miércoles, junio 18, 2014

We all live in a yellow submarine



La Chica Diploma pone el disco que compré de canciones de los Beatles para bebés y lo pone a un volumen muy moderado. Mañana de miércoles en el barrio de Planetario, toldos subidos, un gato negro se cuela por la rendija de una ventana desafiando el abismo. La selección combina canciones alegres y otras para dormir. Empieza por "Michelle" y acaba por "Yellow submarine". En medio hay algunas elecciones sorprendentes, como "She´s leaving home" -mejor no ir metiendo determinadas ideas en cabezas de neonatos- y "Nowhere man", que es algo así como decirle al niño, "bienvenido a tu vida mediocre".

En la tele, unos señores muy ordenados deciden que no se puede llevar pelo largo ni tatuajes ni pendientes a un puesto de trabajo, que solo faltaría.

El Niño Bonito mientras tanto sigue dormido a mi lado, televisión ya apagada, libro de Coradino Vega en la mano, el mismo que me acompañó durante las 42 largas horas del parto -mentira, el parto fue tan largo que me dio tiempo a acabar el de Jacobo Rivero antes-. Bosteza de vez en cuando y respira con repuntes de agitación. Por lo demás, cada cinco o diez minutos abre sus ojos rasgados y si lo que ve no le gusta -suelo ser yo- los vuelve a cerrar y a lo suyo.

Pienso en este tipo de vida. El tipo de vida en el que es miércoles, insisto, y no hay nada que hacer por delante más que compaginar páginas de un libro con miradas embelesadas a mi hijo. "Es hipnotizante", dijo la Chica Diploma, que se encarga más de las noches, unas noches por lo demás tirando a plácidas porque este bendito ha venido al mundo con la idea de su padre: intentar molestar lo menos posible. Otra cosa es que lo consiga, porque su padre desde luego ha fracasado estrepitosamente.

Es una vida que le hace pensar que a lo mejor Fuerteventura está en uno mismo. Sé que esta idea se puede encontrar en cualquier libro de Elsa Punset y es bastante barata pero es la típica cosa que uno piensa cuando su hijo está arrugadito a su lado en el sofá, justo debajo del sobaco, buscando pezones inexistentes, y tiene solo cinco días. Piensa que podría quedarse el resto de su vida así, sin trabajar, sin escribir, gastando el dinero que heredó de su padre, arruinándose poco a poco mientras ve crecer a su hijo, día a día, mes a mes, año a año...

Acabar arruinado y sin un duro, completamente olvidado por las masas y las editoriales y los periódicos y los alumnos de inglés, pero con mi hijo al lado. Los dos solos por la carretera, pelo sucio, recordándole que nosotros llevamos el fuego y que lo único de lo que tiene que preocuparse es de ser feliz.