jueves, marzo 27, 2014

Presentación de "Una sucesión de amaneceres imprevistos" en Libertad, 8 con Pancho Varona, Lichis, Pablo Ager, Tucan Morgan, Kika de Castro y Víctor Alfaro


Bueno, pues después de meses de cuadrar agendas y buscar el momento idóneo, ya puedo por fin anunciar la presentación de un libro que empezó llamándose "Gente rara", que pasó a llamarse "La crisis" después de una experiencia canaria en 2008, cuando aún no era un término manoseado y abusado, y que finalmente se llamará "Una sucesión de amaneceres imprevistos", título tomado de una de las frases que aparecen en el primer relato.

Haremos dos presentaciones: una literaria, con Manuel Jabois y Jorge Díaz, y otra musical, como me gusta a mí, como hice ya con "Pequeños objetivos" o con "Cuando las cosas dejaron de tener sentido". De hecho, vamos a empezar con un recital-concierto el viernes 4 de abril a las 20,30 horas en Libertad, 8. ¿En qué consiste un "recital-concierto"? Bueno, pues habrá una parte más estándar de presentación y lectura de textos conmigo, Víctor Alfaro y Kika de Castro y en medio tendremos a un elenco de lujo tocando un par de canciones que tengan que ver con lo que acabamos de leer.

¿Quiénes son esos músicos? Pues ni más ni menos que Pancho Varona, Lichis, Pablo Ager y Tucan Morgan. La suerte que tengo de que los cuatro sean mis amigos, mi familia, es enorme. Jorge Díaz siempre se mete conmigo porque meto canciones en mis libros pero es que no puedo entender la vida sin música y desde luego no puedo entender mi literatura sin la inspiración de las canciones. Como ya saben qué esperar de los músicos porque conocen sus canciones y si no las pueden buscar fácilmente por Spotify y similares, voy a explicarles un poco de qué va el libro, editado gracias a la confianza extrema de Jorge Vales y toda la gente de Lapsus Calami, cada uno de los relatos que lo componen, sin ser demasiado pesado porque no es mi estilo:

- Amaneceres imprevistos.- Se me ocurrió antes de la gira de promoción de la última novela de Bret Easton Ellis y luego me di cuenta de que podía haber cuadrado con esa gira. Un escritor con fama de "enfant terrible", que tuvo éxito y talento en su juventud pero que, ahora, pasados los 40, anda escaso de ambas cosas. La editorial tiene que amortizar su contrato y le sigue vendiendo y los medios siguen comprando pero sin saber muy bien qué compran. Viajes, divorcios, periodistas que no saben de qué va el libro y la creciente sensación de que a nadie le importa en realidad. Persona y personaje, ya saben, uno de mis temas favoritos.

- Siempre es bueno necesitar a alguien.- El origen supongo que está en mis tiempos en El Semanal Digital, trabajando horas y horas delante del ordenador y a la vez conectado con todo el mundo. La rabiosa actualidad contada desde el dormitorio, medio legañoso, vendiendo basura, que es lo que la gente quería consumir. Luego se me ocurrió la posibilidad de una charla entre dos ex compañeros: uno, más joven, sigue en su medio "tradicional" con un periodismo de calidad, el otro, mayor, inadaptado, sobrevive en un medio digital cobrando la mitad, conectándose a Bwin cada media hora para ver cómo van sus apuestas e inventándose historias para poder tener visitas y que no le despidan. Mientras, en esa casa donde hablan, la realidad se cuela de vez en cuando y no es una realidad agradable...

- El otro.- En 2005 pasé unos días en un precioso pueblo de Galicia. Uno de esos pueblos de Galicia que arde salvajemente en verano. Éramos un grupo de gente con inquietudes culturales, por utilizar el tópico: una pintora, una compositora de Berklee y un aspirante a escritor. Sin embargo, nosotros no queríamos crear nada allí, solo pasar el verano y hacernos compañía. Jugar al parchís. Todo muy decadente. Cogí más o menos ese ambiente y lo llevé a un grupo de viejos amigos, aburridos, que ven el monte quemarse mientras se destruyen unos a otros y escriben relatos sobre gente que se atreve a hacer cosas, un poco como Francis Macomber en  el relato de Hemingway. Gente que se atreve a hacer cosas, aunque sean terribles. Lo que sea. Algo que no sea la tristeza de la monotonía de la lluvia de ceniza sobre las gallinas.

