jueves, enero 30, 2014

Rosalía



Salíamos a comprar cantando y bailando. Teníamos 16 años. No nos pegaba nada hacer eso y esa era la única razón para hacerlo: Juan Luis Guerra en medio de todo ese laberinto de lamentos smashingpumpkinianos, depresiones nirvanescas, estupendismos radioheadenses. Nosotros teníamos una enorme conciencia de ser especiales. Lo digo sin arrogancia alguna. Entiendo que todo adolescente se sabe especial pero no todos con tanto escándalo, tardes y noches combinando el baloncesto con la literatura o incluso la filosofía. La generación del 77, dije yo, y nadie quiso desmentirme.

Hacíamos fiestas donde podíamos y no tomábamos cocaína. La mayoría de nosotros no tomábamos cocaína al menos, como si no quisiéramos que nada nos arruinara la preparación. ¿Preparación para qué? Preparación para todo. Nosotros íbamos a comernos el mundo y no teníamos demasiadas dudas al respecto, lo peor es que estábamos seguros de que el mundo tendría para todos, para todo el Ramiro de Maeztu y sus aledaños. Nos quisimos con tanta rabia que llegamos a odiarnos. Nos odiamos con tanta inquina que supongo que nos querremos siempre.

Yo les querré siempre.

Yo recordaré a la Chica Sardina bailar "Rosalía" en Avenida de América junto a una americana que se llamaba Hope y me recordaré a mí mismo sonreir como un estúpido, un estúpido drogado por algo que no solo no era cocaína sino que ni siquiera era alcohol porque presumía de abstemio, la sobriedad como rasgo también distintivo. Bailábamos poco pero bailábamos mal, que es como hay que bailar siempre, a destiempo, con torpeza, pisándonos los pies. La elegancia la dejamos para más adelante, para 2005, o por ahí, quiero creer que cada uno habrá tenido su año.

Juan Luis Guerra era una licencia de normalidad porque no siempre queríamos más, a veces queríamos menos y podíamos incluso amagar con romper la noche en Pachá, Ku o Archie´s, aunque creo que esos chicos ya no éramos los de antes, que ya teníamos un año más y por lo tanto estábamos más cerca del abismo. Una licencia para dejarse llevar y mover los pies. "Rosalía, dímelo pronto, que te entristeces sin mí, que mi cariño te quema". Yo estaba enamorado, muy enamorado, puede que de alguien o puede que de mí, suele ser lo segundo. En algo tiene razón la Chica Diploma, para que vean que le he dado vueltas al tema: si la Chica Langosta se hubiera enamorado de mí, si mi cariño la quemara o construyéramos un conuco o alguna gilipollez de esas, yo habría sido directamente insoportable.

Mi encanto ha sido no saber que tenía encanto. O, al revés, mi encanto ha sido saber que tenía encanto y fingir que no lo sabía. No resultar excesivo. Podría haber tenido otro encanto más directo: podría haber sido guapo, guapo a rabiar, y que las chicas se me subastaran en los Viajes Fin de Curso; podría haber sido cantante o guitarrista y hacer el reparto de groupies... podría haber sido muchas cosas que me habrían hecho la vida más fácil, pero en ese caso "Rosalía" no sería una esperanza, sería una táctica. No sé si me entienden. Uno puede cantar: "Dime que te entristeces sin mí" solo cuando sabe que es mentira. Lo contrario sería de una poca elegancia tremenda.

Uno puede bailar, en definitiva, solo para uno mismo, sin daños colaterales. Seducir lo justo. Luego las cosas se complican. Amagar y no dar. Tocar e irse. Las sutilezas. Un mundo de feos siempre es un mundo más sutil. Un mundo de feos que se crean guapos, claro, porque si no aquello acaba siendo aburridísimo,y, aburridos, lo que se dice aburridos, yo creo que nunca.

martes, enero 28, 2014

Sí, voy a ser papá...

Hoy el mundo les pertenece a los demás y ellos sabrán cómo lo gestionan con el viento que hace. A mí me queda la cama y la gripe, o el catarro más bien, no dramaticemos. Desde aquí puedo ver las copas de los árboles retorciéndose y los aullidos puntuales. ¿Saben una cosa? No me gustaría nada estar ahí afuera. Nada de nada. El placer de la enfermedad justificatoria, los capítulos de Breaking Bad cayendo uno tras otro; de vez en cuando, un email, un whatsapp, una llamada perdida. I´m not here, this isn´t happening. Hablamos de la huída porque no podemos hablar de la permanencia pero la permanencia es en sí una huída si se lleva al extremo, que en días como hoy parece algo incluso sensato.

A mi costipado, o lo que sea, no le vino bien el paseo de ayer al ginecólogo. Mi mujer lleva embarazada 20 semanas  y yo me fui a poner malo el día que le hacían la ecografía 4D. Obviamente, tenía que estar. No por una cuestión de obligación sino de voluntad: el primero de los mil sacrificios que uno hace por su hijo. Era curioso, estar en esa sala, ver a mi hijo moverse por el útero de la Chica Diploma y a la vez sentir los escalofríos de la fiebre.

Yo creo que todas las visitas a un médico siguen más o menos los mismos parámetros: al principio vas con miedo, luego pasas un tiempo esperando a que te llamen o, como en este caso, el propio bebé se niega a darse la vuelta y enseñarnos su abdomen, y hasta cierto punto te tranquilizas, como si una vez metidos en una rutina la sorpresa fuera imposible. Esto no es algo solo mío ni propio de hospitales: mi padre pasó su último mes y medio de vida durmiendo en el salón. Nunca lo dijo de manera explícita pero estoy convencido de que pensaba que era imposible morirse en el salón de casa delante de la televisión, mucho menos si echaban la serie de Chuck Norris.

Obviamente, se equivocaba.

Y así conseguimos el vínculo entre "mi padre" y "mi hijo" que, inevitablemente, soy yo. Sé que la Chica Diploma está embarazada desde principios de octubre y me moría de ganas por contárselo. La prudencia aconsejaba lo contrario y puede que lo siga aconsejando, pero si yo fuera un tío prudente, si los dos fuéramos mínimamente prudentes, no estaríamos esperando a Álvaro para finales de junio. Además, en esto siempre me acuerdo de aquello de la ley de la atracción y de la necesidad de verbalizar las cosas. En líneas generales, me parece una teoría moralmente perversa, pero eso no quiere decir que no la pueda aplicar en determinados momentos: si repites algo muchas veces, en voz alta, para todos, se acaba cumpliendo.

No hay razón por tanto para esconderlo, entre otras cosas porque mide 27 centímetros en la semana 20 que creo que es una barbaridad, pero es lo que tienen los genes vascos. Esta es la primera vez que hablo de mi hijo y no quiero elaborar más, solo quiero pensar que algún día él podrá leer este post y yo podré decirle: "Mira, esta es la primera vez que hablo de ti", confiando en que no se muera de la vergüenza y se ponga como ayer a taparse la cara y darse la vuelta para que no le molesten.

lunes, enero 27, 2014

Get lucky



En los peores días, sonaba Jovanotti y su "Estate", o "Blurred lines" de Robin Thicke, y yo me quedaba con la parte en la que dicen "you´re the hottest bitch in this place", que no es lo más políticamente correcto que se le puede decir a alguien pero que era inevitable gritárselo a la Chica Diploma, porque la Chica Diploma era definitivamente la tía más buena de ese lugar, de cualquier lugar, conduciendo nuestro Fíat por la Toscana, girando en carreteras de dos sentidos, parándose en las cunetas para sacar fotos de pueblitos con monasterio y campanario.

