonas de "I want to hold your hand" y se convence de que el universo Paul McCartney es tremendamente deseable y, por qué no, accesible.

Uno tiene dieciocho años, incluso, escucha el sitar, el "Revolution", la alegría contagiosa del "Sergeant Pepper´s", las letras surrealistas de Lennon, el sol naciente de George Harrison, el "Helter Skelter" del eterno McCartney, y piensa que se va a comer el mundo antes de que el mundo vaya y se lo meriende. Los Beatles son belleza y a la vez promesa de belleza y las dos cosas emocionan de por sí, supongo. Hablar sobre la belleza y recordar cuando pensabas que esa belleza iba a ser tuya.

Hay un capítulo de los Simpson, en plena ola catastrofista de mediados de los 90, en el que Homer se mete a hombre bala y se va de gira con el festival Lollapalooza por todo Estados Unidos. En el camino se hace amigo de los Smashing Pumpkins y les agradece que con sus letras deprimentes hayan convencido a toda una generación de que no hay futuro. Así, él no se lo tiene que explicar a sus hijos. Bueno, esa generación en parte era la mía, así que todos somos un poco hijos de aquella mezcla de Paul McCartney y Mr.Scrooge que fue Kurt Cobain y todos nos hemos sentido de alguna manera "too much of an erratic moody person".

El problema es cuando estás con un pie en cada lado, y esto no quiere decir necesariamente que ese problema se solucione con una escopeta y un cobertizo. El problema es cuando te has convencido de que el mundo que te espera va a ser siempre mejor y a la vez te has convencido, un poco más tarde, de que el mundo que te espera va a ser una mierda y las dos cosas te emocionan: te emociona, con su punto de rabia, la frustración, y te emociona, con su punto de nostalgia, el recuerdo de la promesa pre-adolescente.

Por eso, supongo, cuando me dio por elegir la música de mi boda tuve bien claro que el eje tenía que ser los Beatles porque luego los matrimonios, como la vida, se complican o no, pero cuando crecen tienen que mantener una cierta esperanza y, así, la novia entró con "Here comes the sun" y todos nos despedimos con "All you need is love", una idea que, por otro lado, ya habían tenido los guionistas de "Love, actually". En medio quedaron Love of Lesbian y Lichis, que forman parte precisamente de esta generación intermedia, la de los perritos maltratados, que con un cacahuete ya se ponen a llorar como tontos y arrimar el hocico a la pierna.

sábado, febrero 22, 2014

La madre de Borges y el padre de Álvaro



Borges me gusta casi siempre pero me gusta más cuando se le ven las costuras, cuando se hace entrañable, cuando la melancolía asoma por su ceguera, bastón en mano, escuchando interesado las preguntas de Soler Serrano. La impresión que yo tengo es que el tío debía de ser un pieza, toda esa construcción de laberintos y tigres para acabar en lo básico: la abuela inglesa, la madre compañera hasta los 100 años, los desamores inevitables por mucho que transformes tu vida en una recreación literaria...

A mí me gusta Borges en sus poesías, sus Matildes Urbach, y cuando dice aquello de "lo único que no me perdono es no haber sido feliz, se lo debía a mi madre". Esta frase la he entrecomillado pero sospecho que no es así. Puede que fuera algo menos dramático que "no me lo perdono" puede que simplemente lo sintiera, que se arrepintiera de ello o que, sin arrepentirse -el fútbol es así- se limitara a lamentarlo. Tendría que volver a leer el poema. La madre de Borges, además, estaba recién muerta y la guardia se baja y uno está cerca de cumplir 80 años y ve la muerte cerca también y echa la mirada atrás y, ¿qué queda?

Yo creo que la frase de por sí es brutal. Que el más grande reconozca algo así -luego lo matizó, pero eso fue luego y "luego" todo vale- ya emociona, pero toca un poco más cuando uno está a punto de ser padre. Efectivamente, a un hijo se le pueden exigir muchas cosas o pocas pero una de ellas es que sea feliz. No hablo de exigir como el que habla de hacer los deberes, sino de una necesidad, más bien. Un padre no puede concebir que su hijo sea infeliz. ¿Ser infeliz uno mismo? Bueno, eso es tolerable. Pero tu hijo, no.

