domingo, junio 30, 2013

La última penetración imposible de Sarunas Marciulionis


Sarunas Marciulionis era un jugador misterioso en unos cuantos aspectos, digamos que inusual, uno de esos soviéticos fornidos que solo aparecían una vez al año —dos, si la URSS iba al Torneo de Navidad—, enamoraba a todos los aficionados y se volvía a su club de Vilnus, el BC Stayba, con el que nunca consiguió superar el séptimo puesto en la liga ni acercarse a título alguno. El nivel del equipo era tal que en la última temporada de su estrella en Europa, la 1988-89, quedó noveno en la minicompetición lituana que se organizaba paralela a la liga soviética pese a contar ya por entonces con un jovencísimo Arturas Karnisovas como compañero de penurias. En la plantilla se encontraba también Gintaras Pocius, el padre del actual jugador del Real Madrid.

Hablamos, por tanto, de un jugador que era muy difícil de seguir, porque los partidos del Stayba —después, Lietuvos Rytas— no se podían encontrar prácticamente en ningún lado. Sin embargo, había algo mágico en él. Algo muy poco europeo y desde luego muy poco soviético: la voluntad del desacato, una valentía casi temeraria y un físico privilegiado, espaldas y torso voluminosos acompañados de las piernas de un saltarín. Un jugador NBA, en otras palabras, que disputó sus mejores partidos precisamente contra los pobres universitarios americanos que EE. UU. iba mandando a las distintas competiciones. Después de arrasarles en Seúl, en 1988, los Golden State Warriors lo tuvieron claro: ese chico tenía que irse a San Francisco a hacer piña con los Mullin, Hardaway, Richmond y compañía.

Así, un año después, Marciulionis y Alexander Volkov llegaron de la mano a la NBA. El primero, como quedó dicho, a los Warriors; el segundo, a chupar banquillo en Atlanta. Por supuesto, fueron los primeros rusos en jugar la competición americana por excelencia solo que ninguno era ruso: Sarunas era lituano y Volkov, ucraniano, pero eso poco importaba para la prensa y los aficionados estadounidenses. Rusia era Rusia y Rusia era el enemigo. La adaptación de Volkov, un jugador que en Europa sería dominante en la década de los 90, fue costosa; la de Marciulionis, inmediata.

A sus 25 años, Sarunas era un hijo de la glasnost. Le gustaban las camisetas horteras, californianas, se cuidaba el flequillo y era capaz de machacar a una mano en transición como si nada. Petrovic fracasaba en Pórtland, Divac se hacía un hueco en Los Ángeles… y Marciulionis asombraba a todos con 12 puntos anotados de media en poco más de 20 minutos de juego. Por supuesto, el estilo de Don Nelson le ayudaba, aquel famoso run and gun, pero si alguien abrió de verdad la puerta de la confianza a los europeos en la NBA, ese fue Marciulionis, hombre importante en los Warriors, candidato varias veces a mejor sexto hombre de la liga, jugador admirado por los aficionados de San Francisco y patriota leal a su recién independizada Lituania, con la que consiguió la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, aquella ceremonia a la que no pudo asistir Sabonis por la borrachera que arrastraba y en la que todos los demás miembros de la plantilla llevaban unas camisetas tintadas con la calavera de los Grateful Dead, que habían sufragado gran parte de los gastos del equipo solo por su afinidad con Marciulionis y lo que representaba la modernidad lituana frente al opaco aburrimiento soviético.

Aquellos Juegos, a los 28 años, fueron la cima de su carrera. Venía de promediar casi 20 puntos por partido en unos Warriors que enamoraban, pero la desgracia llegó en forma de lesión de rodilla. No cualquier lesión: una lesión devastadora que puso en peligro su carrera y lastró su físico hasta la retirada. Después de promediar 17,4 puntos en 27,9 minutos en los primeros 30 partidos de la temporada 1992/93, Marciulionis tuvo que pasar un año y medio fuera de las canchas y cuando volvió, renqueante, su equipo ya no eran los Warriors sino los Sonics de Shawn Kemp y Gary Payton, justo un año antes de que llegaran a la final de la NBA contra los Chicago Bulls de Michael Jordan.

Sarunas cumplió: casi 10 puntos por partido en menos de 20 minutos. No estaba nada mal, pero la desconfianza en sus rodillas no ayudaba. Los Sonics le traspasaron a los Kings, que era como mandarle al infierno de la NBA, una franquicia condenada a no destacar jamás… hasta que aterrizaron Adelman, Williams y Webber y cambiaron la historia. Marciulionis llegó demasiado tarde y demasiado cojo. Su Eurobasket 1995 había sido prodigioso, un recuerdo de lo que algún día fue. No solo llevó a su equipo a la final contra Yugoslavia sino que estuvo a punto de ganarla: únicamente los 41 puntos de Djordjevic con 9/12 en triples y una actuación arbitral vergonzosa impidieron el sueño lituano...

Puedes seguir leyendo el artículo sobre Sarunas Marciulionis de forma completamente gratuita en la revista JotDown, dentro de la sección "El último baile"

viernes, junio 28, 2013

Sultanes del swing


A veces, mi padre aparece. Es inevitable y tampoco le doy mucho margen, menos del que mi psicólogo querría, tengo la impresión. Aparece con gesto de sufrimiento, torcido, el ceño fruncido y los ojos cerrados, ladeado contra mí mientras le sujeto la cabeza calva y le beso y le digo: "Estoy aquí, papá, tranquilo, estoy aquí" y ayudo así a que Carlos y Mercedes le cambien los pañales. Está a punto de morirse. Él lleva días diciéndolo: "Me estoy muriendo, me estoy muriendo". Lo increíble es que no se haya dado cuenta antes. Nosotros llevamos nueve meses sabiéndolo. Un parto. Mi padre tardó lo mismo en nacer que en morirse y no veo nada poético en ello, simplemente fue así.

No sé qué le dolía a mi padre, ni sé si le dolía algo o simplemente, en su estado de semi-inconsciencia, el propio movimiento, las manos llevándole y trayéndole, manejándole como a un bebé, le recordaban lo lejos que quedaba ya la vida, yaciendo en la cama, conectado esporádicamente a un respirador. A mí me pueden pedir que haga como si nada, cuando todo esto queda a dos meses y medio de distancia, incluso yo puedo hacer como si nada porque me sale relativamente bien pero obviamente no, yo no soy el mismo, no puedo serlo. Piensen en ello, es imposible.

Ayer, estuve con Fer y Jaime viendo unas semifinales de un torneo absurdo y tomando una copa por Huertas. A Jaime le conocerán si leyeron "Cuando las cosas dejaron de tener sentido", el libro que cuenta los seis meses que fueron de noviembre de 2005 a mayo de 2006. Mi "acmé", que dirían en la Grecia antigua. Fue una gran noche porque son grandes recuerdos. Los tiempos en los que los actos apenas tenían consecuencias y la gente aún no se había muerto. Tres muertes en seis años no es una barbaridad pero erosiona. Erosiona tu abuela en una residencia donde huele a lejía mezclada con orina. Erosiona tu abuelo esperando que pongan un partido de fútbol inglés a una hora imposible. Erosiona la calva de tu padre, el rostro marcado por la enfermedad, amarillento, sin preguntar nada por miedo a que le respondamos.

Nada como 2006, insisto. Como el NH Embajada y sus croissants y sus churros de madrugada o sus taxis en perfecta compañía. Nada como el Colonial cada martes y cada miércoles y cada jueves. Las mezclas de Lizipaína, Alprazolam, Paracetamol y JB-Cola. La vuelta a unos años 80 pasados por el cinismo. Lo que más me repatea de mi alrededor es la sensación de "no hay que tomarse las cosas a la tremenda", el intento por desdramatizar cuando la vida ES bastante tremenda si se pone y de ahí al drama hay un paso. Eso, precisamente, es el cinismo, la distancia. Kurtz en la forma de Marlon Brando escupiendo cáscaras mientras dice tranquilamente: "The horror... The horror has a face".

El horror tiene la cara de mi padre agonizando y de alguna manera me siento orgulloso porque yo estuve ahí, porque a un padre hay que cogerle la cara y besársela cuando se está muriendo y lo sabe. No hay otra obligación humana más allá de esa.

La carta de suicidio de Kurt Cobain acababa con una frase muy cursi y una especie de firma con las palabras "Love, peace, empathy". Las dos primeras son absurdas, no quieren decir nada, pero la tercera es la clave: empatía. Un mundo sin empatía se hace muy duro para la gente sensible y la gente sensible -volvemos al cinismo- no está de moda. El amor y la paz... vale, de acuerdo, pero la empatía, ¡ese don tan escaso!... Entre mi padre y yo no había empatía alguna y sigue sin haberla. En una semana me voy a Santander por si la encuentro en algún bar. Pero había ese respeto instintivo, primario, de hacer las cosas de manera correcta.

Porque nosotros llevamos el fuego.

Aparte de los recuerdos y los bebés, la noche nos dejó una imagen. Más que una imagen una película, porque duró mucho tiempo. Estábamos en un bar donde los jueves la gente baila swing. El relaciones públicas lo llamó "música de los 50" pero no, aquello era swing de toda la vida, swing de Dick Tracy y locos años 20. Los chicos y las chicas bailaban hasta dejarse el sudor en la pista, nosotros mirábamos distantes desde la barra. El encanto de vivir en otro mundo, en otro tiempo. Buscar un lugar donde se pueda vivir en otro tiempo, en otro mundo. Donde esté permitido. A falta de empatía, escapismo. Había que ver cómo bailaban en el anacronismo y lo bello que parecía el anacronismo desde diez metros, sin mezclarte con el siglo pasado.

Algo hermoso empuja a esos chicos a escaparse del mundo durante una noche. Algo hermoso y a la vez algo horrible, supongo, una negación de lo actual. Cuando no puedes refugiarte en los brazos de tu padre, te refugias en la nostalgia o te mueves sin parar. Porque si te paras, piensas, y, como decían Les Luthiers, "el que piensa, pierde".

jueves, junio 27, 2013

Himar Ojeda: "Estuve muy cómodo en Estudiantes pero su situación actual es compleja"

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Himar Ojeda se ganó un nombre como director deportivo acertando fichaje tras fichaje en el Gran Canaria y dándole viabilidad deportiva al proyecto económico del club. Después de su polémico despido aterrizó en Madrid, concretamente en el Estudiantes, para intentar repetir éxitos. Pese a un inicio de año espectacular y la sensación de que por fin las cosas se estaban haciendo bien, la noticia de su no renovación ha caído como un jarro de agua fría en la hinchada estudiantil, que intuye que la situación del club puede ser mucho peor de lo que se cree.

Pregunta.- ¿Por qué ha decidido dejar Estudiantes? Si la decisión ha sido común, ¿a qué se debe el desencuentro tras solo un año?

Respuesta.- Hay muchos factores, pero el factor principal ha sido la situación económica. No solo del Estudiantes, sino de la ACB y de toda España. Yo he estado muy cómodo en Estudiantes, muy valorado, sobre todo, y lo que más me ha impresionado es la ilusión que se estaba generando desde mi llegada a Estudiantes. Externa e internamente.

P.- Entonces, ¿qué ha pasado?

