lunes, mayo 19, 2014

Ocho años y medio



Últimamente, por las mañanas, me pongo Nacho Vegas en el Spotify mientras me ducho. Reconocerán que tiene sentido y se ajusta a mi nuevo estado de ánimo. Esta mañana tocó una combinación de "Nuevos planes, idénticas estrategias" y "Ocho y medio", que son dos canciones que te dan tiempo incluso a frotarte detrás de las orejas y afeitarte con calma. Lo bueno de las canciones de la ducha es que te permiten soñar con que eres otro, pero ni siquiera otro inventado sino un otro que fuiste en algún momento, un otro que obviamente se escabulle en cuanto se abre la puerta y le das a la pausa del iPad, pero un otro que deja aroma para el resto del día.

Ocho años y medio. Con cada canción uno debería poder elegir su nostalgia, seleccionarla en el menú y abrir la pantalla. Yo al menos lo intento. A mi manera. Esta mañana la duda era si acordarme de Hache o acordarme de la Chica Ratón. En el fondo da igual porque lo que uno hace cuando recuerda a alguien es recordarse a sí mismo con ese alguien, así que no supe decidirme: hace ocho años y medio que Hache me descubrió la canción y me descubrió un mundo y yo creo que se lo he agradecido mil veces y en ese sentido no se puede decir que no haya sido generoso. 

Solo en ese sentido, quizá.

Hace ocho años y medio, también, vi a la Chica Ratón por última vez. Puede que haga algo menos si contamos encuentros muy furtivos propios de vecinos de un mismo barrio. Por un momento, más que a 2005 retrocedí a 2003, cuando mi abuela se cayó en casa y tuvo que venir la Cruz Roja y acabó con una fisura en una costilla en el Hospital de La Princesa y ahí me fui yo el primero -tarde o temprano los móviles encuentran cobertura- y ella me acompañó, dejó su cena y se fue conmigo por una extraña concepción de la lealtad, un "no puedo dejar que este chico se vaya solo al hospital aunque ya no le quiera, aunque quiera a otro, aunque en realidad haya hecho todo lo posible por hacerme la vida imposible durante un año y medio".

A mí esa Chica Ratón me gusta y me gusta el Chico Escritor que devolvió lealtad con lealtad y la acompañó en los fines de semana solitarios de 2004, cuando los dos íbamos como jubilados a comer raciones de patatas a La Bodega y recordar tiempos pasados en la calle Daganzo. La ausencia, la desaparición de la Chica Ratón tuvo de traumático lo que tiene de traumático la ruptura de cualquier pacto no escrito. Si se piensa, se entiende porque si se piensa se entiende todo, pero duele, claro que duele. De alguna manera, modifica el mundo tal y como lo entiendes y te previene, es decir, te acojona.

Hache apareció justo cuando desapareció la Chica Ratón. De hecho, coincidieron muy brevemente en el tiempo, una llamada desde un NH de Barcelona en la que le contaba a una que había conocido a la otra. Nuestra última llamada. Hizo falta que mi abuela -de nuevo, mi abuela, presencia recurrente- sufriera una demencia senil para que me volviera a coger el teléfono. Yo sé que la infidelidad es algo feo y castigable pero un castigo que parece una venganza me parece sencillamente asqueroso. No se puede perdonar a alguien dos años y cuando menos se lo espera dejarle tirado.

A ver, poder, se puede, pero, insisto, duele. Y a veces uno se cansa de justificar cada horror con literatura.