viernes, mayo 23, 2014

Cuando no me acordaba de ti, pensaba en las otras



El vídeo me remite a los tiempos en los que juntamos a tanto talento de la manera más desapercibida posible: Marazu, Patricio, Pancho, Zahara, Álex Martínez, Izal, Tucan Morgan... todos ellos gratis en el Costello para los 20-30 espectadores como mucho que se reunían ahí, Álvaro de anfitrión, Anne a menudo detrás de la barra. No es un vídeo buscado, simplemente quería poner algo de Marazu porque ayer estuve en un concierto suyo pero, mira, una acaba encontrando lo que se merece.

Jueves de pequeña locura en Madrid, con seis horas de clase, demasiada agitación, estómago revuelto, charla con David Testal seis años después sobre el mundo como voluntad y el mundo como representación, sueño y realidad y muertos que se aparecen de noche. Casimiro acechando al borde de las carreteras. David me pregunta por el mercado editorial, a mí, que ya debería saber algo de esto, pero mi respuesta es un simple encogerme de hombros, algo parecido a: "Lo que tú quieras hacer estará bien hecho" porque si hay una industria empeñada en hundirse es precisamente la mía, las demás al menos se resisten patas arriba, pero esta, no, esta ve un puñado de arena y lo echa sobre su tumba.

Eso no quiere decir que de vez en cuando no me lleve pequeñas, incluso grandes, alegrías. Por ejemplo, la chica que leía mi libro en el metro atentamente mientras las paradas pasaban rumbo a Vista Alegre. La chica desconocida que sin embargo tenía su ejemplar dedicado por mí. ¿Vino a una presentación y no me acuerdo de ella?, ¿se lo regaló un amigo?, ¿es alguien de prensa a quien se lo hemos enviado sin que pueda ahora relacionar la cara con el medio? En un relato de Cortázar el hombre se acercaría a la mujer y la perdería en subterfugios hasta que, mucho más tarde, le confesara que el autor del libro que devora es él mientras suenan un saxofón o un clarinete de fondo y anochece en París.

Sin embargo, yo me siento como una especie de idiota que en medio de la proyección de una película se pusiera a dar saltos entre las butacas gritando: "Es mía, es mía, la película que estáis viendo es mía", así que asumo mi rol de chico esquivo y me alejo unos metros, los justos como para poder ver a la chica reflejada en la ventana, para comprobar si lee o si hace que lee, si se le pasan las paradas o si saca el móvil cada tres por cuatro buscando un alivio. Para rematar la casualidad, se baja en Vista Alegre. Yo ando tranquilo, por si acaso es ella la que me reconoce, pero no sucede. No sucede nada. La literatura es un universo en el que generalmente no sucede nada salvo que te empeñes mucho, es decir, es un mundo como otro cualquiera. Sin heroísmos, por favor.

En fin, a lo que iba, al concierto de Marazu en Libertad. Llego tarde. Álvaro y Pablo me hacen sitio junto a unas chicas entregadas. No hay mucha gente pero aplauden con entusiasmo. Marazu es una delicia, siempre lo ha sido. Cuando baja del escenario, nos juntamos los cuatro en medio de las mesas ya vacías, y no dejamos de maravillarnos: Jorgito tiene ya 28 años, Álvaro está a punto de irse a vivir con su novia, yo me he casado y espero un hijo para dentro de un mes. No solo me he casado sino que me ha casado Álvaro. Todo suena tremendamente improbable, así que nos emborrachamos porque a veces hay que hacer eso, vencer el cansancio y el estómago revuelto con un whisky antes de irse a trabajar a la radio, confiar en que el mundo deje de dar vueltas y la lengua no se espese, desafiar al cuerpo una vez más para demostrarle quién manda aquí.

Solo que es un error de cálculo: al día siguiente, viernes de géminis, el sueño es horrible, me duele la cabeza, tengo algo que parece fiebre y que arrastro por fisioterapias, preparaciones al parto y ginecólogos. La Chica Diploma me lleva a tomar unas albóndigas a un bar andaluz que cerrará dentro de poco porque desde que vemos a Chicote sabemos mucho mejor qué restaurantes están abocados al desastre, y acabo en la cama, derrotado, tapones en las orejas mientras alrededor se calienta algo con forma de balón de fútbol, una expectativa que me pilla lejos, muy lejos. Tan lejos que ayer, cuando Lartaun me preguntó en antena aquello de "¿Dónde vas a ver el partido?" me di cuenta de que ni siquiera había pensado en ello y me limité a responder: "En casa, con mi mujer embarazada de ocho meses y su irredento madridismo".

Que, por otro lado, es donde mejor se está. Ahí fuera, uno sale así, a lo tonto, y puede acabar gorila en un bar acosando a Carlos Goñi.