viernes, agosto 30, 2013

Crónica de un secuestro-express


El Camp Nou sorprende por su facilidad, una facilidad de mes de agosto, tres cuartos de entrada, turistas pululando por las inmediaciones y por los asientos de lateral y preferencia, cámaras por todos lados, flashes que se encienden en cuanto los jugadores saltan al campo, móviles que vuelan de mano en mano y piden fotos en distintos idiomas. Todos hemos venido a lo mismo: a hacer historia, a inmortalizar el momento, que diría un cursi. Sin todo eso, ¿cómo serían las cosas? Es un partido por un título pero es un título menor y ante un equipo que no cae mal, un equipo que, si está aquí, es porque le ha ganado al Madrid en el Bernabéu y eso siempre agrada.

Probablemente las cosas serían distintas: el ambiente estaría más cargado, una mezcla de agresividad contenida, entusiasmo y pesimismo. Encara patirem. Probablemente el taxi jamás habría podido llegar hasta nuestro acceso de Joan XXIII y no habríamos podido pasar controles en dos minutos ni encontrarnos el baño casi vacío. Pero las cosas son como son y me gustan: estoy en el Camp Nou y estoy viendo al Barcelona y, lo siento por la insistencia, lo que llama la atención es la normalidad de todo ello, quizá porque este Camp Nou es una extensión de Las Ramblas, la Barceloneta, los pelos rubios, las caras rojas, los iPads grabando jugadas y el minuto 17:14 pasando completamente desapercibido.

Lo que me llama la atención es, al fin y al cabo, que esto no es más que un estadio de fútbol y quizá sea más grande que el Calderón, pero no me parece más espectacular que el Amsterdam Arena, por ejemplo, a cuya inauguración fui en 2001 por esas cosas del destino y el trabajo, para ver un partido que, cómo no, acabó 0-0.

De todas maneras, yo quería hablar del Camp Nou hasta cierto punto; hasta el punto en el que el Camp Nou da sentido a la  historia: doce menos cuarto de la mañana, esperando que mi suegro me recoja para ir a Coslada a comprar unos tablones -¿y para qué querría mi suegro contar conmigo para algo relacionado con el bricolaje?, ¿conmigo, que aún no he conseguido después de dos semanas cambiar la bombilla del dormitorio?- cuando suena el telefonillo, preparo la paciencia y me encuentro con Fer Cabezas y me doy cuenta de que me la han jugado, de que la Chica Diploma me ha engañado en todo y que, vale, yo soy muy fácil de engañar porque mi reino no es de este mundo y aparte de despistado soy francamente inocente y la realidad me pilla siempre pensando en otra cosa, como buen filósofo me gusta pensar, pero la trama tiene un mérito indudable.

Fer Cabezas en la puerta de casa, gritando "Vámonos" y esta vez no de una manera figurada, sino literal: la mochila preparada por la propia Chica Diploma y debidamente escondida, los billetes para el AVE, la semicarrera hacia Atocha y después, ya saben, Barcelona, mi pequeña y querida Barcelona, con su calle Numancia, sus templos del turisteo, sus esteladas a punto para florecer en septiembre y mi camiseta de Messi en todos lados. Por una vez que no me siento extraño con ella puesta, tengo que aprovechar. Y así pasamos el día Fer y yo, intentando recordar cada momento de nuestro viaje en 2008 -Fer y yo deberíamos protagonizar un bromance y deberíamos hacerlo cuanto antes- y convirtiendo de una casi despedida de soltero una especie de vacaciones románticas, que al fin y al cabo es lo que somos.

Así, volvemos al irlandés donde huimos en 2008 de unos porteros osetios, volvemos a pedirnos relevos con un movimiento de codo cuando caminamos por La Diagonal, como si fueran las cuatro de la mañana y Michael Phelps estuviera a punto de ganar su séptima medalla de oro, volvemos a pensar en subirnos al Mirablau a cenar bajo la luz de las velas y solo falta que pidamos nuestra canción, que sin duda sería "All these things I´ve done", de The Killers.

Lo bueno y lo malo de gente como Fer es que te obligan a ser mejor persona. Ustedes dirán que eso es algo bueno de por sí y yo les daría la razón si no fuera yo el que está ahora obligado a ser esa buena persona y no tuviera un miedo horrible a no estar a la altura. Creo, sin embargo, que sí lo estaré, porque lo que tenemos en común Fer y yo es que los dos pensamos en qué se puede hacer para que el mundo sea mejor. Y cuando hablo de un mundo mejor, desgraciadamente no hablo de Siria ni de Irak, sino del día a día, de las pequeñas miserias, de lo que uno configura en su alrededor con cada una de sus acciones. Un mundo estético y no moral. Un mundo en el que las cosas son bonitas, en el que puedes decir: "Esto que he hecho es precioso" y realmente no esperas recompensa. Yo sé que Fer no espera recompensa ni reintegro equivalente de sus cuatro billetes de AVE, sus dos entradas de lateral del Camp Nou y su habitación doble en un NH en pico de temporada.

Yo sé que no espera nada de eso pero se imagina que se lo acabará llevando porque no voy a dejar que sea él el que mejore el mundo sin más y me robe los titulares. Eso, de ninguna manera. Así que ya puede irse preparando ese cabronazo.