domingo, octubre 19, 2014

La grande bellezza



Los primeros 15 minutos de "La gran belleza". La saturación visual, la explosión de impactos imposibles de asimilar, la editora enana caminando por la mesa como si estuviéramos en "La parada de los monstruos". El hermosísimo homenaje a la cocaína que son esos 15 minutos y el resto de la película, con la sutileza de no hacerlo explícito hasta casi el final. La decadencia, por supuesto. La decadencia del lujo, a lo Capote, porque a mí Jep siempre me recordó a Capote, en cada escena de la película. Un Capote europeo, si quieren, un Capote más refinado y menos artificioso.

Un libro de Scott Fitzgerald que tuviera a Capote como protagonista.

Algunas cosas de Sofía Coppola, algunas de Jean-Pierre Jeunet (pocas) y esa estética video-clip que enamora al pesado de Baz Luhrmann y que aquí alcanza lo sublime. Me habían dicho que a veces era pedante pero no vi la pedantería en ningún lado. Me alertaron de su pretenciosidad pero lo que encuentro es genio y talento puro. Una obra de una densidad que obligaría a cualquiera a planificarla y desarrollarla durante una vida entera. A Sorrentino, en cambio, le bastaron unos pocos años. Sorrentino, por tanto, como genio contemporáneo, genio del vacío -"cuando el vacío llegue, recuerde que siempre podrá contar conmigo"-, Roma de noche y el Coliseo debajo de las fiestas, debajo de los políticos esposados.

Una panda de inútiles enclaustrados en el siglo equivocado. Un camarero que espera en la mesa del catering pidiendo ayuda. La "cara B" de Fellini, Mastroianni envejecido, viejo cínico y venido a menos. Roma, en general, venida a menos, sin Anita Ekberg en la Fontana de Trevi, solo la misma belleza artificial repetida en cada rostro. Una belleza que no alcanza nunca el ideal porque el ideal es la adolescencia. En realidad, la película no es sino la búsqueda adolescente de esa belleza primigenia: el mar, el faro, el amor de verano, la primera chica enamoradiza que te dejó ver sus senos. "Sois tan bellos", le dice emocionado a Jep a una pareja cuyo único afán antes de dormir es cenar y ver la tele un rato.

La mediocridad como posibilidad de belleza o, más bien, como rendición. Renuncia a la gran belleza para concentrarse en la belleza rutinaria. Bailarinas de strip-tease que ven olas en un techo blanco como putas de Girondo.

Y, sin embargo, ¿es de verdad bella la mediocridad?, ¿es de verdad al menos "deseable"?, ¿por qué no la cocaína, el dinero derrochado, el happening estúpido, la niña artista, el ático con vistas imposibles? La tentación de la decadencia, la fiesta continua, la mañana como desconocida. Piénsenlo un momento, ¿quién preferirían ser?, ¿Jep Gambardella o su entrañable criada sudamericana? La mediocridad pequeñoburguesa como ansiolítico, pero poco más. En serio, poco más. Cocainómanos frente a resignados. Ficción contra ficción. El truco no es hacer desaparecer la jirafa es conseguir que todos crean que están viendo una jirafa.