- La crisis.- Este es el relato que iba a dar nombre a la colección en 2009, cuando Páginas de Espuma se interesó en la publicación e incluso llegamos a reunirnos Juan Casamayor y yo para acabar en nada. En esa reunión, Juan me dijo: "Este libro merece ser publicado" y ese empujón me ha ayudado a seguir luchando todos estos años. El relato en cuestión se ambienta en un festival de cine de Fuerteventura y es un western. Algo complejo, pero un western. Y da miedo, o lo pretende. Una isla que es un inmenso paisaje lunar, un triángulo amoroso, un tipo que está al borde de perder la cabeza y una urbanización fantasma en medio de las dunas y la lluvia.

- Llamadas perdidas.- Siempre meto una historia en la que el lector no sabe lo que está pasando y puede que no lo sepa nunca pero se lo pasa bien. Lo importante es que se lo pase bien. Un músico venido a menos -el hilo común de este libro es la decadencia y la huida o la tentación de la huida como respuesta a esa decadencia- que intenta convencer a una chica con la que tuvo algo de que se vaya a vivir con él. Solo que la chica no quiere irse a vivir con él, prefiere quedarse a vivir con su novio, algo comprensible, en principio... si no fuera porque a veces parece que sí quiere. O que al menos el juego de querer y no querer es tan bonito que merece la pena.

- Autocrítica.- Le puse el nombre por la canción de Vetusta Morla. Me parecía una buena manera de empezar algo aunque al final decidí que sería una buena manera de cerrar algo. Es un delirio. El monólogo interior de un experto en "coaching" que se ve atrapado por los compromisos editoriales e intenta huir de sus propias conferencias. La ilusión de poder vivir de la fama y a la vez prescindir de la fama. Hasta cierto punto, tiene un parecido con el protagonista de "Amaneceres imprevistos", puede que ese tipo del primer capítulo, diez años después, completamente desquiciado y dedicado a los libros de autoayuda, acabara ocupando esa habitación de hotel.

En fin, poco más, que la entrada es gratuita, por supuesto, basta con ir a la hora, o antes, y ya disfrutar de las lecturas y de la música de primer nivel. Me hará una enorme ilusión verles allí.

lunes, marzo 24, 2014

La crisis y el periodismo de barra de bar




Si usted quiere venderme algo tendrá que ser algo que me interese. Si no, sinceramente, no se lo voy a comprar. Que las necesidades sean creadas o no sería otro tema, pero el caso es que sin oferta difícilmente puede haber demanda y si algo es esta crisis, especialmente en el mundo de la industria periodística, es una crisis de la oferta, del descenso constante del nivel de los contenidos hasta convertirlos en obviedades o en topicazos que cualquiera podría soltar en la barra de un bar o en el asiento de atrás de un taxi.

Miren, yo a un taxista le pago por que me lleve de un sitio a otro, pero no le voy a pagar por que me dé las noticias. Creo que es un ejemplo suficientemente claro. De un tiempo a esta parte, las ventas de periódicos han descendido en picado, las televisiones se han llenado de gente sin nivel alguno y la radio sobrevive como puede a base de despidos masivos. En algo tendrá que ver, digo yo, que el periodista se haya resignado a hacer de taxista desaforado o de cliente que se limita a asentir a todo lo que se le dice.

El periodismo tiene una doble vertiente y ha decidido no cuidar, o cuidar mal, sus dos cualidades: la creación y la distribución, es decir, el periodismo puede ser un medio para divulgar una noticia pero también puede crear la noticia en forma de reportaje o investigación. Es más, tiene la suerte de que incluso puede fabricar una noticia artificialmente solo interpretando otra noticia anterior. Juntamos a un montón de tíos para que hablen sobre qué ha pasado en tal sitio y su propia opinión ya se puede convertir en noticia para rellenar programas o páginas posteriores.

Todo esto se define a veces como "acercamiento al público" y puede que tenga que ver con el fenómeno de las redes sociales pero también puede que las redes sociales no sean sino la culminación de este "buen rollito" entre informadores e informados. En cualquier caso, es lo que se está cargando la posibilidad del periodismo como profesión y es increíble la cantidad de profesionales que se están ofreciendo alegremente a participar en el entierro: el periodismo no puede ser algo compartido, no puede reproducir sin más la opinión de cualquiera porque, ¿quién demonios quiere pagar por algo que ya se le ocurre a él solo en el salón de su casa?

