viernes, abril 11, 2014

Un año después



Cuando le pregunté a Carlos si aquello era normal, si se podía considerar razonable que papá ya no abriera la boca, que no respondiera a estímulos, que no comiera ni bebiera, que estuviera en un estado de semi-inconsciencia en la cama, abriendo muy de vez en cuando los ojos sin acertar a saber si veía algo, obviamente Carlos contestó que no. Tampoco había que ser un genio para darse cuenta pero lo cierto es que hasta ese momento él no había querido decir nada porque, en estos casos, cuando todo está decidido, basta con decir la palabra equivocada en el momento equivocado para que te ganes una bronca y al fin y al cabo Carlos no era su hijo, su hijo era yo, y si yo no me daba cuenta de las cosas, qué quieren que les diga, sin duda era problema mío.

Solo que sí me daba cuenta, claro. Yo soy un enamorado de la sospecha y cuando me dicen que alguien está mal tiendo a pensar que no será para tanto y si me dicen que alguien está bien me pongo a pensar qué grieta va a acabar derrumbándole. Así, por mucho que el médico insistiera -"todo es normal, no hay novedades"-, los hechos eran los hechos y mi padre estaba dejando poco a poco de ser mi padre, hasta el punto de que le hicimos venir a aquel hombre gordo y chistoso a regañadientes para que le pusiera un poco más de tranquilizantes y se limitara a decir, como si nada: "Le quedan horas de vida, vayan comprando los certificados de defunción en cualquier farmacia".

Yo no estoy diciendo que ser médico de paliativos sea fácil, eso que vaya por delante, pero la naturalidad en el despropósito a veces me irrita.

Con todo, las horas de mi padre se convirtieron en días de manera completamente inopinada. La noche del domingo pasó como pasó la del lunes y la del martes. El miércoles nos volvimos a reunir casi todos alrededor de la cama. Papá estaba dormido de morfina y de vez en cuando amagaba con ahogarse. Por lo demás, no parecía sufrir, solo cuando teníamos que moverle para cambiarle los pañales -se los cambiaban Carlos y Mercedes, yo no me atrevía, yo me atrevía a otras cosas, me atrevía a sujetarle los hombros y la cabeza calva, besarle y acariciarle y repetirle que se dejara ir, que no pasaba nada, que estaba ahí con él mientras apretaba el ceño y los dientes, anticipando el dolor o puede que simplemente sintiéndolo- y el cansancio se acabó convirtiendo en enfado de media tarde, me tengo que ir a hacer cosas a casa, mañana hablamos.

Por la noche, puse el móvil al lado de la cama. La Chica Diploma y yo estábamos preparando una boda y las sorpresas abundaban. Cinco años antes, mi abuela había muerto a la una de la madrugada en circunstancias parecidas, un lento apagarse. Podría decir que esa noche, al acostarme, tenía el convencimiento de que el teléfono sonaría tarde o temprano pero la verdad es que me venía acostando con ese convencimiento desde semanas atrás, así que no es cuestión de andar presumiendo ahora de intuiciones, aunque por supuesto sonó, ya entrado el 11 de abril de 2013. No me acuerdo de demasiado. Supongo que me llamó Mercedes pero puede que me llamara Ana. Supongo que me despertó pero puede que no hubiera conseguido dormirme. Uno puede interiorizar la frase "mi padre se está muriendo", uno puede soltarla ante los demás de manera que les parezcas la persona más entera del mundo pero uno no puede hacer que sea mentira, que tu padre no se esté muriendo cada día durante nueve meses, no puede evitar la mezcla de sentimientos de alivio y dolor de los primeros minutos: despierta a la Chica Diploma, quítate el pijama, ponte algo decente, que transmita pena hasta cierto punto, etiqueta, pero informal porque lo vas a llevar mucho tiempo, más del que te gustaría, avisa a gente pero no a demasiada, no quieres despertar a todo el mundo y no quieres aguantar llamadas todo el día. No hoy, desde luego...