Esos eran los peores días, así que imaginen. Buon pomeriggio desde la RDS, 100% Grandi Sucessi. Acabábamos de casarnos y yo apenas podía creérmelo, de hecho, si lo pensaba, no me lo creía, tenía que poner una cierta distancia, como si no me estuviera pasando a mí, como si esa chica maravillosa de cara de ángel y cuerpo de modelo tuviera que corresponderle por decreto a otro. Así eran las cosas de Florencia a Siena y de Siena a Pisa y de Pisa a Suiza, coches enormes paseándose por Lugano y nosotros como en una canción de Paul Simon esperando que nos quieran, sin más, por lo que somos.

Los mejores días, en cambio, incluían "Get lucky", que en un mes se había convertido en una especie de himno y estuvo a punto de abrir nuestro baile de bodas, solo que al final nos decantamos por algo más clásico, algo estúpido como decirte por ejemplo te quiero, y casi sin dejar acabar una, empezar la otra, porque lo bueno de la canción es que te da ese margen de preparación. El punto en común entre "Blurred lines" y "Get lucky" era Pharrell, pero eso lo descubrí más tarde, ya en Madrid. De Pharrell sabía poco pero lo poco que sabía me inquietaba para bien. Pharrell le decía a Gwen Stephani, "Can I have it like that?" y ella le decía" You´ve got it like that" y así se producían las conversaciones entre la Chica Portada y yo en 2005 y 2006, tiempos en los que precisamente, si nos pasábamos la noche en pie hasta la salida del sol, era por si teníamos suerte y pillábamos algo.

El caso es que meses después, una mañana de gripe y fiebre, me encuentro con el vídeo de arriba, en el que Pharrell, la banda, y un confuso Stevie Wonder se ponen a cantar "Get lucky" en los Grammy mientras todo el mundo baila, todo el mundo siente que esa noche va a tener suerte, aunque en su caso no tiene mérito porque ellos tienen suerte siempre, por eso están ahí, en ese teatro, y yo estoy en la cama, la Chica Diploma en el trabajo, como hace la gente sana, y por un momento tengo la sensación, al ver los planos de Paul McCartney, de Ringo Starr, incluso de Yoko Ono, de que no se están enterando mucho de qué va el rollo pero da igual, porque en realidad lo que están haciendo es darnos permiso a los demás para disfrutar, para establecer la conexión de los 50 años de esplendor de la música pop y a mí me parece la hostia, sinceramente: Pharrell, Stevie Wonder, la canción de mi boda, la canción que podría haber sido la banda sonora de mi segunda adolescencia, y además esos cabrones de Liverpool bendeciendo el pan y los peces, así que me pongo a llorar, como un idiota, probablemente algo de fiebre bajo las sábanas, repitiéndome "We´re up all night to get lucky, we´re up all night to get lucky" y recordando que lo más bonito de esas canciones, lo que siempre me ha llamado la atención, es el uso del "We", un uso de los pronombres que en castellano se da por hecho, como si uno pudiera dar por hechas esas cosas y pretender a la vez llegar a algo.

Y el otro pensamiento es que la música lo es todo, que no hay nada similar, ni escritura ni cine ni arte ni nada, que habría dado cualquier cosa por haber compuesto algo tan sencillo como ese estribillo facilón o cualquier estribillo de RDS. Algo directo, sin elaboración. La inmediatez. El nacimiento de la tragedia. Sospecho que algún día, tarde o temprano, acabaré llorando abrazado a un caballo y ese será el final de todo.

domingo, enero 26, 2014

Inside Guille Ortiz


Vamos al cine a ver "Inside Llewyn Davis". El principio de la película es pasable, justo hasta que se estanca. La preparación del contexto y el personaje: Nueva York, algo que parecen ser los primeros años 60, una bohemia Greenwich Village de artistas malditos y ricos benefactores con influencia berkelyana... y nada más. Nada más en toda la película. Algún personaje estrambótico propio de los Coen y el transcurrir de la vida bajo unos mismos parámetros. Se puede argumentar que ese transcurrir es en sí una historia y tendrá razón. A mí me critican mucho que mis historias no tienen historia, solo personajes y eso con suerte. No puedo evitar comparar "Llewyn Davis" con "Los detectives salvajes". Dos historias bohemias. Una sin sangre, estética, y otra, brutal. Me quedo con la brutal.

Lo mismo le pasa a la Chica Diploma. De hecho, ella desconecta antes, mucho antes, y es cuando ella da muestra de su desconexión poniéndose a leer Facebook en el móvil cuando me doy cuenta de que yo he desconectado también o al menos estoy a punto de hacerlo. En la pantalla, Davis va a visitar a su padre, un tipo huraño en una residencia, y su padre se caga encima mientras él le canta una canción folk. Eso en un musical no pasaría.

Todas las residencias de ancianos me recuerdan, obviamente, a mi residencia de ancianos, es decir, la de mi abuela, la que se ve a la derecha según entras por la carretera de Barcelona y que sirve para decir: "Ahí murió mi abuela, ahí vivía mi ex novia" (es verdad, mi ex novia vivía justo enfrente de la residencia de mi abuela y eso no es que dé para una novela es que la novela está escrita y, como casi todo, inédita). Lo que yo recuerdo de aquella residencia, de aquellos seis meses de mi abuela, coqueteando con la senilidad a sus 87 años, siempre ha estado rodeado de la percepción de algo terrible, un "no querer estar ahí" continuo, que todo pase cuanto antes.

Sin embargo, cuando veo a Davis coger la silla y sentarse, me acuerdo de las cosas buenas, de cuando llegaba a su habitación y ella veía y no veía la tele y yo cogía la silla, me sentaba al otro lado de la mesa, le cogía la mano y le ponía un disco, a veces el de Ana Belén -"pobrecita de mí"-, a veces el de Jorge Drexler y ahí se quedaba ella, con los cascos puestos, moviendo los dedos al ritmo de las canciones mientras decenas de personas gritaban como locos en "La Ruleta de la Fortuna".

Es curioso, el mismo programa que echaban en la Ruber cuando a mi padre le daban la quimioterapia.

El caso es que por un momento lo echo de menos. Echo de menos esos momentos de intimidad con mi abuela, esa complicidad sin palabras, la misma de los 30 años anteriores. Por supuesto, la tensión generalmente superaba a la paz pero la paz estaba ahí y yo creo que a los 35 supe llevarlo mejor y a los 50 o 60 seré un excelente acompañante de enfermos terminales. Porque es lo que te va a quedar luego y quizá no te das cuenta al principio pero con el tiempo, sí, claro, y te gustaría poder contarle cosas a tu abuela y que ella te las contara a ti, aunque fueran sus disparatados viajes por carreteras que no existen o la niña pequeña que se escondía bajo su mesa camilla y no quería salir. Cosas, no sé. Las cosas son mejor que la tristeza, que diría Loriga.

Todo el mundo ve morir a gente pero no todo el mundo ve morir a tres personas tan queridas en seis años. Y si lo hace, que no espere salir indemne.

El otro día, en Twitter, alguien mencionaba mi segundo libro, "Cuando las cosas dejaron de tener sentido". Decía: "Me parece que estoy leyendo mi propia vida". Creo que lo bueno de mi vida es que soy capaz de adaptarla para que entre en el guion de cualquier otro. Eso es, quizá, lo que me define como escritor y, efectivamente, limita el interés de las historias como tales. En cualquier caso, me alegró. Me transportó a 2007, el año que sobrevivimos peligrosamente y a esa necesidad compulsiva de ser escritor. No periodista deportivo, escritor. Loriga -disculpen la insistencia- decía que para ser una estrella no hacía falta que un millón de personas gritaran tu nombre sino que una la gritara un millón de veces. Yo nunca he aspirado a estrella pero sí soy un vanidoso, una vanidad a la que le sirve que cada año una persona grite mi libro una vez. Que no es poco.

sábado, enero 25, 2014

Breaking Good



Y ahí, en República Argentina, la cosa cambia porque de repente es todo bonito. A veces no sé si estoy embarazado, debería avisar a mi mujer. Camino hasta el Maravillas, aquel colegio al que solíamos tirar huevos en los primeros noventa. Los pijos de Serrano contra los pijos de la calle Guadalquivir y la Plaza de los Delfines en medio. Nada serio, de nuevo. Luego íbamos a robar al Corte Inglés o al VIPS como buenos adolescentes previsibles.

