domingo, octubre 05, 2014

Mama Lover



No parece octubre, parece otra cosa que no es exactamente verano sino la llegada del verano. Parece finales de abril, principios de mayo... la camiseta de manga corta es suficiente, la gente parece contenta por la calle Preciados y Rocío acaba de comprar un polo de la selección española de fútbol para un amigo egipcio. Es una de esas tardes madrileñas en las que nos sentamos en los cafés de Ópera a ver a manifestantes correr delante de una amenaza fantasma mientras el puto helicóptero recita su nana desde lo alto.

Somos cuatro. Casi siempre hemos sido cuatro pero nunca los mismos. Es lo que tienen los años. La formación de hoy la completan, aparte de Rocío y de mí, Fer Heads y la Chica Disney, que no deja de achucharme y repetirme lo guapo que estoy; yo, con mi barba canosa y mis arrugas bajo los ojos, cara de cansancio y sueño tras la celebración de ayer. Hablamos poco de nosotros, o a mí al menos me cuesta un poco seguir la conversación con claridad, me da la sensación de que sí, contamos cosas, pero no profundizamos demasiado. Quizás ese es nuestro encanto.

Mi labor de padre primerizo es enseñar mil fotos del pequeño y su madre. Son preciosos y en eso hay un consenso absoluto. La Chica Diploma es tan guapa que a veces da rubor recordarlo, así que prefiero que lo digan los demás.

Salimos del café -no se confundan, aquello no era el Pombo, aquello era un sitio más que agradable donde sonaban los B-52 y una canción que confundimos con Mumford and Sons pero era de Edward Sharpe- y nos vamos a la Casa del Libro y a la FNAC, donde Rocío tiene que comprar unos métodos de español y yo aprovecho para cotillear si "Ganar es de horteras" sigue en las estanterías, pero no, no sigue, y es decepcionante, claro.

Ayer revisé un poco el libro de nuevo. Un par de capítulos, no más. No es el libro que quería haber escrito pero es un libro que no está nada mal, hay que reconocerlo. Lo releí porque estuve con Miguel Ángel Martín charlando sobre los mágicos 90 y siempre que me pasa algo así me vuelvo apurado a casa a comprobar que no he escrito ninguna barbaridad sobre él. No, no la escribí. Es complicado hablar sobre gente que para ti no era gente, que eran ídolos o villanos y de cuyas decisiones, fracasos o aciertos dependía en parte el estado de ánimo del resto de la semana.

La charla con "El Cura" fue muy amable. Yo creo, modestamente, que pongo de mi parte, porque a mí me gustaría escribir un libro en el que todo el mundo fuera bueno y feliz, algo que por supuesto no será posible. Estuvimos en El Tambor y me quedé con las ganas de preguntar a los camareros si se acordaban de mi padre y si sabían que estaba muerto. Darles la noticia o permitirles el pésame. A Miguel Ángel se le iluminaban un poco los ojos cuando hablaba de su nieta, yo tenía una sonrisa en la boca algo estúpida cuando hablaba del Niño Bonito.

Por cierto, Álvaro ha aprendido a darse la vuelta en el suelo. Sé que no es una gran noticia y que todo el mundo, en algún momento, termina aprendiendo a darse la vuelta en el suelo, pero no todo el mundo es mi hijo así que permítanme que me recree: el niño gira todo su cuerpo hacia un lado y acaba dejando que la gravedad le gire 180 grados hasta terminar boca abajo y apoyado en los codos, con la cabeza alta, oteando lo que hay. Lo que pasa es que, aunque no tiene ni cuatro meses, lo que hay le aburre y se desespera y empieza a gritar y a llorar y entonces nosotros le damos la vuelta de nuevo, le dejamos boca arriba con sus juguetes, todo para que a los dos minutos inicie de nuevo las maniobras y acabe cara al suelo, empeñado en gastar todas sus fuerzas en algo que quiere hacer por cojones pero que ni le gusta ni le sirve de nada.

Hay algo en mi hijo que me recuerda a España.

En resumen, sábado de octubre por el centro. Rocío dice que no sabe cómo hacen los de la plaza el numerito ese de que uno parece sostenido desde la nada por el otro. No sé si lo han visto y además mi descripción no ha sido precisamente gloriosa. Tampoco la de Rocío, y eso hace que demos vueltas por Sol buscando algún ejemplo, pero no lo encontramos. Le silbo a Fer dos canciones que me llevan dando vueltas por la cabeza estos días pero solo me da el título de una, el "Mama Lover" de Serebro. Luego me enseña el vídeo y aquello parece una cámara oculta en la Facultad de Ciencias de la Información.

La otra canción nos suena a todos pero no recordamos ni el nombre ni las cantantes. Demasiada acumulación. Nos despedimos con naturalidad, como si Rocío no se fuera a El Cairo mañana mismo porque intuimos que no nos vamos a echar de menos. Hemos aprendido tan bien a vivir con cierta distancia de por medio que la melancolía solo aparece cuando los dos estamos en la misma ciudad y recordamos aquellas Nocheviejas en las que los únicos invitados éramos ella y yo. La decadencia. Y después de la decadencia, esto, algo parecido a la calma, sin saber si la tempestad ha pasado o está aún por llegar.