lunes, octubre 07, 2013

Rajoy debería saber que los españoles no votan con el bolsillo


Una de las leyendas que se extendieron durante los años noventa y buena parte de la primera década de este siglo era la de que el español votaba con el bolsillo, una manera de decir que, mientras la economía fuera bien, lo demás importaba lo justo. No sé de dónde vino esa creencia ni si tuvo algo que ver con el “Es la economía, estúpido” de la campaña de Bill Clinton en 1992, pero lo cierto es que no se basaba en dato empírico alguno: puede que la economía fuera un desastre en 1982, pero pensar que la hecatombe de UCD se debió a eso y no a su propia descomposición, el auge del terrorismo, la inseguridad ciudadana y el sentimiento de que el país estaba preparado para un cambio de caras no vinculadas al aparato franquista es simplificar todo un poco.

Las mayores muestras de que, al español, el bolsillo le aprieta pero no le ahoga el voto se dieron algo después: en 1993, los datos macroeconómicos de España eran un desastre y ganó el partido del gobierno; en 1996, parecía que el país se recuperaba... y ganó la oposición. Nada comparado a lo que sucedió en 2004, cuando la economía iba viento en popa en pleno esplendor de la burbuja inmobiliaria, el paro andaba por los suelos, los bancos daban crédito a cualquiera que se acercara... y el PP de Mariano Rajoy pasó de gobernar con mayoría absoluta a perder las elecciones.

Sí, claro, en medio estuvo el 11-M. En medio siempre hay algo y las razones a veces son unas y a veces son otras; a veces nos gustan y a veces, no, pero a lo que voy es a que la mayoría de votantes van o vuelven a las urnas, se deciden por un partido o por otro según parámetros de confianza de los que la economía no es sino uno más y a lo que se ve, ni mucho menos el más importante.

Por eso mismo, se entiende mal la polémica que el propio Rajoy ha creado con sus confusas declaraciones en Tokio presumiendo de sueldos bajos y mano de obra barata en España como incentivo para invertir en el país. Se entiende mal porque los sueldos bajos son para sus votantes y la mano de obra barata, de nuevo, son sus posibles electores. Debería entender que no sirve de nada tener unos datos macroeconómicos maravillosos si la microeconomía no funciona, es decir, si el ciudadano no siente que esas mejorías le afectan en su vida diaria.

El problema del paro es un problema de precariedad y no solo laboral, sino social. El ciudadano se siente excluido de la maquinaria, incluso culpable. Presumir de que la gente está tan desesperada que trabaja por cualquier cosa que le echen —un saludo al señor Adelson- puede que esté bien en las grandes reuniones de mandamases pero en público suena algo sucio, con un punto desesperado y de burla. No es cuestión de que mucha gente trabaje a mogollón sino de que lo hagan en las mejores condiciones posibles para desarrollar su capacidad y ayudar así a la empresa privada y al país a lsair del agujero.

No es de extrañar, en cualquier caso, que los políticos confundan cantidad y calidad tan a menudo. De hecho, el bipartidismo se basa en un concepto de calidad: nuestros votos valen más que los de las terceras opciones, salvo en aquellas circunscripciones donde las terceras opciones somos nosotros. Un dato al respecto: en las citadas elecciones de 2004, el PP consiguió 9.763.144 votos y aun así quedó a casi cinco puntos del PSOE de Zapatero. Siete años después, Rajoy logró 10.866.566 papeletas y logró la mayoría absoluta. Solo un millón de votos más supuso un 7% de incremento en porcentaje de voto y el paso de la nada al todo.

¿La razón? Obviamente, hay que encontrarla en los ciudadanos que no votaron, que votaron a terceras opciones como IU y UPyD o que prefirieron a partidos que intuían que no iban a obtener representación parlamentaria. Muchos, de hecho, votaron en blanco o nulo, hasta 650.000 españoles, que ya hay que estar cabreado para acercarse un domingo al colegio electoral de turno solamente para sabotear tu propio voto.

En resumen, la macroeconomía ayuda mucho a la propaganda y, ojo, la propaganda ayuda mucho a ganar elecciones... pero no a cualquier precio. Si el precio a pagar es el desprecio al ciudadano, el endurecimiento de sus condiciones laborales y el alejamiento de más gente del sistema, nos acercaremos a escenarios parecidos a los de Italia o Grecia, es decir, elecciones en las que todo es posible, porque la gente está tan desesperada que lo mismo te vota a Beppe Grillo que a Aurora Dorada y a ver qué pasa. La mano de obra barata es lo que tiene, que no le queda mucho que perder.

Bueno es que el paro baje o que no suba demasiado y muy bueno que las previsiones de crecimiento se revisen al alza, pero, ya lo sabe el propio Rajoy en sus carnes, si el ciudadano siente que te estás burlando de él, te quita la confianza. Tenga razón o no, que de eso la estadística y los escrutinios no entienden nada


Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"