miércoles, octubre 09, 2013

Encuentros en la realidad


A mí la realidad, en general, no se me da demasiado bien. Esto es algo relativamente reciente, es decir, que va empeorando con los años. Por eso mismo, intento esquivarla siempre que puedo y afortunadamente he vivido en un tiempo que me permite hacerlo con frecuencia y perderme en aplicaciones de Facebook, redes sociales, partidos del Barcelona por satélite y una esposa fantástica que hace que me sienta en casa en cualquier lugar donde esté ella.

Solo que ella no puede estar siempre conmigo porque entonces no sería una esposa sino una canguro y estaría bonito pedir algo así a los 36 años, así que, a veces, no queda más remedio de salir ahí y enfrentarse a un día de actos sociales, de viejos mundos que amenazan a los nuevos y nuevos mundos que aún están por construir, pequeñas Estrellas de la Muerte continuamente en obras. Una vida en andamios. Lo primero es un paseo hasta los cines Ideal para ver "Rush". Puede que haya que ser muy friqui del deporte para ir a las 17,15 de un martes a un cine para ver una película sobre Niki Lauda y James Hunt, pero es que yo soy muy friqui.

Además, tengo la esperanza de estar solo, es decir, de rodear de nuevo a la realidad y sorprenderla por la espalda. Una sala a oscuras, vacía, en silencio, me traslada a las sesiones de casi madrugada de festivales imposibles y me hace sentirme más joven, que diría mi psicólogo. El sueño se cumple a la mitad: en la sala somos ocho, que a mí me parece una barbaridad porque me estoy acostumbrando a pases en los que vamos la Chica Diploma y yo y los taquilleros se ponen en fila a aplaudirnos. Aun así, ocho no son muchos y la película está francamente bien. "Correcta" sería el término adecuado, un trabajo limpio y entretenido que dura dos horas y pico y se hace corto. Contar bien una historia, ese es el principio de todo. Y luego vamos inventando.

El problema es que al salir del cine me enfrento con problemas de agenda y con dos invitaciones a presentaciones de libro. Todos los que leen este blog saben que odio las presentaciones de libros y cualquier acto literario. No sé por qué pero las odio. No debería tener sentido porque están llenas de gente con la que me tomaría encantado un café en cualquier momento o a la que llevaría a ver "Rush" a las 17,15 de un martes si se dejaran pero así, en grupo, me siento sobrepasado. El viejo mundo por todos lados: Nacho Vigalondo por la calle Carretas abrazándome y llamándome "Bret Easton Ellis", la calle Mesoneros Romanos acechando a la derecha y la FNAC Callao esperando a la izquierda, los chicos del taller, Elvira, Miguel, Marina, Juan, Nano, David, Ernesto... todos escoltando a una Lara nerviosa, claramente nerviosa mientras Felipe Benítez Reyes desgrana "Por si se apaga la luz" a un ritmo lento, quizá demasiado.

Con todo, el nerviosismo de Lara no es nada comparable al mío, que estoy en la otra punta de la sala, es decir, pegado a la pared de atrás, como el típico asocial de clase de instituto. Pose de repetidor con gafas de pasta. Un sinsentido. Me prometo esperar hasta que Lara hable y cuando empieza a hablar me despido muy amablemente de Miguel, pido cita para un café tranquilo -porque ya hemos dicho que cafés tranquilos, sí; presentaciones, regular- y salgo rumbo a Tipos Infames, hablando con mi tío por teléfono, cruzándome con Borja Cobeaga, con Carmelo Gómez, con toda la industria cultural malasañera que sale o entra de los Lara, del Microteatro, o que simplemente pasea por la Corredera Baja de San Pablo como los burgueses paseaban por Vetusta, un poco por necesidad, un poco por dejarse ver.

Y yo, con mis dudas habituales, ¿quiero que me vean o quiero pasar desapercibido?, ¿y cómo puedo hacer todas las cosas que quiero hacer, que son muchas, pasando desapercibido, sin ayuda?, ¿cómo se escribe sin editores ni lectores? Cuando llego a la presentación de la novela de Eduardo Lago, la librería está hasta arriba, tan hasta arriba que hago algo muy propio: me meto en el Lozano a tomarme un bocata de tortilla. Dejemos algo claro: tenía hambre. Sin el hambre no habría habido Lozano. Eso no quiere decir que la estampa no me gustara estéticamente: Lago, Vicent, Trueba, Loriga... todos metidos en la librería riendo y pasando un buen rato y yo en el bar grasiento de enfrente tomando un bocata.

Creo que esa es exactamente la imagen que tengo de mí mismo y eso no quiere decir en absoluto que esté cómodo con ella ni que no quiera cambiarla. Solo que no sé cómo.

En fin, que la presentación acaba y yo me siento abrumado ante tanta gente a la que admiro y que me gustaría que me conocieran, claro que sí, pero que me gustaría que me conocieran por algo y no solo por "estar ahí" -"show off", dicen los ingleses, que saben más de estas cosas- y ante la imposibilidad de que ahora mismo nadie me conozca por nada que merezca demasiado la pena, pues prefiero no molestar, quedarme con mis primos, quedarme con mis tíos, algo de charla con Pepe Lasaga y mantener el tono bajo, el que me lleva a un bar en la calle Madera o alrededores esperando a que mi esposa me recoja con su coche y me lleve a casa tranquilo, donde las series, las redes sociales, las aplicaciones de Facebook...

Estoy tan acelerado que me acaba preguntando: "¿Y por qué no te has quedado más tiempo y luego volvías tranquilamente en un taxi?" y yo me lío a dar explicaciones cuando en realidad podría haberlo resumido en dos palabras: "Hace frío". Y ella, seguro, me habría entendido perfectamente.