viernes, septiembre 27, 2013

Luna de Miel XII. Como, Bellagio.


La novela -últimamente pienso en novelas y no en relatos, aunque perfectamente esto podria ser un relato- empezaría en un pueblo de La Spezia, por ejemplo, Vernazza. Un matrimonio de treintañeros recien casados está tomando un café en una terraza y ella se fija en dos chicas muy guapas que comen una pizza compartida unos metros mas adelante, en el mismo bar-restaurante. La belleza en los pueblos de turistas con dinero no es inusual pero aun así queda fascinada por una de ellas. La otra no le parece que esté mal tampoco, hasta el punto de que lo comenta con su marido. "Esas dos chicas de ahí son guapisimas", dice, pero el hombre no se fija demasiado; son muy jovenes, parecen muy jovenes, al menos, una de ellas está de espaldas y desde la perspectiva tapa a la otra.

El hombre no está para adolescentes deslumbrantes asi que la cosa queda ahi, no va a más. Pagan los cafés, pagan el barco que les lleva a su pueblo y al dia siguiente viajan 300 kilometros hasta acabar en Suiza, en un hotel perdido en medio de una montaña, entre los alpes y un lago enorme. Quedan tres días para que acabe su Luna de Miel.

Precisamente por eso, porque es preciso apurar el tiempo, al dia siguiente se levantan pronto, muy pronto -no pueden dormir, no saben por qué pero no pueden-, desayunan y cruzan la frontera de vuelta hacia Como. Ahí cogen uno de los barcos que les tiene que llevar a Bellagio despues de darles un buen paseo por las distintas villas de los multimillonarios del planeta. Uno de esos viajes con guía aleman que te atruena los oídos mientras un grupo de jubilados jalea sus ocurrencias. De repente, en medio de los motores, la recien casada vuelve a ver a las dos chicas. No han pasado ni 48 horas del encuentro en la pizzería de las 5 Tierras y ahora resulta que estan aquí, en el mismo barco -salen cada quince minutos, hay unos cuantos cada mañana- y, claro, se lo tiene que contar a su marido, que sigue algo ausente y no hace mucho caso, incluso llega a creer que se ha equivocado, que es una coincidencia imposible y que su mujer quedó tan fascinada que en ocasiones ve adolescentes bellísimas sin motivo alguno.

De hecho, al bajar a Bellagio, las chicas no están. Está mucha otra gente: otra pareja de espanoles, por ejemplo. Ella está embarazada pero en el barco se tocan la tripa el uno al otro, como si el hijo lo llevaran entre los dos. A su lado, un matrimonio de checos o eslovacos o alguna nacionalidad difusa del centro de Europa que parecen recién casados. Ellos sí están pero las chicas no, las chicas se han vuelto a perder y está bien que así sea porque el matrimonio puede tener tiempo para ellos y dejarse de fantasías: comer en una agradable pizzeria en lo alto de unas escaleras, comprar unos cuantos regalos en tiendas de artesanía y visitar los jardines de la Villa Melzi por recomendacion de la camarera. Van con el tiempo tan justo que creen que van a perder el barco de vuelta y aceleran el paso como cuando estaban delgados. Al final, llegan, se sientan incluso, y cuando suben al barco, la recién casada se pone triste porque no hay asientos al aire libre sino que todo esta dividido en dos sectores, el de arriba y el de abajo, ambos dentro de una jaula de metacrilato.

Se sientan en dos asientos cualesquiera, algo decepcionados. Ella se pone en el del pasillo por si le da por salir en un momento dado al puente de mando y hacer unas fotos. Él sigue en su mundo.

Y entonces -en realidad no sé si el relato tendría que empezar aquí- las dos chicas entran en la sala y deciden sentarse delante de ellos. No parecen tener ni idea de que han compartido bar de La Spezia ni viaje de ida. La chica morena se queda dormida enseguida; la castaña, la que se supone que es la guapa, se dedica a hacerse fotos y mandarlas por whatsapp.

