martes, enero 29, 2013

Por qué la Operación Puerto me parece un escándalo


En 2006, el dopaje no era delito en España. Ni era delito para los doctores ni lo era para los deportistas. A partir precisamente de la Operación Puerto, Lissavetzki, a la sazón Secretario de Estado para el Deporte se apresuró a presentar una nueva ley que complaciera al COI -recuerden, Madrid 2016, por entonces- y que sí contemplara la persecución penal para aquellos que se doparan en una competición, así como a quienes facilitaran ese dopaje con conocimiento.

Esta es la razón que se esgrime habitualmente para justificar que no se investigue quiénes eran los clientes de Eufemiano Fuentes y el doctor Merino Batres, ex jefe de hematología del Hospital Princesa de Madrid ni más ni menos, y ha sido el motivo por el cual el juez Serrano se ha negado durante siete años a dar ningún dato de las bolsas de sangre ni de los ordenadores de Fuentes a las autoridades deportivas que lo han solicitado.

La juez Santamaría ha seguido por el mismo camino esta mañana al volver a negarse a analizar las bolsas guardadas -se supone que la mitad de las incautadas en un primer momento- y prohibir el acceso a los ordenadores de Fuentes con posibles datos de su actividad dopante. Atenta contra la privacidad del médico, dice la juez. Hay una cosa que no entiendo: si lo que se juzga es un delito contra la salud pública, es decir, no ya el hecho de que se suministraran sustancias dopantes, pues eso, insisto, no era delito, sino la manera de administrarlas, ¿cómo es posible que se considere irrelevante a quién se administraban esas sustancias?

Intento explicarme: los deportistas en cuestión nunca podrían ser imputados, de acuerdo, pero, ¿qué mejor testigo se puede tener de un delito contra la salud pública que aquellos que supuestamente sufrieron ese delito?, ¿cómo es posible que las partes no tengan acceso a esa información y puedan llamar a testificar a uno o a otro para saber si efectivamente el tratamiento médico que recibieron se ajustaba a la legalidad o no? Desde mi punto de vista es inexplicable, es el juicio a la nada. Esta decisión choca con la de incluir la confesión de Tyler Hamilton en el sumario. Esa confesión es relevante porque, según Tyler, después de una transfusión hecha por el equipo de Fuentes estuvo meando sangre durante toda una noche, una hemorragia brutal que le dejó febril y K.O. Lo mismo le pasó a Manzano en su momento pero le llamaron loco.

Hamilton dice en su libro que este tipo de reacciones eran frecuentes y desde luego apoyarían la causa de un delito contra la salud pública, pero, ¿cuántos Hamilton hay? No lo sabemos y la juez no quiere averiguarlo. Extraño.

Algunos comparan el caso con el de un traficante que es juzgado independientemente de la identidad de sus clientes. Es curioso porque aquí estamos ante la hipótesis contraria. Fuentes y Merino eran doctores, en el caso de Merino, ya hemos dicho, un reputado hematólogo. No es delito que traten a pacientes con licuadores de sangre ni con transfusiones ni con EPO ni que tengan en su poder corticoides, hormona del crecimiento, etc. Eso, en sí, no es delito... salvo que se utilice mal en seres humanos concretos. No son camellos que pasan cocaína en una esquina o la transportan en el intestino, son doctores colegiados con acceso legal a esas sustancias y capacidad legal para usarlas... salvo que dañen la salud de sus pacientes.

¿Cómo saber de verdad si han cometido un delito sin contar con la identidad y el testimonio de esos pacientes? Lo siento pero a mí no me cuadra por ningún lado. He vivido desde pequeñito pegado a un televisor viendo deporte. Ha sido una parte importantísima de mi vida. Todo esto me duele mucho, en serio. Me duele en cuanto aficionado, porque no sé si estoy animando a tramposos o a héroes y me gustaría saberlo y me duele en cuanto español porque constato que el interés por descubrir a esos tramposos es cero. Siete años casi desde la redada en Alonso Cano y Caídos de la División Azul y seguimos tapando todo lo que se pueda. Esa es la marca España. Confíen en nosotros, amigos.

sábado, enero 26, 2013

Malaputa



Se me olvidaba lo bueno que era el primer disco de Rafa Pons. Esto no quiere decir que los demás fueran malos sino que me pillaron en otro momento de mi vida. El primer disco y los primeros conciertos. Mis primeros conciertos, al menos. Búho Real y Galileo. Luis Ramiro tocaba en Libertad y había que ir con dos horas de adelanto para coger sitio. Probablemente, sus conciertos fueran mejores, a mí Luis Ramiro siempre me gustó mucho y si le conocí fue precisamente por eso, porque su música me parecía brillante.