Este juego, a todos los niveles, de adular al espectador, al lector, de convencerle de que periodismo es gritar "Hala Madrid" o "Visca el Barça" como él hace con sus amiguetes, que periodismo es soltar invectivas contra "la izquierda" o "la derecha" propias de un trayecto entre Plaza de Castilla y Nuevos Ministerios o que periodismo es reproducir sin más las declaraciones que cualquier dirigente ya puede colgar por su cuenta en su blog o en su cuenta de Twitter o en su televisión de plasma, es perverso para todos y no solo genera una pérdida de valor de la mercancía -insisto en la tesis: ¿por qué pagar por lo que no vale nada?- sino que conlleva otro peligro: la formación de un espectador perezoso.

Mi profesor de la facultad de filosofía, Tomás Pollán, solía hablar del "pacto perverso" entre profesores y estudiantes. Consistía en que unos no se preparaban las clases pero a cambio aprobaban a todo el mundo con exámenes ridículos y a cambio los otros no estudiaban ni aprendían nada pero no se lo echaban en cara al profesor porque así podían llegar a casa con su título listo para enmarcar. Ese pacto perverso lo que fomenta es la pereza y el periodista, precisamente, vive de la curiosidad. Cómo es posible que nadie se haya dado cuenta de esto, que no es una consigna moral sino puramente comercial, qué producto se vende y qué producto ya tiene la gente en su casa cuando invita a su cuñado a comer, me sorprende pero es lo que hay.

Si el periodismo no fomenta la curiosidad, si no vende la perplejidad, lo que está detrás de lo obvio, sino que se limita en enzarzarse en un bucle tuitero, ¿cómo le vamos a pedir luego a nuestros lectores que compartan con nosotros nuestra pereza? ¡Si ya tienen la suya! El periodismo perezoso, un periodismo que puede ser de tribuna en deporte, de partido en política o de declaraciones en la "investigación" solo genera más y más lectores, oyentes y espectadores perezosos. Y en la pereza no hay negocio, señores.

Así que, hagan el favor, ofrezcan productos de calidad, contraten a gente con talento y no a meros bufones que parecen rebosar cocaína. Como dijo Steve Jobs, en aquel discurso tan célebre: "Seguid hambrientos, seguid siendo insensatos", no ya porque sea divertido o porque moralmente sea correcto o por dignidad profesional. Ahórrense los discursos y háganlo porque en ello les van el sueldo y las acciones de la compañía. Agradar al cliente está muy bien pero para eso necesita estar seguro de que es su cliente y decirle sin más "mire, yo no sé más que usted" para complacerle solo sirve para que se lo crea y no vuelva a leerle. Cosa, por otro lado, perfectamente comprensible y que a usted, periodista orgulloso de su barra de bar, le convierte en un irresponsable.

viernes, marzo 21, 2014

Medina del Campo 2014. La gestión de la felicidad



La Chica Velvet habla de su familia y cuando lo hace los ojos le brillan un poco más de lo normal sin que yo pueda saber exactamente si está a punto de echarse a llorar o no, porque la voz sigue siendo la misma, ni una concesión a la angustia que cierra la garganta. Los errores que cometieron nuestros padres y los errores que cometeremos con nuestros hijos. La conciencia del error. Su gestión, si se quiere. Lo que queda al final del día: un perro y un montón de gente que ha intentado quererte lo mejor que ha sabido aunque no siempre se lo hayas puesto fácil.

Estamos en un bar inquietante de Medina del Campo. Algo que no termina de ser nada en concreto: parece el típico lugar de reunión para adolescentes a la salida del cine. Echan un partido absurdo en la televisión, hay rasgos estadounidenses en la decoración pero por lo demás sirven cafés con la displicencia a la que acostumbramos los castellanos. Es el final de la tercera sesión de cortos del Festival y a los dos nos ha gustado bastante, más que el año pasado, al menos en mi caso. La Chica Velvet se irá con su madre a ver "Gloria" y yo me meteré de nuevo en el cine a ver los últimos diez cortometrajes para alcanzar un total de cuarenta.

Ambiente de sábado por la tarde en ciudad de provincias. Un tiempo excelente. Algo que no es euforia, tal vez electricidad estática, recorriendo todavía el cuerpo y las sonrisas.

Si la felicidad se parece a algo, se tiene que parecer a esto: llegar el viernes en tren, sentir que no solo eres uno más sino que incluso puedes llegar a sentirte especial, volver a ver a los viejos amigos, esos amigos a los que solo se ve una vez al año pero da igual, todo queda en el mismo abrazo... apologías del talento, directores entusiastas, actores y actrices de todo tipo, fiesta audiovisual en el Coco´s. Por la mañana del sábado, la repetitiva charla sobre el presente y el futuro del cine español pero con más sangre, porque cuando te aprietan mucho es lo que pasa, que se concentra y acaba saliendo. Después, ya digo, cortos y Chica Velvet. Laura y Roberto en una terraza de la plaza de Segovia.