El problema es que si tú eres infeliz a la fuerza le estás haciendo la faena a alguien. Quizá por eso yo me empeño en decirle a mi madre cada vez que puedo que he sido feliz en mi vida, en cada instante, que quizá me haya instalado demasiado tiempo en una cierta insatisfacción, pero me gustaría decir que esa insatisfacción casi siempre fue controlada, una especie de tedio del tiempo, de frustración porque no todo saliera perfecto.

¿Y mi padre? ¿Mi padre era infeliz o solo lo parecía? ¿Hasta qué punto? ¿Exigió en algún momento mi felicidad o simplemente sacrificó la suya y así evitó cualquier pacto perverso? ¿Qué pensaban los padres de mi padre de todo esto?

En cuanto a mi hijo, a Alvarito, ya digo, mi máxima aspiración es que sea feliz y no nos salga borgiano, solo faltaría. Que sea feliz a su manera y a ser posible que su manera no sea psicótica, claro, pero que tenga casi todo lo que se proponga, incluyendo el criterio suficiente para saber lo que uno puede proponerse y lo que no. Hoy en el desayuno le decía a mi mujer: "Ojalá nos salga guapo, creo que siendo guapo se vive mejor". Permítanme la frivolidad pero es que lo creo así. Y si no, desde luego, no le va a perjudicar. De la lectura de mis diarios se desprende que si yo hubiera sido guapo me lo habría pasado en grande. Quizá demasiado y quizá ese exceso me habría impedido apreciar las oportunidades de verdad, pero, coño, ser adolescente y guapo... eso es la leche.

Sí, que sea guapo como para pavonearse por las discotecas y listo como para saber dónde están sus límites. Que juegue con la vida. En vez de borgiano, nietzscheano. Que se lo pase de puta madre y acabe con un bigote enorme abrazando caballos en Turín. No, eso no. Su madre se llevaría un enorme disgusto. Pero, lo demás, todo. Todo para el hijo, lo que sea. Siempre que no juegue el Barça a la misma hora, por supuesto.

domingo, febrero 16, 2014

The Vampire Diaries


Leer tu diario veinte años después da para muchas conclusiones, casi para una cada día. A veces me siento tentado de venir aquí y analizar públicamente cada mes: octubre de 1993, marzo de 1994 y así sucesivamente, pero creo que sería un ejercicio de vanidad algo repelente. En cualquier caso, permítanme que me quede con algunas cosas: de entrada, fui absurdamente feliz sin tener conciencia de ello, es decir, yo nunca he renegado de mi adolescencia ni mucho menos pero tampoco creía que fuera tan diferente del resto y, leyéndome, tengo la sensación de que aquella burbuja Ramiro de Maeztu, en aquel momento concreto, no tenía mucho que ver con lo que había fuera y, así, pude pasar de ser un niño sin matices con 15 años a ser un adolescente malasañero con 16 a ser una especie de existencialista pasado de rosca cuando solo tenía 17 años.

Yo envejecí en tres años y luego me quedé ahí parado, hasta que llegaron los 30, es decir, yo he tenido 30 años desde 1995 hasta, aproximadamente, 2011.

Otra conclusión clara es que era gilipollas. Un gilipollas entrañable en ocasiones y un gilipollas con todas las letras en otras. Eso creo que no me diferencia de ningún adolescente, por otro lado, y lo que verdaderamente me da rabia es que tanta gilipollez me hizo perder mucha gente, gente que, por otro lado, insisto, probablemente también tuviera sus dosis de gilipollez adolescente pero que merecía la pena, gente que es tu pasado y que por lo tanto eres tú y que debería seguir en algún lado, igual que siguen las Chicas Willoughby. Nada de lo que soy, nada de lo que escribo, se puede entender sin aquellos cuatro años de instituto y, sin embargo, lo único que quedan son las llamadas puntuales de Dani Pacios, enormísimo cronopio.