R.- Yo creo que toda esa ilusión sigue, pero Estudiantes está en una situación en la que no me gustaría entrar en demasiados detalles pero que es compleja, que espero que pueda solucionar pero que a mí como profesional me limitaba muchísimo en lo profesional, porque me impedía hacer bien mi trabajo y alcanzaba también al plano personal, aunque mi caso no es aislado sino que es una situación que estamos viviendo un poco todos. Yo no soy un ex jugador o un ex entrenador que viene con un bagaje económico importante, he venido aquí con mi mujer, con dos hijos, y la situación se me hacía muy cuesta arriba en todos los sentidos. Ellos querían que me quedara, pero yo tengo que mirar otras soluciones, tengo una hipoteca que pagar… Yo me habría agarrado a cualquier esperanza que me dieran e, insisto, ellos querían que siguiera, pero no ha sido posible.

P.- ¿Tan mal está la cosa con respecto al dinero?

R.- Preferiría no hablar de esa cuestión, creo que no es lo que el club necesita en este momento. (Ndr: Estudiantes se ha quedado sin patrocinador tras la marcha de Asefa y está buscando uno nuevo que se haga cargo de las deudas y los gastos)

P.- Volvamos un año atrás, entonces, ¿qué le hizo cambiar Gran Canaria por Madrid?

R.- Bueno, a mí de Gran Canaria me echan…

P.- Sí, pero tendría más opciones aparte de Estudiantes después de haber fichado a tantas estrellas: English, Carroll…

R.- Cuando me despidieron a final de mayo tanteé opciones y tenía algunas pero más enfocadas a EE. UU., al extranjero. Entonces me llamó José Asensio y para mí era una situación ideal porque yo ya en Gran Canaria quería convertir el club en un club de cantera, que sacara jugadores después de formarlos, que descubriera talentos propios, y Estudiantes simbolizaba eso. Es más, la idea que me dijeron que tenían era reforzar ese concepto de cantera con unos pocos fichajes que ayudaran.

P.- ¿Lo que se encontró era lo que le habían prometido, se parecía a la idea que tenía del club desde fuera?

R.- Sí, era la imagen que tenía desde fuera y lo que los presidentes me transmitieron fue una unión total en el proyecto entre el club y la SAD, cosa que no siempre había sucedido por diversas circunstancias. Me aseguraron que conmigo iba a ser así y la verdad es que yo les vi muy integrados a los dos y con las ideas muy claras, una predisposición total de todo el mundo a confiar en la cantera y jugársela a muy pocos fichajes pero que marcaran diferencias.

P.- ¿No era esa la misma idea que la de Pepu Hernández el año del descenso? No salió demasiado bien.

R.- Sí, bueno, así me lo explican, que salió mal, aunque cuando desciendes hay muchas circunstancias que influyen. El proyecto era parecido pero rejuveneciendo un poco la cantera: Jaime y Lucas estaban el año del descenso, pero casi no participaron. Faltó la frescura que sí hemos dado este año de jugadores realmente jóvenes que tengan hambre- Y, bueno, que a veces se acierta en los fichajes y a veces no. El año pasado no se consiguió darles rendimiento y este año, independientemente de la edad de los jugadores, hemos conseguido en líneas generales acertar.

P.-¿Percibió un buen análisis de lo que había ido mal el año anterior para no repetir los mismos errores?

R.- A ver, yo creo que el club sí que lo hizo, definitivamente, pero a la vez ellos estaban metidos en una situación en la que quizá no podían ver el problema o las soluciones a ese problema porque estaban demasiado metidos y necesitaban a alguien de fuera, con otra visión. Por ejemplo, recuerdo una anécdota con unos chicos de la Demencia, que me han tratado muy bien: un día se estaban metiendo mucho con la directiva y elogiándome a mí y yo tuve que decirles: “Oye, que a mí me ha traído la directiva, algo bueno habrán hecho” (Ríe). Luego, hay otra cosa: no me han querido condicionar con nada, es más, no me daban información.

P.- ¿Cómo que no le daban información?

R.- No querían condicionarme, no venían a decirme “Oye, el año pasado esto salió mal o esto salió bien…”, querían que lo descubriera todo por mí mismo, desde fuera. Lo mismo con temas de cantera, entrenadores. Lo que querían es que actuara con total libertad para tomar decisiones. Si preguntaba, me la daban, por supuesto, pero no querían contaminarme...

Puedes leer el resto de la entrevista de manera gratuita en el Magazine de Martí Perarnau

miércoles, junio 26, 2013

Cuando la URSS, Sabonis y Valters hicieron llorar a Yugoslavia


Cuando solo quedan dos minutos y 15 segundos para acabar el partido, Drazen Petrovic anota el 72-81 para Yugoslavia. El tipo se vuelve loco y empieza a agitar los brazos con los puños cerrados mientras levanta las rodillas. Un baile extraño pero demasiado conocido en Madrid, donde los miles de espectadores que llenan el Palacio de los Deportes, aquel viejo Palacio con los fondos casi verticales y la pista de ciclismo formando un enorme anillo, abuchean al jugador de la Cibona de Zagreb, hartos de ver cómo se ríe de ellos una y otra vez.

Son las semifinales del Mundobasket de 1986 y, como España no está, eliminada tras perder con Brasil en una nueva exhibición de Óscar Schmidt, el público ha adoptado a la URSS. Primero, ya supondrán, porque juegan contra Petrovic. Segundo, por esa fascinación que sigue habiendo en los 80 por todo lo que venga de la gran potencia comunista, una fascinación algo paleta —“Rusia, Rusia, Rusia” gritan las gradas durante todo el partido, como si Khomicius, Kurtinaitis, Sokk o Valters fueran de Moscú— y sobre todo estética. Tercero, por Arvydas Sabonis, al que el público de Madrid adora desde que destrozó con un mate uno de los tableros del Pabellón de la Ciudad Deportiva, convirtiéndolo en un mosaico de pequeños cristales que no terminaban de caer al suelo, probablemente asustados.

El Mundobasket es el segundo gran torneo que organiza España en apenas cuatro años. Un punto medio entre el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos. El país está de moda, algo así como Brasil en nuestros días, y el PSOE suma mayorías absolutas mientras a la oposición se le pone cara de Hernández Mancha. Es verano y la gente ha ido al campo porque intuye que por fin verá perder a Petrovic, algo que no se repite desde aquella mágica semifinal de Los Ángeles. Tan mágica y tan inusual que se acabó colando en una canción de Los Nikis.

Pero no, quedan dos minutos y 15 segundos y los yugoslavos, poco amigos de regalar sus ventajas, ganan por nueve puntos de diferencia en un enorme esfuerzo coral de los hermanos Petrovic, el veterano Dalipagic, los rudos Radovanovic y Petranovic y las aportaciones puntuales de Cvjeticanin, Cutura o Radovic. Para el juego interior, dos juniors casi adolescentes: Stojan Vrankovic y Franjo Arapovic. Por parte de la URSS, los que tiran del carro son Tikhonenko y Belostenny. El partido del enorme pívot rubio, que parece sacado de la enésima secuela de Rocky, es descomunal, supliendo los errores de Sabonis bajo el aro, las personales de Kurtinaitis, que apenas le dejan jugar, la sobreexcitación habitual de Khomicius y la sangre de horchata de Aleksandr Volkov.

Con todo, el problema para la URSS está en el puesto de base: Tiit Sokk, el estonio, ha estado horrible como suplente, y si ha jugado más de lo habitual es porque Valdis Valters, elegido por el entrenador Gomelski para jugar como base titular desde que se consagrara en el Europeo de 1981, no mete una, no hay manera. Valters es un organizador de 1,95 al que le gusta tirar triples y correr, pero hoy, no se sabe por qué, no corre. No hay contraataques, no hay transiciones rápidas. Valters sube el balón muy lentamente y ordena sin éxito. Ha tirado siete veces a canasta y ha fallado los siete tiros. Encarna el prototipo de base alto que todos los equipos buscarán desde la eclosión de Magic Johnson, pero la sensación que da es que no quiere molestar, que el talento ajeno le supera. Por supuesto, para el aficionado medio, Valters es conocido: no solo ganó el Eurobasket mencionado sino que repitió en 1985 y a sus éxitos hay que sumarle un Mundial, el de 1982, pero durante el año no se sabe nada de él, no visita España con los equipos estrella de la URSS ni juega Copas de Europa… y eso le resta carisma.



Hasta el momento, su torneo está siendo impecable, como el del resto de sus compañeros, que se han paseado durante los diez partidos anteriores, haciendo soñar a todos con la repetición de la final de Cali: un EEUU-URSS que la política nos negó en los Juegos de 1984 y que no vemos por tanto desde aquel Mundial de Colombia 82...

Puedes seguir leyendo el artículo sobre el URSS-Yugoslavia del Mundobasket 86 de manera gratuita en la revista JotDown

martes, junio 25, 2013

John Cheever en Castelldefels


Probablemente, mi último verano tranquilo fue el de 2006. No sé si incluir el de 2011, porque aquel fue un verano feliz pero desesperado, náufrago, de mañanas y tardes tirado en el suelo de un piso de la calle Churruca leyendo biografías de Marco Aurelio; noches en medio de ataques de ansiedad y dudas sobre el futuro. Una tranquilidad, por tanto, algo impostada, calma antes de la tempestad.

No así 2006, de ninguna manera. Acabé contrato con un conocido periódico digital y terminé de repartir los ejemplares de mi primer libro de relatos en solitario. Me emborraché varias veces en el Colonial sin ningún tipo de remordimiento, vi a Joaquín Sabina al menos un par de veces, con la playa de La Magdalena como testigo, Roger Federer volvió a ganar Wimbledon sin demasiados apuros y todo parecía avanzar sin estridencias, más allá de los puntuales ataques de planificación en los que me veía a mí mismo con 35 años habiendo publicado varias novelas, libros de relatos, guiones de cortometrajes, obras de teatro... Nada de lo cual ha sido posible, pero esa es otra historia.

Sobre todo fue el verano de B. Han pasado siete años así que creo que se puede hablar de ello: nuestra relación no fue ejemplar, los niños no tienen demasiado que aprender de ella. ¡Pero qué bien convivíamos! Echando la mirada hacia atrás, quizá solo la experiencia Fuerteventura 2008 se puede comparar a aquellos días de Castelldefels, excursiones puntuales a Barcelona para ver a Dani Flaco o a Maike Ludenbach o a Sandra Martínez, pero en general una deliciosa vagancia consistente en despertarse tarde, ver la tele, tumbarse en el suelo -un excelente indicador de mi grado de calma- y leer uno tras otro relatos de Cheever, relatos que soñaba con escribir adornándolos de periquitos. Una casa blanca, un salón blanco, de pueblo con playa, las horas pasando hasta que B. volvía de sus prácticas en la radio y entonces bajar a por el pan y comer pollo asado o cualquier cosa que hubiéramos comprado en el Carrefour, donde, por comprar, hasta compré dos camisetas.

No sé por qué pero no había tarifa plana así que no había dependencia. A cambio, paseábamos o B. me llevaba en coche hasta la zona turística, la de los chiringuitos donde cenábamos escalopes mientras veíamos anochecer y paseábamos por la arena. Éramos sorprendentemente felices. Una vez viajamos a Girona, en concreto a Sant Feliu de Guixols, de nuevo a ver a Sabina y compartir balneario con mi tío. La sensación era de que nada podía salir mal. Intentamos comprar entradas para ver al Barcelona pero se salían de nuestro presupuesto -ella era becaria, yo parado-, visitamos la estación de Sants más veces de las recomendables y cruzamos calles hasta encontrar La Fira cerrada al menos un par de veces.