A lo que iba: el Maravillas es un sitio extrañamente bonito, con sus canchas de baloncesto sobre algo que uno puede imaginar como un precipicio y que de noche deja una vista preciosa, una vista de película de Spike Lee. Es la presentación de la Copa Colegial y me hago un sitio como puedo, justo junto a una chica que se llama María y que es una de las árbitros de la competición. Iba con ganas pero ahí las ganas se convierten en emoción. No sé cómo definirlo: aquellos chicos vestidos con la camiseta de su equipo, el orgullo de su colegio, el convencimiento de la inmortalidad de los quince años, las miradas y sonrisas de viernes por la tarde...

Ahí hay un filón y es un filón precioso porque, de alguna manera, es puro. O parece puro. Puede que esos chicos salgan esa noche y se dediquen a pasar anfetaminas y pegarse en discotecas, pero ahí, salón de actos del Colegio Lasalle Maravillas, seis de la tarde de un viernes 24 de enero, es puro. María y yo susurramos cosas. Hablamos de partidos de liga municipal, de Gran Cordero, de Gran Cordera... todo eso es lo que yo fui. Yo jugué -mal- solo por el entusiasmo de jugar, por el entusiasmo de pertenecer a un equipo, de representar algo, y ahí todo es rápido, ameno, tiros a canasta sobre una tarima, niñas de 11 años haciendo "flashmobs" y bailando Black Eyed Peas.

Hay veces en la vida, y así se sale de la tristeza, en las que hay que permitirse Black Eyed Peas, en las que hay que creer que esta noche va a ser la leche y disfrutarlo como promesa y no como expectativa. A mí me gustaría coger a todos esos chicos -yo, Holden Caulfield; yo, Peter Pan- y decirles: "no os asoméis al abismo al final del centeno, cuidado cuando entréis a canasta y os pille el precipicio, permaneced jóvenes para siempre". También me gustaría decirles que lo que les queda es lo mejor, pero no estoy seguro, y de repente me entran unas ganas horribles de ser padre, de acelerar los pasos y que mi hijo tenga diez años, su camiseta, su entusiasmo, su inocencia y de alguna manera yo pueda recuperar la mía.

Luego pienso que uno no tiene un hijo para que sea como uno es y que esa es una excelente receta para el fracaso.

En  cualquier caso, me han salvado el día. Por la mañana eran quiebras, impagos y doping. Por la tarde, los chicos hablan de Rosell y Neymar en Twitter y yo me puedo permitir hablar de oro puro, sin adulterar aún. Es bonito. Medio ceno con Javi Brizuela, entrañabilísimo cronopio, vuelvo -en metro, esta vez- a casa y mi mujer, agotada, se va durmiendo poco a poco. No puedo contarle todo porque no tengo tiempo y ella está nerviosa por su examen. Tampoco creo que haga falta ir contando todo a todo el mundo. A veces, eso sí, me gustaría decirle a ella también que aproveche, que estar nerviosa por las clases, por los exámenes, aunque sea a los treinta años, no deja de ser algo tan bonito como esperar que llegue el viernes para ver si tu entrenador te pone en el quinteto inicial o te deja en el banquillo.

Breaking bad


Me levanto después de cuatro horas de sueño, ni una más. Lo último que recuerdo del día de ayer fue hablar sobre Luis XVI en la radio, llegar a casa, acostarme en la cama donde mi mujer llevaba horas durmiendo y acabar de ver un capítulo de "Breaking Bad" porque he decidido pasar mi depresión enganchado a series, que siempre será mejor que apostar por caballos, por poner un ejemplo. Cuatro horas cunden poco pero a veces siete u ocho no cunden más. En cualquier caso, es lo que hay: me ducho, cojo el metro y acabo en Alberto Alcocer hablando de baloncesto con Pablo Martínez Arroyo y Antonio Rodríguez.

Hablamos del baloncesto malo, del sucio, del de las quiebras y los impagos y las trampas. Una de las tantas expresiones del deporte profesional. Justo al salir de la "reunión" -un zumo, un croissant y un café no sé si son una reunión- descubro que han publicado mi reportaje sobre doping en JotDown. Me tomó un mes y pico hacerlo, entre otras cosas porque a mitad de reportaje me sentí incapaz de siquiera empezar a escribirlo. Fue duro. Hablar sobre dopaje siempre es duro porque aquí nadie habla de dopaje. La tremenda amabilidad con la que todos los que aparecen en el artículo -De la Morena, Arribas, Sergio, Tebas, Ezquerro, la AEPSAD con Gómez Bastida al frente...- me recibieron y me ayudaron contrasta con lo enorme que parece el lado oscuro, el abismo que queda al otro lado y al que nadie quiere asomarse.

Hasta cierto punto, escribir sobre dopaje en España es perder el tiempo. Como escribir sobre la Mafia en Italia: o canta alguien y estás seguro -¿cómo estar seguro, por cierto?- de que dice la verdad o estás apañado. O eres la USADA o vas listo. Acabas asomando una punta del iceberg que a algunos les escandaliza y a otros les parece banal. Yo me decantaría por lo segundo pero, de nuevo, ¿cómo estar seguro?

El artículo lo leyó la Chica Diploma antes de publicarlo. Necesitaba que alguien fuera de este mundo podrido del deporte profesional lo leyera para saber si interesaba al aficionado medio o no. Le gustó. Hizo algunas correcciones brillantes, de hecho. Si la Chica Diploma leyera mis artículos antes de publicarlos serían mejores pero yo tampoco ando diciéndole qué músculos rehabilitar o cómo pasar un Tecar sobre una zona fibrosada, así que en eso estamos empate. Me paso por Hacienda a coger unos papeles y recojo a mi mujer en la parada del autobús donde se bajaba mi padre.

A veces me pregunto qué tiene mi padre que ver en todo esto, y "todo esto" no se asusten tampoco es para tanto: una simple tristeza que se complica. El lunes fui al psiquiatra y me dijo que parecía una depresión. Mi psiquiatra me conoce tanto que se acuerda del nombre de mi primera novia... y a la vez me conoce tan poco que estoy convencido de que no se acuerda del de mi mujer aunque sean casi idénticos. Obviamente, desde que oficialmente estoy triste, es decir, desde que me lo puedo permitir, estoy mejor. Cosas de la culpabilidad. Las penas, con receta, son menos.

En cualquier caso, pasear nos viene bien a los dos, esté mi padre o no por medio, y eso es lo que hacemos: Andrés Mellado, Guzmán el Bueno y de ahí el serpenteo hacia Quevedo y definitivamente San Bernardo, calle Manuela Malasaña, donde comemos en un sitio en el que no habíamos estado nunca -yo soy un fanático de las rutinas- y que no está mal y tomamos un café en el Starbucks, uno de esos cafés que yo pedía en inglés en Londres hasta que me daba cuenta de que la camarera se llamaba Paula o algún otro nombre español y entonces desfacía el entuerto, y yo me pongo a mirar libros y editoriales, ¿qué editoriales están en el VIPS?, ¿quiero yo estar en el VIPS?, ¿y entonces qué quiero?, ¿dónde quiero estar? Un día de estos voy a dejar mi psicólogo y voy a comprarme un mapa.