Medina del Campo es un buen lugar para los altos y bajos. Su festival lo pide a gritos. Empiezas en plena exaltación de la amistad, probablemente borracho, y todo el mundo es tu amigo y a la mañana siguiente no sabes si sentirte culpable o no pero tiras de adrenalina como puedes hasta que llega la hora de comer y entonces es cuando tienes que recurrir a la gestión de verdad, la gestión de lo que queda después de la euforia, que debería ser la felicidad pero a veces es justo lo contrario, una sensación de vacío, de fiesta que se acaba. Así hasta el domingo, un ansiolítico como otro cualquiera, y te deja aplatanado, comiendo hamburguesas en la Cómic, sentado en un banco al sol de la plaza mayor leyendo a Saviano, tomando cafés en el Gloria y viendo goles del Barça en el Coco´s, justo después de que la Chica Velvet haga su propia despedida, Emiliano se muestre de nuevo como el mejor anfitrión posible y el tren haga el camino de vuelta, el que nadie con dos dedos de frente debería hacer.

El que quizá no haría si no supiera que la Chica Diploma y Alvarito me están esperando en Madrid, estación de Chamartín. Ella, intentando demostrar que puede ser la embarazada más guapa del mundo; él, dando patadas todo el rato, como si ya estuviera pidiendo su cuna en el Hotel La Mota.

El Genio


Uno de los últimos recuerdos lúcidos que tengo de mi padre es sentado en el sillón de su habitación en la Ruber, uno de los pocos ratos que pasaba fuera de la cama, porque para entonces ya estaba con morfina y pasaba más tiempo dormido que otra cosa. Mi madre vino a verle y parecía contento. Siempre se alegraba cuando veía a mi madre y yo creo que, entre otras cosas, tenía que ver con el hecho de que mi madre le recordaba su adolescencia o, mejor aún, su postadolescencia de estudiante brillante y batallador en la Autónoma, tiempos de huelgas y protestas y mucha CGT.

A mi padre lo que le sentó fatal fue crecer. Probablemente siempre se resistió a ello y en algún momento dio la sensación de que culpaba a los demás de todo aquel mundo de responsabilidades, rutinas y una comodidad anestésica.  A veces pienso que el problema de mi padre fue quedarse en un término medio: amagar con la huida pero no culminarla, es decir, que quizá él lo que habría querido, sin más, habría sido quitarse de en medio, pero algún sentido de la responsabilidad lo impidió y ahí estaba el pobre, entre dos aguas, entre lo que pudo ser y lo que era y con pocos visos de que las cosas fueran a cambiar en el futuro.

El caso es que ahí estábamos los tres y desde la distancia de un año la verdad es que fue un momento bonito. Siempre es bonito estar con tu padre y con tu madre en una misma habitación, aunque sea de hospital y saber que el que va a morir de los tres tiene al menos un último respiro, esa risa que se descontrolaba a veces cuando recordaba tal o cual nombre de la facultad, tal o cual gamberrada, tal o cual hazaña de chico que iba a comerse el mundo.

Y después de la risa, la tos.

Por entonces, papá ya estaba calvo por la quimio y la radio. Sobre todo por la radio. El médico le dio tres semanas de vida y las cumplió a rajatabla por aquello que decía de su extraño sentido del orden. Su tema favorito era Gaume, "el genio". Llevaba hablando de Gaume desde que yo era un crío. Papá tenía una curiosa concepción del talento y ese talento solo podía ser científico, matemático, físico. Eso si dejamos a Frank Zappa a un lado.

Un par de días antes de ingresarle en el hospital por unos dolores inaguantables y una anemia de caballo, a Gaume le habían dado el Premio Príncipe de Asturias. Bueno, a Gaume no, al CERN, donde trabajaba desde hace años. En realidad, de aquel Luis Gaume quedaba poco porque con los años, casi 60, se había convertido en un Luis Álvarez Gaumé, acentuado, casi irreconocible. Papá parecía orgulloso. Orgulloso de sí mismo, quiero decir. Aquel era el momento, delante de su ex mujer y su hijo, de recordar que una vez sacó más nota que él en un examen de física cuántica, que los dos eran brillantes y además combativos, que eran algo parecido a un equipo, aunque luego Gaume se fuera a Estados Unidos y desapareciera.