Por lo demás, ya digo, la calma absoluta, el simulacro perfecto, una especie de convivencia decadente como salida de los relatos de Cheever. Cheever lo era todo, si lo pienso. Una forma de vida.

La vuelta a Madrid fue compleja porque no podíamos seguir siendo novios. De hecho, ni siquiera éramos novios en Castelldefels, más bien compañeros de viaje. Esas dudas en el Mediterráneo se solventan en dos minutos pero en Madrid cuesta más. Todo cuesta más y las angustias rebotan contra las paredes de los vagones del metro. Madrid es una ciudad demasiado pequeña, no como Londres, donde si el inglés se despreocupa es porque el espacio entre aceras casi le obliga a ello. Huyendo del frío busqué en el Festival de San Sebastián. Fue precioso. Bajo la niebla sucedían milagros. Seguía en el paro pero tenía dinero. No sé de dónde lo sacaba, sinceramente no lo recuerdo. Mi abuela estaba viva, mi padre estaba vivo, mi abuelo estaba vivo, no había problemas acechando y en el Elástico, Madonna repetía "I´ve heard it all before, I´ve heard it all before".

Luego llegó 2007 y arrasó con todo. Un año tsunami. No volví a Castelldefels hasta cuatro años más tarde, invitado precisamente a la boda de B. con otro. La gente no entendía que fuera pero yo sabía que había algo bonito ahí, que era necesario hacer un hueco en mi felicidad para que cupiera la felicidad ajena. Fue una boda preciosa, eso es todo lo que puedo decir. Una boda en la que la novia se echa a reír como una niña cuando dice "Sí, quiero" siempre va a ser una boda preciosa pase lo que pase después, porque lo que pasa después siempre les pasa ya a otros.

lunes, junio 24, 2013

Dos teorías del "No nos representan"


Las manifestaciones de Brasil de las últimas dos semanas han traído de vuelta a las portadas de los periódicos el término “indignados”. Los que lean esta columna habitualmente saben que detesto ese término por todo lo que tiene de simpleza: de entrada, refiere a un libro que no tiene nada que ver con lo que la mayoría de la gente pide en las calles y, en segundo lugar, reduce todas las protestas a un adjetivo, lo más perezoso del mundo, que nos ahorra tener que analizar uno por uno cada caso, cada reivindicación y los problemas que pretende denunciar.

En cualquier caso, parece que la protesta vuelve a ser contra “los políticos”. En eso se parece a la mayoría de las manifestaciones sociales que han tenido lugar en Europa, no así en el mundo árabe, donde lo que se pedía precisamente es que hubiera políticos y no dictadores. Yo soy un gran defensor de los políticos, del concepto de la política y desde luego del concepto de democracia representativa, algo que nos ha costado siglos y siglos alcanzar y que me parece sin duda el mejor sistema posible.

Ahora bien, que defienda un sistema con políticos representantes no quiere decir que esté satisfecho con los actuales políticos. Claro ha quedado varias veces que no lo estoy. Cuando alguien grita el famoso “No nos representan” puede hacerlo por al menos dos razones: quien lo afirma no cree en la posible representación de los ciudadanos y aboga por una “democracia popular” o “democracia directa” o como la quieran llamar… o todo lo contrario: cree en la democracia representativa pero considera que los responsables actuales están haciendo una dejación absoluta de sus funciones que hace que la democracia en sí corra muchos riesgos, principalmente, el del populismo, es decir, la opción primera.

De ahí que el concepto de “Democracia Real Ya” haya tenido tanto predicamento y especialmente en la juventud. ¿Qué quiere decir “Democracia Real”? Para algunos sería una democracia en la que mis deseos no tuvieran que pasar por el tamiz del mediador, ese engorro incómodo. En ese caso, estamos en Ortega, de nuevo, y la tendencia del pueblo español a la acción directa. Para otros, para mí por ejemplo, una “democracia real” es aquella que recupera la esencia constitucional, esbozada ya en Inglaterra principalmente en el siglo XVIII y aceptada desde el final de la II Guerra Mundial por liberales y socialdemócratas e incluso eurocomunistas, que consiste en que yo delego en los representantes del Estado a cambio de que el Estado me devuelva garantías y cumpla su parte de trato: que utilice esa cesión en beneficio de la totalidad y no de sus gestores.

Como ambas posiciones se encuentran en los movimientos tipo 15-M, es complicado decir que estos quieren salvar la democracia tal y como la entiendo yo, pero también es injusto decir que quieren destruirla o amenazarla. En realidad, y es triste, no se sabe muy bien lo que quieren y esto está empezando a pasar en demasiados países. Reducirlo a una cuestión de caprichosos antisistema es un error. Utilizarlo como “una expresión de la voluntad pura de un pueblo que busca la regeneración y el bien común” es palabrería.

Cuando yo grito “No nos representan” es como si le gritara al técnico de turno: “Mi nevera no enfría los alimentos”. Puede en efecto que haya quien esté contra las neveras y en su derecho estará, pero en mi caso al menos lo que quiero es una nevera que enfríe, que es lo que se supone que tiene que hacer. Si la respuesta de mi interlocutor es “eso es imposible, las neveras enfrían y son necesarias” el diálogo se convertirá en un absurdo. Él me estará hablando del concepto de nevera y yo le estaré hablando de la realidad de esa nevera en concreto.

Bueno, pues con estos movimientos sucede lo mismo: a la realidad no se le ataca con un concepto. La
democracia representativa actual presenta demasiados problemas: de entrada, la propia ley electoral que configura la representatividad. Luego, la endogamia de los partidos políticos, sus oscuras financiaciones, sus vínculos, presiones e influencias con medios de comunicación, poderes económicos y judiciales… y para acabar el propio egoísmo de muchos de nuestros representantes, su afán de lucro y una cosa que ya se da por hecha: su necesidad de mentir en favor de su partido.

Pues bien, a mí, esos, y todos los que callan lo que hacen sus compañeros por el bien máximo del “partido” entendido como organización de poder semimafiosa y no como vehículo de representación de los ciudadanos no me representan. Y no tengo ningún problema en decirlo como no tengo ningún problema en llamar al técnico si la televisión no emite imágenes. Porque yo quiero televisiones que funcionen… y quiero partidos políticos, muchos y honestos.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"


domingo, junio 23, 2013

Dos Ninas para un Chejov



No hay cine, y como no hay cine, la televisión se nutre de actores y actrices "estrella", de esos que se supone que pueden levantar una producción solo con su nombre o su rostro remotamente conocido, en detrimento de los "jornaleros" que antes tenían ese mínimo respiro para comer y poder vivir de su profesión o incluso empezar en ella. Esto es terrible, sin duda, pero puede ser excelente para la escena del teatro alternativo -a la que van a ir a parar, irremediablemente- si se sabe aprovechar bien. Otra cosa es que se gane lo mismo y sea igual de gratificante. No, no lo es. Pero es algo.

Un abuso común de la escena "independiente" es el gusto por el exceso, la encerrona al espectador o la broma privada: obras de actores escritas por actores, dirigidas por actores y que solo interesan a sus amigos actores ante el desconcierto del público general. En ese sentido, la entrada de "Dos Ninas para un Chejov" me dio miedo: la sala no era tal sino más bien un espacio abierto en el que unas sillas y unos sofás para unas 15-20 personas esperaban al espectador en círculo, dejando un brevísimo espacio en medio en el que, intuíamos, se iba a representar la obra.

Una de las actrices estaba infiltrada entre nosotros y eso a mí, lo reconozco, me suele incomodar. Me temo que en cualquier momento voy a ser el objeto de una broma o de una pulla o de cualquier invitación a participar en algo que prefiero observar con distancia. Afortunadamente, no hubo nada de eso. La actriz, Miriam Montilla, interpreta a una aspirante a Nina, de "La Gaviota", de Chejov, y pocos segundos después llega la otra aspirante, en este caso, Andrea Trepat. 

Si Montilla está excelente en su papel de actriz venida a menos, con talento y recursos pero pocas oportunidades por su edad y las sucesivas oleadas de nuevos rostros, lo de Trepat es de escándalo desde el momento en el que aparece en el escenario improvisado. Hacer de buena actriz es complicado pero hacer de actriz ansiosa, con miedos, torpe, insegura y tremendamente ingenua sin que eso cante, sin exagerar, sin parecer tú misma ese tipo de actriz es aún más complicado y Andrea lo consigue a la perfección.

A partir de ahí, de la conexión entre las dos actrices, y gracias a un texto ágil, obra de María García de Oteyza y Rocío Literas, la obra va a más y acaba justo en el momento en el que tiene que acabar, apenas 40 minutos más tarde, en todo lo alto. No tendría sentido alargarlo. "Dos Ninas para un Chejov" no es una historia para actores o gente del teatro, sino que es accesible para cualquier espectador. No hace falta saber quién es Nina, ni qué es "La Gaviota" ni haber leído nada de Chejov antes. Es la lucha entre la ingenuidad y algo parecido al cinismo. Lo que viene y lo que se resiste a irse. Lo que no tiene por qué irse. Lo que ha triunfado en el cine y en la tele y ahora busca papeles imposibles en obras de teatro fugaces.

Lo triste de la historia, o al menos a mí me parece triste, es que incluso esta obrita, bien contada, excelentemente actuada y muy grata para el espectador, no tenga aún un sitio en las salas, ni siquiera las independientes. Claro que también es verdad que cada vez hay menos salas, porque cuesta dinero mantenerlas, porque las obras son deficitarias y porque la gente está muy perdida, más aún con el fenómeno microteatro, que se ha convertido en algo más parecido a un evento social que artístico. Por eso es complicado que una obra como esta tenga su espacio aunque se la merezca y por eso hay que decir bien alto que se la merece, para que se sepa.

sábado, junio 22, 2013

Prosperidad y la banalidad del mal


Crecí en un barrio donde las bombas eran frecuentes y todo lo frecuente se acaba convirtiendo en banal, rutinario, escombros que esquivar cuando sales a jugar al baloncesto. No sé por qué los terroristas se cebaron en el barrio de mi infancia y mi juventud pero el caso es que lo hicieron: empezando por la República Dominicana, siguiendo por la República Argentina, varios tramos de López de Hoyos e incluso Corazón de María.

Que el horror se hiciera frecuente no quiere decir que no sintiera miedo. Al contrario, yo vivía con el miedo en el cuerpo y precisamente por eso dejé de tenerlo. Incluso tras la tregua de 1998-1999, imaginaba trenes estallando por los aires, matanzas indiscriminadas, estruendos constantes... Por eso el 11-M no me pilló de sorpresa y por eso pensé que era ETA: porque lo había imaginado antes, paso a paso, porque para mí el horror de ETA no era un horror racional, calculado, teórico, sino de cuerpos despedazados de obreros o señoras de Clara del Rey que habían salido a la compra.

Era, si se quiere, un horror absurdo, banal en ese sentido, sin propósito alguno, un horror de funcionarios. ¿Por qué Prosperidad, barrio de clase media-baja, extensión de Madrid en los años 50?