Un poco más adelante, en Barquillo, nos separamos. Mi abogado no está. La Chica Diploma tiene que estudiar así que doy vueltas por mi antiguo barrio. Cuando digo "dar vueltas" me refiero a dar vueltas, una manzana pequeña, una manzana grande. Mi abogado sigue sin estar. Pido un café en un bar de Chueca. Leo el Marca. Me parezco a una canción de Nacho Vegas. En vez de seguir caminando cojo un taxi -la tristeza es cara- y voy a la Plaza de la República Argentina y ahí todo cambia.

martes, enero 14, 2014

Ignacio González y Pedrojota, marca España



El presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid entra furioso en antena. Puede que haya estado escuchando el programa o puede que no, porque también ha entrado furioso en Onda Cero, pero el caso es que ha mandado llamar y por supuesto las líneas están abiertas para él, don Ignacio, siempre que usted quiera. El motivo de su furia es una noticia de El Mundo en la que se vincula la empresa que actúa como testaferro de su ático en Marbella -no es en Marbella, se empeña en aclarar González, aunque es entre Torremolinos y Marbella, en una zona de lujo, en torno a 400 metros cuadrados de vivienda- con el caso Gurtel.

No es cualquier cosa, por mucho que nos acostumbremos.

Las versiones de González han variado tanto que uno ya se acaba perdiendo: la primera fue que el piso no era suyo, que solo lo alquilaba, luego resultó ser de su mujer, que lo habría comprado con una herencia familiar, luego aparecieron documentos confusos de compañías que se lo habrían vendido a él directamente y lo habrían puesto a otro nombre y todo al final se ha zanjado con un "si nos lo han vendido tan barato, el problema será de quien lo vende, no mío", que no sé muy bien lo que quiere decir, pero lo supongo.

En cualquier caso, eso que lo investigue Inda, yo voy a la llamada, a González arremetiendo como si fuera Jesús Gil y la COPE fuera "Salsa Rosa", gritando y sin dejar hablar a nadie, repitiendo que es todo mentira, que es una conspiración, que Pedrojota y El Mundo son basura, que quieren moverle la silla... y el propio Pedrojota, confuso, sin saber qué decir porque, o no sabe del tema de primera mano o desde luego no sabe explicarse, probablemente lo primero, de ahí que recurra a un constante "si lo dice Inda..." que suena pobre como justificación.

Puede también que no quiera meterse en líos, que Aguirre le haya dicho que no se meta en líos con eso. En un momento dado, cuando por enésima vez intenta explicarse sin conseguirlo porque tiene pinta de que todo esto le supera y porque González no deja de gritar, Pedrojota suelta en antena: "¿Pero se ha creído usted que esto es como la Asamblea de Madrid, que todo consiste en gritarse y así no dejar hablar al otro?", que es algo insólito, porque lo normal sería que el político achacase eso al periodista, que le dijera, en una discusión razonada, "¿Pero usted se ha creído que está en la redacción de su periódico pegando voces y dando órdenes?". Solo que no, algunos políticos han conseguido que una tertulia de la radio sea una reunión de la Real Academia comparada con un congreso de diputados.

La cosa no acaba ahí, porque obviamente lo más grave, y se ha hablado poco de ello, es lo que dice después González, al que se le ve muy envalentonado porque el director de El Mundo no da explicaciones precisas -las dará, de nuevo vía Inda, al día siguiente, demostrando que González o miente o no sabe muy bien de lo que habla o él tampoco sabe explicarse- le dice, con sorna, con esa sorna del "te he pillado, ¿eh?" que todo lo está publicando porque alguien le ha prometido algo. Dice textualmente: "¿A que a usted alguien le ha prometido algo y no se lo está dando, don Pedro?" y don Pedro reacciona indignado, algo así como el capitán Renault cuando descubre que en el local de Rick se juega.

La acusación, o la insinuación más bien, implica lo siguiente: que el segundo periódico en tirada del país publica noticias falsas a sabiendas para conseguir un beneficio, del tipo que sea; que el presidente de la Comunidad de Madrid lo sabe pero se lo calla, guardándose la información, como se ve, para una amenaza pública, y esa apostilla "Pues no se lo va a dar", con la que acaba la argumentación, hace pensar que dicho presidente tiene poder suficiente y contactos suficientes como para revertir esos beneficios a su favor o al menos para evitar que lleguen a manos de Pedrojota.

Y, en serio, no eran Jesús Gil y Julián Muñoz en "Salsa Rosa", eran el director de El Mundo y el presidente no electo de la Comunidad Autónoma de Madrid en el programa de análisis político de la mañana de COPE.

¿Saben lo peor de todo esto, lo realmente desolador? Que un periódico acusa a un muy importante político de ser un corrupto, éste entra como un elefante en una cacharrería para amenazar y decir que más tramposo es el otro... y el país sigue igual. Nadie dice nada. Algún tuit, algún muro de Facebook, pero nada. Esa es la verdadera Marca España, aquella en la que todos saben quién hace algo y por qué lo hace y se lo calla a ver si se lo ofrecen a él y todo sigue empantanado de mierda: mierda política, mierda periodística y mierda social.

Eso hasta que nos toquen los parkings públicos, claro. Entonces, ya saben, a las barricadas.

miércoles, enero 08, 2014

Irse de Madrid


Decía mi madre que, cuando era pequeño y tenía que hacerme un análisis de sangre o cualquier prueba de ese tipo, me pasaba la espera llorando y llorando desconsolado hasta que la enfermera de turno decía en alto: "Guillermo Ortiz" y ahí me erguía yo, sorbía los mocos y me encaminaba gallardo hacia el cuartito en cuestión, para salir cinco minutos después con un enérgico: "No he lloraro" (tenía un serio problema con la "d" y la "r") y ponerme de nuevo a berrear.

En otras palabras, yo soy un cobarde hasta que hay que ser un valiente, el hombre que duerme y lee a Muñoz Molina mientras su avión lucha a brazo partido con la ciclogénesis explosiva.

Todo esto se lo cuento a la chica que me está depilando las piernas para que sepa con quién está tratando y para poder soportar un poco el dolor. Es la primera vez que me depilo y por mí no habría sido, desde luego, pero donde hay osteópata no manda marinero y si va a ayudar en algo a los dolores de cadera y pierna derecha, pues bienvenida sea la cera caliente. Luego, hablamos de más cosas, por ejemplo de huir de Madrid. Ella es malagueña y a mí no me importaría irme a Málaga a vivir. A la Chica Diploma, tampoco. Hablamos del medio-largo plazo, por supuesto, porque somos gente razonable que no tomamos esas decisiones de un día para otro, o al menos la Chica Diploma es razonable porque, si por mí fuera, ya no estaría viviendo aquí, por mucho miedo que me dé marcharme. Lo mismo que cuando era pequeño: llegado el momento me levantaría sin más, muy digno, y cogería el AVE o el avión a Canarias.

La frase que utilizo para justificarme es: "Yo no necesito tanto". Creo que es verdad. Hace tiempo parafraseaba a La Mala Rodríguez y su "No siempre quiero más, hay veces que quiero menos". Tener eso claro en la vida es decisivo, ojo, no es ninguna tontería. Muchas veces hay que querer menos y quererlo con locura: menos oferta para ajustarse a una menor demanda. Querer menos cosas. Querer lo que necesitas, en definitiva, aunque no tengas claro lo que necesitas y te equivoques mil veces.

Algo así intento explicarle a la Chica Esquiva por la tarde, en un bar de la Calle Echegaray donde solo venden jerez y no admiten propinas. Un lugar recio y castellano. Vacío, por lo demás, como es previsible, pero digno, fiable. La Chica Esquiva, como yo, cree que hay decisiones en las que uno no define su futuro sino que se define a sí mismo, qué clase de persona es. La Chica Esquiva, como yo, lo que quiere es hacer historia en cada momento y pronto tendrá que darse cuenta de que eso no es posible, que vitalmente es incluso insano, pero solo que se lo plantee ya me parece loable.

La pregunta, entonces, sería: ¿Cuándo huir es una victoria?

Aunque eso nos remitiría a algo más metafísico: ¿Qué demonios es una victoria?