Supongo que todo esto, si se piensa, tiene un punto de Breaking Bad -incluso la enfermedad es la misma- pero al menos mi padre no hablaba de Gaume como Walter White hablaba de Grey Matter. No le importaba si le daban premios o no. Lo que le importaba es que una vez le ganó y que eso se lo llevaba para siempre. Una vez fue el genio en lugar de "el genio" y quiero pensar que por unos minutos sintió que su vida había merecido la pena: una ex mujer, un hijo y un genio derrotado. En la tele, James Stewart encañonando indios. La morfina dando paso poco a poco a una nueva dosis de felicidad.

No se imaginan hasta qué punto le echo de menos. Como se echan de menos, supongo, las cosas que nunca se han tenido del todo.

lunes, marzo 10, 2014

11-M, el día que aprendimos que éramos unos miserables


En todos los análisis y especiales sobre el décimo aniversario del 11-M echo en falta una palabra: "Perpignan". Desde luego, los atentados se pueden explicar perfectamente sin recurrir a esa ciudad francesa, pero todo lo que pasó después -y estaremos de acuerdo en que es imposible separar "todo lo que pasó después" del propio 11-M para mayor escarnio de las víctimas, condenadas a la muerte y al abandono- tiene ahí su inicio. 

Empecemos, por tanto, por Perpignan y Carod Rovira. El por entonces líder de ERC y conseller-en-cap de la Generalitat catalana se reúne en enero de 2004 con Josu Ternera y Mikel Antza, reunión que es convenientemente filtrada por ETA y que obliga al vicepresidente del gobierno catalán a dimitir. La noticia provoca un escándalo impresionante porque, además, en el ambiente está que ETA planea un gran atentado: pocos días antes, en Nochebuena de 2003, la policía ha encontrado una mochila con 25 kilos de explosivos lista para ser activada en el tren de Madrid a Irún. 

La noticia es tremenda y crece el miedo: puede que en medio de la evidente descomposición y decadencia de la banda terrorista, especialmente desde que Aznar y Zapatero firmaran el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, determinados grupúsculos hayan optado por una vía más extrema, más propia de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, Hipercor, o -la referencia es inevitable- los atentados suicidas de los yihadistas. Que el socio de gobierno del PSC en Cataluña se reúna con esa gente en ese momento es una torpeza que le obliga a la dimisión, aunque él mantenga: "Lo volvería a hacer". 

La situación empeora un mes más tarde, en febrero, cuando ETA anuncia una tregua en Cataluña. Las miradas vuelven a apuntar a Carod: ¿Es eso lo que fue a pedirles?, ¿que antes de atentar miraran el mapa como había reivindicado en un artículo de prensa años antes? Carod lo niega, pero la sospecha se ceba entre los miembros afines al gobierno del PP, enfrascado ya de lleno en el inicio de la campaña electoral del 14 de marzo, en la que se juega mantener o no la mayoría absoluta.

Por oportunismo político, el PP y toda su prensa hacen la simpleza a la que ya nos tienen acostumbrados: Carod Rovira es ETA, por lo tanto ERC es ETA por lo tanto Maragall es ETA... y por lo tanto Zapatero es ETA. Sin esta lógica, en serio, no se entiende nada de lo que pasó después. 

Cuando en la mañana del 11 de marzo, Madrid vive los cuatro peores atentados de la historia de Europa, a la lógica le sigue la necesidad. El Gobierno culpa a ETA por la información policial y por el antecedente de la mochila Madrid-Irún de Nochebuena. El único terrorismo que conocemos aquí -restaurante "El Descanso" aparte, otro montón de víctimas sin reconocimiento- es el de ETA, así que la responsabilidad tiene sentido y en seguida, cuando era imposible saber quién había hecho eso, cuando ni siquiera era necesario saber quién lo había hecho porque el cuidado a los heridos y el respaldo a los familiares debería haber sido lo prioritario, el presidente Aznar, el lehendakari Ibarretxe y el líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, salen a condenar el atentado de ETA, dando por buena una versión que, especialmente a este último, le viene políticamente de pena.

¿Y por qué le viene de pena? Porque sabe que sus rivales son unos miserables. Porque sabe que el PP va a aprovechar los atentados y la autoría de ETA para recordar a Carod y recordar Perpiñán y mandar a sus hordas a que griten "asesinos" a los socialistas. Lo saben o lo intuyen, y por eso se anticipan. Lo que pasó esos tres días fue un auténtico ataque de esquizofrenia. Desde que la propia Batasuna lo adelantara el mismo jueves por la mañana, la opción de un ataque islámico pronto se empezó a barajar y para el viernes ya ocupaba la primera línea de investigación tras encontrarse una cinta reivindicativa cerca del Tanatorio de la M-30.

