lunes, agosto 12, 2013

No es el FMI, es España


Si algo se está perdiendo en el análisis político, económico y social, tanto patrio como ajeno, es la perspectiva de la realidad. Nos empeñamos en calcularlo todo sobre el papel, la regla, lo correcto y suponemos inmediatamente que del “deber ser” se seguirá el “ser” sin más problema. Es lo que sucede, por ejemplo, y aquí lo ponemos en relieve muchas veces, con el concepto de “democracia” que hay en España, un concepto precioso, que habría que luchar por que se aplicara y que sin embargo deja mucho que desear porque está en manos de demasiados ladrones.

El problema es que al decirlo parece que uno quiera cargarse la democracia, es decir, el concepto, cuando lo que quiere es quitarse de en medio a los ladrones y los mafiosos, es decir, la triste realidad, eso que tanto odia la razón cínica porque le desbarata todas sus obviedades.

Algo parecido ha pasado esta semana con la medida que propone el FMI —y no solo el FMI- de reducir un 10% los sueldos para conseguir más empleo. La medida no es un disparate en sí misma y podría defenderse en cualquier libro de teoría económica. Lo que pasa es que no tiene nada que ver con la realidad sobre la que se pretende aplicar, que, por cierto, es española, pero no solo española, porque algunos rasgos que voy a enumerar ni son ibéricos en exclusiva ni siquiera latinos sino universales, me temo, y siempre lo han sido así.

De entrada, pensar que reducir los sueldos va a derivar en mayor contratación me parece arriesgado. ¡Ojalá fuera así! La mentalidad del empresario medio español suele girar en torno al máximo beneficio con los menores costes y el menor gasto en servicio al consumidor. Si el trabajo de dos lo puede hacer uno y me ahorro un sueldo, adelante. Si el sueldo de uno que cumple sin más es menor que el de alguien válido y competente pero que pide más dinero, pues me quedo con el cumplidor y ya iremos tirando... Por supuesto, hay excepciones, y donde hay excepciones, el producto por lo general funciona, pero la mentalidad es esa: el pelotazo, incrustado en el país desde los años 50.

Mi experiencia como trabajador a menudo precario en el sector privado me invita a pensar que ese 10% ahorrado en sueldos jamás va a ir a la partida de personal. Irá donde vaya: a deudas o a caprichos, en eso no entro, pero veo complicado que el empresario diga: “Con lo que me ahorro aquí, voy a mantener este puesto de trabajo o a contratar a más gente para dar mejor servicio y ser más competitivo”. Ojalá fuera así, insisto, y habrá quien esté deseando hacerlo o lo haya hecho ya, pero lo más probable es que esa rebaja del 10% simplemente haga que el asalariado tenga menor poder adquisitivo, trabaje lo mismo por menos dinero durante el mismo número de horas, y esto incida en un punto clave: el consumo.

Porque una sociedad en la que la clase media-baja, por llamar de alguna manera al asalariado estándar, no llega a fin de mes y ve cómo todo se encarece mientras su sueldo se reduce es una sociedad que se ve abocada al colapso en el sentido marxista: nadie compra, así que nadie puede vender, con lo que el capital se estanca, queda cada vez en menos manos, etcétera. La lucha exitosa del liberalismo contra Marx partía precisamente de un enfoque más sensato y actualizado de la realidad, de la lucha contra esos principios que parecían inexorables buscando siempre la flexibilización, los equilibrios que no siempre dictaba el mercado sino muchas veces el sentido común. Si el liberalismo ha triunfado durante más de un siglo ha sido entre otras cosas porque ha sabido “tener cintura”, cosa que está perdiendo a pasos agigantados porque parece que ahora todo tiene que ser “como lo dijo Hayek” o “como lo dijo Keynes” o el gran líder de turno.

Conceptos.


Seguir reduciendo sueldos en una proporción tan alta sin que se cumpla la condición de que el dinero ahorrado vaya a más asalariados —lo que sería de alguna manera una redistribución y no un colapso- me parece un desastre para cualquier economía y desde luego para la española, donde el sentido de solidaridad laboral no está demasiado extendido y donde la famosa ley de la oferta y la demanda se entiende como se ha de entender en un país que nunca la ha experimentado: exagerándola.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"