Quien parece que va a huir también es el Chico Chanante. Me lo encuentro a la salida de la academia, con mi mochila nueva en los hombros, y me habla de sus planes de mudarse a Menorca. Yo le digo que fantaseo con Fuerteventura, que siempre he fantaseado con Fuerteventura o Lanzarote, pero también le dejo claro que no serán más que fantasías porque las circunstancias mandan y las circunstancias dejan a mi familia y a mis amigos a dos horas y media de distancia en avión. Me habla de la Pícara Valenciana y caigo en la cuenta de que hace cuatro años que no nos vemos, desde aquellas navidades que vino y arrasó con todo y luego desapareció, dándole de nuevo la razón a la Chica Diploma, que, ya lo hemos dicho, no solo es la guapa sino que también es la lista en esta relación.

Yo, al menos, de vez en cuando, friego los cacharros.

Al parecer, Pícara quiere irse a Lisboa, así que se confirma que aquí todos huimos o queremos huir y que al fin y al cabo la huida es el tema del siglo XXI. El gran tema. Miren películas y libros. Las películas y libros que intentan reflejar el mundo y no inventar uno paralelo, algo que de por sí ya es una huida con todas las letras. Ahí tendrán huidas constantes. David e Iratxe buscando la paz en Boise, Idaho. ¿Y si la mejor manera de hacer historia fuera no hacer nada en absoluto? La más gratificante al menos. "Qué tío, se fue a Canarias y le perdimos la pista". Una vida a lo Juan Rulfo, ni siquiera a lo J.D. Salinger, algo más de andar por calle.

Solo que no sucederá y puede que tampoco sea tan grave. Puede que, efectivamente, todo sea cuestión de elegir y ser valiente y eso pueda suceder en cualquier ciudad, incluso en la que llevas viviendo 36 años y medio. Si hay algo en lo que mi mujer se equivoca es en que yo mitifico lo que sucede. El otro día hablábamos de qué habría pasado si yo hubiera tenido algo con la Chica Langosta -aparte de que habría desaparecido durante cuatro años, cosa que de todas maneras hizo y ya van para diez- y su convicción de que habría dedicado una vida a contárselo a todo el mundo.

Es al contrario: cuentas lo que no pasa. Lo que pasa, por definición, tiene un punto vulgar estéticamente hablando. Contar lo que ha pasado, sublimar lo que ha pasado. No, de ninguna manera. Para que algo pueda ser narrado, por definición, tiene que no haber sucedido o no del todo. Si no, el escritor, ¿para qué demonios está?

Hotel, hotel, hotel Lichis... Pensión Triana



Estoy retomando a Lichis. Supongo que no es lo que hace un escritor avant-la-lettre pero es lo que hace un tipo errático como yo: escuchar sus viejos discos, mandarle mensajes de exaltación y buscar contenidos suyos por Internet, empezando por la versión larga de "La canción de las plantas", esa que junta "Calavera se mama" con "Me gusta ser una zorra".

La encuentro en varias versiones en vivo, pero el problema con Lichis es que sus conciertos solo tienen sentido si estás entre el público. En la distancia, pierden, esto es así. Buscando, buscando, acabo en un "A solas" de Sol Música de 2003, justo después de sacar "Ni jaulas ni peceras". Es una media hora de Lichis dando explicaciones sobre el disco y de paso sobre su música. En 2001 ya había estado en ese mismo programa presentando "Vestidos de domingo". Me parece increíble que nunca haya visto eso vídeos antes porque ese Lichis es el Lichis de verdad, sin filtro, o con el filtro justo para construir un relato coherente.

Lo primero que llama la atención, aparte de su música, es su erudición y su generosidad. La cantidad de grupos, influencias, instrumentos, variantes musicales que es capaz de citar con toda naturalidad, sin empalago alguno... y a la vez la facilidad para nombrar y agradecer a grupos más o menos desconocidos, de poner en el mapa, cuando La Cabra Mecánica era algo parecido a un fenómeno de masas, a gente que, para él, tenían un talento que probablemente jamás descubriera nadie más porque el mundo musical estaba como estaba y ahora no está mejor.

La entrevista de 2001 quizá sea la más alegre, la más reivindicativa. Dice que nunca compondrá canciones tan buenas como las de "Cabrón" y eso sigue en debate. Explica lo de María Jiménez, las casualidades, los supuestos parecidos con Estopa. Es un Lichis reconciliador, al que hay que leer entre líneas, porque uno ya le conoce demasiado, pero un Lichis amable, pongámoslo así, en esa fase que todos tenemos antes de saltar por la ventana en la que intentamos convencernos de que nuestra vida tampoco está tan mal y que esos hijos de puta en el fondo son buenas personas.

En 2003, los dos años de gira y éxito se notan. Es el año del "Iluso". Él está hasta los huevos del "Iluso" ya entonces y lo único que hace es pedir perdón, como avergonzado. Ese Lichis está quizá ya pasado de tuerca, agotado, en busca de un descanso merecido, desencantado. Le acusan de ser comercial y a Lichis le desagrada profundamente que le acusen de ser nada que no sea ser Lichis, en eso es irreductible. Si elogias su condición de "outsider" se enfada -no se enfada, pero no le sienta bien-, si le reprochabas que vendía demasiado, se enfadaba el doble. Cuando presenta la mencionada "Canción de las plantas" dice: "Acabamos con un homenaje al Me Gusta Ser Una Zorra, de Las Vulpes, que es una canción llena de tacos y muy malhablada, para que luego vayáis por ahí diciendo que me he vendido y que no sé qué".

El último "A solas" es de 2005, promoción de "Hotel Lichis". Ahí es donde entré yo en la historia: mi viaje a Terrassa solo para entrevistarle, la comida con su mujer de entonces, la Sonia que pintaba de azul la pared, las charlas sobre Henry Miller, de nuevo la erudición compartida, una erudición pop, si se quiere, pero que ahí está, una erudición empática, diría yo, de María y Amaranta de luna de hiel. Creo que haríamos bien todos en escuchar cada día el "Hotel Lichis" porque no nos cansaríamos. En un concierto, me dedicó la canción que da nombre al disco por aquello de que yo la incluía mil veces en mi libro "Cuando las cosas dejaron de tener sentido". Sus palabras fueron: "No sabéis lo que es leer tus canciones cada dos páginas" y a mí, de alguna manera, me emocionó.

Él tenía 37 años y yo tenía 30 recién cumplidos. Por utilizar una expresión muy suya, Miguel siempre ha sido "más bueno que Bambi". Supongo que tendrá su lado oscuro, como todos, pero era complicado de ver. Un día nos invitó a Dani Flaco y a mí a una barbacoa a su casa de Terrasa. Fue algo precioso, de bañadores, piscinas y chorizos fritos. Canciones de Nena Daconte. Lichis estaba preparando "Carne de canción" y me enseñó alguno de los temas en su estudio. Luego el disco no tuvo el éxito que se merecía y supongo que eso le sumió aún más en su no buscada leyenda de antihéroe.

Sin embargo, a mí me sigue emocionando, y lo diré cuantas veces haga falta: Lichis es el mejor compositor en español de los últimos quince años y eso incluye, sí, cualquier otro compositor español en el que esté pensando. Es asombroso cómo calcula la espontaneidad, cómo detrás de cada canción hay un método, un aprendizaje, un saber hacer lo que se quiere hacer. Lichis, "el canalla"; Lichis, "el gamberro", derrotados por Lichis, "el obsesivo".

El otro día, con los chicos del mundo sin sentido, hablaba de la pena que me daba imaginar que el bar que cambió mi vida pudiera cerrar algún día simplemente porque todos los que íbamos ahí hemos dejado de ir. Me sentía un desagradecido. Del mismo modo, me da pena cada día que pasa sin darle las gracias a Lichis por cambiar, él también, mi vida. No voy a decir "por cantar mi vida" porque esas horteradas se las dejo a Roberta Flack y en cualquier caso vidas erráticas hay muchas como para sentirse especial por ello. De ahí los mensajes exultantes. De ahí los: "Qué buenos eran tus primeros discos, qué buenos son tus últimos discos". Para que lo sepa o, más bien, para que sepa que los demás lo sabemos porque él tiene que estar convencido, no había nada dejado al azar.