El terrorismo estaba tan presente que una vez incluso escribí un relato en el que aparecía una casa en ruinas, recién abatida. El relato iba sobre otra cosa, probablemente una chica, pero el decorado era ese, un decorado balcánico. Quizás el día más peligroso fue el del atentado de la glorieta de López de Hoyos, que ahora se ha vuelto a poner de moda 20 años después. El atentado fue a la hora y en el lugar por el que yo pasaba cada mañana camino al instituto, solo que ese día ya había acabado las clases de 2º BUP. Tenía 15 años, esa era toda mi amenaza. Mi primo, que tenía 12, tuvo que volverse a casa al oír la explosión desde la calle Quintiliano, ya con la mochila al hombro y en pleno paseo. La EGB acababa más tarde.

Si mi primo hubiera salido dos minutos antes de casa a lo mejor ahora estaba muerto. Si yo hubiera tenido clase ese día, alguna recuperación, recoger las notas de alguna asignatura, me habría llevado probablemente un buen susto. Nos libramos. Todos los que estamos aquí, de alguna manera, somos los que nos hemos ido librando de las casualidades, de la banalidad. Pasé la noche en casa de un amigo viendo el sexto partido de la final entre los Suns y los Bulls. Yo quería un séptimo partido y mi amigo quería que ese sufrimiento de madrugadas insomnes acabara cuanto antes. Al día siguiente, mi madre me despertó preocupada. Imaginen lo que es saber que tu hijo pasa por ese sitio, no saber si ese día tenía clase o no y que encima no haya dormido en casa.

No eran años de móviles aún, así que supongo que conseguiría el teléfono de mi amigo de alguna manera, no sé cuál. Fue impactante, desde luego, aunque ya digo, fue llegar el 11-M y acabar con todos estos relatos de casualidades porque un atentado a las 8 en Atocha nos convierte a todos en supervivientes. A nosotros o a nuestros hermanos, primos, amigos, padres... Yo lo vi desde mi cama, en Prosperidad, porque tanto ver partidos de la NBA de madrugada me había condenado al paro. Mi abuela se tambaleaba recién despierta, en Onda 6 ponían "Clocks", de Coldplay y yo no podía aguantar las lágrimas. Todo era demasiado cercano, demasiado absurdo.

jueves, junio 20, 2013

Problemas, virtudes y futuro del Regal Barcelona



Quizás esta reflexión debió de hacerse el año pasado, cuando el Barcelona ganó en cinco partidos la final valiéndose del factor cancha a favor, pero es complicado cambiar en la victoria, incluso arriesgado cara a aficionados y prensa. Ya entonces el Barcelona jugaba muy mal al baloncesto. Por supuesto, Xavi Pascual es un gran táctico y un gran motivador y consigue que sus jugadores den el 110%. No es ninguna tontería para un entrenador. Lo que cabe achacarle es la pobreza de su ataque, la falta de frescura constante, el empeño en jugar siempre con los grilletes puestos... Aquella temporada acabó con una liga, una final de Copa y unas semifinales de la Final Four. ¿Cómo criticar algo así? Lo cierto es que, tras el brillo de los resultados, se evidenciaba una verdad incómoda: el Real Madrid jugaba mucho mejor y ya no solo contra los equipos pequeños... sino contra el propio Barcelona, como se vio en una final de Copa que no tuvo historia en ningún momento.

"Sí", decían los analistas sobre el equipo de Laso, "pero no ganan". Cuando uno se llama Real Madrid o Barcelona, ganar es una cuestión de tiempo, porque el dinero y los jugadores están ahí año tras año así que tarde o temprano el título va a llegar. El asunto es cómo ganes. Este año lo hemos visto más claro que nunca. El Madrid jugó de maravilla la primera parte de la temporada pero perdió en los cuartos de la Copa del Rey y todos quisieron echar a Laso y a Llull, representantes de todos los males del "juego libre". Luego llegó a la final de la Euroliga ante el vigente campeón y cedió una ventaja de 17 puntos, reforzando la idea de que "no saben competir". Cuando la eliminatoria final ante el Barcelona se puso 1-1 y luego 2-2, los aficionados madridistas temieron lo peor: "Tenemos mejor equipo, jugamos más divertido... pero no cerramos los partidos".

Bueno, pues el quinto partido no tuvo gran emoción, más que la que los jugadores del Barcelona, a la heroica, le quisieron dar. El Madrid dominó desde el minuto uno y dio la sensación de querer ese título mucho más que su rival, o, al menos, mucho más que los titulares de su rival.

Así que después de todo, el Barcelona acaba la temporada con una Copa del Rey. ¿Merece la pena jugar tan horriblemente mal al baloncesto para ganar una Copa del Rey? Eso se lo tiene que plantear Xavi Pascual, porque su deriva ha sido algo incomprensible: cuando llegó al banquillo para sustituir a Ivanovic, el equipo jugaba muy bien, muy ágil, tenía jugadores de talento como Morris, el mejor Lorbek, Ricky Rubio e incluso el veterano Basile, que ayudaba en el tiro exterior. A partir del gran éxito de 2010, el proyecto cambió y no sabemos bien por qué: sus partidos se hicieron pétreos, su plantilla evolucionó a una serie de jugadores de perfil medio, luchadores, bregadores, que no se rinden... pero a los que el talento no acompaña todo lo que debería.

Esa opción es la que ha elegido Pascual y este año ha llegado al paroxismo. Se clasificó para la Copa en la última jornada, no pareció mejor que el Panathinaikos en la Euroliga y desde luego no mejor que el Real Madrid y acabó en tercera posición de la liga regular, sufriendo ante el Bilbao en la primera ronda de play-offs. Sí, el Barcelona ha tenido lesiones. Lesiones importantes como las de Mickeal  y Jawal y molestias como las de Lorbek, un jugador que ha tenido una temporada horrenda más la definitiva de Navarro, un jugador que ya lleva mucho tiempo jugando al límite de su físico sin que se le descarguen responsabilidades. A cambio, tiene presupuesto como para, de la nada, sacarse el fichaje de Joe Ingles el año pasado cuando era el mejor jugador de la liga y llevarse este año a Brad Oleson y a Mavrokefalidis cuando ha habido que buscar sustitutos. Sus recursos económicos son inmensos en ese sentido.

El problema es que da la sensación de que Pascual no confía en sus jugadores tanto como ellos sí confían en su libreto, aunque les condene a veces al naufragio personal. Vamos parte por parte: Marcelinho Huertas era un base rápido, creativo, anotador... hasta que llegó al Barcelona y se le pidió que fuera Víctor Sada, cosa que no es. Juega completamente perdido y cohibido y en cuanto se sale del guion, se va al banquillo. Jasikevicius llega para aportar puntos y un poco de morro, pero no juega en casi todo el año. Tampoco juega Ingles, estrella en el Granada y sobre todo en la selección australiana. Se le ficha por una pasta, se le deja en el equipo pero acaba viendo los partidos en vaqueros porque no hay lugar para él, porque es un alero alto pero no es Mickeal y no hay plan B para jugar sin Mickeal.

Rabaseda volvió de su cesión tras un gran año en el Fuenlabrada. Hasta cierto punto es un símbolo de una cantera que no nutre de jugadores al primer equipo desde que Marc Gasol y Xavi Rey debutaron hace ya bastantes años... y ambos tuvieron que salir por la puerta de atrás. ¿Cuál es el rol de Rabaseda en el Barça? Difícil de saber porque tampoco juega, como no juega Abrines. Sinceramente, cuando me enteré de la lesión de Navarro, pensé que era la opción ideal para que Abrines se reivindicara como jugador estrella, como el mejor jugador europeo sub 20 que es según la FIBA. Pero no: Pascual no confió en él como no confió en Rabaseda ni en Ingles ni en Jasikevicius y acabó metiendo de titular a Navarro aunque estuviera cojo.

Fue un error mayúsculo. ¿Por qué no confía el entrenador en su plantilla? Luego vimos que Ingles y Jasikevicius no eran tan malos, que igual podían haber jugado desde el principio y evitar el 10-0 inicial. Abrines tampoco es tan malo, créanme. Si tu estrella está lesionada, juegas con otros, confías en ellos... y si pierdes te vas con la cabeza muy alta. Los jugadores lo tuvieron claro, pero el entrenador no lo pareció. Solo se rindió a la evidencia cuando, tras siete minutos de juego, el parcial en contra con Navarro en pista era de -13, en dos tandas penosas de errores en defensa, tiros precipitados e incapacidad de generarse espacios porque, señores, estaba cojo, punto.

Yo creo que el futuro del Barcelona pasa por Xavi Pascual... pero también creo que Xavi Pascual tiene que tomar decisiones sobre lo que quiere que sea su equipo. De entrada, si va a tener 14 jugadores, que sea porque cree en ellos y no porque no cree en nadie y va acumulando a ver si toca la lotería. Luego, la apuesta ha de ser por un juego más atractivo, que dé libertad a los jugadores, que no los acabe convirtiendo en máquinas sin corazón como sucedió con Ricky y ahora con Huertas, que no los sustituya al primer error como a Ingles o a Rabaseda... Y si quiere cambiarlo todo, que lo cambie, pero con sentido, que se sepa a qué ha venido cada jugador: el Barcelona necesita un anotador que complemente a Navarro, en el ocaso de su carrera, necesita un tres que pueda jugar en el poste si no confía en Ingles para sustituir a Mickeal y necesita que Lorbek vuelva a ser Lorbek o lo parezca.

Necesita talento, en definitiva, y no lo tiene tan lejos: Huertas, Abrines, Rabaseda, Tomic, Navarro... son jugadores de talento. Otros, con suficiente confianza, lo serían. Sí, puedes fichar a Spanoulis para darle todos los balones en ataque y que juegue cojo, pero esa no es la idea. El Barcelona tiene que rejuvenecer no ya la plantilla sino los jugadores habituales, tiene que saber dónde están sus límites antes de condenarlos al traspaso. Pascual puede hacer eso porque lo ha hecho ya antes. Lo que no puede hacer es ofrecer otros dos años de juego pésimo y sufrido para acabar apelando a la épica. Catorce jugadores, más de quince millones de presupuesto, una pléyade de internacionales en cada puesto... y al final lo que queda es la épica.

Pues alguien está haciendo algo mal, lo siento.

miércoles, junio 19, 2013

Tierra a la vista


Antes de irme a Londres, soñaba con ser Carmelo Gómez. Eso lo he recordado hoy a la hora de comer, pero supongo que siempre ha estado ahí, que mi referencia estética era Carmelo Gómez en "Tierra" sin pararme a pensar que aquello no podía pasarle todos los días, que no iba a estar enamorando a Emmas Suárez y Silkes cada vez que parara por una plantación a fumigar cochinillas. El problema del cine son las elipsis. No solo las de en medio sino las del principio y las del final. Todo lo que pasa cuando el guionista pone "FIN".

En cualquier caso, ser Ángel era atractivo como lo era vivir en una buhardilla y escribir un diario en Kensington Gardens. Al margen de las responsabilidades. Cuando volví, y no sé por qué, tenía la sensación de que algo había cambiado y de que era mi momento. Insisto, no sé por qué. Acababa de cumplir 19 años y a mi alrededor empezaba a notar algo parecido a una expectativa, el cumplimiento de la eterna promesa. Jugábamos al baloncesto y visitábamos Puente del Arzobispo de madrugada. María se quedaba impresionada cuando paseábamos por el Ramiro de Maeztu, "es como mi pueblo de grande", decía, y obviamente era una exageración pero a nosotros nos hinchaba el ego.