¿Por qué sabemos todo eso? Porque Ángel Acebes nos lo dijo. En este punto coincido por completo con la versión que Arcadi Espada daba en 2004: la única manera por la que supimos que Acebes y el Gobierno estaban mintiendo cuando nos decían que la responsable era ETA, cuando mandaban cables a las embajadas y a la ONU para forzar a que todo el mundo cerrara filas en torno a esa versión, era porque a la vez Acebes y el Gobierno ponían delante de nuestras narices todos los datos para pensar lo contrario. No hubo nada que no supiéramos, prácticamente nada que no sepamos hoy mismo, que se dijera fuera de una rueda de prensa del Ministro del Interior. Lo única información que se intentó lanzar desde un medio de comunicación fue que la Policía había encontrado rastros de terroristas suicidas. Luego lo desmintieron y por último se autoconcedieron un Premio Ondas para celebrarlo.

Si algo aprendimos aquellos tres días fue hasta qué punto España era un país de miserables. No solo dirigido por miserables sino apoyado por miserables. El PP mantuvo la "convicción moral" -qué cojones es eso- de que había sido ETA por pura estrategia electoral, es decir, cuando a la necesidad le abandonó la lógica. Todo el empeño era que los asesinos dejaran de ser El Tunecino o El Egipcio o Josu Ternera o quien fuera para pasar a ser el PSOE y con el PSOE sus votantes potenciales. A su vez, el PSOE filtró de inmediato la teoría Al Qaeda = Guerra de Irak, obviando cualquier investigación al respecto, para que los suyos pudieran mandarse SMS y rodear las sedes del rival.

Lo impresionante es que aquel desmán acabó en 22 millones de votos para los dos partidos, en la aquiescencia absoluta con ese modo miserable de ver la vida. Los cuerpos aún estaban calientes y todo su afán era repartirse el poder a costa de la mayor fractura posible en una sociedad, que es la de no respetar el luto, no apoyar a los necesitados, sino acusarse, una mitad a la otra, de los crímenes que ninguno había cometido. ETA podría haber matado a 191 personas en un tren sin necesidad de Carod Rovira y Al Qaeda pudo hacerlo sin necesidad de Irak, pero para qué pararse tan lejos: si era ETA, la culpa era de Zapatero. Si era Al Qaeda la culpa era de Aznar. Punto. 

Yo no sé si que esto se obvie es bueno o no. Puede que sea una señal de que hemos pasado página pero más bien creo que nos da vergüenza recordar hasta qué punto estuvimos cerca de un conflicto puramente civil, hasta qué punto nos pusieron ahí esta panda de miserables y hasta qué punto les creímos o les seguimos o consiguieron que nos involucráramos a favor o en contra de su propia miseria. El tiempo ha pasado y lo que quedan son teorías conspirativas y versiones oficiales que no satisfacen porque no son lo que nos vendieron, porque no son las de "los nuestros", en definitiva. España no va a superar el 11-M hasta que no entienda que lo que tiene que superar no tiene nada que ver con el 11-M sino con el 12, el 13 y el 14. 

Fue Al Qaeda y ganó Zapatero. Podría haber sido ETA y habría arrasado el PP. Así de triste.

Media España gritándole "asesina" a la otra media según salía un parte informativo u otro.

Y en medio, las víctimas. Tuvieron que pasar muchos meses hasta que Pilar Manjón acudió al Congreso, a esa bochornosa comisión de investigación en la que todo el mundo decidió enrocarse en su vómito. Manjón dijo "no nos están haciendo ningún caso, siguen ustedes a lo vuestro" y tenía razón. ¡Si incluso hoy el PP intenta convencernos de que todas las víctimas de ETA son de derechas y Zapatero soltaba el otro día a Risto Mejide que los familiares de las víctimas del 11-M le jaleaban en los tanatorios, los restos de sus hermanos, esposas, padres aún humeantes, porque "como es lógico, estaban a favor del cambio"! Ese es el nivel y lo sigue siendo. Esa es la miseria. Probablemente siempre lo hayamos sido y probablemente lo seremos siempre, pero nunca como en esos tres días nos lo mostramos los unos a los otros de manera más fehaciente.

No es de extrañar que desde entonces ni una novela ni una película ni un documental mínimamente serio haya conseguido ningún éxito a la hora de tratar el tema. Comparen, si quieren, con el 11-S.

domingo, marzo 02, 2014

Volverás a Sanchinarro


El ataque de ansiedad empieza antes, ya por la mañana, antes de entrar en Nike y dar clase de inglés, es decir, a eso de las 12,30, cuando me arrastro por las paredes del metro, intentando agarrarme de todos los soportes y procurando que no parezca que camino como un pato.

