lunes, septiembre 23, 2013

Luna de Miel VII. Monteriggioni, San Gimignano, Volterra


El problema de San Gimignano son las expectativas, como si todos los turistas se hubieran puesto de acuerdo en que, de todos los pueblitos enclavados en una montaña con su iglesia renacentista, su campanario, sus plazas empedradas y sus viñedos y olivos, el más impactante fuera el del nombre mas bonito, cosa con la que la Chica Diploma y yo no estamos de acuerdo; no porque San Gimignano sea feo, que hasta ahí podríamos llegar, sino porque San Gimignano no es más bonito que Montepulciano o Arezzo.

Ni siquiera tiene más encanto que Monteriggioni, uno de esos pueblos preparados para sacarle los cuartos al turista, de manera que dejas el coche en el parking, subes a la muralla, te tomas un café en la plaza y resulta que entre los dos os habéis gastado 30 euros. El encanto de Monteriggioni está precisamente en su pequeñez y en su artesanía medieval, una estética perroflauta confirmada cuando un grupo de dos chicos y dos chicas sacados de su tienda Quechua se ponen a cantar y la verdad es que lo hacen bien, con sus instrumentos básicos, sus voces de coro de iglesia y la tranquilidad de sus sonrisas puede que emporradas, puede que no, quién sabe y qué más da.

El caso es que es domingo por la mañana, brilla el sol, la música es muy agradable y hay un enorme descafeinado con leche en la mesa. Es uno de esos momentos sartrianos que uno recordará siempre.

San Gimignano, como ya he dicho, se nos queda algo corto. A mí se me queda corto, al menos, con su multitud de turistas, sus italianos domingueros y una cierta sobrepoblación que se agolpa entre las cuatro torres. La Chica Diploma está cansada de tanto conducir y sugiere saltarnos Volterra, pero esta vez soy yo el animado, el que tiene la necesidad de poner una muesca, un tic, detrás de cada nombre, y al menos por una vez tengo razón porque Volterra es sencillamente precioso. Un pueblo por el que te perderías durante horas, que es exactamente lo que hacemos porque no conseguimos encontrar el parking ni el coche. Un pueblo de iglesias del siglo XIII, museos de la tortura, heladerías suculentas y fuentes etruscas tras sus respectivas murallas.

Otro de esos pueblos intactos que tanto nos sorprenden. Intacto desde Tarquinio Prisco, desde Tito Livio, desde la misma fundación de lo que luego bajaría al Lazio y se llamaría Roma. Rómulo y Remo retratados a menudo en esculturas de piedra, compitiendo con Pinocchio por ser la estrella local, el canterano por excelencia de la Toscana. Volterra y sus escaleras, sus arribas y abajos tan de Siena...y a la vez tan vacía, tan de atardecer ya de domingo, poco antes de coger de nuevo el coche, sortear curvas y aparecer en las afueras de Pisa, un complejo de apartamentos que a la Ragazza Sensa Glutine le recuerda, y no sin algo de razón, a los moteles de carretera americanos, con su empleado barbudo y treintañero que no sabe muy bien cómo funcionan las cosas, sus casas alineadas y su sensación de hogar precario.

La Chica Diploma duerme doce horas y sueña con nuestro hijo. Yo duermo ocho y sueño con mi padre, con decirle a mi padre que está muerto y que no se preocupe, algo que parece chocarle pero no demasiado. Incluso dice algo así como que ya se lo imaginaba y parece tranquilo. Lo último que sabemos de la vida de mi padre, o lo primero que sabemos de la muerte de mi padre, es que se le cayó una lágrima justo en el último aliento. A mí me parece demasiado poético como para que signifique algo, pero lo que es innegable es que la lágrima cayó y en ese momento dejó de vivir, así que a partir de ahora, si ustedes lo encuentran en sus sueños, cosa poco probable -pero quién sabe y qué más da- procuren construir la conversación a partir del hecho de la lágrima, es decir, del hecho de que hay alguien muy vulnerable por ahí y probablemente necesite ayuda.