Con todo, el mejor era Lichis, por supuesto, que acababa de volver de Terrassa después de publicar su mejor disco con un cierto regusto amargo comercial. Lichis estaba un punto por encima de todos y Luis Ramiro atravesaba su momento más prolífico como compositor... pero, insisto, el más divertido era Rafa Pons. Rafa era el resumen de aquel año enloquecido de discotecas indies y conciertos de cantautores, viajes improbables a Zaragoza a buscar escaños en plena campaña electoral, chicas rubias de ojos verdes vidriosos y talleres literarios en los sótanos de Malasaña. Grabaciones con Dani Flaco en Esplugues de Llobregat.

Si alguna vez fui bohemio, si algún día después de ser bohemio fui bohemio fue precisamente antes de oficializarlo, antes de huir a Churruca y desentenderme de todo, abandonar conciertos y persecuciones.

La canción estrella de Rafa era "Malaputa". Yo supongo que a él no le debía de hacer mucha gracia, porque era una canción algo vieja, simplona a veces, por debajo de otras que había compuesto -"Nieve en la ventana" pero también "Luna" o "Un poco idiota"- pero era la que el público pedía. Noches en las que los bares se llenaban hasta arriba y Rose of Sharon presidía el concierto sentada en la barra del Búho Real. Llegado el momento, Rafa pedía que la gente subiera al escenario, el diminuto escenario. Solían subir chicas, porque las chicas siempre mostraban un gran entusiasmo a la hora de subir a los escenarios de los cantautores. A veces, subían chicos también, de una extrema torpeza, probablemente porque el que no corre, paga las fantas.

Un día, y esto debió de ser en el invierno de 2007 a 2008, subieron tres chicas bastante guapas. Muy jóvenes. Yo tenía 30 años, casi 31, y la juventud no me molestaba en absoluto pero digamos que la veía ya entonces desde una cierta distancia, alguna suerte de superioridad moral. De las tres chicas, una, la más guapa, no se sabía el baile, aunque aquello ya era un clásico de la noche madrileña y catalana: las manos arriba haciendo un círculo alrededor de la cabeza, los brazos hacia adelante poco después: uno, otro, uno, otro, hasta juntarse y hacer lo que Rafa reconocía que era poco más o menos "el baile de la mayonesa". Les he puesto un vídeo más arriba para que no se pierdan. Describir lo que te ha hecho feliz es complicado.

Fue una noche muy divertida. Las chicas acabaron con nosotros, por supuesto, y nosotros, al cabo de un par de horas, acabamos siendo Lichis, uno de los músicos de Rafa y yo, que siempre he sabido colocarme en el sitio justo aunque casi nunca en el momento adecuado. De las tres solo quedaban dos: la guapa y la amiga. Eran dos para tres pero pronto quedó claro que eran cero para tres porque aquello no era más que un juego que acabar en la calle Barquillo, como tantos otros juegos de madrugada. Bailes en bares de salsa y whisky con Coca Cola. Isabel pidiéndole todo el rato a Lichis el teléfono de Fito Cabrales hasta que Lichis -a veces le llamaban "Richie", a veces "Ricardo", eran desoladoramente torpes- ya la cogió por los hombros y le dijo, a punto de echarse a llorar: "Por favor, deja de pedirme eso, porque no te lo puedo dar y me destroza el corazón cada vez que te tengo que decir que no". Luego salió afuera, a fumar y yo le seguí. "No pasa nada", les dije a los de dentro, que no entendían que una estrella del rock se pudiera venir abajo y me fui a ver cómo iba la cosa.

Lichis tenía los ojos húmedos y una melancolía infinita. No hablamos del tema. No recuerdo que habláramos de nada, de hecho. Nos pusimos los dos hombro con hombro apoyados en la vidriera. Cosas de niñas. Sí, cosas de niñas. El recuerdo de aquella noche es algo así como un recuerdo de plenitud aunque no sé de qué tipo de plenitud. Las chicas se fueron a Pachá después de dejar los teléfonos y no contestarlos jamás. Lichis, que vivía en Rivas, cogió un taxi con mis 20 euros, el músico de Rafa se miraba las manos vacías como si fuera imposible que se nos hubieran escapado aquellas dos post-adolescentes, como si Madrid no fuera Madrid, un artificio constante en el que siempre hay una chica juguetona queriendo convertirse en literatura.