A las 2 parece haber remitido porque la adrenalina del profesor da para mucho, pero en seguida vuelve, justo después del bocata de tortilla apresurado, mientras consumo paradas en el 27 rumbo a Plaza de Castilla. Una mezcla de mareo y cansancio, mucho cansancio. Toses frecuentes. La sensación de que sería capaz de convertir la expresión "morirse de sueño" en algo real, ahí mismo, de repente, justo antes de apretar el pulsador de próxima parada.

Pero no. Seguimos. Sobreponerse es todo. En Nuevos Ministerios me bajo porque no llego a tiempo al trabajo, al partido de los viernes que me da unos cuantos euros y me desengrasa como cronista. Cojo la línea 10 hasta Tres Olivos, luego otro tren hasta Las Tablas, luego un metro ligero hasta María Tudor y a partir de ahí, entre el viento y un frío horrible, voy andando acelerado -el viento a veces me da de espalda y eso se agradece- hasta el polideportivo del colegio El Valle.

Estoy en Sanchinarro. Dos años después, casi tres. El curso 2011/12 impartí aquí dos cursos en el centro cultural. Uno era de Grandes Novelas de la Historia, que es una cosa así muy acotada, muy fácil de planificar en un solo año, y el otro era de Introducción a la Narrativa. Ni siquiera "creación literaria" sino Introducción a la Narrativa, sea eso lo que sea.

A nadie le importaba, claro.

Fue un año complicado. En septiembre estaba completamente arruinado. Tan arruinado que pensé que no podía pagar ni un mes más del alquiler y tuve que pedir prestado a seis amigos para que entre todos sumaran los 670 euros que me pedían por un cuchitril mal cuidado de la calle Churruca. A veces creía que era feliz y a veces me deprimía terriblemente. Una noche acabé a las cinco de la mañana hablando con la Chica Selectiva en pijama. Yo en pijama y ella borracha, de vuelta de una larga noche de juerga. Hablaba y hablaba y tenía ganas de llorar. Mi padre acababa de salir de un ictus pero en el fondo yo sabía que mi padre nunca conseguiría salir de nada. Mandaba mensajes de Facebook que eran como botellas en el océano y, eso sí, escribía como los ángeles. En serio, nunca escribí mejor que durante aquella infelicidad bohemia. Dio para una novela, un blog literario y poco más, pero quizá mereciera la pena.

Si alguien la publica algún día.

En septiembre acumulé trabajos como profesor de cualquier cosa: centros culturales, fundaciones para adultos y clases particulares de inglés. Podía empezar el día en Sanchinarro y acabarlo en Valdebernardo o empezarlo en Maestro Alonso y acabarlo en Tres Cantos. Tuve algunos alumnos muy improbables, pero todos parecían contentos, todos pagaban a tiempo, y así, poco a poco pude devolver el préstamo, prolongar mi malasañismo un año más y terminar de seducir a una fisioterapeuta. La Chica Imán me salvó la vida un par de veces y todo empezó a cuadrar, hasta el punto de que dejé de escribir o volví a hacerlo solo sobre mí, que es la peor de las escrituras, y llegué a un cierto bloqueo creativo.

Pese a todo, yo iba ahí, a Sanchinarro y soltaba mi rollo. Había mañanas en las que también pensaba que podría morir de sueño pero eso obviamente no pasó nunca. Las avenidas eran grandes y todo tenía un aire de provisionalidad, como mi propia vida. Tenía 34 años y acababa de salir de una cosa llamada 15-M en la que nos íbamos a comer el mundo. La sensación era de que nadie entendía nada pero que daba igual porque yo tampoco entendía demasiado de los demás. Un bonito empate a cero.

Luego las cosas cambiaron: publiqué cosas, me cogieron en revistas, me hice columnista hasta que decidieron no pagarme y me fui o digamos que hice que me echaran. A mi padre le detectaron un cáncer y le dieron nueve meses de vida. Acertaron por completo. Me casé y dejé embarazada a mi esposa. El calcetín se dio la vuelta tantas veces que se quedó como estaba: hasta arriba de antidepresivos y ansiolíticos, en medio de un ataque de ansiedad, bajándome en María Tudor para caminar entre el frío y los edificios paralizados por la crisis para llevar 40 euros a casa.