Conocí a una chica en agosto. La chica se llamaba Marta y estudiaba en la Autónoma. Era muy guapa y yo estaba muy crecido, una combinación explosiva para dos universitarios. Coqueteamos un día y nos besamos al siguiente, en medio de una partida de billar. Me cogió la mano, luego la espalda y por último me aplastó contra una columna. Eso fue en el Baroja, el bar al que íbamos con la hija de Felipe González, donde sus guardaespaldas la recogían a determinada hora y nos miraban con cara de posibles etarras, y eso que entonces solo ETA era ETA y no cualquiera que te llevara la contraria.

Después del Baroja fuimos al Mission Claimd, un bar de la calle de La Palma al que no he vuelto desde entonces para no estropear el recuerdo de la chica besándome mientras yo jugaba al Tetris en una máquina recreativa y le cantaba "Let´s all meet up in the year 2000, won´t it be strange when we´re all fully grown?". Fue bonito porque yo siempre había sido un perdedor y de repente paseaba por las calles de Malasaña -que siempre serán mis calles porque fueron las de mi adolescencia- con la chica cogida de la mano, hinchado como un pavo, esquivando borrachos como en una película o un vídeo clip de The Verve. Creo que ahí ya estábamos aburridos el uno del otro. Yo había cumplido con mi sueño estético y ella probablemente se dio cuenta. Empezó a ligar con un italiano camino del búho. Seguía cogida de mi mano pero ligaba con él. A mí me pareció un trato justo, su amiga se escandalizaba.

Me dio el teléfono de su casa -aún recuerdo la combinación, era muy sencilla- y nos llamamos un día que ella salía de un examen. Por supuesto, le escribí un relato, una de mis "historias de Cantoblanco". Fue un desastre. Me planté con un libro de Carver, que ya había leído, solo para que viera que yo hacía esas cosas y ella lo más que hizo fue dejarme que le acompañara en el Cercanías, donde los dos nos dejamos muy claro que no queríamos tener una relación con nadie, cosa que en su caso probablemente fuera cierta.

Y es que, en efecto, sucedían cosas y yo presumía de lo que llamaba "look Pep Guardiola": pelo corto y barbita de tres-cuatro días, que, a lo que se ve, gustaba, y por si acaso, no me he vuelto a afeitar más que en un par de ocasiones, ambas calamitosas. Sucedían cosas en El Doblón y sucedían cosas en las fiestas del PCE: conciertos de Los Rodríguez, amagos de comas etílicos, juegos peligrosos, amaneceres imprevistos en casas ajenas con chupetones aún más ajenos... Escribía mucho para intentar entender lo que estaba pasando pero todo se parecía demasiado a una canción de Oasis: "I can´t tell you the way I feel because the way I feel is all so new to me".

Recordaba la portada del disco de The Auteurs, "Now, I´m a cowboy", me decía. Ni siquiera Ángel en "Tierra". Un "cowboy". Lucky Luke, por ejemplo. Creo que T. tuvo la sensación de ahora o nunca, que probablemente en sus planes no estaba ponerse a salir conmigo en ese momento pero que quizá si lo seguía dejando yo ya no iba a estar ahí. Nunca lo sabremos. Un 5 de octubre de 1996 me metí en un cajero y detrás de mí un tío con una navaja. Era media tarde de un sábado y la calle Ramos Carrión estaba llena pero nadie hizo caso. Yo tampoco podía hacer mucho porque cuando tienes una navaja en los riñones y te dicen todo el rato que te van a matar... en fin, estás vendido. Pensándolo ahora, quizá los ataques de pánico vengan de ese momento.

Cogió un taxi y me metió dentro. Cuando pasamos por Diego de León le dije: "Déjame bajarme aquí, que es la casa de mi novia", a ver si mataba dos pájaros de un tiro: me libraba del yonqui y convertía de hecho a T. en lo que aún no era. Los dos aceptaron. El yonqui y T., quiero decir. Cada uno a su manera. Dejé de ser Carmelo Gómez y me convertí en un intelectual, luego en un adicto a los ansiolíticos, luego en mil otras cosas. Llegué a tener en mis brazos a algo parecido a Silke, que es a lo que todo hombre debería aspirar y decidí que aunque sin duda yo también era "demasiado complicado" lo de formar familia podía funcionar al menos hasta que alguien le pusiera FIN a la historia.

lunes, junio 17, 2013

El "pacto perverso" entre el periodista y sus lectores



Cuando estudiaba filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid, un profesor mencionó lo que él consideraba un pacto perverso entre profesor y alumno que estaba demasiado extendido por toda la facultad. El pacto en cuestión consistía en la falta de exigencia: yo, como alumno, no te exijo a ti que te prepares las clases bien, que lleves tu tarea con profesionalidad e incluso entusiasmo, no te echo en cara la falta de investigación necesaria para poder estar al día en cada corriente de pensamiento… y a cambio tú tampoco te quemas las pestañas corrigiendo los exámenes, no te importa si presto atención en las clases y desde luego no esperas de mí nada más que un cómodo silencio recompensado con una nota suficiente como para pasar de curso.

Por supuesto, Tomás Pollán no era el único profesor en negarse a entrar en ese juego, pero digamos que el nivel de exigencia en mis cinco años como aspirante a doctor en filosofía no fue ni mucho menos estresante… lo que nos lleva al tema de nuestro tiempo en las últimas semanas de esta columna: el pacto perverso entre lector y periodista, una parte que habíamos esbozado en el anterior artículo pero que conviene tratar ahora con mayor detalle.

Hace una semana, comentaba lo obsceno que resultaba que el análisis periodístico quedara en manos de políticos que admitían no defender una opinión propia sino “de partido”. No era necesaria una confesión así para darnos cuenta de que el “periodismo de partido”, como el “periodismo de club” ha copado la prensa escrita y buena parte de los medios audiovisuales. El propio término es contradictorio porque “periodismo de partido” no quiere decir nada. Una cosa anula a la otra. O se hace periodismo o se hace propaganda. Lo mismo pasa en el deporte, lo más leído de este país: o se analiza un partido o se pone uno a bufar porque su equipo ha perdido.

Señores, no hace falta que a uno le consideren periodista. Pueden empezar a llamarse a ustedes mismos propagandistas, que es lo que son, y dejar el término original sin connotaciones peyorativas.

Ahora bien, si nos indignamos tanto con ese tipo de periodismo, que es un periodismo de barra de bar en el peor de los sentidos: partidista, sectario, poco informado, agresivo, pobre en los argumentos y en las formas… es porque ha sido privilegiado por las industrias editoriales y por los lectores, oyentes y espectadores. No nos rasguemos las vestiduras: en esta cuestión, como en todas las que tienen que ver con la decadencia reciente de Europa, hay una responsabilidad individual que soslayamos a menudo los analistas, precisamente por no molestar: si ese periodismo triunfa, si ese político puede soltar su programa como si fuera información y las cadenas se lo rifan es simplemente porque hay una audiencia detrás apoyando el producto.

Los más puristas suelen apelar al círculo vicioso: los medios desinforman al público y luego el público consume cualquier cosa porque no tiene la formación suficiente. Bueno, me parece algo paternalista pero parte de razón tienen, y reconocerán que algo hay en ese argumento del pacto perverso del que les hablaba al principio: usted no me pide que me prepare mi opinión, no le importa ni que me la dicten desde Ferraz o Génova… y a cambio yo le doy su media hora, una hora o incluso una noche entera de espectáculo y fuegos artificiales o le digo artículo tras artículo lo bueno que es su equipo y lo malo que es el contrario.

Que la gestión económica del país ha sido un desastre es un hecho, que la gestión política está íntimamente relacionada con ese colapso económico me parece indudable, que los medios no han cumplido su papel de vigilancia y denuncia y a menudo han jaleado incluso a los que ahora sabemos que se lo han llevado crudo… ¡cómo negarlo! Ahora bien, nada de eso habría pasado sin una ciudadanía que supiera poner a cada uno en su sitio, que no votara masivamente a partidos corruptos, no se dejara engatusar por los trileros de turno… y no consumiera propaganda como si no hubiera un mañana.

¿Quiere decir esto que los ciudadanos somos los culpables? No, como decía Savater, cuando hay un asesinato la culpa siempre es del asesino. Simplemente, quiere decir que si no queremos que nos traten como chusma molesta —y no queremos- antes tendremos que demostrar que no lo somos y aunque mi gran amigo Pepe Albert de Paco no lo entienda, esa era mi vinculación con el 15-M al menos en su primera semana. Motivo de más para que la mayoría de los políticos y analistas no lo entendieran o directamente simplificaran: “Eso es Batasuna”. Porque lo simple, lo perezoso, ya saben, triunfa siempre.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"

domingo, junio 16, 2013

El segundo fin de semana en la Feria del Libro


Son las 14,30 y desde hace una hora casi no pasa gente. Es normal, ahí afuera se rondan los 40 grados y un sol de lo más desagradable. Madrid en su peor versión, que es siempre la del verano. Los que vinieron pronto, compraron; los que vinieron más tarde han debido de rendirse y no les culpo. Yo sigo ahí por si aparece alguien y de hecho vendo dos libros más en el tiempo de descuento, el que me pilla ya con la mochila al hombro. Gonzalo y Máximo se han ido. No he hablado mucho con ellos porque estaban en el otro lado de la caseta y yo andaba demasiado ocupado con los lectores, pero les he escuchado y me podría pasar una vida escuchándoles hablar de los últimos 30 años de baloncesto aproximadamente con cada grupito que se para a que les firmen su "Invasión o victoria", libro que yo mismo compré al principio de la Feria, cuando ni siquiera les conocía en persona.

No hay mucho que hacer, y Juan Carlos y María ya están recogiendo casi y preparándose para la tarde. Me han tratado muy bien, han sido unos anfitriones extraordinarios. Lo normal sería que yo ya me hubiera marchado también, a comer con la Chica Diploma y echarme una siesta, pero no puedo, estoy demasiado nervioso, demasiada adrenalina en el cuerpo como para dejarlo. Ganas incluso de pasarme por la tarde a ver qué pasa. Supongo que mucha gente no lo entiende pero para mí esto ha sido algo único, algo que puede que no se repita jamás, algo con lo que no soñaba hace seis meses desde luego, ni siquiera hace ocho días, cuando caminaba hacia la estatua del Ángel Caído y llamaba a mi novia para decirle: "Tengo miedo".

Porque, de alguna manera, tenía miedo. Miedo a decepcionar, supongo, como siempre. A que apuesten por mí y yo les devuelva cero libros firmados y toda la caseta se llene de bostezos. El libro llevaba siete meses casi a la venta, aunque fuera apenas sin distribución, nos habíamos ventilado dos ediciones... y media de la tercera, ¿qué opciones había de que de repente "Ganar es de horteras" resucitara? Muy pocas. Y, sin embargo, lo hizo. 62 libros firmados en 6 horas de Feria. Firmados y vendidos. Las ventas totales rondarán los 80-85 ejemplares si todo va bien esta tarde, que yo no estaré pero el libro sí. Desde fuera, es muy poco, es casi nada, porque ustedes están acostumbrados a Premios Planetas y colas de cientos de personas para que Frank de la Jungla les firme su libro.

