martes, diciembre 02, 2014

A cara o cruz



Los datos del paro. La frase me pone nervioso, como si el problema del trabajo en España fuera un problema aritmético, de sumas y restas. Puede que mi experiencia no sea representativa pero yo no he tenido muchos problemas nunca para encontrar trabajo, otra cosa es que haya encontrado trabajo bien pagado, donde se me respetaran determinados derechos y tuviera la oportunidad de contar con un contrato que fuera más allá del año de duración. Eso, sinceramente, no me ha pasado nunca. Lo más cerca que he estado, quizás, fue en la Escuela Oficial de Idiomas, cuando me pagaban bastante bien por trabajar relativamente poco. Poquísimo, según Aguirre y Figar.

El problema ahí es que era interino, te llamaban de un día para otro y te despedían de un día para otro. Como suena. Y de repente llegó 2010 y dejaron de llamar, sin más. Para cuando volvieron a hacerlo en 2011, esperando que yo estuviera ahí esperándoles con un ramo de flores en la mano, había encontrado otro trabajo: también dando clases, ganando mucho menos dinero, con horarios enloquecidos y con un contrato que no iba más allá de junio sin vacaciones ni historias. Ahora bien, era un trabajo y según los economistas, una señal de salud en el país.

Si destruyes tres millones de empleos no debería de ser tan complicado volver a crearlos. Basta con decirles a los que has echado que vuelvan cobrando la mitad. En serio, con el tiempo y las desgracias la gente se ablanda mucho. El día que economistas y periodistas se pregunten por el cómo en vez de por el cuánto puede que todas estas ruedas de prensa y vítores generalizados tengan algún sentido. El problema es que te explican el cuánto porque el cuánto no lo sabemos. El cómo lo sabemos de sobra.

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No hablé demasiado de la reunión del taller y dio para más que para mi reivindicación de tipo incomprendido. Incluso Marina me ha escrito preocupada y pidiendo perdón. Por ejemplo, la cena sirvió para conocer a Pedro y a Almudena y hablar largo y tendido sobre cine y cortometrajistas. Aquellos tiempos de Guacamolo y el Notodo. A mí siempre me pareció un mundo divertido, la verdad. La generación del "ron-cola", que decía Arturo Ruiz. A Pedro no tanto, pero yo creo que es porque él se dedica a ello y el grado de implicación siempre es mayor. La cosa pierde color cuando la piensas dos veces, ya saben...

Sin embargo, comparado con el mundo de la música o de la literatura, me sigue pareciendo el mundo más "sano" y con eso me refiero a que la gente más entusiasmada por hacer cosas, les dé fama o no, les dé dinero o no, es la del cine, al menos los que están empezando en el cine. En la música todo lo que importa es cuánto follas, a quién te follas, a quién te vas a follar y variaciones sobre el tema. Cuando te encuentras con alguien que te habla con pasión sobre un disco, alguien como Jorge Marazu, por ejemplo, te enamoras inmediatamente.

Y en cuanto a la literatura, la verdad es que nunca he encajado. Demasiados egos, incluido el mío. La sensación de que solo importa a quién conoces y que cualquier conversación va a acabar en el momento en el que se cruce un editor y acapare todas las miradas. Relaciones de poder algo insanas. Ahora bien, insisto, puede que a Pedro le parezca el mejor de los mundos posibles y sea yo, el que me dedico a ello, quien le pone pegas absurdas.

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Parece que Podemos sigue empeñado en medirse el pene.

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A la hora de comer, un poco antes quizá, suena una explosión y el suelo de la casa tiembla. En seguida salimos a la terraza. Nosotros y los demás vecinos. Alrededor del metro hay policía y alguna gente corriendo. Nos asustamos y pensamos en lo peor, pero la respuesta llega en Twitter casi al momento: una explosión controlada para derribar una torre de agua.

El problema es el concepto de "explosión controlada". ¿Controlada por quién? Junto a la torre hay una playa de cristales rotos y ventanas destrozadas. Los bomberos hacen lo que pueden porque la que se ha liado es importante. Ninguno de los que "controlaban" les ha avisado ni ha avisado a los vecinos que se han quedado sin cristales ni a los viandantes asustados ni a la policía municipal que tiene la sede justo en la calle Bolívar, a juzgar por las carreras que se metían nada más oír el ruido.

En Prosperidad este tipo de cosas pasaban a menudo. Despertarte con una explosión, quiero decir, y luego ver la explosión repetida en los telediarios durante días. En el barrio llegamos a convivir con ETA con una naturalidad pasmosa, paradójicamente antinatural, diría. A veces era López de Hoyos, a veces era Corazón de María. Oías la detonación, cruzabas los dedos y salías a comprobar que todo estaba más o menos en orden.

Al menos, por decir algo positivo del barrio, los ultras no se citaban en Clara del Rey para matarse a batazos.