Ve a casa de Mercedes y pide que el cuerpo esté tapado por la sábana porque la Chica Diploma también ha pasado por su sucesión de muertos y no quiere aumentar la lista. Destapa la sábana cuando estés más o menos solo y besa a tu padre. Colócale las piernas rectas, no dobladas de dolor, no fetales; rectas, para cuando el rigor mortis. No dejes que eso lo haga Carlos, porque Carlos va a hacer otras cosas, por ejemplo cerrarle la boca, pero esto lo vas a hacer tú: no vas a decir, "oye, papá, te has muerto, así que ahora que te toque el cuidador". No, tú vas a cuidar a tu padre como si siguiera vivo porque un padre muerto es un padre, un abuelo muerto es un abuelo y así sucesivamente.

Llama a la funeraria, espera a que venga, habla con Lartaun para ver si puede comentar algo en la COPE porque tu familia -tu abuela, en concreto- es muy de la COPE y le hará ilusión y así dejará de llorar por un momento, el ambiente congelado de la muerte de madrugada en un salón pequeño. Las tres de la mañana, las cuatro de la mañana, las cinco de la mañana. Abril. Firmar papeles y volver a casa mientras a él lo llevan al tanatorio, a un tanatorio moderno con todo tipo de facilidades y que entiendo que no utiliza nadie porque si no no lo ofrecerían a precio de saldo. Pensar si dormir dos horas o si no dormir nada y pasar el amanecer delante del ordenador, actualizando estados de Facebook, respondiendo emails, comentando tuits estúpidos...

Despertar a la Chica Diploma, levantarla del sofá. Ella se ducha pero yo no, creo que yo no. Puede que sí, pero creo que no, vaya. Buscar el tanatorio y la sala y comprarle flores, unas flores que acaba pagando mi tío Pancho, el primero que llega junto a Alejandra. Luego, Mercedes, luego la familia y los amigos. El cansancio de la media mañana. Mi padre, ya retocado, en un ataúd rodeado de coronas y sin crucifijo porque se lo hemos quitado. Ni Dios, ni patria ni CNT. A cambio, una bandera anarquista a los pies del féretro, un adiós con un portazo.

Y así el resto del día, no podría decir mucho más. Gente que apareció y gente que no apareció nunca. Gente que ya había desaparecido antes, cuando no puedes desaparecer. Hay decisiones que marcan el tipo de persona que eres y no todo el mundo se da cuenta de eso. Una actitud miserable en un momento miserable te convierte en un miserable para siempre y en esa rueda estamos todos, como salchichas en la cantina de Geni. Desde entonces, poca cosa: una boda, dos libros publicados, viajes a Galicia, a Santander, a Lisboa, a Londres, a Alicante... a cualquier lado en el que uno pueda sentirse lejos de uno mismo. Huídas. El tema de nuestro tiempo. 

En dos meses tendremos a Álvaro aquí con nosotros. De hecho, hoy le llevamos a ver al abuelo porque si hemos quedado en que un abuelo muerto sigue siendo un abuelo habrá que conceder que un nieto que no ha nacido aún ya es un nieto a todos los efectos. Podría pensar que a mi padre le habría hecho ilusión conocerle de verdad, conocerle a él y abrir mis libros y oírme en la radio o leerme por ahí, pero yo creo que eso no es cierto y ni siquiera necesario -falso, para mí era necesario, para el orden moral del mundo, no, pero para mí lo era, lo que pasa es que yo tiendo a aceptar el orden moral del mundo y del resto ya me quejo a mi psiquiatra-, lo que sí creo es que, sabiendo todo esto, se habría muerto más tranquilo, porque uno siempre se muere más tranquilo, incluso vive más tranquilo, si sabe que a su hijo le va bien. Sobre todo si solo tiene uno.

Esta mañana Mercedes puso en Facebook una de sus canciones favoritas. No sabía que era una de sus canciones favoritas porque mi padre no fue un gran padre y yo no fui un gran hijo y ahí nos quedamos, jugando la prórroga durante unos 20 años, que es algo bien ridículo. Mi esperanza es convencer a mi hijo de que fue un gran abuelo, no vaya a ser que él necesite saberlo y yo esté pensando en otra cosa.