El otro día expliqué la I Guerra Mundial en la COPE y me recordó demasiado a mi vida. Luego no pude dormir hasta las cinco de la mañana, claro.

sábado, marzo 01, 2014

You need me more when you´re straight



Cuando cumplí 18 o 19 años -no lo recuerdo, sé que fue en Moralzarzal, pero no estoy seguro de si hablamos de 1995 o 1996- me regalaron un EP de Veruca Salt que se llamaba "Blow it out your ass" y que contenía una de mis canciones favoritas de la banda: "Shimmer like a girl". A mí Veruca Salt me encantaban, supongo que porque me llegaron en el mejor momento: el momento Pixie-grungero, las fotos leyendo tarjetas de felicitación con mi camiseta del "Live through this" de Hole, mi adolescencia sentada alrededor de una mesa, mi abuela feliz a sus 76 o 77 años, sentada en una silla blanca en medio de un jardín no limitado por piscinas...

Veruca Salt, casi veinte años después, sonando en el Spotify mientras yo me desgañito en la ducha: "Is this the weekend? Is that your girlfriend? She´s green and innocent, you smoke her like she´s incense". Me pregunto qué piensa mi mujer de mí cuando le pido a gritos en el desayuno "Stay straight for me" y recuerdo aquellos días en los que regalar música tenía sentido porque era algo preciado y no un archivo descargado de una página pirata. Poder regalar música, qué hermoso don nos hemos quitado a nosotros mismos.

"Straight", por lo demás, era una de las canciones que versioneaba el grupo de mi hermano, que pasó por varios nombres, desde "Broken Hymen" -guiño al "Heart Shaped Box" de Nirvana- a Benita Bizarre -guiño a algo,supongo, pero no se me ocurre a qué- pasando por "Frango Lemoes". Era un grupo divertido y cumplía su función de tocar en las fiestas de COU del Ramiro y reunir amigos en los conciertos. Sacaron una maqueta en cinta que aún pulula por casa de mi primo y alguna estantería de Moralzarzal. Estaban realmente bien. Una vez tocaron en Cuéllar, esto debió de ser ya por 1997 o 1998 porque creo que yo estaba con mi novia de los 90 y acabamos en Pajares de Fresno, durmiendo bajo mil mantas en casa de la Chica Langosta.

Noches que se complican.

Aparte de a Veruca Salt, versioneaban a Pavement, en concreto el "Flux = Rad" de Pavement. A ellos les gustaba mucho el grupo pero a mí me gustaba solo el disco en cuestión, el "Wowee Zowee". Me gustaba con locura, de hecho, aunque luego fuéramos a Aqualung a verles tocar con Mercury Rev y me aburriera como una oveja. Me gustaba tanto el disco que se lo puse unas cinco veces seguidas a Javi y a Dani cuando cogimos el coche-cama de Madrid a Coruña, agosto de 1995, primer verano lejos del instituto, visita a T, para acompañarla en días difíciles, antes de que T. fuera precisamente "mi novia de los 90", que aún le tomó más de un año dar el paso.

Fueron días muy divertidos porque Malpica es uno de los sitios más bonitos de España. Alquilamos un piso en el mismo bloque que T. y su familia. Por la mañana, me levantaba el primero y me salía a la terraza a ver el mar mientras leía "La metamorfosis" de Kafka. Yo creo que había cierta pose en todo ello, cierta consciencia de "estoy leyendo La Metamorfosis mientras miro el mar brumoso de Galicia y algún día, dentro de veinte años, podré escribir sobre ello". En realidad, yo por entonces no escribía nada. Mi diario. Al año siguiente, un poco más, pero sin alardes. A mí lo de leer y escribir me llegó más bien tarde y eso hacía que acabara llevándome a Herman Hesse a la playa con dieciocho años, un despropósito de campeonato.

Luego le cogí el gusto, eso sí. El primer relato que publiqué en un libro que se vendiera en alguna tienda o algún lado se llamaba "Historias sin fin" y era un poco como este post: varias historias que se siguen una a la otra, retazos de algo que sería absurdo contar en detalle. Principios, sin más. El narrador de aquel relato echaba de menos a su ex novia y se preguntaba por qué se había enamorado de otro, echándole la culpa de ello a Paul McCartney. La ex novia del escritor se olió la tostada y dejó de hablarle. Para entonces yo ya no escuchaba Hole ni Nirvana ni Veruca Salt sino que colgaba carteles de presentación en El Colonial sin saber que mi mejor libro saldría precisamente de ese bar y de una chica que seguro que por ahí andaba, agazapada.