Volvamos a los recien casados: ella insiste en lo guapa que es esa niña y le otorga una edad imposible, en torno a los 23 anos. Él diría que tiene 16 pero asume que no los tiene porque esa no es edad para viajar con una amiga, las dos solas, por el norte de Italia. De repente, el viaje se convierte en una observacion de la chica: sus mensajes, su móvil, su maquillaje, su camiseta... El marido tiene que reconocer que es guapa pero sigue sin parecer entusiasmado. "Tiene una nariz enorme", dice. "A ti te gustan chicas con narices mas grandes que esa", contesta su mujer, que sigue hablando sobre su belleza, una belleza que le recuerda a una modelo aunque no recuerda a quién, y sobre todo sigue hablando sobre la conciencia de su belleza, reforzada por las miradas de cada hombre que entra en la sala y se encuentra con sus ojos claros.

El pibón con conciencia de pibón. Liv Tyler en una película de Bertolucci.

Así hasta que, ya casi en Como, la amiga despierta y hablan en algo que parece italiano pero es español. Un español con toques mexicanos, estadounidenses e italianos. Un español casi incomprensible, pero que deja al matrimonio de piedra: ¿les habrá escuchado?,¿sabría que todo ese tiempo era la pantalla de cine para esos espectadores? La mujer se queda fascinada ante esa posibilidad, el marido empieza a darle importancia al asunto. Son dos niñas de papá, sin duda, pero, ¿qué niñas? ¿Dónde viven, qué hacen ahí, quién es la madre, quién es el padre? Estan preocupadas porque el barco va con retraso y van a perder el tren. ¿Hacia dónde va el tren? ¿Volveremos a encontrarlas en Milán?

¿Qué pasaría si el matrimonio se acercara y hablara con ellas? ¿En qué tono? ¿Algo misterioso o algo directo? Podrían hacerse amigos, de alguna manera. Ellos podrían acercarlas a la estación en coche y aun así perder el tren. Quizás entonces ellas tendrían que aceptar quedarse en el hotel donde ellos estan. El hotel suizo perdido en los Alpes. Al dia siguiente todos podrían salir para Milán, porque ya sabemos que el matrimonio va alli y ellas se saben los horarios de todas las tiendas, quiza sea por algo. Los cuatro podrían cenar juntos y emborracharse. Ellas tienen una edad peligrosa. Ellos tienen una edad más peligrosa aún. La recién casada repetiría constantemente a la niña lo guapa que es, algo que ella ya sabe, ¿qué tendría que hacer entonces la chica morena para llamar la atención, para entrar en el juego?

Lo que nos lleva a lo más importante:¿quién jugará con quién? ¿Serán ellos las marionetas de una aventura adolescente, manejados por dos chicas que aparecen y desaparecen cuando quieren, dos chicas coquetas que saben bajar los ojos, que saben llevarte donde quieren... o seran ellas las incapaces de salir del juego de ellos, un juego sórdido de quien ha estado ahí años antes y quiere lo que tú tienes: tu piel, tu juventud, tu arrogancia...? ¿Qué situaciones se pueden dar en ese hotel decadente, con spa y masajista? Quién saldra perdiendo? No digo ganando porque no me interesan las historias de ganadores, sino perdiendo, porque en una burbuja se puede perder todo. ¿Quién es ese matrimonio, en cualquier caso? Yo creo que la novela, el relato, debería ir por ahí, que en realidad lo que acabemos por no saber es quién demonios es ese matrimonio y por qué le gustan los juegos al límite.

Sí, definitivamente, el matrimonio debe ser el protagonista y el enigma de la historia. No desde el principio, de acuerdo, pero sí al final. O en el medio, en algún punto después de que los cuatro bajen del barco, ellas corran hacia el tren y ellos paseen por Como hasta volver al coche, al hotel, al simulacro de la coca-cola y el vaso de vino blanco en la terraza sobre el lago, conscientes de que el abismo de un universo se ha abierto y ellos no han querido entrar, es decir, no han querido ser incógnitas, algo que a él por un lado le decepciona y por otra le consuela porque así, en su imaginacion, todas las respuestas las podrá contestar como le dé la gana.