O disco.

Yo me volví, también en taxi, puede que en autobús, a la calle Velázquez, donde vivía con mi madre y su marido. El plan era siempre no tener plan o a lo sumo traducir revistas de Pressing Catch. Yo inventé la posición del falso opositor, revolucioné el concepto: no di ni el clavo en todo el año y acabé consiguiendo aprobar y con tan buena nota que en octubre estaba trabajando. En octubre de 2008. Ese mes, exactamente ese, se puede considerar el último de mi larguísima adolescencia.

domingo, enero 13, 2013

Duran, Güemes... y Felipe V



Cuando a los madrileños se les intenta convencer de que su único problema es Cataluña y a los catalanes se les intenta convencer de que su único problema es Felipe V, pasa lo que pasa, es decir que los CiU, los Güemes y compañía van haciendo sus negocietes lejos de los focos de atención y si al final te pillan y tienes que pactar una indemnización, pues se pacta y punto, que será por dinero.

Esta semana hemos tenido tres noticias importantes en lo que tiene que ver con políticos y prácticas poco nobles. Dos han sido muy malas y una ha sido muy buena. Muy malo es que Unió Democrática de Cataluña reconozca implícitamente que se llevó 200.000 euros de fondos europeos destinados a la formación llegando in extremis a un acuerdo con la Fiscalía para devolverlos. Más allá de si Duran debe dimitir o no después de asegurar que lo haría, la noticia deja a las claras que estamos viviendo algo así como “la edad de oro de la corrupción española”. PP, PSOE y CiU son los Nadal, Alonso y Pau Gasol de nuestra política. En todos los países hay partidos con casos de corrupción, pero tres de esta entidad es complicado encontrarlos.

Y todo hace indicar que la cantera viene apretando fuerte, así que, ánimo, y a acabar con todo.

Casos así le hacen preguntarse a uno adónde va ERC en este proceso independentista. ¿Qué clase de país quiere construir con los del Caso Palau y los del Caso Pallerols?, ¿qué clase de país quiere construir con Felip Puig? “Hacer nación” es algo más que montañas nevadas, esteladas al viento. Si quieren convencer de un proyecto deberían aportar algo más que el título y el tráiler. Formar un país de gobernantes deshonestos y corruptos es algo absurdo cuando ya están en uno al que le sobra de eso.

La otra mala noticia es la que vincula a Juan José Güemes con la empresa Unilabs España, que ha conseguido la concesión de la gestión de análisis en diversos hospitales públicos de Madrid. Está muy bien teniendo en cuenta que Güemes fue el que decidió hace cinco años privatizar esos servicios. Ignacio González y su grupo de “liberales” empeñados en que el mercado no tenga nada de libre sino que todo se quede en casa afirman que no hay delito alguno pues Güemes dejó de ser Consejero de Sanidad hace cuatro años y la ley de compatibilidades establece dos como máximo para intervenir en un sector en el que has legislado. Tienen razón. Lo que preocupa es que pasen las décadas y no haya manera de que los términos “legal” y “político” se separen.

Que algo sea legal no quiere decir que sea políticamente aceptable, y en momentos de privatizaciones masivas de sectores de la sanidad pública, muchas de ellas en beneficio de la omnipresente CAPIO, que ha conseguido quedarse incluso con la gestión del “mamobus” de la Asociación Española Contra el Cáncer, la duda de si esas decisiones son por el bien común o por el bien personal me parece legítima. En dos años lo averiguaremos.

Por último, la noticia buena es la dimisión o cese o lo que sea de Miguel Ángel Villanueva. Sobre Villanueva se ha hablado mucho en esta columna, empezando por sus declaraciones de la mañana inmediatamente posterior a la muerte de tres chicas —por entonces eran tres- en el Madrid Arena. Esas declaraciones, en las que no se representaba a sí mismo sino al Ayuntamiento, es decir, a la ciudad, ya hubieran merecido su cese en cuanto se supo que no contenían sino falsedades para apoyar la versión oficial del empresario organizador, Flores, que resultó ser un “conocido” con el que Villanueva compartía cumpleaños, bodas y puede que incluso vacaciones, según apuntan algunos medios, sin que haya pruebas concluyentes al respecto.