Escuchándolo de nuevo, creo que "Hotel Lichis" es el mejor disco desconocido de la industria española. El otro podría ser "Pensión Triana", de Javier Ruibal, y tiene sentido que el primero homenajee al segundo. Lo de "desconocido" hay que ponerlo, en efecto, entre comillas, pero espero que entiendan lo que quiero decir. Por lo demás, una lenta vuelta al cole, charlas sobre actos que definen vidas con chicas de 25 años, incursiones culturales desiguales -muy bien Miguel Noguera, algo confuso Aldous Huxley, francamente prescindible Blancanieves- y una infinita pereza.

sábado, enero 04, 2014

Supertardísimas


En Madrid llueve, así que cojo un taxi y por un momento esto parece de verdad un 3 de enero, con su calma, su lento acercarse al abismo, su previa de Reyes... El taxista coge Princesa y baja Bailén y por un momento creo que vamos a pasar justo al lado del Palacio Real, que, con todo, sigue siendo de lo más bonito que hay en Europa, pero no, nos metemos en un túnel al ritmo de una cadena que echa primero a los Eurythmics, luego a C.C. Catch y finalmente a Matt Bianco y su "Don´t Blame It On That Girl", un clásico tardo-ochentero.

Pienso en la posibilidad misma de una radio que vaya cambiando de día, es decir, que, sin previo aviso, te pueda colocar en el 3 de junio de 1987 y al día siguiente en el 10 de septiembre de 2003. Que emita exactamente las mismas canciones que se emitieron ese día en, pongamos, los 40 Principales. Una tras otra. Puede que no haya mejor radiografía de un momento de un país que ver la parrilla televisiva y escuchar todas las canciones que estaban de moda en un día concreto. La gente se cansaría, sí, pero a veces me parece que la nostalgia la descontextualizamos demasiado. Vayamos a los hechos mismos: quiero la programación del 4 de mayo de 1993 y con esto quiero decir la programación, no los cachitos. Quiero los anuncios, los presentadores, los programas insulsos, los informativos, las series... y quiero el número uno de la lista pero también el número cuarenta, la novedad, el chico que golpea fuerte, la vieja gloria en el recuerdo...

Son pensamientos del pasado, como todo últimamente quizá hoy más que nunca. Vengo de casa de Fer Cabezas, tarde de charla con la Chica Portada, que mañana se marcha de nuevo a Nueva York, y la Chica Selectiva. La cosa empieza, como siempre, en el presente, preguntas triviales, luego camina hacia los cotilleos y acaba, no puede ser de otra manera, en el recuerdo de lo que algún día fuimos. Nosotros y muchos más. Nos echamos de menos. Nos queremos y nos echamos de menos a la vez y queremos ser los que somos de la misma manera que queremos ser los que fuimos y no aspiro a que nadie entienda esto. Una finalidad sin fin.

Las nuestras eran supernochísimas pero ya no volverán, nos quedan estas tardes de lluvia y tortilla de patata, nos quedan las fotos bailando en la calle Barquillo, recién salidos del Toni 2, nos queda la complicidad y el silencio. Saber sin decir. O no saber, solo intuir. Sonreir, en cualquier caso. Una sonrisa pícara. Pienso en todas las cosas que ya no van a pasar y me da vértigo. No porque quiera que pasen sino porque no van a pasar o al menos eso le digo a la Chica Selectiva mientras me protege con su paraguas bajando Blasco de Garay, aunque el problema no son las cosas sino que soy yo. El hecho de que ya no volveré a tener 29 años, ya no volveré a tener 30. Aquel ya no seré yo y en ese sentido sería bueno una vida en la que pudieras no solo revivir un día de televisión y radio sino un día entero de ti mismo. Guille Ortiz el 19 de junio de 1993. Las llamadas de teléfono, los pensamientos absurdos, los pasatiempos, el aburrimiento, el calor del verano, minuto a minuto. ¿Cómo fue aquello?

Echar de menos a gente que sigue estando ahí, valiente tontería. En fin, tardes de 2007 y mañanas de 2011, la Linda Vaquerita y sus grandes frases, destacando algo así como "Ligo tanto porque hablo ligando, no puedo evitarlo". La Linda Vaquerita convertida, ella también, en un vampiro. Es curioso porque conmigo nunca ha hablado ligando, intento recordarlo pero no, nunca hubo una concesión a la seducción ni al tonteo, ni por su parte ni por la mía y si llevan leyendo este blog o cualquiera de los otros desde 2006, sabrán que eso es algo realmente histórico.

Quiero pensar que lo que pasa es que nos queremos tanto que nunca hemos necesitado embaucarnos.

Quiero pensarlo porque es un pensamiento bonito pero, además, en este caso, es verdad.

Y aún es Navidad, cojones.

viernes, enero 03, 2014

LEOPOLDO TOUR 2013. IV. LA REVILLA

Si algo he aprendido con los años es llegar a la casa de La Revilla sin perderme. Es un chalet en una urbanización que queda a pocos metros del pueblo, equidistante casi de San Vicente de la Barquera y Comillas. Uno de esos lujos ajenos -la casa, como casi todo, es de mi madre- que uno se permite disfrutar con una naturalidad que no debería ser tal, porque en realidad todo ahí invita al asombro: el campo, los Picos de Europa al fondo, la Playa de Oyambre, la Playa de Merón, el Hotel Gerra Mayor con su niebla sobre las costas. Entre esto y Suiza no hay tanta diferencia y esto, además, es, un poco, mío.

Mío y de la Chica Diploma, última etapa de nuestras vacaciones. "En parte, esto es como una segunda Luna de Miel", le digo, pero ella advierte que no, que simplemente son unas vacaciones y probablemente el problema sea que yo no estoy acostumbrado a las vacaciones y me parecen una cosa extrañísima. Los días de La Revilla siguen los parámetros iniciados en Santander, una descompresión paulatina que debería llevarnos de nuevo a Madrid, el trabajo y la rutina, todas esas cosas asquerosas. En el chalet no hay 3G así que repartimos el tiempo entre sus estudios y mis libros, en este caso la autobiografía profesional de Félix de Azúa.

A veces tengo que preguntarme qué me separa de las grandes mentes de este país, teniendo a De Azúa por una de ellas. Tengo que preguntármelo porque supongo que si no ves la cima es complicado seguir subiendo el Angliru. Las conclusiones a veces son autocompasivas y a veces son autocomplacientes, si es que ambas cosas no son lo mismo. Me explico: en ocasiones creo que lo único que me faltó fue tiempo y gente que apostara por mí. Otras, apelo al talento, a la ausencia suficiente de talento o al menos a la ausencia suficiente de convicción. Ser un escritor sociófobo es muy complicado, admitámoslo. Si la sociofobia te da para leerlo todo, todavía. Si te da para ver partidos del Bayern de Munich de Guardiola, imposible.

En la distancia, decía antes, las posibilidades son tantas que acaban por ser ninguna. ¿Qué me cabe esperar? Nada. Profesionalmente, estoy en un callejón de difícil salida: demasiado tiempo haciendo cosas que no me gustan, cosas que no me hacen progresar. Yo debería estar leyendo y escribiendo y ganándome la vida con ello haciéndolo cada día mejor. Para ello solo haría falta tener un montón de lectores que compren mis libros y un montón de editores que publiquen mis obras o mis artículos y los paguen a precio de chalet en La Revilla.

Eso, de momento, no existe.

