sábado, abril 19, 2014

Fuerteventura 2014. VI. Waikiki Beach


De pronto empieza a sonar una versión del "Wish you were here". Estamos en la terraza del bar cubano, el mar esmeralda delante de nosotros y el sol apretando sin ahogar. Al principio pensamos que la música viene de los altavoces, como todas las anteriores, pero pronto nos damos cuenta de que no, que es uno de los múltiples músicos con rastas y repertorio tranqui en la mochila. "Es mi canción favorita", le digo a la Chica Diploma, que se sorprende al saber que no es de Kurt Cobain sino de Pink Floyd, un grupo que apenas sale de mi boca.

Es otro momento perfecto y de hecho la canción no pega nada con la conversación anterior porque la conversación no iba de echar de menos a gente y desear que estuvieran ahí con nosotros sino más bien de romper con la gente y desear un futuro perdidos en sitios así. Sitios donde los cafés a pie de playa cuestan un euro y la gente sonríe y nadie sabe si hablarte en alemán, inglés o sueco porque podrías venir de cualquier lado.

Nadie, absolutamente nadie espera nada de ti.

Sábado santo en Corralejo, Fuerteventura. "Creo que me acabaría cansando de vivir aquí", digo, "pero también creo que me tomaría un tiempo bastante largo cansarme, que quizá incluso me vendría bien acabar cansándome". La Chica Diploma asiente de una manera más racional, porque ella es la que piensa las cosas en esta relación, por extraño que parezca teniéndome a mí de por medio. Irse de Madrid es tentador, pero la inercia hace que te acabes quedando. La inercia lo es casi todo y siempre ha sido así. Otra cosa es volver a Madrid. Volver a Madrid se hace cada vez más difícil, más absurdo, ¿a qué volver a nuestro piso con vistas a unas vías muertas?, ¿a qué girar de nuevo en la rueda de los compromisos y las exigencias? Desaparezca aquí, dice Fuerteventura, y yo lo haría. Si no lo hago es por ella, es por el niño y es por lo que queda de familia, que cada vez es menos.

Pero yo lo haría. Yo me perdería un mes o dos meses o un año aquí y empalmaría terrazas con cafeterías hasta arruinarme o hasta que me llegara la siguiente liquidación de tal o cual artículo, de tal o cual libro. Podría incluso hacer como la chica del Rent-A-Car del hotel: hablar cinco idiomas y en medio aprovechar para leer durante horas. Lo peor no es no saber si quieres seguir viviendo en tu ciudad, lo peor es cuando no estás seguro de si quieres que tu hijo crezca ahí. Eso ya es diferente y empieza a preocupar.

En cualquier caso, y de momento, no volver no es una opción, así que aprovechemos al máximo: del bar cubano paseando al hotel, comida en un restaurante de platos combinados y café en el Waikiki, cinco de la tarde, sol algo bajo con inicio de brisa. La Chica Diploma se baña los pies hinchados en el agua salada y yo leo a Pablo Gutiérrez, que viene a hablar más o menos de lo mismo: desaparecer, dejar de hacer lo que no quieres hacer, plantearte para qué lo haces al menos y sacar tus propias consecuencias. Pablo, por lo que sé, vive aislado del mundo en Sanlúcar de Barrameda, profesor de instituto, y solo pasa por Madrid cuando es estrictamente necesario.

Quizá Sanlúcar me valdría. Estoy convencido de que a la Chica Diploma le valdría también, pero le faltaría la lejanía absoluta, la lejanía canaria en la que es fácil creerse que nada es crucial sin necesidad de escribirlo cada cuatro páginas. La marea baja, los niños rubios jugando, los camareros pasando contraseñas de Wi-Fi. El Waikiki como símbolo de un modo deseable de vida. Un modo quizá imposible, pero deseable. Y posible, qué coño, pero esa es otra historia. La de 2008, recuerdo cuando camino hacia el cuarto de baño, era la historia de la surfista y todo el dominó de camas vacías en habitaciones compartidas que podía provocar que ella decidiera compartir la suya.

Las noches hasta el amanecer, aquellos tiempos. Como cuando la nariz de Lupita se apagaba en casa de Ana y yo escuchaba en la cama con media sonrisa borracha. El amanecer, el anochecer y todo lo que queda en medio. Todo lo que en Madrid no existe y no hay manera de inventar. Algo parecido a la calma absoluta. Everybody loves the sound of a train in the distance, everybody thinks it´s true.