domingo, octubre 26, 2014

Málaga 2014.III. El patio


Solo conocí a una bisabuela. Eso sí, la conocí durante veinte años, que no es poca cosa. Al principio, la cosa me resultaba un poco confusa porque ya se sabe que un niño, en cuanto empieza a colocarse en el mundo, lo primero que quiere es que le expliquen el escalafón para así ir haciéndose a la idea de dónde queda él. Así, mi bisabuela era "la abuela mayor", una especie de "primus inter pares" de la senectud y jugábamos a la canasta en su cuarto del fondo del pasillo a la izquierda.

Mi bisabuela vivió en Asturias, México, Cuba, Marruecos, País Vasco y Madrid. Fue cuñada del presidente del gobierno y se quedó viuda, como tantas, en 1936. Todo esto antes de cumplir 42 años. Yo recuerdo que, cuando era pequeño y me acostaba por la noche le pedía a dios -todo niño que tenga una idea de escalafón tiene a la fuerza que tener una idea de dios, aunque ambas sean borrosas- vivir hasta los 80 y que todos mis familiares llegaran a la misma edad. Dios, a lo que se ve, ha decidido hacer media, aunque con la bisabuela se le paró el cronómetro, a lo Byron Moreno, y se le fue a los 103, momento en el que decidamente mandó parar.

Una de las cosas en las que piensas cuando te conviertes en padre y no hay algún agujero urgente que tapar es en qué personas serán importantes en la vida de tu hijo. Uno de los motivos para venirnos o no venirnos a vivir a Málaga será ese: ¿qué clase de futuro le espera a él aquí, qué encontrará cuando se pinche la burbuja? Por esa misma deriva, mi abuela ha dejado de ser mi abuela y ha pasado a ser la bisabuela del Niño Bonito, que, como he dicho, no me parece poca cosa. No solo eso: es la madre del abuelo del niño, el que no está, el que centrará la mayoría de las preguntas.

Quizá algún día jueguen juntos a la canasta o al continental en alguna mesa camilla. La puerta hay que dejarla abierta aunque es cierto que mi abuela ha sido la que con mayor ánimo ha recibido la noticia de la posible mudanza. A ella le gusta Málaga y no le gusta del todo Madrid. Tomamos algo en la azotea a la que invitamos a todas las visitas como si fuera nuestra pequeña sala de estar y después la llevamos a El Patio, el maravilloso restaurante donde ayer disfrutamos de arroz y patatas bravas.

Digo "la llevamos" pero lo cierto es que a mi abuela no la lleva nadie. A sus 84 años y medio se coge el tren desde Fuengirola, viene andando al hotel, sube y baja escaleras como hace veinte años y pasea por Larios sin la menor muestra de cansancio, antes del camino de vuelta a la estación, el tren, Fuengirola... No sé si mi abuela llegará a los 103 años, solo faltaría que yo supiera eso. Desde luego, tiene toda la pinta. Eso serían 19 años con Álvaro, una suerte inmensa para el niño.

Recuerdo la muerte de mi propia bisabuela como algo inevitable y a la vez con el miedo del gol que "abre la lata". No fue así. Hubo que esperar otros diez años hasta el siguiente entierro, el de mi abuela Gloria, para que las cosas se embalaran. De todas formas, es verdad que su longevidad hacía de dique y que con diques siempre vive uno más seguro.

Por lo demás, un día excelente en Málaga capital, un domingo con todo lo que no tuvo el sábado. Pasó el fin de semana y nuestro hotel se ha vaciado, solo quedamos los raritos que viajamos en lunes y los turistas que preguntan por Gibraltar. Esta mañana, el niño ha deleitado al resto del comedor con unas bonitas canciones que no sé si han sido suficientemente apreciadas. Luego nos las ha repetidoa nosotros en la intimidad. Yo a veces le llamo "bicho" y "monstruito" y "bobezno, el superhéroe bebé". Quizá, después de todo, haya en mí un escritor de literatura infantil en potencia.