Pero yo no soy Frank de la Jungla. Yo no firmo en la FNAC. De hecho, yo nunca he tenido un libro a la venta en la FNAC y no sé si lo tendré nunca. Puede que no. Hace seis años, tomando una caña con Luis Ramiro, me dijo algo muy sensato: "Ni mi disco ni tu libro pintan nada en la FNAC, estar ahí es solo una cuestión de ego". Tenía razón. Nuestro mundo es otro, es el del boca a boca, el de las redes sociales, el de hacer algo suficientemente bueno como para que no necesite publicidades artificiosas. Esa es la idea. Ustedes no entienden la alegría de cada firma, cada despistado convencido, cada amigo, cada ex alumno, cada familiar, cada estudiantil, atlético o madridista dispuesto a dejarse sus 13,50 euros en mi libro. No lo entienden porque la propaganda sigue como si nada, como si se siguiesen vendiendo miles de ejemplares de cada novela, ensayo, biografía...

No. Eso pasó. Ahora, por fin, el ambicioso plan en esta industria es sobrevivir y cada libro es un regalo. Así hay que verlo: cada libro vendido es un regalo, y si hay que estar media hora más muerto de calor o sonreír a todos los que pasan pese al dolor de piernas y aguantar de pie el tiempo que sea, se está. Porque, insisto, puede que no se repita nunca, no hay que dar nunca nada por hecho.

Las cosas se joden, siempre, cuando las das por hechas.

sábado, junio 15, 2013

La otra plaga de polillas


La primera plaga de polillas que recuerdo llegó también en junio, pero de 1996, es decir, hace diecisiete años. Eran polillas -nada de mariposas ni eufemismos poéticos- teatreras. Polillas de La Masía. Polillas a las que dabas con el paño de la cocina y una vez en el suelo se hacían las muertas. Puñeteras polillas. Luego, cuando las recogías, salían de nuevo a volar, a chocarse contra la bombilla mil veces hasta que acababan chamuscadas encima de la mesa. Polillas tontas, polillas pardas que llenaban las casas y las facultades cuando Dani y yo íbamos a hacer exámenes o a mirar notas o cuando yo me quedaba en casa viendo "Cuento de verano" en la tele mientras mi abuela dormía o simplemente escuchaba la radio en el sofá. Costumbrismo noventero.

Estaba enamorado de alguien aunque no tenía muy claro de quién. Una de las cosas que más le molesta a la Chica Diploma es que yo ande diciendo por ahí que nunca sé cuándo estoy enamorado y cuándo no. Que anduviera diciéndolo más bien, porque ya no hay dudas. Era el final del primer año de universidad, mentalidad de chico que viaja a Saint Malo con la guitarrita, llorándole a todas las chicas: "Es que yo no gusto, es que yo no gusto..." y acaba teniendo que descartarse al final de la película.

Solo que yo no me descartaba. A mí me descartaban, más bien. A principios de aquel verano escribía un diario tortuoso en el que ya hablaba de las polillas invasoras y de Eric Rohmer. Era un diario escrito solamente para T., que era la chica de la que creía estar enamorado entonces y de la que estuve completamente enamorado después durante cuatro años y pico. Un diario demasiado sincero para otra persona, más cuando esa persona tenía 19 años recién cumplidos. Demasiado agresivo, en ocasiones. Aquello fue un acto suicida pero resultó. Cuando lo volví a intentar, en 2003, el fracaso fue sonado, aunque también es verdad que mi capacidad para la exageración, paradójicamente, había aumentado.

Aquel era un diario de muchos viajes, todos los que hice sin T., y tenía ese punto de rencor, de "yo debería estar haciendo todos estos viajes contigo y tú te empeñas en estar en cualquier otro lado" ("Here is here and I am here, where are you?", cantaba Blur) pero sobre todo era un diario de mi viaje iniciático a Londres, con A. y la Chica Langosta, tarareando Oasis en las terminales del aeropuerto de Heathrow, pasando noches en hoteles a cargo de Iberia, ejerciendo de viajero indignado y paseando con mi maleta por todo el perímetro de Hyde Park hasta encontrar mi entrañable Orchard Hotel en Sussex Gardens, con su viejo y estirado dueño británico, candidato a mayordomo en cualquier serie de los años 60, sus camareras griegas y su única habitación disponible: un zulillo en la azotea con baño en el pasillo y Eurosport para ver a Miguel Induráin hundirse en los puertos ante la conmiseración de Stephen Roche.

Fue un momento extraño, porque de repente Londres parecía el Ramiro de Maeztu. La Chica Langosta hacía camas en Lancaster Gate, Dani embotellaba champú cerca de Victoria Station, A. pasaba unos días con sus familiares y yo escribía mi diario para T. en Kensington Gardens, comía McChickens en Edgware Road y luego esperaba a Dani para cenar un fish and chips descongelado o unas salchichas "de perro" recién compradas del supermercado junto a sus quince compañeros de piso, la mayoría españoles estudiantes en busca de un verano de fortuna.

El ídolo del momento era Tim Henman. En el país aún se sentía la desolación de una semifinal perdida por penaltis.

Aún no había Spice Girls -eso sería el año siguiente, precisamente con T., paseando por Portobello Road mientras los tenderos vendían camisetas al grito de "which one do you want, which you really, really want?"- pero en el Museo del Rock, o algo así, estaban los Backstreet Boys y Take That. Antes de Londres había estado en Pamplona, para asegurarme de que no era Hemingway, así que decidí ser o Carver o Bret Easton Ellis, a los que leía con fervor post-adolescente en mi buhardilla mientras intuía todo tipo de insectos por el suelo y el techo. De todo menos polillas, eso sí, porque las polillas eligen unos destinos un poco absurdos.

Polillas erráticas. Polillas perdidas.

T. y yo nos volvimos a ver en agosto, nos besamos de nuevo en septiembre y en octubre ya éramos novios. Hizo falta que me atracaran a punta de navaja en un cajero, pero esa es otra historia, por supuesto.

viernes, junio 14, 2013

Enric González, Hannah Arendt y una entrevista deliciosa


Semana extraña. Como última semana de clases y primera de vacaciones, al menos, extraña. Libros y películas. Quería comentar algo extenso sobre "Memorias líquidas", el libro de Enric González que edita JotDown, la revista donde escribo, pero no creo que tenga el talento suficiente para ello así que lo resumiré todo en un "Me encantó". Si uno lee "Vida de escritor", de Gay Talese, y aprende lo que fue el periodismo en Estados Unidos en los años 50, 60 y 70, y luego lee "Memorias líquidas" para descubrir lo que era el periodismo en España -al menos en "El País"- en los años 80 y 90, el sentimiento es de una desazón y una melancolía tremendas. No queda nada. Los que llegamos tarde, con el "puntocom" y el todo gratis, solo podemos encogernos de hombros ante el mero concepto de "viajes pagados", "nómina puntualmente pagada", "corresponsalía" y un largo etcétera.

La decadencia del oficio, la mediocridad de una industria de becarios que ya no cobran sino que pagan por sus prácticas, la instalación en el discurso cómodo, vago, panfletario... y la aceptación de eso por parte del público, que es el único que podría pararlo, nos ha dejado un periodismo de barra de bar, un periodismo de partido, de club, de Mourinho o contra Mourinho, es decir, cualquier cosa menos periodismo. Propaganda, quizá. Puro y duro vociferio de borrachos en demasiadas ocasiones. "Cada mesa tiene que ser un Vietnam", dice Enric en el libro, propósito que no queda claro si él cumplió a rajatabla pero eso da igual porque no vivimos para dar ejemplo, vivimos para luchar contra la tensión de saber lo que tienes que hacer y darte cuenta de lo que puedes hacer y tomar decisiones lo mejor que uno puede.

Porque al final lo que queda de ti, aquello por lo que la gente que te conoce de verdad te recordará, se define en cuatro o cinco decisiones en la vida. En medio quedan miles de pequeñas decisiones que nos llevan hasta allí, pero no se pierdan: ni trabajos, ni firmas, ni discos, ni éxito de ningún tipo... Por lo que nos recordarán es por esas cuatro o cinco decisiones que más nos vale tomar bien o al menos tomar con toda la seriedad posible porque lo que está en juego es lo que queremos ser y cómo queremos que el mundo alrededor nuestro sea. No digo "el" mundo, digo "nuestro" mundo, ojo.

Sin heroísmos, por favor.

Contradicciones. Tensiones. Por ejemplo, Hannah Arendt en la cama de Martin Heidegger. Estuve viendo la película de Margarette Von Trotta en el Festival de Cine Alemán. No estaba mal. Básicamente la película se centra en el juicio a Eichmann, el famoso libro de Arendt y la reacción indignada de un sector de la comunidad judía. De vez en cuando el flashback de turno a Heidegger, que, por la virulencia de su obra, se lo quiere imaginar uno como un Fassbender y resulta que lo pintan como al verdulero del barrio de Amélie, con su bigotito y su tripa enorme. Por lo demás, interesante. Todo un poco por encima, rápido, lo habitual de un "bio-pic", pero si sirve para que alguien lea el libro, bienvenida sea la velocidad.

Por lo demás, un poco lo de siempre: un jueves de preparativos extenuantes de boda, ataques de ansiedad en Manuel Becerra, comidas con actrices y una deliciosa entrevista con Himar Ojeda, director deportivo de Estudiantes, un tío calmado, sincero, encantador, que se merece mucho en el mundo del baloncesto y sin duda lo tendrá porque ya está en el camino. Esas son mis semanas: culturetismo y deporte. La derecha Jotdown, supongo. Solo que yo sí me caso, es lo que le decía a mi tío. Si eso me hace más conservador o más progresista, supongo que tendrá que determinarlo Quique Peinado.

martes, junio 11, 2013

Snipers shoot stars



"La estética del francotirador" fue un título antes de un libro. Luego fue muchas cosas: un relato corto sobre un publicista catalán que le gritaba a los neones de los hoteles desde las azoteas y luego sufría ataques de vértigo, una novela sobre un bar y una chica, antes de que yo conociera el bar y la chica y me pusiera a otra cosa. Finalmente, fue un libro maldito, un libro de unos 250 folios sobre algo más que una generación perdida, un tratado de estética con puntos de moralismo y muchas más lecturas que las que las editoriales hicieron.

Lo que pasa es que tenía sentido que el libro fracasara y siga inédito. Lo tenía porque el francotirador, desde 2003, desde aquellos decálogos que escribía en el trabajo y le enviaba a Inés, era yo, era mi propia visión apartado del mundo, con relaciones muy concretas, actuaciones muy inconexas entre sí. Un enigma. Yo me veía como un enigma, un tío subido a una azotea disparando una vez, nunca dos, y con la obligación de acertar para sobrevivir. Nunca he tenido un grupo sólido de amigos tras el que protegerme y cuando lo he tenido, sinceramente, he huido de él. Nunca he sabido vivir bajo más disciplinas que la del fusil y el momento. Augenblick.

Quizá, por eso mismo, un francotirador no debería organizar bodas ni firmas de libros o no debería preocuparse de sus resultados, porque los vínculos son tibios y tan dispares entre sí que resulta que la mitad de los invitados no solo no se conocen sino que cada uno vive en una ciudad distinta: Lima, Nueva York, Barcelona, El Cairo, Londres...