Otra cosa sería que me diera igual. Podría darme igual. Ya está la Chica Diploma y pronto estará Leopoldo y al fin y al cabo mi madre ya tiene un chalet en La Revilla, ¿para qué empeñarse en conseguir otro? Que la fama sea para los demás y con la fama el dinero y quede para mí la tranquilidad y el tiempo libre, el menú de fabada y filete a la plancha en cualquier restaurante de Comillas. El problema es que no me da igual. En absoluto. Voy a recurrir de nuevo y puede que por última vez en esta noche a las dos mujeres de mi vida, a ver si así consigo que ustedes entiendan algo: la Chica Diploma siente fascinación por los vampiros y probablemente desconozca que yo soy uno de ellos, es decir, que yo no tengo nunca suficiente y que por tanto no hay fabada que calme el apetito. Cada libro en realidad genera la necesidad de otro libro, cada colaboración implica la responsabilidad de otra colaboración mejor. No hay paz. Nunca.

Lo que me lleva a mi madre. De adolescente, recuerdo que a veces me pedía consejo porque admiraba mi "inteligencia emocional". Yo diría que eso es lo que Andrés Barba llama, mucho más acertadamente, "astucia". La inteligencia emocional era una de las muchas inteligencias que se me atribuían, puede que con cierta razón. Lo que no sé es cómo he hecho para perderlas todas, hasta convencerme de que el tiempo nos hace cada vez más tontos o, como mínimo, más torpes. No he leído todo lo de Azúa, no me explico con la claridad de Muñoz Molina, el embarazo de mi mujer no interesará a nadie como el de la mujer de Jabois.

Supongo que todo esto me convierte en Salieri.

Y me da pena.

Incluso a diez grados paseando por el arcén de la carretera mientras las vacas enormes menean el rabo y las cabras se golpean en las praderas, el sonido de los cráneos interrumpido muy de vez en cuando por la aceleración de un coche. "Yo no voy tan deprisa", dice la Chica Diploma cuando los ve pasar, como disculpándose ante alguien que se ha resignado a ir lento, demasiado lento, inesperadamente lento, y no tiene esperanzas de que eso vaya a cambiar.

LEOPOLDO TOUR 2013. III. SANTANDER. HOTEL REAL.

Mi Santander no es esta. Mi Santander tuvo que ser inevitablemente la de mi padre: las calles estrechas y sucias, como si aún quedara hollín del incendio, las cuestas que se curvan, las aceras llenas de gente tomando blancos. Una Santander escondida, invertebrada. Esa era mi Santander desde los seis años que fui por primera vez a verle y, sí, a veces era así, tal y como se ve ahora desde la ventana de nuestra habitación en el Hotel Real, regalo en diferido de bodas, pero con cuentagotas, como si a mi padre le diera miedo de que una vez conocida esa belleza, la normalidad me resultara aburrida, tediosa, fea. Y con la realidad, por supuesto, él mismo.

Una vez escribí un relato sobre El Sardinero. Sobre la decadencia en El Sardinero porque todo aquí es decadente. El relato lo narraba un niño pequeño, en el borde de la adolescencia. La familia había viajado allí -no sé si citaba Santander, pero pensaba en Santander- porque el hermano mayor -puede que fuera el pequeño- necesitaba un tratamiento. No se sabía qué tipo de tratamiento porque no se sabía qué tipo de enfermedad. El niño no lo sabía, al menos. Lo llamé "Pretérito Imperfecto" y había una chica enigmática. Algo parecido a un amor infantil. Acababa mal, claro.

Aquello era una fantasía sobre algo que en rigor no había vivido más que a la salida de determinados partidos del Racing, pero la realidad no se aleja tanto del mito, solo que en invierno quizá lo suaviza y Santander no es Venecia ni hay Tadzios inocentes en las playas, solo surferos suicidófilos. Otra cosa será el verano, estoy seguro, cuando las familias ricas de toda Europa vengan aquí, a estas playas y a este hotel sacado de otro siglo, la sonrisa permanente de las recepcionistas, los ascensores de madera con pequeño asiento para que se siente Doña Victoria Eugenia...

En verano, El Sardinero debe de ser un sitio excesivo, pero en invierno tiene encanto. El encanto del lugar de playa en diciembre. Una de mis novelas favoritas de Bolaño y creo que en esto estoy bastante solo es "El Tercer Reich". Esa Costa Brava en octubre. Ese hotel ya sin vecinos. Esas hamacas siempre guardadas y el viento quitando las primeras hojas. El absurdo de la costa en invierno. El vacío. En Santander hace calor y sol. Eso se agradece. En general, Cantabria tiene a bien recibirnos con cariño a la Chica Diploma y a mí, a veces intuyo que me recibe como se recibe a un huérfano.

Son días de descanso. Por la mañana amagamos con pasear pero acabamos en alguna terraza tomando aguas y zumos de tomate. Por la tarde disfrutamos de masajes, dormimos siestas o paseamos hasta Puertochico a cenar con Mercedes. En los tiempos libres leo a Antonio Muñoz Molina y su excelente "Todo lo que era sólido". Los tiempos libres y la lectura, esas quimeras del pasado. Tengo la sensación de que a ese libro no se le trató con justicia, pero, claro, ¿quién iba a hacerlo? Un libro que habla de lo mal que se pasa fuera de un bando está condenado a ser ninguneado.

Lo bueno de las vacaciones es que pones las cosas en perspectiva, tienes tiempo para ponerte a ti mismo en perspectiva y analizar: qué estás haciendo, en qué dirección, qué cambiarías. Lo malo es que las respuestas no siempre son agradables. El entusiasmo que precede a la Nochevieja en todas las redes sociales contrasta con una sensación de miedo atroz, o, peor que miedo, indiferencia. Miedo a la indiferencia. Miedo a que 2014 sea otro año ni bueno ni malo, simplemente veloz. Tan veloz que es imposible agarrarlo y hacerlo tuyo. Yo necesito hacer mías las cosas para comprenderlas, es una manía como otra cualquiera. Mientras tanto, queda esta especie de limbo en el que mi vida parece un videojuego, pasando pantallas a cada momento.

Como ahora, amanecer de 28 de diciembre, sol golpeando la playa del Puntal, palacete de Botín a nuestros pies, maletas esperando a que las llevemos a cualquier otro lugar, como si a estas alturas ya nos conocieran demasiado.

LEOPOLDO TOUR 2013. II. SALAMANCA

La sensación del 25 de diciembre por la mañana es de puro y duro agotamiento, una sensación que probablemente estén percibiendo ustedes mismos en el relato y que quizá sea injusta, quizá dentro de dos años recordemos esas vacaciones enloquecidas y nos riamos, como se dice en los tópicos, pero aquella mañana no hay risas, hay lágrimas, que es lo último en unas Navidades esperadas desde hace meses. Lágrimas de algo parecido a la desesperación y el arrepentimiento: la noche anterior hemos cenado en casa de mi madre y ahora toca devolver visita y poner lavadoras, deshacer y hacer maletas y salir a Salamanca.

Mi relación con Salamanca viene de hace años y ha sido siempre difusa. Mucho tiempo y pocos recuerdos. En el camino, a partir de Villacastín, nos metemos en una tormenta de nieve. Es emocionante. Ponemos a los Beatles y a Radio Futura y nos vamos animando conforme se acerca la meta. A los lados quedan las manchas de blanco, como quedaban en 2006, cuando la Chica Portada, B. y yo cogimos un coche para plantarnos ahí y ver a Sabina con mi tío Pancho. La entrada a la ciudad es épica. Una de mis frases favoritas del viaje, de este tour de diez días que en cualquier momento puede pisar su ciudad es: “Si siguiéramos en la Toscana, pensaríamos que esto es la hostia”. España, Campofrío aparte, a veces es la hostia, sí, el puente sobre el Tormes y la Catedral al fondo, sin andamios, castellana, imponente.

