sábado, noviembre 16, 2013

Festival Eñe 2013



Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver con el Festival Eñe, en concreto con aquel 2011 en el que me eligieron como blogger del asunto y ahí me pasaba yo el día corriendo de conferencia en mesa redonda, mochila en el hombro y ordenador bajo el brazo, buscando un sitio en medio de la oscuridad donde no molestar a nadie. Los demás invitados se perdían en entregas de premios y gin tonics y yo seguía ahí hasta la madrugada, hasta los últimos resistentes del Oulipo, los posts cada tres cuartos de hora, la compulsividad hecha letra y teclado, algo parecido a ser feliz en la distancia, mi propia idea de lo sublime.

Creo que a lo largo de estos cinco años me he hecho a una idea de lo que es el festival, con sus problemas y sus carencias pero también con sus éxitos y sobre todo con la necesidad de la propuesta en sí, una propuesta que cada año parece que languidece un poco y en la planta segunda, el bar deja algunas mesas libres, el stand de la librería Antonio Machado no está tan lleno y en la sala "chill-out", en ocasiones, incluso se oye al lector o al tertuliano. Las propias charlas ya no sufren las interrupciones constantes de gente que entra y que sale, en parte porque, ya digo, no hay tanta gente; en parte, y eso es un acierto, porque el reparto de las horas es más racional.

Yo he trabajado en La Fábrica y sé lo complicado que es porque los medios no son precisamente infinitos. Solo que estos chicos, que Camino y compañía -en su momento Toño o Doménico-, lo sigan intentando ya merece todo mi respeto y mi admiración y mis 15 euros del abono, porque sí, merece la pena un espacio así en Madrid y merece que al menos contribuyamos, que al menos nos enteremos y nos escuchemos unos a otros.

Otra cosa es cómo sale uno del Festival Eñe, que a veces es más abatido de lo deseable. Yo entiendo que uno escribe o edita o incluso lee por dos razones: por dinero o por diversión. Que no hay dinero o cada vez hay menos lo sabemos todos menos Botín, así que al menos podríamos esperar un poco de diversión, un poco de entusiasmo. Lo hay en muchas de las ponencias. Lo hubo en la maravillosa charla sobre Enrique Meneses o en las confesiones bibliópatas de Juan Bonilla y Miguel Albero. Lo hubo incluso, sábado por la mañana, frío polar en Madrid y ráfagas de lluvia, en la animosa conversación entre Lorenzo Silva, Jesús Marchamalo y Gonzalo Torné o en la discusión sobre novela histórica entre Juan Eslava Galán y Santiago Posteguillo.

Son ejemplos de lo que supone preparar una intervención pública, documentarse, saber llegar al público y mostrar amor por lo que haces.

No hubo ese entusiasmo y es una pena decirlo en la charla titulada, quizá demasiado genéricamente, "Los retos de la edición" y protagonizada por cuatro editores de cuatro editoriales relativamente independientes como son Alfabia, Salto de Página, Lengua de Trapo y Turner. Estos mismos cuatro editores anduvieron buscando autor a lo largo del fin de semana en una iniciativa del propio festival cuyo éxito no puedo valorar porque la han convertido de pago. 

El caso es que todo lo que pudo ir mal fue mal: eran las nueve, empezó a hacer un frío horroroso en la planta cuarta del Círculo, los micros funcionaban a veces sí y a veces no, no hubo nadie disponible para presentar a los cuatro contertulios y lo cierto es que estos no parecieron en ningún momento saber definir acerca de qué estaban hablando, quizás, insisto, porque el tema era demasiado vago y amplio. Jorge Lago fue el encargado de tirar hacia adelante como pudo, con una intervención sólida y discutible pero al menos argumentada. Lo que siguió fue un "dejarse ir" que espero que no resuma el futuro de la edición independiente en España porque vamos listos.

Yo sé que es desesperante trabajar y darlo todo a cambio de muy poco o nada. Conozco de primera mano los casos de al menos dos de estos editores y son gente currante, que se deja el dinero y el tiempo en sus libros y sus editoriales y que lucha por salir adelante. Es duro criticarles pero mi crítica tiene que ver precisamente con que su intervención no mostró nada de ese trabajo. Al contrario. Los cuatro parecieron coincidir en el tópico de que "en España no se lee", cosa que es discutible. Alguna gente lee mucho, otra gente lee poco, a veces nos gusta lo que leen y otras veces, no. Es indudable que se venden menos libros y que el mercado editorial está muy confuso. El asunto era saber qué estaban preparando esos cuatro editores para salir de la situación.

La respuesta quedó en el aire. La charla no estaba preparada, no había temas sobre la mesa, no aparecieron esos retos más que en vaguedades, todo empezó a languidecer, hubo un punto en el que incluso el lenguaje físico les traicionaba: cuatro treintañeros cansados, medio repantingados en el sofá, bajando cada vez más el tono de voz, sin saber qué decir, sin dar ideas, sin dar soluciones, aunque fueran de bombero. Consideras que no tienes público pero ahí te dejan el Círculo de Bellas Artes para ti, un Festival con nombres consagrados para que promociones tu editorial o que al menos expliques cómo estás enfocando esos "retos" de los que habla la conferencia y la reacción es mejorable: la gente se va poco a poco de la sala mientras tú apoyas la cabeza en la mano en gesto de abatimiento y murmuras, casi farfullas, que nada sirve de nada, que los españoles no leen, que los medios no nos reseñan, que los libreros no nos ponen en sus tiendas...

Ni un contraejemplo, ni un debate como tal, ni una esperanza, ni un "mira, a mí esto me está funcionando". Puede que sea verdad, puede que nada funcione, pero al menos cabría esperar un análisis de por qué esto es así. Por qué la no ficción sigue funcionando, por qué hay fenómenos más o menos fabricados tipo Grey pero otros completamente inesperados tipo Jonasson. Yo no pido que un editor sepa cómo se vende o no, porque eso es casi una lotería, pero sí pido que me venda con entusiasmo lo que está haciendo, que me convenza de que me tengo que comprar sus libros, de que no todo está perdido, de que merece la pena, que él, su editorial, sus autores, el festival, la literatura... todo merece la pena y he hecho bien en gastarme los 15 euros del abono y, así, yo me baje inmediatamente a la tienda y compre ese libro de relatos o esa novela que tan buena pinta tiene.

De eso se trataba, pero no fue posible. No porque no quisieran, estoy convencido, sino porque el verdadero reto de la edición independiente es tener tiempo: tiempo para leer originales, tiempo para cuidarlos, tiempo para promocionarlos y tiempo para preparar las conferencias a las que te invitan. Cuando no hay tiempo al final parece que no hay ganas y todo se nubla en un pesimismo decadente. Ganas hay, lo sé. Ahora, además, tiene que parecerlo.

P.D. Lara Moreno ganó el Premio Cosecha Eñe, sobre ella ya quedó todo dicho en 2008.