Más cosas: esa vida, tal y como aparece, la vida del "¿y esto quién lo paga?", es decir, un "dolce far niente" lleno de partidos de baloncesto, chicas esquivas y sesiones de cine de madrugada en los Ideal, sigue apareciendo apetecible y a mí ya me pilla mayor pero lo bueno de tener un hijo -o lo malo de tener un hijo, eso lo tendrá que decidir él cuando cumpla 37 años- es que puedes proyectar y decir: "Esto lo quiero para él" y puede que sea algo irresponsable pero desde luego tendrá en mí un aliado a la hora de ser libre, elegir sus amigos, sus horarios y hacerlo con responsabilidad. Y, desde luego, como hizo mi abuela, como hizo mi madre, como hizo mi padre, yo estaré ahí para correr con los gastos de vivir, que es caro, sí, pero es necesario y en el fondo tampoco requiere de fuegos artificiales.

Mi padre, por cierto. Es lógico que busque a mi padre en los diarios, cosa que hasta ahora -sí, regularmente los releo, cada cinco años aproximadamente- no había hecho. Lo curioso es que no aparece y cuando aparece lo hace con toda la normalidad del mundo. El resto de mi familia tampoco aparece y eso, en el diario de un adolescente, solo pueden ser buenas noticias, el reflejo de que todo se está haciendo bien. A todos los padres les gustaría que sus hijos hablaran maravillas de ellos, qué ejemplo dan, cómo se sacrifican... pero a los 16 años, eso es imposible, no va a suceder. Álvaro no va a hablar bien de mí a esa edad y, si no habla, o lo hace de refilón, ya será señal de que al menos en casa está tranquilo, que su familia no es un problema más. Pequeños objetivos.

Mi padre, por tanto, es una compañía y nada hace indicar que no fuera una compañía agradable: "Voy a dormir a casa de mi padre", "voy con mi padre a casa de los abuelos" y cosas del estilo. Una vez se dice: "Me cabreé mucho con mi padre" pero no se vuelve a mencionar el hecho: al día siguiente estábamos comiendo juntos y mi máxima preocupación era que A. y la Chica Langosta llamaran cuanto antes, que es la preocupación que todo quinceañero está acostumbrado a tener.

Por otro lado, hay algo que me inquieta, y llega en 1994. Una pulsión algo autodestructiva. Si pongo una distancia y pienso que en vez de leerme a mí estoy leyendo al personaje de una novela, le diría: "¿Pero qué coño estás haciendo, por qué destruir todo de esa manera? Ve ahí y pide perdón inmediatamente". Sí, da la sensación de que después de un Viaje Fin de Curso quizá demasiado intenso -¿y qué sería de la vida sin intensidad, eh?- me cansé de ser feliz y me dediqué a ser cualquier otra cosa. Kurt Cobain, por ejemplo. Me preocupa porque creo que me ha pasado más veces: la puta manía de necesitar barajar las cartas todo el rato, incluso cuando tienes cuatro reyes de mano.

Pueden ser optimistas y llamar a eso inquietud o inconformismo. Muchos lo han interpretado de otra manera, algo parecido a la insatisfacción, y yo no voy a culparles porque tendría sentido. Supongo que yo quería que pasaran cosas que no podían pasar. No digo que querer cosas imposibles sea malo pero sí creo que es bueno saber que son imposibles para no frustrarse y desde luego no diría que en aquel momento era muy consciente de eso. 

El caso es que veinte años más tarde me dedico a lo que quiero, no tengo jefes, estoy casado con la mujer más maravillosa que se puede tener, toda la mañana entregada a tomar medidas para la habitación del niño que llega en junio, y los fantasmas en vida se han convertido en fantasmas en sueño y uno quiere pensar que fantasmas en paz. Lo más importante, quizá, sé que fui un gilipollas y eso no evita que vuelva a serlo o que lo siga siendo muchas veces, pero es un avance. Quizá a los 56, pueda quedarme más tranquilo al respecto.