miércoles, octubre 22, 2014

Tre Parole



A Vicente Ramos se le pone de vez en cuando un acento marcadamente madrileño, de la Prospe. "He vivido en Mantuano, Marcenado y Nieremberg", matiza. Yo viví 30 años en la siguiente paralela al otro lado de López de Hoyos. Habla sobre tiempos en los que todo era más fácil: "No había contratos, la ficha federativa se renovaba año tras año y ya está". No había contratos pero había derecho de retención, eso también es verdad, aunque tal y como lo cuenta Vicente todo es sencillo: el Ramiro, los ligoteos, incluso Pedro Ferrándiz...

Cuando salimos del bar, frente a la ABP -antes hemos estado tomando un café con Alfonso Reyes, pero Alfonso guarda esa distancia que guardamos todos los nacidos del 70 en adelante-, le vuelvo a insistir en la necesidad de que los legados se respeten, que los chavales de ahora sepan quién fue él, quién fue Juan Martínez Arroyo, quién fue José Luis Sagi-Vela... "Los chicos tienen que aprender historia, no baloncesto", dice, y en eso estamos de acuerdo porque historia, además, cada vez se aprende menos.

Pero esta manía de empezar cada vez de cero, que cada generación conozca solo a sus héroes, me resulta de una pobreza enorme. En vez de tenerlo todo, querer tener la mitad. O un cuarto. Tu cuarto. "Los chicos de ahora van con sus cascos y su iPad, nosotros nos pasábamos el viaje de risas". Los chicos de ahora lo último que quieren es que les molesten, como si cualquier noticia que les pudieran dar fuera, por definición, mala.

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A la salida de la reunión, recorro andando el pasillo verde de Vallejo Nájera silbando "La soledad" de Laura Pausini. No me doy cuenta hasta pasado un buen rato y en ese momento me siento ridículo: un casi cuarentón barrigudo con su barba malasañera y sus folios bajo el brazo silbando canciones adolescentes de hace veinte años. Luego pienso que la única posibilidad de que eso sea realmente ridículo es que alguien reconozca la canción, cosa poco probable.

Y, en ese caso, el ridículo sería tan suyo como mío.

Por cierto, Álida y Carlos se sorprendían el otro día por mi facilidad para aprenderme canciones en italiano. Tiempos locos del Instituto de Cultura. Raffaella Carrá, Tiziano Ferro, Jovanotti, incluso la entrañabilísima Valeria Rossi y su canción que no tenía ningún sentido en castellano. Propuse un tema así para el próximo número de JotDown. También propuse un viaje por la Toscana, un viaje maravilloso de un par de enamorados recién casados que conciben su primer hijo en algún lugar entre Florencia y Pisa mientras a ella le pican mosquitos gigantes.

Me acabó tocando Dino Meneghin. 

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Pienso de nuevo en la metáfora del Titanic. Volviendo a casa desde Cuzco, entrevista con Quique Villalobos. El problema no es que el barco se hunda y los de los botes nos echen a palazos, esa no es la metáfora correcta. La metáfora correcta, por manida que esté, es la de una orquesta que sigue tocando pese a que el barco se va a pique y no solo toca sino que todos se matan entre sí por ser los músicos. 

Eso le genera al director de orquesta la sensación de que realmente está dirigiendo algo, cosa que, obviamente, hace tiempo que no sucede.