jueves, abril 17, 2014

Fuerteventura 2014. IV. Playas de Dunas



Cogemos el coche y lo dejamos en mitad de la carretera, como vemos que hace todo el mundo. Cruzamos y nos metemos en la playa, justo frente a una duna enorme que nos impide ver lo que hay al otro lado. ¿Será esa la duna que subimos en 2008, la que bajamos a toda velocidad en medio de fotos y promesas de amistad eterna? Así éramos los cortometrajistas incluso antes de ponernos detrás de una cámara. "La generación del ron-cola", la llamaba Arturo Ruiz mientras nos esperaba para desayunar en el bar italiano de al lado del hotel.

Sea esa duna o sea cualquier otra, lo que hacemos esta vez es bordearla. Ha amanecido con prudencia, como siempre en Fuerteventura: unas primeras horas del día que amagan con el frío y el viento, la playa desapacible, solo para caminar, de nuevo los refugios de piedra para evitar el aire. A lo lejos, una bandera roja nos marca el camino y así, la Chica Diploma y yo avanzamos con cierto esfuerzo porque los pies se hunden y cuesta levantarlos. Cuando llegamos a una orilla lo que encontramos son más piedras, pero aun así nos mojamos los pies, que es lo mínimo, mientras de nuevo las montañas quedan a lo lejos.

Una vez escribí que Fuerteventura era un lugar donde los problemas eran imposibles, donde cualquier preocupación se perdía en el horizonte y no tenía donde rebotar. Quizá fue porque entonces no tenía problemas ni preocupaciones. Por lo demás, Fuerteventura es un buen sitio para huir pero primero tienes que tener clara tu vocación de fugitivo. Lo que natura no da, Salamanca no presta. La Chica Diploma y yo caminando entre medusas, rodeando nudistas hasta llegar a un chiringuito desde donde se puede ver de lejos a tres camellos con dos turistas por joroba.

Pido un zumo de naranja natural pero me traen cualquier otra cosa, algo con soda, gaseoso, los camellos se acercan y acaban descansando a nuestro lado. Son bonitos. Son muy de aquí, muy a su bola. No les molestes y ellos no te molestarán a ti.

A partir de ahí iniciamos la vuelta, intentando acortar por hoteles prohibidos hasta llegar de nuevo a nuestro coche en mitad de ningún lado, como todo. Ya en Corralejo, decidimos no comer y en cambio hacer un amago de merienda-cena en el puerto, la isla de Los Lobos a nuestra derecha y más al fondo Lanzarote, donde iremos mañana. La atmósfera es agradable: un chico hace una versión extraña del "Ordinary Love" de Sade y otro canta "A caballo vamos p´al monte" en la terraza de un bar cubano.

Ayer, este mismo barrio pesquero estaba lleno de entusiastas barcelonistas, en eso no me puedo quejar. La isla, por lo que vi, era mayoritariamente culé, puede que por el efecto Pedro, puede que por la asociación con un tipo de juego que les recuerda al talento canario. No lo sé, puede incluso que no sea así y la isla sea mayoritariamente madridista y solo ese bar, el bar de los borrachos, el de los no-turistas, fuera el único barcelonista de Fuerteventura. Qué más da. El Barcelona perdió y en Twitter todo el mundo quería linchar a Messi. Ganas y te adoran, pierdes y te linchan. Por lo demás, tenlo claro, eres un puto caballo de carreras y así te ven. Si estás agotado, si no puedes más, que salga otro.

En ese sentido, el linchamiento en Fuerteventura es inconcebible y esa es una ventaja. Todas las polémicas son polémicas de otros, como cuando ponemos el-programa-de-la-gente-que-grita y nos aprendemos tramas de Supervivientes precisamente porque nos dan igual, porque aquí da igual todo, espero que quede claro: uno paga un dineral por venir aquí y espera playas, montañas, volcanes y todo el rollo, pero sobre todo espera distancia. Mucha distancia. La distancia no solo física que impide que nadie se enfade cuando la única mesa de madridistas se dedica a repartir cortes de manga cuando marca Bale.

La única mesa, probablemente, que no ha entendido de qué demonios va esto.