Es lo mismo. Uno puede tener los amigos que quiera, ahora bien cuando uno de tus amigos tiene una concesión en exclusiva de un recinto y queda claro que nadie está controlando lo que hace en ese recinto hasta que no muere alguien e incluso cuando muere tú sales a defenderle, a lo mejor no eres un delincuente, que nadie está diciendo que lo seas, pero un buen político, un político que se marcha “con la cabeza bien alta”, hombre, no. Lo del PP de Madrid empieza a ser tan preocupante que uno ya no sabe ni qué va a ser lo siguiente. Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"

sábado, enero 12, 2013

Els quatre gats


Llegaron por la mañana y se fueron a la mañana siguiente, lo que nos dejaba una maravillosa tarde de noviembre, puede que diciembre, para los seis. Aquello no solo era Barcelona sino que era una Barcelona virgen, nuestra primera Barcelona, la de las calles del barrio gótico y los primeros perroflautas con sus melodías medievales. El encanto de la decadencia. Ellos venían de Toulouse, T. y yo veníamos de Madrid porque nos había tocado una quiniela. Ventajas de la ludopatía. Eran cuatro y nosotros dos y entre sus cuatro estaba una chica, Justine, que compartía piso con la Chica Langosta y conocía un poco la ciudad porque había vivido unos meses como estudiante, lo mismo que la Chica Langosta hacía en ese momento en la ciudad de Justine.

Comimos en un vegetariano, paseamos por la Barceloneta, subimos y bajamos las Ramblas y acabamos, en una tarde extraña, tomando café en "Els Quatre Gats". La Chica Langosta llevaba una boina francesa deliciosa. Era tremendamente feliz. Había encontrado algo parecido al hombre de su vida y el hombre de su vida le cantaba pasajes de "Turandot" y la trataba como la frágil princesa que todos queríamos pensar que era. Inocencia robada. En "Els Quatre Gats" nos hicimos unas fotos. La Chica Langosta y un amigo colombiano ponían caras divertidas mientras T. y yo publicitábamos nuestro amor recién estrenado.

Pasábamos las noches en Le Meridien, un lugar horrible.

Marcel -así se llamaba el novio de la Chica Langosta- iba ya en camino de ser alguien dentro de la facultad de ciencias políticas de Toulouse y había en torno a él ese aire de estrella, de intelectual, de éxito, que no sé en qué habrá acabado. Era algo mayor que nosotros, puede que dos años, puede que tres. Eso le dejaba cerca de los 24 porque nosotros no pasábamos de los 21. En cuanto a los demás, se puede decir que todos teníamos la conciencia de ser extraordinarios, de ser magníficos, especiales... Vivíamos Barcelona con la arrogancia del universitario, una arrogancia que rara vez se repite.

Una vez Zahara publicó un disco y en ese disco aparecía una frase que decía "Todos queríamos ser extraordinarios" y yo, claro, me acordé de mí y de mis amigos de Toulouse, Barcelona, Ramiro de Maeztu... Preparé una entrevista con ella -no la conocía personalmente de nada- solo para poder preguntarle exactamente cuándo se había dado cuenta ella de que ser extraordinario había dejado de ser una exigencia, un deseo, una posibilidad... No recuerdo su respuesta, pero recuerdo la que hubiera sido la mía: el día siguiente, cuando ellos ya habían cogido su autobús matinal a Francia -pasamos parte de la noche en un bar llamado "La Fira", me pareció un hermoso templo del estupendismo, cuando volví, diez años después, parecía una discoteca tropical-, T. y yo volvimos a la Plaza del Pi y nos pusimos como locos a buscar de nuevo el café donde Picasso y los primeros cubistas españoles se reunían a principios de siglo.

No lo encontramos. Aquello parecía imposible, porque no podía estar muy lejos y, aunque mi memoria nunca ha valido gran cosa, la de T. era cosa seria. Buscamos y buscamos pero fue como encontrarse una calabaza tirada por ratas. Desde entonces he vuelto a Barcelona unas dos veces al año. Nunca he vuelto a entrar allí. Puede ser que las dos primeras veces intentara buscarlo de nuevo. Pronto, demasiado pronto quizás, renuncié a ello.