martes, octubre 21, 2014

Cambalache



La charla con Toño Angulo es la más triste del mundo: terraza del Café Gijón, un mundo que se acabó y otro que va a acabarse en breve. Le digo: "Bueno, habrá que seguir intentándolo" y él dice: "O no". Rendirse, por tanto. Ir a por el dinero, allá donde esté el dinero si es que hay dinero más allá de Miguel Blesa y Francisco Nicolás. Lo demás es el Titanic hundiéndose y a mí no me parece mal que el Titanic se hunda porque esas cosas pasan, lo que me molestan son los que están metidos en los botes dándote remazos para que no te subas, como si hubiera un Carpathia dispuesto a rescatarles.

Así que lo importante ya no es nadar bien sino nadar rápido. Quizá siempre lo haya sido.

Le hablo de la degradación. No ya de la profesional sino de la personal. Los emails no contestados, las llamadas no devueltas... la sensación de que con 37 años tú estás mejor que con 23, pero todo alrededor es más complicado. "Para cada espacio en una revista que paga hay 25 pidiendo paso", me dice, resignado, mientras vemos cómo los grandes medios siguen derrumbándose o empiezan a balancearse como Torres Gemelas. Da igual, insisto, eso siempre pasa. Una industria se acaba y se convierte en algo clandestino. La manera de morir, sin embargo, es importante, y esta manera altiva, de amiguetes que buscan salvarse a cualquier precio, de desesperación por ponerse el primer salvavidas que ves, las faltas de respeto que aguantas con un "lo siento, lo siento" como un perrito apaleado... todo esto me parece francamente evitable.

Toño está de acuerdo. Los dos tenemos un hijo. Nuestros dos hijos son muy pequeños, no llegan al año. Siguiendo la teoría que dice que un padre siempre preferirá que le pase algo malo a él a que le pase algo malo a su hijo, solo puedo desear que su generación tenga más dignidad que la mía.

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Si el discurso de Podemos caló tanto entre los descontentos fue en parte por todo lo anterior: la miseria económica acompañada de la miseria moral y la conciencia de que hay una "casta" que te pone la pierna encima para que no levantes cabeza. Todo muy televisivo, como ven. Políticamente, en este momento, me parece una estrategia brillante y un concepto muy bien empleado: señalando la "casta" política, cada uno puede imaginar la propia "casta" que le machaca día a día: el grupo de poderosos al que es imposible acceder.

La "guerra de clases" transformada en "guerra de castas" desde el momento en el que se ha demostrado que un sindicalista con tarjeta opaca deja de ser sindicalista al instante.

El problema, y esto no es solo cuestión de Pablo Iglesias, es que, igual que en el marxismo pasar de una clase a otra era imposible, o al menos improbable, lo de las castas no está tan claro. Joder, si hasta un niño de 20 años ha estado llamando al Rey para consolarle. Colarse en la "casta" no es tan complicado y convertirte en la "casta" de tu propio entorno, mucho menos. Quizás esa es la decepción que muchos han sentido en Vistalegre estos días, la conciencia de que detrás de todo no estaba "la gente" sino que estaba el pastor que guiaba al rebaño. O conmigo o contra mí. Si no te gusta, apártate. No hacía falta regenerar la democracia para acabar diciendo esas cosas.

En cualquier caso, qué quieren que les diga, el tipo puso su propia cara como logo electoral del partido político. Su cara repetida en un millón de papeletas que acabaron en las urnas. Tampoco era tan difícil de ver.

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En la consulta del internista ponen las mismas canciones que ponían en Italia el año pasado y nosotros nos aprendimos de memoria mientras recorríamos la Toscana. RDS Grandi Sucesi. Eran malas entonces y ahora, además, son aburridas. Tengo el "Cuaderno Gris" de Josep Pla sobre las piernas pero me cuesta concentrarme: primero, porque la música no acompaña; segundo, porque estoy agotado, realmente agotado, todo culpa de la citada incapacidad para rendirme. La constancia. La última bola, recuerden.

Con todo, parece que nos vamos a llevar bien. El prólogo lo firma Dionisio Ridruejo, que si no es una de las figuras españolas más fascinantes del siglo XX se aproxima. Pla utiliza signos de admiración cada cuatro líneas y yo recuerdo inevitablemente a Arcadi Espada. Leí hace un tiempo un diario suyo sobre Madrid durante la proclamación de la República y me pareció exquisito. Sé que hay un neo-plaísmo vigente como hay un neo-cambismo porque a algo hay que agarrarse y si no quedan transatlánticos pues habrá que subirse a galeones, a ver si queda oro en algún lado.

No avanzo demasiadas páginas, un poco de biografía y ya está. Al rato, me llama el médico, él también con un aire cansado, y me rellena cuatro volantes de Adeslas aunque insiste en que él cree que o duermo mal o simplemente es un cansancio psicológico, sin descartar que sean las dos cosas. Al salir, ya es noche en Madrid, un Madrid de nuevo primaveral y el Niño Bonito tiene el culete un poco mejor, que es lo que realmente importa. Toño me manda un mensaje al móvil diciéndome lo bonito que es el crío y yo solo puedo contestarle: "Es precioso. Como su madre. Soy un hombre afortunado". Y es una verdad como un templo.