Lo cierto es que "La estética..." fue mi primer intento serio por hacer literatura. En su época de relato formó parte de una colección llamada "Gente rara" y que creo que ni siquiera me atreví a mandar a ninguna editorial. Hice bien. El mejor halago que recibió la colección fue de Joaquín Sabina, que dijo: "Me gusta el nombre". Los relatos me llevaron a una recopilación con unos amigos de un taller literario y después a la autoedición de un librito precioso, llamado "Pequeños objetivos", del que lógicamente deriva este blog, que tiene ya siete años. Ese libro no se vendió, se regaló, y no solo tenía pequeñas historias de Madrid de enero a diciembre sino fotos preciosas. Nunca me lo he pasado tan bien.

Así hasta que en 2007, Ángel María Herrera decidió apostar por mi blog y publicarme "Cuando las cosas dejaron de tener sentido". Aquello podría haber sido una trilogía pero fue solo un libro que se vendió relativamente bien aunque mano a mano, como en los viejos tiempos, porque no pisó una librería, ni siquiera aquella en la que me prometieron que estaría seguro. Era un buen libro. Inconexo, pero bueno. Enloquecido en ocasiones, pero de esos que te dejan dos o tres frases buenas cada cierto tiempo y te compensa. Ahí, también Sabina fue generoso: "Me he leído tu libro y he apuntado varias cosas para posibles canciones", me dijo en el velatorio de Ángel González. Las canciones ahí debieron quedar, o quizá no, quizá salieron y yo no supe reconocer la influencia.

Y en 2008, por fin, me puse a escribir "en serio", con tiempo. Terminé un libro de relatos que me parecía muy bueno y, como la palabra empezaba a estar de moda, le llamé "La crisis", igual que uno de los cuentos, que era un western en Fuerteventura entre directores de cine, a ritmo canario. Me gustaba mucho. Se lo enseñé a Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, y a él también le gustó pero lo rechazó. Fue un subidón y a la vez una decepción enorme. Estar tan cerca y a la vez no estar en absoluto. Juan me dijo: "Ese libro merece ser publicado" y yo le creí. 

De eso han pasado cinco años, como ven, y hoy puedo anunciar oficialmente que sí, que se publicará. No exactamente en el mismo formato, con añadidos, pero se publicará. Que mereció la pena esperar, pasar por el éxito de "Ganar es de horteras", pasar por la escritura inédita de las dos novelas, que algún día también serán publicadas, claro que sí, y pasar por los ebooks de investigación sobre dopaje. "La crisis" ya no se llama "La Crisis" sino "Una sucesión de amaneceres imprevistos", que era un título que ya me sugirió en su momento Amaya Quijano, una siempre generosa lectora. 

Firmar mi primer contrato para una obra de ficción me llena de alegría, aunque sea con una editorial nueva, que está empezando en esto pero con las ideas clarísimas. Firmar mi primer contrato para una obra de ficción merece que dé las gracias a todos los que han apostado por mí todos estos años, especialmente desde 2003. Y puede que sí, que sea un fracaso de ventas, porque los francotiradores es lo que tenemos, no somos especialmente populares aunque probablemente no haya nadie más sincero que un francotirador, nadie que sea más de fiar. Un francotirador es lo que es y sabes cuándo puedes despistarte y cuándo no.

En aquella novela, mi preferida, aunque "El Pingüino" supongo que se publicará antes y funcionará mejor, dentro de lo que es una industria en ruinas, los protagonistas, las dos versiones de mí mismo que poblaban el libro de principio a fin, discutían sobre lo que les esperaba y miraban al cielo, como en aquella canción de JetLag donde los francotiradores disparaban estrellas fugaces, quiero pensar que con miedo a convertirse en una de ellas.

lunes, junio 10, 2013

Tertulianos comprados, periodismo podrido


Un tertuliano es algo así como un columnista sin tiempo. Un columnista de WhatsApp, si se quiere. Un tertuliano tiene que saber de todo y lo tiene que saber ya, porque por mucho que arregle los contenidos con producción o con el moderador, en cualquier momento puede saltar el auto judicial, el dato del paro, el gol en Las Gaunas o la acusación de otro tertuliano, aunque este último caso es menos problemático porque generalmente se arregla con el “y tú más” de turno y un par de risas después en el bar.

De hecho, el “y tú más” vale para casi todo, ahora que lo pienso, sea tertulia o columna o lo que sea.

Ahora bien, si vale, es porque el periodismo se ha rendido. En una democracia sana, el poder político regularía el económico y la prensa a su vez controlaría el poder político. En esta democracia, no. En esta democracia, los periódicos mandan a sus becarios a ruedas de prensa sin preguntas y a menudo sin personas, todos pegados a la televisión como si estuvieran echando Cuéntame, mientras las radios y las televisiones llenan sus espacios de opinión con políticos a servicio de sus respectivos partidos, es decir, que en vez de ejercer control alguno, la prensa es una extensión más del poder, imposible de diferenciarse.

Hace pocos días, se filtró un vídeo de Antonio Carmona, dirigente del Partido Socialista de Madrid, reconociendo que todo lo que decía en los programas de televisión donde aparecía era debidamente controlado y supervisado por la sede central de Ferraz, Sevilla o donde proceda. Que Antonio Carmona haya decidido convertirse en la voz de su amo es grave. Quizá ya deberíamos habernos acostumbrado, pero lo de que un político se niegue a tener una opinión propia y se limite a ser un súbdito del control de su partido me parece atroz.

Más atroz, casi, es que ese perrito vaya de cadena en cadena entre aplausos y chascarrillos de Ana Rosa Quintana. Que reconozca abiertamente que PSOE y PP luchan por colocar a sus acólitos en los medios con un éxito moderado es una puñalada de muerte para el periodismo tal y como lo hemos entendido siempre. Yo no sé quién es Antonio Carmona porque huyo de las tertulias políticas como huyo de Punto Pelota: un montón de gente gritándose sobre si fue penalti o no y la ristra habitual de SMS por debajo destilando odio y bilis. Tampoco sé si la filtración del vídeo es interesada o no porque sorprende que Carmona se escude en el “ahora que no me está grabando nadie” para hacer sus confesiones… cuando hay alguien en primera fila enfocándole nítidamente; ahora bien, lo que sí sé es que dice la verdad: los medios se han vendido a los partidos —al PP y al PSOE, pero no solo, pregunten en Cataluña y País Vasco- y por lo tanto han perdido su razón de ser.

El otro día hablaba con unos alumnos y me sorprendía que estuviesen enganchados a uno de estos programas de no sé cuántas horas en los que en vez de hablar de alguna ex novia de Jesulín hablaban de Luis Bárcenas, más o menos con el mismo tono. Entre los analistas había gente de prestigio porque, sorprendentemente, en toda cena de idiotas se cuela alguien inteligente, pero en general lo que más valoraban mis alumnos era “la pluralidad” de la tertulia. El propio concepto de “tertulia plural” ha acabado con la posibilidad misma del análisis. Una “tertulia plural” consiste básicamente en que la mitad dice una tontería y la otra mitad dice la tontería contraria. Se doblan las tonterías, pues, y los puestos vacantes para que el dirigente de turno coloque a su perro de presa.

Yo soy consciente del riesgo de decir estas cosas. El riesgo del populismo, de que parezca que lo que quiero es un país sin políticos, sin periodistas y con la acción directa como bandera. ¡Es justamente al contrario! La democracia liberal, la democracia en la que yo creo, se basa en políticos honestos, periodistas sin intereses y presidentes de verdad, no de plasma. Nos ha costado demasiado conseguirla como para no cuidarla. Pero cuidar la democracia no es callar ante los excesos o repetir el mismo circo en cada canal. Cuidar la democracia es ejercerla y esa responsabilidad está ahí arriba, esperando a que alguien se decida a empezar antes de que sea demasiado tarde.


Porque si lo que ven no les gusta, les aseguro de que la alternativa no va a ser ni mucho menos mejor.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"

domingo, junio 09, 2013

El día llegó



Pocas horas antes de empezar la firma, la Chica Diploma dice que se encuentra mal y pensamos en ir a Urgencias para que le echen un vistazo. El cielo se cierra en gris y caen algunas gotas. Hace frío. Los mensajes llegan uno tras otro para confirmar que demasiados amigos no van a poder estar en la Feria por viajes, compromisos, cumpleaños... Es un momento complicado, algo deprimente. Intentas hacer como que te da igual pero no te da igual: mascas la tragedia, la tarde pesada mirando la lluvia frente a la caseta y algún excéntrico refugiado bajo el toldo.

De hecho, el camino de ida tiene algo de subida al monte Calvario. Llueve a ratos y muy poco pero me pesan las piernas y así subo por Méndez Álvaro hasta Atocha, luego la Cuesta de Moyano y ya en el mismo Retiro, aún cuesta arriba, me paro en un banco, agotado, sudando bajo mi cazadora vaquera, y llamo a la Chica Diploma para decirle en privado lo que estaba pensando decir en público, que tengo miedo. No sé a qué, pero tengo miedo y me doy cuenta de que es lo mejor: un fracaso sonado que me permita olvidarme de esto y centrarme en la boda y en la vida real y en todo lo demás...

... Y así llego a la caseta 242, donde Juan Carlos me espera con una coca-cola y unas almendras y la propuesta constante de ginebra. Solo que yo no bebo ginebra, quizá whisky sí habría tomado, y nada más sentarme en la mesa llega Jorge Díaz, el gran Jorge Díaz, como si quisiera tranquilizarme para empezar y me compra un libro y me mira serio como diciendo "no me seas nenaza, no te autocompadezcas y no escribas mañana un post de lo mucho que sufres cumpliendo tus sueños" pero sin decirlo, claro, y la única alternativa que me queda es hacerle caso porque además sucede algo con lo que no había contado: que solo estar ahí es divertido. Que es divertido vacilar con los de dentro de la caseta y sonreír a los de fuera y colgar una camiseta de Orenga del 92, Estudiantes Caja Postal, recíén traída por mi madre y Gure e intentar "cazar al lazo" a algún comprador despistado...

... Y que los libros se venden. Cinco en diez minutos. Unos diez en media hora y así hasta 23, e incluso Sara se pasa a saludar, y Elena, y Jorge, Pablo, Álvaro, Lorenzo, que compra un libro para regalar y el caso es que es bonito, extrañamente bonito, no solo vender mucho o poco sino el taburete, el nombre, la megafonía, la lluvia que no cae y la cola de gente que espera a que les firme un tal Blue Jeans, adolescentes con su libro en la mano y madres que buscan una primera lectura para sus hijos. Así que pasa una hora, hora y media, llega la Chica Diploma, llega su tía y sus primos, unos chicos hablan de Petrovic, Sabonis y Kukoc; Juan Carlos está contento y eso siempre es bueno y justo cuando ya he salido de la caseta porque son las 21,30 y hay que cerrar, llegan otros dos compradores de última hora, gente del Atleti que ha apurado el tiempo y me preguntan si les importa firmarles como si eso fuera a importarme, como si estuviera ahí para otra cosa...