Por lo demás, la comida es de libro. Un manual de comida navideña: variada, completa y que sacia lo justo como para que a las cinco horas estemos todos juntos de nuevo comiendo las sobras. Yo sigo cansado –yo vivo cansado- pero a la Chica Diploma le viene de maravilla sentirse en casa y habla sin parar, juguetea, se tumba, se deja mimar, se engancha a películas improbables... y mientras, yo, intento no molestar, intento dejarme llevar, algo en lo que Jorge, su primo, me ayuda, porque él hace lo mismo y ahí nos quedamos: nosotros dos con nuestros iPads o iPhones y el resto charlando. Cada uno haciendo lo que necesita mientras fuera la nieve nos atrapa de nuevo como si viviéramos en una canción de Crowded House.

Antes justo de cenar, decidimos salir a dar un paseo los dos. Hace un frío impresionante, pero esto es lo que uno espera de Salamanca. Estuve aquí con seis años y he estado aquí con treinta y seis y no hay nada que vincule una cosa con otra. Viajé con dos ex novias y algo parecido a una tercera llegó a tener una tienda aquí. No está mal para una ciudad tan absolutamente desconocida, su estadio Helmántico carcomido por la dejadez y las deudas. Hubo un día en el que el Salamanca ganaba al Real Madrid y remontaba cuatro goles de Vieri. La Unión Deportiva que ya no existe, el equipo de los Morán. Mi equipo, después del Racing.

Hasta que llegaron los buitres y lo convirtieron todo en carroña para poder comérselo cuanto antes.

Así, la noche la pasamos allí, para intentar esquivar el mal tiempo, despistarlo, y a la mañana siguiente al menos no madrugamos, aunque tengamos tres horas y pico de viaje por delante. Simplemente, sacamos lo justo de la maleta, desayunamos a toda prisa y nos montamos en la camioneta, quiero decir, el coche, esta vez sin la baca encima, porque, que esto sea un Tour, no implica que nos hagan falta bicicletas.



LEOPOLDO TOUR 2013 I. LONDRES

La primera canción que suena nada más llegar a Heathrow y entrar en el cuarto de baño es “All I want for Christmas is you”. El paso de Oasis a Mariah Carey indica algo, aunque no sé muy bien el qué. Lo que sigue igual es el metro, el claustrofóbico metro hasta arriba de turistas con cara de perdidos, el inglés mezclado con portugués o francés o cualquier otro acento. La parada equivocada. Los minutos esperando en Baron Street un tren que no llega y así la noche de viernes avanza hacia el agotamiento y las caras largas, exactamente igual que en 1996 aunque el destino esté un poco más cerca: Lancaster Gate tras doble transbordo: Earl´s Court y Marble Arch.

El hotel no es gran cosa pero es algo y eso en Londres basta. La chica del servicio de habitaciones es española. No será, obviamente, una excepción: la chica del Starbucks del día siguiente también será española, como la vendedora de bolsos de Camden Town... precisamente, ahí me quedo, en Camden Town, sábado por la mañana, principio de ciclogénesis que nos pilla en pleno tour nostálgico: Sussex Gardens hasta Edgware Road, Marylebone Road hasta Great Portland Street y ahí un paseo obstinado y probablemente innecesario contra la lluvia y el viento hasta llegar empapados al barrio hipster por excelencia de la ciudad.

La Chica Diploma juega en casa: se conoce todas las tiendas. Es probablemente su momento del viaje, pero es un momento complicado porque los dos seguimos cansados del día anterior y el tiempo no acompaña. Después de comer en un restaurante español –por supuesto, las camareras, ya saben...- cogemos el metro y vamos al centro. No sé qué esperábamos del centro pero supongo que algo más navideño, algo más espectacular, como si a estas alturas yo no conociera suficientemente bien a los ingleses... Oxford Street es un continuo de paraguas y bolsas de la compra, último fin de semana antes de Nochebuena. Ella compra en un Top Shop, yo quedo con Aída y Elena en un Costa, que es como un Starbucks pero en local. Luego los cuatro nos juntamos y lo que iba a ser un café rápido se convierte en tres horas de charla.

Eso hace que el día de repente se complique, porque hasta las cuatro todo había ido incluso lento, que es la sensación que provocan los anocheceres tan tempranos pero de repente sales del café a las ocho y todo hay que acelerarlo: el paseo a Piccadilly, la visita fugaz a Leicester Square y el deambular por Covent Garden, donde un chico canta, guitarra y voz, “All these things I´ve done” ante un entrañable público de hooligans borrachos.

El resultado de tanta aceleración, tanto viento y tanta lluvia es de nuevo el cansancio. Más aún si a los retrasos se suma la obstinación en el caminar, en disfrutar de Londres como si uno no pudiera saltarse una pantalla. Cansancio en la vuelta y finalmente metro –no me gustan los autobuses, me ponen nervioso los autobuses en general, no solo los ingleses, supongo que disparan mis inseguridades- hasta el hotel donde simplemente deseamos que el día siguiente sea mejor.

Y lo es.

Es un día estupendo, sol y bollos en una cafetería de Marble Arch, paseo por Hyde Park donde los locos del Speaker´s Corners aún no han llegado, expectación en Buckingham Palace por lo que parece la salida de la reina y no es sino un espectacular cambio de guardia de las 12. Así sí, así da gusto, así se puede pasar Green Park y Saint James´s Park y de vuelta, ahora con más calma, a Covent Garden para comer paella al aire libre, una paella insípida pero paella al fin y al cabo, una acróbata sostenida en el cielo con un micrófono inalámbrico en la boca, paseo hacia el río Támesis, desde el London Eye hasta Westminster Abbey, las Casas del Parlamento incluídas, cómo no, porque por típicas que sean, siguen siendo preciosas, y a las 4, por supuesto, la noche y la vuelta al hotel porque no queremos repetir errores.

Una vuelta que, pese a todo, vuelve a hacerse larga, Park Lane rodeando Hyde Park, hoteles de lujo y Aston Martins últimos modelos, después Bayswater Road, que a la Chica Diploma le recuerda a Párroco Eusebio Cuenca pero en más larga, y no le falta razón, especialmente a oscuras, cuando todos los gatos son tan pardos que igual te da tener a un lado vías abandonadas de tren que los Jardines de Kensington, porque, al fin y al cabo, no se ve nada.

Y así llegamos al lunes, al día ciclogénico por excelencia, ya desde la mañana. Una lluvia y un viento brutales que nos acompañan por Queensway, dejando atrás el típico restaurante de carne escocesa en el que cenamos el día anterior y nos impide disfrutar de Notting Hill como deberíamos, Portobello Road limitado a pequeñas tiendecillas de recuerdos, librerías de música, Kensington Church Street hasta Kensington High Street, café en una patisserie donde la chica no es española pero tampoco es francesa, sino italiana. La ciudad donde nadie es de donde parece. Comida en el Whole Food Market de al lado del metro, una tienda-restaurante enorme de productos mayoritariamente ecológicos y con una supuesta vocación de comercio justo, y a la salida, el caos más absoluto: un viento como para echarte hacia atrás, el mango del paraguas torcido, un vano intento de cruzar el parque para llegar en línea recta al hotel porque el parque es en realidad una piscina embarrada.

Así que metro, sí, metro de nuevo a Lancaster Gate y Bayswater Road y precios de Internet abusivos en nuestro hotel de tres estrellas y programas enloquecidos de la ITV, McDonald´s, jamón de york, cinco horas de sueño y de nuevo de pie, de nuevo la ciclogénesis, desayuno a las seis de la mañana, carrera a Paddington, Heathrow Connect por los pelos... y sorprendentemente aviones que aterrizan y despegan en Madrid. Con muchos botes, con mucho miedo, con todo lo que quieran, pero aterrizan y despegan. El 24 de diciembre a la hora de comer. Justo a tiempo para la siguiente etapa.