domingo, junio 29, 2014

All the way to Reno (You´re gonna be a star)



Hablo con Rose of Sharon. A ella le queda un mes, algo menos. Tiene ganas de verle la cara y a la vez le da pena dejar de estar embarazada. Igual que la Chica Diploma. Cuando trabajábamos juntos, hace doce años, me ponía la canción que tienen arriba en los cascos y me intentaba alejar de la rutina de llamadas en un call-center para animarme cara a un futuro improbable. Canciones que ahora ya no puedo cantar para mí, por supuesto, pero sí para mi hijo.

Y es que al Niño Bonito, de momento, le puede el ego. Cómo culparle. No hay cólico que resista el soniquete de su padre repitiéndole lo guapo que es y haciendo una especie de baile indio por el pasillo. A veces se resiste un poco más, coqueto, y otras cae inmediatamente rendido a la adulación. En estos días, sinceramente, ha habido momentos de pensarnos muy seriamente pasar nuestro estado civil a Defcon Uno pero hemos sobrevivido. Hemos sobrevivido nosotros y ha sobrevivido él, que tiende a echarle un poco de cuento para conseguir una buena ración de brazos.

Esa es mi vida ahora, o quizá la haya sido siempre solo que ahora hay pañales y convencionalismos. Casado y con un hijo y todo ese rollo. Quizá sea el momento de maravillarse y recurrir al manido "Con lo que yo fui" pero la verdad es que 37 años me han dado para ser muchas cosas -salvando a Matilde Urbach, por supuesto- y una de ellas ya era el chico soso que se quedaba en casa todo el día y no salía con sus amigos ni trasnochaba más de lo necesario.

Lo que me preocupa estos días es cómo conciliar esta vida de padre responsable con la de trabajador activo, es decir cómo alimentar a mi hijo más allá de su ego. Escribir después de Fuerteventura ya era un reto, ¿qué podemos decir de escribir después del Niño Bonito? ¿Y de dar clases de inglés después del Niño Bonito? ¿Cómo demonios se vuelve de aquí a la mediocridad? Por las mañanas, lo reconozco, le echo de menos. A ese punto hemos llegado. Abro los ojos tarde porque la Chica Diploma se queda con el turno más complicado y quiero que se despierte ya y se eche a llorar como un loco y así tenga que cogerle yo y dejarle dormido en mis brazos.

Echo de menos a mi hijo, me gusta como suena.

Y cuando despierta, lo dicho, a veces llora y a veces, no. Normalmente, sí, para qué engañarnos, pero cuando se queda tranquilito, la cabeza cada vez más formada, quince días ya en este mundo, una cierta pausa dentro de sus recurrentes ataques de ansiedad, ese momento es de una felicidad completa. Felicidad suya, mía y de la Chica Diploma, los tres en nuestra burbuja de amor y mimos. Supongo que cuando lo miramos, tan perfecto, los dos pensamos satisfechos: "Lo hemos conseguido" y de alguna manera nos maravillamos por ello, por conseguir nosotros también la felicidad aunque haya sido relativamente tarde: una casa con niño alegre, libros por todos lados y un montón de diplomas que colgar. El resumen de nuestras vidas.

A veces, le hablo al bebé y a mi mujer le hace gracia. Le cuento cosas sobre mí, sobre él, y, mientras, abre mucho los ojos, como si le interesara. Hablamos de chicas y de playas con rastas. Estaba a punto de escribir que yo lo único que quiero es darle a mi hijo las herramientas para que él se abra camino como quiera, pero luego me he dado cuenta de que hasta eso me da miedo: darle las herramientas equivocadas, ¿se imaginan? Y el pobre dando martillazos a una catarata. Acompañarle a recoger las herramientas me bastaría, supongo, o decirle: "Mira, herramientas" y que él ya vea. No sé, supongo que lo complicado de todo esto es poner la distancia entre querer y poseer.

En ese sentido, mi hijo es como todas las mujeres que han pasado por mi vida, así que no es de extrañar que si no estoy preparado para la paternidad por lo menos lo parezca.