... Y al final creo que son 23 libros en dos horas los que he vendido y firmado y me pongo muy contento, casi llorando, y lo pongo en Facebook y en Twitter y en todos lados mientras uno chorizos con alitas y patatas bravas en un bar de Atocha, y supongo que a muchos les parecerá que ponerse tan contento por 23 libros es un poco cutre, que tampoco es para tanto pero para mí sí es para tanto. Todo es para tanto, está en mi naturaleza dramática, aunque ahora intente hacer que no pasa nada tampoco por haber vendido el doble de lo esperado, porque nosotros, los que no presentamos programas de televisión, los que no tenemos grandes medios de comunicación detrás, los que no hemos creado una extensa red de amistades literarias... nosotros, insisto, vivimos de la generosidad y del cariño, y 23 libros es una barbaridad, eso es lo que pienso...

... Incluso puede que sea lo que piensa también Juan Carlos, porque me propone firmar el fin de semana que viene: sábado por la tarde a partir de las 19,30 también y domingo por la mañana, con Gonzalo Vázquez. Si no vinieron ayer y quieren ir a hacerme un poco feliz, yo, lógicamente, prometo agradecérselo.

viernes, junio 07, 2013

Firma en la Feria del Libro


En una entrevista de 2007, puede que 2008, Borja Cobeaga me hablaba de lo que le había supuesto conocer a Steven Spielberg en la cena de nominados de los Oscar. Venía a decir algo así como que, de pequeño, cuando uno se quería dedicar al cine, siempre le decían: "¿Qué, vas a ser el nuevo Spielberg?" y que, bueno, obviamente, tenía su punto estar de repente en Hollywood con él y hacerse una foto y vivir por un momento en la película de otro.

Del mismo modo, cuando uno quiere ser escritor, lo que sueña es con estar un día en la Feria del Libro de Madrid y firmar tus ejemplares. Ni siquiera firmarlos, estar ahí, en la caseta, con tu nombre y tu foto apoyando el mentón en un par de dedos de la mano izquierda, mientras la gente pasa buscando el nuevo libro de Albert Espinosa sin hacerte ni caso. En la carrera de Cobeaga, cenar con Spielberg no le ha supuesto nada: la carrera de Cobeaga dependerá de su talento, su valor y hasta cierto punto de la suerte. Pero cenar con Spielberg, señores, mola un montón, y para qué demonios iba a negarlo.

Igual que mola un montón poder firmar este sábado 8, de 19.30 a 21.00 en la Caseta 242, la de Ediciones JC, donde ahí estaré con una camiseta del Estudiantes para llamar la atención y confiando en que no se cumpla la maldición del novato y consiga firmar algún libro. No digo vender, digo firmar, porque si ya lo han comprado y quieren que se lo dedique, yo encantado de hacerlo. Mi carrera, insisto, no depende de cuántos libros venda en la Feria del Libro sino de mi talento, mi valor y hasta cierto punto de mi suerte, pero, señores, mola. Y después de un año de mierda, mola más.

En cualquier caso, una carrera no es más que eso, y una carrera en una industria que se hunde es como un violinista tocando en la orquesta del Titanic. Esta mañana me he liado a mandar mensajes para decirle a la gente más o menos allegada lo mismo que le estoy diciendo a ustedes: que firmo en la Feria y que me hace una ilusión enorme. La mitad se me fue de la conversación antes de la segunda frase. Yo creo que soy buena persona -porque nosotros llevamos el fuego-, que soy un escritor aceptable y he descubierto que soy un pésimo "influencer" o relaciones públicas o como quieran llamarlo. Creo que debería tener una asistente tipo Anne Hathaway en "El diablo viste de Prada" solo para que me explique con quién estoy hablando en las fiestas de Random House. 

De hecho, no me importaría que fuera la propia Anne Hathaway.

No ser un gran "influencer" tiene varias pegas: la primera, por ejemplo, que mañana la caseta 242 esté vacía toda la tarde y el editor me mire con cara de "¿por qué demonios te habré llamado a ti a firmar y arruinarme el negocio?" pero yo creo que hay que centrarse en lo que uno realmente sabe hacer bien y si es ser buena persona, pues intentar serlo, y saber que lo importante no es estar en una fiesta preparando tal o cual libro sino estar donde sea con la persona con la que te vas a casar y desear que pasen los meses para poder dejar de decir "mi novia", que me parece un eufemismo, y poder decir "mi mujer", que me gusta mucho más que "mi esposa", dónde va a parar.

Y quizá el desastre de mi ataque carismático de mensajes de móvil tenga que ver con el hecho de hacerlo corriendo, de Pradillo a Conde de Casal, papeles en mano y tarareando a Rosario Flores, una cantante que no me gusta nada, pero de la que recuerdo esa maravillosa canción que es "De ley" y el estribillo que acaba diciendo "...y todo lo demás, verás, no importa", porque es verdad: yo me voy a casar con una mujer así y cuando realmente uno es consciente de lo que eso implica le dan igual todos los concursos de popularidad, carreras, conversaciones interrumpidos y firmas. 

Y no sé qué pensará Cobeaga de esto, nunca me atreví a preguntarle, pero quizá lo importante no sea conocer a Spielberg sino poder decirle a la persona a la que quieres: "Cariño, estoy con Spielberg", y que lo entienda, que sepa lo que eso significa para ti. Porque la vida es esto que pasa aquí, no lo que pasa en las salas de fiesta ni en las casetas del Retiro ni en las fiestas de Los Angeles y un árbol que cae en un bosque sin que nadie lo oiga es un árbol que no hace ruido.

Lo que no quiere decir, por supuesto, que no tengan que venir, aunque sea a felicitarme. Sábado 8, de 19,30 a 21,00 en la Caseta 242. Ahí les espero con un boli en la mano y mi mejor cara de pánico.

miércoles, junio 05, 2013

La última gamberrada de Gustavo Kuerten contra Roger Federer


Gustavo Kuerten apareció con 20 años de la nada para hacerle la vida imposible, uno a uno, a cada tenista español con el que se cruzara. En junio de 1997 se proclamó campeón de Roland Garros cuando no pasaba del número 66 de la ATP, batiendo en cinco sets a Muster, Medvedev y a Kafelnikov para plantarse en la final ante Sergi Bruguera. Aquello tenía que ser un paseo para el catalán, que disfrutaba de una segunda juventud tras dos años de lesiones sin levantar un título, pero resultó todo lo contrario: Kuerten movía a Sergi con la derecha y con el revés a una mano. Hacía lo que quería, como si no hubiera pasado horas y horas sobre la tierra batida a lo largo de las dos semanas previas.

Le duró tres sets, ni uno más, Bruguera no podía creérselo y ahí fue comenzando el final de su carrera hasta que acabó en las garras del poker.

No terminó ahí el enfrentamiento entre Kuerten y la “Armada”: los dos años siguientes, Brasil y España se enfrentaron en Copa Davis, primero en Moionhos de Vento y luego en Lleida. Fueron dos eliminatorias muy desagradables, llenas de gritos, insultos, incluso escupitajos sobre los jugadores. Dos eliminatorias en las que Kuerten ya ejercía de líder carismático e imbatible sobre la tierra batida a sus 23 años. Con el pelo rizado y alborotado, la ayuda inestimable de Fernando Meligeni, y los consejos desde la grada del mítico Larri Passos, Kuerten se convirtió en la imagen ideal de la ATP: joven, alegre, desafiante en ocasiones, imprevisible, contundente… brasileño.

Su dominio sobre la tierra batida no llegó al de Nadal pero fue mayor que el de Muster, al que tanto se apela últimamente. Kuerten se instaló en el Top 10 y ganó Roland Garros en 2000 y 2001 con una superioridad nítida. Tres títulos en cinco años que bien podrían haber sido cuatro o cinco de no haber tratado con cierta condescendencia al adolescente Marat Safin en 1998 y al veterano Andre Agassi en 1999, aquellos tiempos de mujeres y diversión. Kuerten probablemente fue el último “tenista pop” de la historia. Una especie de Romario carnavalero que no cejó hasta que en 2000 se convirtió en número uno del mundo, puesto que repitió en distintos períodos de 2001, año en el que empezó a sentir unas molestias que no le impedirían derrotar de nuevo a Juan Carlos Ferrero en semifinales de París, pero que anunciarían dos años terribles.

Y es que Kuerten pudo con Bruguera, pudo en ocasiones con Moyà y le comió la cabeza a Ferrero… pero no contaba con su pelvis, que le haría la vida imposible el resto de su carrera. “Lo mejor estaba por venir”, dijo posteriormente a la prensa, y a nadie le cabe duda de que era lo más probable. Tenía 25 años. Su revés a una mano se adaptaba a las superficies lentas y rápidas, la mejora en la red era evidente y su capacidad para ganar “puntos gratis” con el servicio le diferenciaba de otros especialistas en tierra batida como Álex Corretja o Albert Costa.

El punto de giro llegó en septiembre de 2001, durante el US Open, cuando notó unas molestias de pubis y cadera que no cejaban y le impedían entrenarse. De los diez siguientes partidos ganó uno y se plantó en Australia buscando un milagro que no llegó: la derrota en cinco sets ante el francés Julián Boutter obligó a los médicos a decirle que ya estaba bien, que parara. Lo fastidioso de las lesiones de pubis es que tienen mejorías y empeoramientos impredecibles y una curación muy complicada, pese a que la cirugía ha mejorado mucho al respecto. Kuerten intentó volver al mes en Buenos Aires pero volvió a caer en primera ronda, se presentó en Roland Garros con más orgullo que fuerzas y llegó como pudo hasta octavos de final, donde cayó con Albert Costa, futuro campeón del torneo.

En septiembre, ya era el número 55 del mundo y cayendo. Tenía que ser desesperante para aquel chico que lo había sido todo, que prometía irse a los siete u ocho Roland Garros darse cuenta de que ya no podía moverse como antes, que no podía correr casi y que el dolor se extendía a su vida privada, con problemas incluso para caminar en las fases agudas de la lesión. Las cosas mejoraron en 2003, recuperando su estatus de top 15 aunque cayendo de nuevo en octavos de París, esta vez ante Tommy Robredo. Kuerten no había cumplido aún los 27 años, es decir, tenía un año más que Messi ahora mismo, por poner un ejemplo, y la esperanza de la vuelta por todo lo alto siempre estaba ahí porque las lesiones crónicas es lo que tienen: no te acaban de tumbar nunca, solamente te erosionan poco a poco sin que, a menudo, los demás se den cuenta.

Y así llegamos al último gran momento de Gustavo Kuerten, su última macarrada, su última burla al destino del chico con los rizos electrificados y la cinta intentando ordenar no se sabe el qué. Estamos en Roland Garros, de nuevo, igual que en 1997, solo que ya es 2004 y lleva el pelo corto, incluso peinado. Viene de ganar en casa, en Costa de Sauipe, pero su primavera es mediocre: primera ronda en Indian Wells, primera ronda en Miami, primera ronda en Montecarlo. Ni siquiera puede competir en Roma ni Hamburgo y su ranking vuelve a caer al número 30.


Sin embargo, algo le dice que es ahora o nunca. Algo que probablemente sea un pubis inflamado, un suelo pélvico hecho añicos que le imposibilita los giros rotatorios de la cadera… pero no de la muñeca. Se deshace en primera ronda de un jovencísimo Nico Almagro después de sufrir como un perro: cinco sets, con 7-5 en el quinto. En segunda ronda, el desconocido Elseneer no es rival y todo queda preparado para el encuentro decisivo en tercera ronda ante un chico de 22 años llamado Roger Federer del que todos —prensa y jugadores— hablan maravillas.

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